¿CÓMO SER SANTOS?
¿Qué significa ser
santos?
Significa estar unidos, en Cristo, a Dios, perfecto y santo.
“Sean por tanto perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5, 48), nos ordena Jesucristo, Hijo de Dios. “Sí, lo que Dios quiere es su santificación.” (1 Ts 4, 3).
“Sean por tanto perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5, 48), nos ordena Jesucristo, Hijo de Dios. “Sí, lo que Dios quiere es su santificación.” (1 Ts 4, 3).
¿Por qué Dios quiere
nuestra santidad?
Porque Dios nos ha creado “a su imagen y semejanza” (Gn 1,
26), y de ahí que Él mismo nos diga: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lv 11,
44).
La santidad de Dios es el principio, la fuente de toda santidad.
Y, aún más, en el Bautismo, Él nos hace partícipes de su naturaleza divina, adoptándonos como hijos suyos. Y por tanto quiere que sus hijos sean santos como Él es santo.
La santidad de Dios es el principio, la fuente de toda santidad.
Y, aún más, en el Bautismo, Él nos hace partícipes de su naturaleza divina, adoptándonos como hijos suyos. Y por tanto quiere que sus hijos sean santos como Él es santo.
¿Estamos todos
llamados a la santidad?
Todo ser humano está llamado a la santidad, que “es plenitud de la
vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en la unión íntima con
Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad. El camino de santificación del
cristiano, que pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la resurrección
final de los justos, cuando Dios sea todo en todos” (Compendio, n. 428).
¿Cómo es posible
llegar a ser santos?
- El cristiano ya es santo, en virtud del Bautismo: la
santidad está inseparablemente ligada a la dignidad bautismal de cada
cristiano. En el agua del Bautismo de hecho hemos sido “lavados [...],
santificados [...], justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el
Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6, 11); hemos sido hechos
verdaderamente hijos de Dios y copartícipes de la naturaleza divina, y por eso
realmente santos.
- Y porque somos santos sacramentalmente (ontológicamente - en
el plano de nuestro ser cristianos), es necesario que lleguemos a ser santos
también moralmente, es decir en nuestro pensar, hablar y actuar de cada día, en
cada momento de nuestra vida. Nos invita el Apóstol Pablo a vivir “como
conviene a los santos” (Ef 5, 3), a revestirnos “como conviene a los
elegidos de Dios, santos y predilectos, de sentimientos de misericordia, de
bondad, de humildad, de dulzura y de paciencia” (Col 3, 12).
Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno.
Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno.
- Este compromiso se puede realizar, imitando a Jesucristo:
camino, verdad y vida; modelo, autor y perfeccionador de toda santidad. Él es
el camino de la santidad. Estamos por tanto llamados a seguir su ejemplo y a
ser conformes a Su imagen, en todo obedientes, como Él, a la voluntad del
Padre; a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual “se
despojó de su rango, tomando la condición de siervo (…) haciéndose obediente
hasta la muerte” (Fil 2, 7-8), y por nosotros “de rico que era se hizo
pobre” (2 Cor 8, 9).
- La imitación de Cristo, y por lo tanto el llegar a ser
santos, se hace posible por la presencia en nosotros del Espíritu Santo, quien
es el alma de la multiforme santidad de la Iglesia y de cada cristiano. Es de
hecho el Espíritu Santo quien nos mueve interiormente a amar a Dios con todo el
corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas (cfr. Mc 12,
30), y a amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado (cfr. Jn 13,
34).
¿Cuáles son los
medios para nuestra santificación?
El primer medio y el más necesario es el Amor, que Dios ha
infundido en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido
dado (cfr. Rm 5, 5) y con el cual amamos a Dios sobre todas las cosas
y al prójimos por amor de Él. Pero para que el amor, “como una buena semilla y
fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la Palabra de Dios y
cumplir con las obras de su voluntad, con la ayuda de su gracia, participar
frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en otras
funciones sagradas, y aplicarse de una manera constante a la oración, a la
abnegación de sí mismo, a un fraterno y solícito servicio de los demás y al
ejercicio de todas las virtudes. Porque la caridad, como vínculo de la
perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3,14), gobierna todos los
medios de santificación, los informa y los conduce a su fin” (Lumen Gentium,
42).
Cada fiel es ayudado en su camino de santidad por la gracia sacramental, donada por Cristo y propia de cada Sacramento.
Cada fiel es ayudado en su camino de santidad por la gracia sacramental, donada por Cristo y propia de cada Sacramento.
¿Existen diversas
maneras y formas de santidad?
Ciertamente. Cada uno puede y debe llegar a ser santo según los
propios dones y oficios, en las condiciones, en los deberes o circunstancias
que son los de su propia vida.
Las vías de la santidad son por tanto múltiples, y adaptadas a la
vocación de cada uno. Muchos cristianos, y entre ellos muchos laicos, se han
santificado en las condiciones más ordinarias de la vida.
¿Por qué la Iglesia
es santa?
- La Iglesia es santa porque:
· Dios santísimo es su autor;
· en ella está presente Cristo, cabeza de la Iglesia, el cual
se ha entregado a sí mismo por Ella, para santificarla y hacerla santificante;
· está animada por el Espíritu Santo, que la vivifica con la
Caridad y la enriquece con sus carismas;
· en Ella es custodiada fielmente la Palabra de Dios;
· se encuentra en Ella la plenitud de los medios de la
salvación: Ella es instrumento de santificación de los hombres mediante el
anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos, el ejercicio
de la Caridad en la búsqueda constante del rostro de Cristo en cada hermano. La
Iglesia es la casa de la santidad y la caridad de Cristo, infundida por el
Espíritu Santo, es su alma;
· la santidad es la vocación de cada uno de sus miembros, la
fuente secreta, la medida infalible y el fin de toda su actividad apostólica y
de su impulso misionero;
· la santidad de la Iglesia es la fuente de la santificación
de sus hijos. Por esto justamente la Iglesia es llamada la madre de los santos,
Aquella que genera santidad con fecunda y magnánima sobreabundancia;
· Ella cuenta en su interior a la Virgen María: en Ella la
Iglesia es ya toda santa. La Iglesia ha alcanzado ya en la santísima Virgen
María la perfección que la hace sin mancha y sin arruga;
· en la Iglesia, a lo largo de todos los siglos de su
historia, ha florecido en manera increíblemente extraordinaria la santidad
cristiana, sea heroica sea ordinaria, y así hemos tenido innumerables Santos;
· ha suscitado, a través de toda su historia, infinitas obras
de caridad.
- “La santidad de la Iglesia se fomenta también de una manera
especial en los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para
que los observen sus discípulos, entre los que descuella el precioso don de la
gracia divina que el Padre da a algunos (cf. Mt 19,11; 1 Cor 7,7)
de entregarse más fácilmente sólo a Dios en la virginidad o en el celibato, sin
dividir con otro su corazón (cf. 1 Cor 7,32-34). Esta perfecta
continencia por el reino de los cielos siempre ha sido considerada por la
Iglesia en grandísima estima, como señal y estímulo de la caridad y como un
manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo” (Lumen Gentium,
42).
- La Iglesia es santa, es verdad, pero al mismo tiempo está
necesitada siempre de purificación. De hecho todos sus miembros, aquí en la
tierra, se reconocen todos pecadores, siempre necesitados de conversión y de
purificación. La Iglesia incluye en su seno seres humanos frágiles, que se
reconocen pecadores, y por eso necesitados de pedir y recibir el perdón de Dios
por sus propios pecados.
Por eso la Iglesia sufre y hace penitencia por tales pecados, de
los cuales, además, tiene el poder de sanar a sus hijos con la sangre de Cristo
y el don del Espíritu.
¿Por qué la Iglesia
proclama santos a algunos de sus hijos?
“Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente
que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la
fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de
santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a
los santos como modelos e intercesores” (CEC, n. 828).
La Iglesia, desde sus inicios, ha siempre creído que los Apóstoles
y los Mártires estén estrechamente unidos a nosotros en Cristo, los ha
celebrado con particular veneración junto con la santísima Virgen María y los
santos Ángeles, y ha implorado piadosamente la ayuda de su intercesión. Y a lo
largo de los siglos, ha siempre ofrecido para la imitación de los fieles, a la
veneración y a la invocación, a algunos hombres y mujeres, insignes por el
esplendor de la caridad y de todas las otras virtudes evangélicas.
¿Cuáles son las
objeciones que se ponen contra los santos?
Está quien insinúa que se trata de una estrategia expansionista de
la Iglesia Católica. Para otros, la propuesta de nuevos beatos y santos, tan
diversos por categoría, nacionalidad y cultura, sería sólo una operación de
marketing de la santidad con finalidad de leadership del Papado en la sociedad
civil actual. Está incluso quien ve en la canonización y en el culto de los
santos un residuo anacrónico de triunfalismo religioso, extraño incluso al
espíritu y a lo dicho por el Concilio Vaticano II, el cual ha tanto puesto en
evidencia la vocación a la santidad de todos los cristianos. Quienes ponen
tales objeciones no toma en cuenta el gran rol y la verdadera importancia de
los santos en la Iglesia.
¿Quiénes son los
santos para la Iglesia?
- Los santos son:
· aquellos que contemplan ya claramente a Dios uno y trino.
Ciudadanos de la Jerusalén celestial, cantan sin fin la gloria y la
misericordia de Dios, habiéndose cumplido en ellos el paso pascual de este
mundo al Padre;
· discípulos del Señor. Orígenes lo afirma con decisión: “Los
santos son imagen de la imagen, siendo el Hijo imagen” (La oración, 22, 4). Son
el reflejo de la luz de Cristo resucitado. Como en el rostro de un niño, en el
cual se acentúan particularmente los rasgos físicos de sus padres, en el rostro
del santo el rostro de Cristo ha encontrado una nueva modalidad de expresión;
· modelos de vida evangélica, de los cuales la Iglesia ha
reconocido la heroicidad de sus virtudes y luego los propone a nuestra
imitación. Ellos “han sido siempre fuente y origen de renovación en los
momentos más difíciles de la historia de la Iglesia” (Juan Pablo ii, Christifideles
laici, 16). “Ellos salvan a la Iglesia de la mediocridad, la reforman desde
adentro, la apremian a ser lo que debe ser la esposa de Cristo sin mancha ni
arruga (cfr Ef 5, 27)” (Juan Pablo ii, Discurso a los jóvenes de
Lucca, 23 de septiembre de 1989). Y el Card. Joseph Ratzinger ha
justamente afirmado que: “No son las mayorías ocasionales que se forman aquí o
allá en la Iglesia las que deciden su camino y el nuestro. Ellos, los santos,
son la verdadera, determinante mayoría según la cual nos orientamos. A esa nos
atenemos! Ellos traducen lo divino en lo humano, lo eterno en el tiempo”;
· testigos históricos de la llamada universal a la santidad.
Fruto eminente de la redención de Cristo, son prueba y documento de que Dios,
en todos los tiempos y en todos los pueblos, en las más variadas condiciones
socioculturales y en los distintos estados de vida, llama a sus hijos a
alcanzar la perfecta estatura de Cristo (cfr Ef 4, 13; Col 1,
28). Ellos muestran que la santidad es accesible a las multitudes, que la
santidad es imitable. Con su concreción personal e histórica hacen experimentar
que el Evangelio y la vida nueva en Cristo no son una utopía o un simple
sistema de valores, sino un “fermento” y “sal” capaces de hacer vivir la fe
cristiana dentro y desde dentro de las diferentes culturas, áreas geográficas y
épocas históricas;
· expresión de la catolicidad o universalidad de la fe
cristiana y de la Iglesia que vive esa fe, la custodia y difunde. Los santos,
expresión del mismo Espíritu -como dice el Evangelio- que “sopla donde quiere”,
han vivido la misma fe. Tal internacionalidad confirma que la santidad no tiene
confines y que ésa no está muerta en la Iglesia y, aún más, continúa a tener
viva actualidad. El mundo cambia, pero los santos, aún cambiando ellos mismos
con el mundo que cambia, representan siempre el mismo rostro vivo de Cristo.
Ellos hacen resplandecer en el mundo un reflejo de la luz de Dios, son los
testigos visibles de la santidad misteriosa y universal de la Iglesia;
· una auténtica y constante forma de evangelización y de
magisterio. La Iglesia quiere acompañar la predicación de la verdad y de los
valores evangélicos con la presentación de los santos que han vivido esas
verdades y esos valores en modo ejemplar;
· mientras honran al hombre, rinden gloria a Dios, porque “la
gloria de Dios es el hombre viviente” (San Ireneo de Lyon);
· son un signo de la capacidad de inculturación de la fe
cristiana y de la Iglesia en la vida de los diferentes pueblos y culturas;
· intercesores y amigos de los fieles todavía peregrinos en la
tierra, porque los santos, aunque inmersos en la gloria de Dios, conocen los
afanes de sus hermanos y hermanas y acompañan su camino con la oración y el
patrocinio;
· innovadores de cultura. Los santos han permitido que se
crearan nuevos modelos culturales, nuevas respuestas a los problemas y a los
grandes retos de los pueblos, nuevos desarrollos de humanidad en el camino de
la historia. Los santos son como faros: han indicado a los seres humanos las
posibilidades que los mismos seres humanos poseen. Por esto son interesantes
incluso culturalmente. Un grande filósofo francés del siglo XX, HENRY BERGSON,
ha hecho esta observación: “los personajes más grandes de la historia no son
los conquistadores, sino los santos”.
- Todo esto la Iglesia lo confiesa cuando, agradecida a Dios
Padre, proclama: “en la vida de los santos nos ofrece un ejemplo, en la
intercesión una ayuda, en la comunión de gracia un vínculo de amor fraterno” (Prefacio
de la Misa).
¿Qué diferencia
existe entre beatos y santos?
- En cuanto a la certeza de que unos y otros se encuentren en
el cielo, no hay entre ellos ninguna diferencia.
- En cuanto al procedimiento: normalmente primero un cristiano
es proclamado beato (beatificación), y después, sucesiva y eventualmente, es
proclamado santo (canonización).
- En cuanto a la autoridad implicada en la declaración de un
beato o de un santo: es siempre el Papa quien, con un específico acto
pontificio, declara a alguien beato o santo.
- En cuanto al culto:
· las beatificaciones tienen un culto permitido y no
prescrito, limitado a una Iglesia local;
· la canonizaciones tienen un culto extendido a toda la
Iglesia, prescrito, con una sentencia definitiva.
¿Son demasiados los
beatos y los santos?
Juan Pablo ii respondió a tales objeciones de esta manera: “Se
dice a veces que hoy hay demasiadas beatificaciones. Pero esto, además de
reflejar la realidad, que por gracia de Dios es la que es, corresponde al deseo
expreso del Concilio. El Evangelio si ha difundido de tal modo y su mensaje ha
puesto tales profundas raíces, que propio el gran número de beatificaciones
refleja la acción del Espíritu Santo y la vitalidad que de Él brota en el campo
más esencial para la Iglesia, el de la santidad. Ha sido de hecho el Concilio
que ha puesto en particular relieve la llamada universal a la santidad” (Discurso
de apertura al Consistorio extraordinario en preparación del Jubileo del 2000,
13-VI-1994).
Y aún más escribe: “El más grande homenaje, que todas las Iglesias rendirán a Cristo al umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante los frutos de fe, de esperanza y de caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las diversas formas de la vocación cristiana” (Juan Pablo ii, Tertio Millenio adveniente, 37).
Y aún más escribe: “El más grande homenaje, que todas las Iglesias rendirán a Cristo al umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante los frutos de fe, de esperanza y de caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las diversas formas de la vocación cristiana” (Juan Pablo ii, Tertio Millenio adveniente, 37).
¿Cómo llega la
Iglesia a la canonización?
El modo de proceder de la Iglesia en las causas de beatificación y
de canonización se ha desarrollado siempre en el curso del tiempo con nuevas
formas, a la luz incluso del progreso de las disciplinas históricas, con el fin
de tener la agilidad en el modo de proceder, manteniendo sin embargo firme la
seguridad de las investigaciones en una cuestión de tanta gravedad e
importancia.
Estas son las diversas etapas:
Estas son las diversas etapas:
1. FASE
DIOCESANA:
- Cualquier persona puede solicitarle al Obispo de la diócesis,
donde ha muerto el Siervo de Dios, de dar inicio a una causa de canonización.
Los santos y la santidad son reconocidos, por tanto, como un movimiento desde
abajo hacia lo alto. Todavía hoy, es de hecho el mismo pueblo cristiano que,
reconociendo por intuición de la fe la “fama de santidad”, señala los
candidatos a la canonización al propio Obispo, quien sucesivamente envía las
pruebas recogidas al Dicasterio de la Santa Sede competente, la Congregación de
las Causas de los santos.
- El obispo, por instancia del Postulador y con el previo
permiso de la Santa Sede, inicia el proceso, normalmente no antes de cinco años
de la muerte del fiel. Le compete al Obispo el derecho de recoger las pruebas
acerca de la vida, las virtudes o el martirio, los milagros realizados, y, si
es el caso, el culto antiguo del Siervo de Dios, del cual se pide la
canonización. Para hacer esto, el obispo recurre a la ayuda de varios expertos,
los cuales, después de haber investigado escritos y documentos, e interrogado a
los testigos, expresan un juicio acerca de su autenticidad y de su valor, como
también acerca de la personalidad del siervo de Dios.
- Si el Obispo retiene que la causa contiene elementos
fundados, entonces nombra un Tribunal (Juez, Promotor de justicia y Notario),
quien interroga los testigos y recibe de una Comisión histórica toda la
documentación relacionada con la vida, las virtudes y la fama de santidad del
Siervo de Dios.
2. FASE
PONTIFICIA:
- Terminadas las investigaciones a nivel diocesano, se transmiten
todas las actas en doble copia a la Santa Sede, y más precisamente a la
Congregación de los Santos, que examina los actos mismos:
· bajo el aspecto formal (para verificar si los actos son
válidos y auténticos) y;
· bajo el aspecto de mérito (para demostrar si las virtudes
son probadas).
- Al final dicha Congregación da su valoración sobre las
virtudes y sobre los milagros.
¿Cómo se hace el
examen acerca de las virtudes?
La Congregación de los Santos procede de esta manera:
- En primer lugar se prepara la Positio, que es el
conjunto de los actos procesales y de las actas documentales, la cual deberá
ser sometida al examen de los Consultores específicos expertos en la materia,
para que emitan el voto sobre su valor científico.
- La Positio (con los votos escritos de los
Consultores históricos y con las ulteriores aclaraciones del Relator, si son
necesarios) será examinada por los Consultores teólogos, los cuales, junto
al Promotor fidei, expresan su parecer sobre la heroicidad de las virtudes
del Siervo de Dios y preparan una propia relación final, que será sometida,
junto a la Positio, al juicio de los Cardenales y de los Obispos Miembros
de la Congregación de los Santos.
¿Cómo viene
considerada la heroicidad de las virtudes?
El concepto de heroicidad de las virtudes no implica,
necesariamente, que las acciones realizadas por la persona virtuosa tengan que
ser asombrosas. “La heroicidad -ha explicado el Card. José Saraiva Martins,
Prefecto de la Congregación de los Santos- puede muy bien consistir en el
cumplimiento en modo extraordinariamente generoso y perfecto de los propios
deberes cotidianos hacia Dios, hacia el prójimo y hacia sí mismos. La vida
ordinaria de cada día es el lugar más común para alcanzar las más elevadas
cumbres de la santidad” (Discurso del 2003).
¿Es necesario
también un milagro?
Para poder proceder a la beatificación de un Siervo de Dios, la
actual legislación canónica requiere también un milagro, realizado por
intercesión del Siervo de Dios después de su muerte. Para la beatificación de
un mártir no se requiere el milagro, por cuanto el mismo martirio, sufrido por
amor de Dios, es un signo inequívoco de la vida virtuosa de un Siervo de
Dios.
Para la canonización en cambio de los mártires y de los no-mártires es necesario un nuevo milagro, realizado después de la beatificación.
Para la canonización en cambio de los mártires y de los no-mártires es necesario un nuevo milagro, realizado después de la beatificación.
¿Por qué son
necesarios los milagros?
- Hay una razón histórica: desde siempre la Iglesia ha exigido
“signos” que confirmen la vida virtuosa de un cristiano.
- Hay sobretodo una razón teológica: los milagros son
necesarios siempre para:
· confirmar la doctrina de la fe del Siervo de Dios;
· garantizar el juicio sobre la heroicidad de las virtudes;
· probar que la vida de un no-mártir no haya sido
secretamente laxior (es decir, menos santa) respecto a lo que resulta
de los testimonios
¿Cómo se procede en
el caso de los milagros?
- Los milagros son estudiados bajo dos aspectos:
· el científico: para probar que el evento prodigioso (la
curación), sobre la base de los testimonios y la documentación médica, es
inexplicable;
· el teológico: para verificar si el evento prodigioso está
connotado de preternaturalidad, es decir si es un verdadero y propio milagro.
- Corresponde al Obispo, donde se ha realizado el evento
prodigioso, hacer estudiar el milagro por un Tribunal, que debe recoger las
pruebas testimoniales y médico-clínicas.
- Después el Obispo envía las actas de dicho Tribunal a la
Congregación de las Causas de los Santos, la cual las estudia tanto desde el
punto de vista procesal (para acertar la valides de tales actas) como sobretodo
sobre el mérito. A tal fin:
· las actas son primero examinadas por dos peritos médicos
individualmente, y luego por un órgano colegial de cinco médicos, los cuales
recogen sus conclusiones (diagnosis, prognosis, terapia, modalidad de curación
inexplicable desde un punto de vista médico...) en una relación;
· viene luego preparada una “Positio” (con todas las actas
diocesanas y la relación de los médicos) que es examinada por los teólogos, los
cuales emitirán un parecer sobre la preternaturalidad del hecho;
· finalmente la misma Positio, la relación de los médicos
y los pareceres de los teólogos son sometidos al juicio de los Padres
(Cardenales y Obispos) de la Congregación de los Santos, los cuales valorarán
si el hecho prodigioso es un milagro o no.
- El juicio de los Padres Cardenales y de los Obispos, sea
sobre la heroicidad de las virtudes sea sobre el milagro, es referido, por el
Cardenal Prefecto de la Congregación de los Santos, al Sumo Pontífice, al cual
le compete únicamente el derecho de declarar, con un acto solemne, que se puede
proceder a la beatificación o a la canonización de un cristiano y por tanto al
culto público eclesiástico, a él debido.
¿Cuál culto se debe
dar a los beatos y a los santos?
A los beatos y a los santos se les debe el culto de veneración, y
no de adoración, siendo éste reservado únicamente a Dios. Es necesario no
olvidar que el fin último de la veneración de los santos es la gloria de Dios y
la santificación de cada ser humano mediante una vida plenamente conforme a la
voluntad de Dios y a la imitación de las virtudes de aquellos que fueron
eminentes discípulos del Señor.
El Primicerio
de la Basílica de los Santos Ambrosio y Carlos en Roma
Monsignor Raffaello Martinelli
de la Basílica de los Santos Ambrosio y Carlos en Roma
Monsignor Raffaello Martinelli
Bibliografía:
Concilio Vaticano II, Lumen gentium, Cap. V;
Juan Pablo ii, Constitución Apostólica Divinus perfectionis
magíster acerca de la nueva legislación para las causas de los santos, 1983;
Congregación para Los Santos, Normas a observarse en las encuestas
diocesanas en las causas de los santos
Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), Tercera Parte.
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