Entrevista
que el cardenal Sarah ha concedido a Laurent Dandrieu, de Valeurs
Actuelles sobre su último libro,
“Le soir approche et déjà le
jour baisse (Ya está cayendo la tarde y se termina el día)”, y
que ha sido traducido al español por Elena Faccia-Serrano para Infovaticana.
- Este libro es, ante todo, un llamamiento a la lucidez y a
la clarividencia. La Iglesia atraviesa una gran crisis. Los vientos son extrañamente
violentos. Raros son los días sin escándalos, reales o imaginarios. Los fieles, legítimamente, se
hacen preguntas. Este libro para ellos. Deseo que, tras leerlo,
puedan sentirse llenos de la alegría que Cristo da: «Quédate con nosotros, ya
está cayendo la tarde y se termina el día» (Lc 24, 29, ndt).
- La
elección de este versículo sacado del Evangelio de los peregrinos de Emaús, ¿es
una manera de indicar que, en la Iglesia, Cristo no es el centro?
- Creo firmemente que la situación que vivimos en el seno de la Iglesia se
parece en todo a la del Viernes Santo, cuando los apóstoles
abandonaron a Cristo, cuando Judas le traicionó, porque el traidor quería un
Cristo preocupado por los asuntos políticos. Hoy en día, numerosos sacerdotes y obispos están literalmente hechizados
por los asuntos políticos o sociales. En realidad, estas
cuestiones nunca encontrarán respuesta fuera de la enseñanza de Cristo, que es
la que nos hace más solidarios, más fraternales. Mientras Cristo no sea para
nosotros como un hermano mayor, el primogénito de una multitud de hermanos, la
caridad no será sólida, ni habrá una verdadera alteridad. Cristo es la única
luz del mundo. ¿Cómo podría la Iglesia darle la espalda a esta luz?
Ciertamente, es importante ser sensible ante
las personas que sufren. Pienso, en especial, en los hombres
que abandonan su país. Pero, ¿por qué se alejan de su tierra? Porque poderosos sin fe, que han perdido
a Dios, para los que sólo cuentan el poder y el dinero, han desestabilizado sus
naciones. Estas dificultades son enormes. Pero, repito, la
Iglesia tiene, ante todo, que volver a dar a los hombres la capacidad de mirar
a Cristo: «Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Este libro quiere intentar volver a dar a la Iglesia el sentido de su gran
misión divina.
- Usted
llega incluso a denunciar a «los pastores que abandonan a su rebaño…»
- Esto no es propio sólo de nuestro tiempo: en el Antiguo
Testamento hay muchos pastores malos, hombres a los que les gustaba
aprovecharse de la carne y la lana de sus rebaños ¡sin ocuparse de ellos! Siempre ha habido traiciones en
la Iglesia. Hoy en día no tengo miedo de afirmar que hay sacerdotes, obispos e incluso
cardenales que tienen miedo de proclamar lo que Dios enseña y
de transmitir la doctrina de la Iglesia. Tienen miedo de no ser aceptados, de ser considerados unos
reaccionarios. Entonces afirman cosas confusas, vagas, imprecisas con el fin de no ser
criticados, y se alían con la evolución estúpida del mundo. Es una traición:
si el pastor no guía a su rebaño a aguas mansas, hacia los pastos de yerba
fresca de los que habla el salmo, si no lo protege contra los lobos, es un
pastor criminal que está abandonando a su grey. Jesús dice: «Heriré al pastor y
se dispersarán las ovejas del rebaño». Es lo que pasa actualmente.
- ¿No
tienen algunos la tentación de alinear a la Iglesia con los valores del mundo?
- Existe una fuerte mayoría de sacerdotes que son fieles a
su misión de enseñanza, santificación y gobierno. Pero hay también un pequeño
número que cede a la tentación
enfermiza y perversa de alinear a la Iglesia con los valores de las sociedades
occidentales actuales. Quieren, ante todo, que se diga de la
Iglesia que es abierta, acogedora, atenta y moderna. La Iglesia no está hecha para
escuchar, está hecha para enseñar: ella es mater et magistra, madre y educadora. Ciertamente, una madre escucha a su
hijo, pero su papel, primero, es el de enseñar, orientar y dirigir, porque
conoce mejor que sus hijos la dirección que hay que tomar. Algunos han adoptado las
ideologías del mundo actual con el pretexto falaz de abrirse al mundo; sería
necesario, más bien, hacer que el mundo se abriera a Dios, fuente de nuestra
existencia.
No podemos sacrificar la doctrina a una pastoral que
quedaría reducida a una porción mínima de la misericordia: Dios es misericordioso, pero sólo en la medida en que reconozcamos que
somos pecadores. Para que Dios pueda ejercer su
misericordia, hay que volver a Él, como el hijo pródigo. Hay una tendencia
perversa que consiste en falsear la pastoral, oponerla a la doctrina y
presentar a un Dios misericordioso que no exige nada. ¡Pero no existe un padre
que no exija nada a sus hijos! Dios, como todo buen padre, es exigente, porque ambiciona grandes
cosas para nosotros.
-La
Iglesia suele tener la costumbre de culpar al ambiente materialista por la
desafección de sus fieles. ¿No debería cuestionarse también ella su parte de
culpa en el alejamiento de los mismos, en su participación en esta
desacralización?
- Estoy convencido de que los sacerdotes deben asumirse la
responsabilidad principal de este derrumbe de la fe. En los seminarios o en las
universidades católicas no siempre hemos enseñado la doctrina. ¡Hemos enseñado
lo que nos gustaba! Ya no se dan clases de catecismo a los niños. Se menosprecia la
confesión. En los años 70 y 80 sobre todo, los sacerdotes
hacían lo que querían cuando celebraban la misa. El Papa Benedicto XVI dijo que
la crisis de la liturgia ha provocado la crisis de la Iglesia. Lex
orandi, lex credendi: como rezamos, así creemos. Si ya no hay fe,
la liturgia se reduce a un espectáculo, a un folclore, y los fieles se van.
Hemos querido humanizar la misa, hacerla comprensible, pero la realidad es que
sigue siendo un misterio que está más allá de nuestra comprensión. Cuando
celebro la misa, cuando doy la absolución, capto el significado de las palabras
que pronuncio, pero la inteligencia no puede comprender el misterio que esas
palabras producen. Si no rendimos justicia a este gran misterio, no podremos
guiar al pueblo hacia una relación verdadera con Dios.
- ¿Qué
piensa usted del libro Sodoma? ¿Cree que estamos
asistiendo a una ofensiva generalizada contra la figura del sacerdote, objeto
de escándalo para una sociedad hipersexualizada?
- No he leído el libro. Pero creo que hay un proyecto especialmente estructurado de destrucción
de la Iglesia mediante la decapitación de su cabeza, los cardenales, los
obispos y los sacerdotes. Nos empeñamos en destruir el
sacerdocio y, sobre todo, el celibato, que es presentado como algo imposible y
contra natura: porque si destruimos el celibato, dañamos sin remedio una de las riquezas más
grandes de la Iglesia. El abandono del celibato agravaría aún
más la crisis de la Iglesia y reduciría la posición del sacerdote, llamado no
sólo a ser otro Cristo, sino Cristo mismo, pobre, humilde y célibe.
Hay una voluntad de debilitar a la Iglesia, de modificar su
enseñanza sobre la sexualidad. Pero cuando vemos la enorme cantidad de sacerdotes fieles al sacerdocio,
debemos permanecer serenos y seguir testimoniando el don
total a Dios por medio del celibato. Este testimonio no se entiende. ¿Lo
detestan? Tampoco
Jesucristo fue aceptado, porque murió en la cruz. Él nos
dijo: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros».
Hay hombres en la Iglesia, algunos en altos niveles de la
jerarquía, que han empañado la Iglesia, han desfigurado el rostro de Cristo,
pero Judas no debe llevarnos a
rechazar a todos los apóstoles. Estos graves fallos no
condenan a la Iglesia; al contrario, demuestran que Dios confía incluso en
personas débiles para demostrar el poder de su amor por nosotros. No confía su
Iglesia a héroes excepcionales, sino a hombres sencillos, para demostrar que es
Él el que actúa por medio de ellos.
-¿Qué
piensa de la condena del cardenal Barbarin?
- Le conozco desde hace tiempo. Le admiro mucho. No puedo
no sufrir por el martirio que le han impuesto, sobre todo porque estoy convencido de su inocencia.
Toda la Iglesia lleva este sufrimiento de manera colegial. El Papa ha tenido
verdaderamente razón tomando la decisión de no aceptar su dimisión para
respetar la presunción de inocencia a la espera del juicio de apelación. Y el
cardenal Barbarin ha sido valiente retirándose a un monasterio, por el bien de
la diócesis y para dar paz a las víctimas de estos actos abominables. Pero me quedé estupefacto cuando
condenaran a monseñor Barbarin, mientras que un sacerdote horrible, que ha
cometido estos incalificables crímenes, aún no ha sido juzgado…
-Usted
escribe que el mundo moderno impone una forma de barbarie atacando a las
identidades. Usted, al contrario, defiende el arraigo…
- Cuando estuve en Polonia, país criticado a menudo, animé
a los fieles a afirmar su identidad como han venido haciendo a lo largo de los
siglos. Mi mensaje fue simple: ante todo sois polacos, católicos y, sólo
después, europeos. No debéis sacrificar la dos primeras identidades en el altar de una
Europa tecnócrata y apátrida. La Comisión de Bruselas sólo
piensa en la construcción de un mercado libre al servicio de los grandes
poderes financieros. La Unión europea ya no protege a los pueblos, sólo protege a los
bancos. Quise afirmar de nuevo a Polonia su misión singular en el plan de Dios. Ella
es libre de decirle a Europa que cada uno ha sido creado por Dios para ser
situado en un lugar preciso, con su cultura, sus tradiciones y su historia.
Esta voluntad actual de globalizar al mundo suprimiendo a las naciones, las
especificidades, es una locura total. El pueblo judío tuvo que exiliarse, pero
Dios lo condujo de nuevo a su país. Cristo tuvo que huir de Herodes y
refugiarse en Egipto, pero volvió a su país cuando Herodes murió. Cada uno de nosotros debe vivir
en su país. Como un árbol, cada uno tiene su terreno, su ambiente donde crece
perfectamente. Más vale ayudar a las personas a crecer en su cultura que
animarlas a venir a una Europa en plena decadencia. Es una
falsa exégesis utilizar la Palabra de Dios para valorizar la migración. Dios
nunca ha querido estos desarraigos.
- ¿Cómo
se puede explicar que tantas voces en la Iglesia condenen a los países que
intentan contener el flujo migratorio?
- ¿Los dirigentes que hablan como yo son hoy en día una
minoría? No lo creo. Existen muchos países que van en esta dirección, lo que
debería hacernos reflexionar. Todos los inmigrantes que llegan a Europa están hacinados, no tienen
trabajo, ni dignidad… ¿Es esto lo que quiere la Iglesia? La
Iglesia no puede colaborar en esta nueva forma de esclavitud en que se ha
convertido la migración de masa. Si Occidente continúa por este funesto camino, hay un gran riesgo de
que, debido a la falta de natalidad, desaparezca, invadido por los extranjeros,
como Roma fue invadida por los bárbaros. Hablo como
africano. Mi país es mayoritariamente musulmán, creo saber de qué realidad
estoy hablando.
-
Algunas personas dentro de la Iglesia parecen conformarse con poner una cruz
sobre Europa. En cambio, usted escribe que la paganización de Europa llevaría a
la paganización del mundo…
- Dios no cambia de opinión. Dios ha dado una misión a Europa, que acogió
al cristianismo. Y los misioneros europeos han proclamado
a Cristo hasta los confines de la tierra. Y no fue una casualidad, era el plan
de Dios. Esta misión universal que Él le dio a Europa cuando Pedro y Pablo
vinieron a instalarse en Roma, a partir de la cual la Iglesia ha evangelizado a
Europa y al mundo, no ha terminado. Pero si nosotros le ponemos una fecha
límite hundiéndonos en el materialismo, el olvido de Dios y la apostasía,
entonces las consecuencias serán graves. Si Europa desaparece, y con ella los
valores inestimables del viejo continente, el islam invadirá el mundo y nuestra cultura, nuestra antropología y
nuestra visión moral cambiarán totalmente.
-
Usted, a pesar de que mucha gente considera su pontificado como un fracaso,
cita mucho a Benedicto XVI. ¿Cuáles son, en su opinión, sus frutos?
- Dios ha visto que el mundo se hundía en una confusión
funesta. Ve que cada día que pasa perdemos nuestra identidad, nuestras
creencias, nuestra visión del hombre y del mundo… Para prepararnos a esta
situación, Dios nos ha dado unos papas sólidos: nos dio a Pablo VI, que
defendió la vida y el amor verdadero con la encíclica Humanae
Vitae, a pesar de una fuerte oposición; nos dio a Juan Pablo II,
que trabajó en el matrimonio de la fe y la razón para que fueran la luz que guía
nuestro mundo hacia una visión verdadera del hombre -el propio camino del Papa
polaco fue un evangelio vivo-; y nos ha dado a Benedicto XVI, que instituyó una
enseñanza de una claridad, una profundidad y una precisión que no tienen igual. Hoy nos ha
dado a Francisco, que quiere salvar literalmente el humanismo cristiano. Dios
nunca abandona a su Iglesia.
- En su
discurso a la juventud católica, usted cita esta hermosa frase del poeta
británico T.S. Eliot: «En el mundo de los fugitivos, el que toma la dirección
opuesta será considerado un desertor». ¿Están dispuestos los jóvenes creyentes
a resistir?
- Todos nosotros debemos resistir, todos debemos tomar la
dirección opuesta al mundo secularizado, es decir, el camino de Cristo, el
único salvador del mundo. En la novela de Hemingway El viejo y el mar, vemos
al héroe intentando remolcar a puerto un gran pez que acaba de pescar. Cuando
consigue llegar, los tiburones se han comido al pez. Hoy, si estamos solos, hay
muchos tiburones que devorarán nuestra fe, nuestros valores cristianos, nuestra
esperanza. Por desgracia, para mantenernos firmes, nos tenemos que apoyar mutuamente en la fe,
caminar como una comunidad unida alrededor de Cristo: «Porque
donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Es de esta presencia de la que podemos sacar nuestra fuerza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario