Por obra del Espíritu Santo
Introducción
El Espíritu Santo es
la más ignorada de las tres Personas divinas. El Hijo se nos ha manifestado
hecho hombre, y hemos visto su gloria (Jn 1,14). Y viéndole a Él, vemos al
Padre (14,9). Pero ¿dónde y cómo se nos manifiesta el Espíritu Santo?
Por otra parte, la
misión del Hijo es glorificar -manifestar y dar a amar- al Padre: «yo te he
glorificado sobre la tierra» (17,4). Y la misión del Espíritu Santo es
justamente la de glorificar al Hijo -darle a conocer y a amar por el ministerio
de los apóstoles y de toda la Iglesia-: «él me glorificará» (16,14). Pero
¿quién se encarga de glorificar al Espíritu Santo?
Aquella ignorancia de
los primeros cristianos efesios, «ni hemos oído nada del Espíritu Santo» (Hch
19,2), viene a ser ya una precaria tradición entre los cristianos
hasta el día de hoy.
Es algo evidente, sin
embargo, que la vida espiritual cristiana es la vida producida por el
Espíritu Santo en los fieles de Cristo. Y que no podremos, por tanto,
entenderla bien sino conociendo bien quién es el Espíritu Santo, Señor y dador
de vida, Dominum et vivificantem, y cómo es su continua acción en los
cristianos.
Las primeras
investigaciones de la teología se orientaron en seguida hacia el misterio de la
Trinidad, y produjeron altísimas obras tanto en el Oriente como en el
Occidente. Pensemos en los escritos de Ireneo (+200), Hilario (+367), Atanasio
(+373), Basilio (+379), Agustín (354-430), etc.
Y la acción del
Espíritu Santo en los cristianos, tema central de la espiritualidad antigua,
halla su más precisa exposición, concretamente, en Santo Tomás de Aquino,
cuando enseña su doctrina sobre los hábitos (STh I-II,49-54), las virtudes
(ib. 55-67), y muy especialmente sobre los dones del Espíritu
Santo (ib. 68). En su enseñanza, y en la que da directamente sobre el
Espíritu Santo (I, 36-38) y la gracia (I-II, 109-113), hallamos la más profunda
exposición teológica de la vida espiritual cristiana.
Con Santo Tomás, es
preciso destacar en la doctrina de los dones del Espíritu Santo a otros tres
grandes dominicos: el portugués Juan de Santo Tomás (1589-1644), el papa
italiano León XIII (1810-1903), con su encíclica sobre el Espíritu
Santo Divinum illud munus, y el español Juan González Arintero
(1860-1928).
Ellos muestran, con
otros muchos autores, que la vida espiritual cristiana alcanza su
perfección sólamente cuando llega a ser mística, es decir, cuando en ella
predomina el ejercicio habitual de los dones del Espíritu Santo. Esta doctrina
teológica enseña claramente que, si todos los cristianos estamos llamados a la
santidad, todos -sacerdotes, religiosos o laicos- estamos llamados a la vida
mística. Y que la vida mística, por tanto, entra en el desarrollo normal de la
vida cristiana de la gracia.
Hoy la Iglesia
reconoce la veracidad de esta enseñanza con tan gran seguridad que la incluye
en su Catecismo oficial: los dones del Espíritu
Santo «completan y llevan a su perfección las virtudes de
quienes los reciben» (n. 1831). Según eso, las virtudes cristianas solo pueden
hallar su perfección cuando la persona, por los dones del Espíritu Santo, llega
a participar de la vida sobrenatural al modo divino.
Sin embargo, siendo
ésta la verdad, conviene repetir hoy lo que el dominico Menéndez-Reigada decía
en 1948 al introducir la edición española de la obra de Juan de Santo Tomás:
Con frecuencia los
teólogos «tratan muy a la ligera las cuestiones referentes a los dones, tal vez
porque no se han dado exacta cuenta de la importancia máxima que tienen, lo
mismo en el orden especulativo, para la verdadera ciencia teológica, que en el
orden práctico, para formarse una idea exacta de lo que es o debe ser la vida
cristiana» (15).
La ignorancia de los
dones del Espíritu Santo, y en general de la vida sobrenatural en su forma
pasiva-mística, implica un desconocimiento de la verdadera vida cristiana. Si
nosotros tratáramos de explicar qué y cómo es una rosa a una persona que
desconociera esta flor, y le describiéramos con todo cuidado cómo es un botón
de rosa, que apunta en un tallo, o un capullo apenas abierto, no lograríamos
comunicarle el conocimiento de lo que de verdad es una rosa; para eso sería
preciso que le describiéramos esta flor en su estado de pleno desarrollo. Del
mismo modo sucede con la vida cristiana. Quien sólo la conoce por las
descripciones de su fase ascética inicial, ignora lo que la vida cristiana es
en plenitud.
En este breve estudio
desarrollo algunos temas que con José Rivera (+1991) ya escribí hace unos años
en la Síntesis de Espiritualidad Católica (Fundación GRATIS DATE,
Pamplona 19995: inhabitación 37-47, gracia, virtudes y dones 93-102).
Que estas páginas sean
un homenaje a aquellos grandes maestros de la escuela dominicana que más han
brillado en la doctrina de los dones del Espíritu Santo.
Dedico este librito
con todo amor a la Virgen María, la llena de gracia, la Rosa
mystica plenamente florecida «por obra del Espíritu Santo».
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