Varón y mujer los creó
Por una vía de diálogo
sobre la cuestión de género en educación
Congregación para la Educación Católica
Introducción - ESCUCHAR - Breve historia - Puntos de encuentro - Crítica - RAZONAR - Argumentos racionales - PROPONER - Antropología cristiana - La familia - La escuela - La sociedad - La formación de formadores - Conclusión
INTRODUCCIÓN
1 Se difunde cada vez más la conciencia de que estamos frente a una
verdadera y propia emergencia educativa, en particular por lo que
concierne a los temas de afectividad y sexualidad. En muchos casos han sido
estructurados y propuestos caminos educativos que « transmiten una concepción
de la persona y de la vida pretendidamente neutra, pero que en realidad
reflejan una antropología contraria a la fe y a la justa razón ». La
desorientación antropológica, que caracteriza ampliamente el clima cultural de
nuestro tiempo, ha ciertamente contribuido a desestructurar la familia, con la
tendencia a cancelar las diferencias entre el hombre y la mujer, consideradas
como simples efectos de un condicionamiento histórico-cultural.
2 En este contexto, la misión
educativa enfrenta el desafío que « surge de diversas formas de una ideología,
genéricamente llamada gender, que “niega la diferencia y la reciprocidad
natural de hombre y de Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y
vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a
proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad
personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad
biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una
opción individualista, que también cambia con el tiempo” ».
3 Es evidente que la cuestión no puede ser aislada del horizonte más
amplio de la educación al amor, la cual tiene que ofrecer, como lo señaló el
Concilio Vaticano II, « una positiva y prudente educación sexual » dentro del
derecho inalienable de todos de recibir « una educación, que responda al propio
fin, al propio carácter; al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a
las tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones
fraternas con otros pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera unidad
y la paz. En este sentido, la Congregación para la Educación Católica ha
ofrecido ulteriores profundizaciones en el documento: Orientaciones educativas
sobre el amor humano. Pautas de educación sexual.
4 La visión antropológica cristiana ve en la sexualidad un
elemento básico de la personalidad, un modo propio de ser, de manifestarse, de
comunicarse con los demás, de sentir, de expresar y de vivir el amor humano.
Por eso, es parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso
educativo. « Verdaderamente, en el sexo radican las notas características que
constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico,
psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y
en su inserción en la sociedad ». En el proceso de crecimiento « esta
diversidad, aneja a la complementariedad de los dos sexos, responde
cumplidamente al diseño de Dios en la vocación enderezada a cada uno ». « La
educación afectivo-sexual considera la totalidad de la persona y exige, por
tanto, la integración de los elementos biológicos, psico-afectivos, sociales y
espirituales ».
5 La Congregación para la Educación Católica, dentro de sus
competencias, tiene la intención de ofrecer algunas reflexiones que puedan
orientar y apoyar a cuantos están comprometidos con la educación de las nuevas
generaciones a abordar metódicamente las cuestiones más debatidas sobre la
sexualidad humana, a la luz de la vocación al amor a la cual toda persona es
llamada. De esta manera se quiere promover una metodología articulada en las
tres actitudes de escuchar, razonar y proponer, que
favorezcan el encuentro con las necesidades de las personas y las comunidades.
De hecho, escuchar las necesidades del otro, así como la comprensión de las
diferentes condiciones lleva a compartir elementos racionales y a prepararse
para una educación cristiana arraigada en la fe que « todo lo ilumina con nueva
luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre».
6 Al emprender el camino del diálogo sobre la cuestión del gender en
la educación, es necesario tener presente la diferencia entre la ideología
del gender y las diferentes investigaciones sobre el gender llevadas
a cabo por las ciencias humanas. Mientras que la ideología pretende, como
señala Papa Francisco, « responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles
» pero busca «imponerse como un pensamiento único que determine incluso la
educación de los niños » y, por lo tanto, excluye el encuentro, no faltan las
investigaciones sobre el gender que buscan de profundizar
adecuadamente el modo en el cual se vive en diferentes culturas la diferencia
sexual entre hombre y mujer. Es en relación con estas investigaciones que es
posible abrirse a escuchar, razonar y proponer.
7 Por lo tanto, la Congregación para la Educación Católica encomienda
este texto – especialmente en los contextos implicados por este fenómeno – a
quienes se preocupan de corazón por la educación, en particular a las
comunidades educativas de las escuelas católicas y a cuantos, animados por la
visión cristiana de la vida, trabajan en otras escuelas, a los padres, alumnos,
directivos y personal, así como a los Obispos, sacerdotes, religiosas y
religiosos, movimientos eclesiales, asociaciones de fieles y otras
organizaciones del sector.
ESCUCHAR
Breve historia
8 La primera actitud de quien desea entrar en diálogo es
escuchar. Se trata, antes que nada, de escuchar y comprender lo que ha sucedido
en las últimas décadas. El advenimiento del siglo XX, con sus visiones
antropológicas, trae consigo las primeras concepciones del gender, por
un lado basadas en una lectura puramente sociológica de la diferenciación
sexual y por el otro con un énfasis en las libertades individuales. De hecho, a
mediados de siglo, nace una línea de estudios que insistía en acentuar el
condicionamiento externo y sus influencias en las determinaciones personales.
Aplicados a la sexualidad, estos estudios querían mostrar cómo la identidad
sexual tenía más que ver con una construcción social que con una realidad
natural o biológica.
9 Estos enfoques convergen en negar la existencia de un don originario
que nos precede y es constitutivo de nuestra identidad personal, formando la
base necesaria de nuestras acciones. En las relaciones interpersonales, lo que
importa sería solamente el afecto entre los individuos, independientemente de
la diferencia sexual y la procreación, consideradas irrelevantes en la
construcción de la familia. Se pasa de un modelo institucional de familia – que
tiene una estructura y una finalidad que no dependen de las preferencias
subjetivas individuales de los cónyuges – a una visión puramente
contractualista y voluntarista.
10 Con el tiempo, las teorías del gender han ampliado el campo
de su aplicación. A principios de los años noventa del siglo pasado, se fueron
concentrando en la posibilidad de los individuos de autodeterminar sus propias
inclinaciones sexuales sin tener en cuenta la reciprocidad y la complementariedad
de la relación hombre-mujer, así como la finalidad procreativa de la
sexualidad. Además, incluso se llega a teorizar una separación radical entre
género (gender) y sexo (sex), con la prioridad del primero sobre el segundo.
Este logro es visto como una etapa importante en el progreso de la humanidad,
en la cual se « presenta una sociedad sin diferencias de sexo ».
11 En este contexto cultural se comprende que sexo y género
han dejado de ser sinónimos, es decir, conceptos intercambiables, ya que describen
dos entidades diferentes. El sexo define la pertenencia a una de las dos
categorías biológicas que derivan de la díada originaria, femenina y masculina.
El género, en cambio, es el modo en el cual se vive en cada cultura la
diferencia entre los dos sexos. El problema no está en la distinción en sí, que
podría ser interpretada rectamente, sino en una separación entre sexo y gender.
De esta separación surge la distinción entre diferentes “orientaciones
sexuales” que no están definidas por la diferencia sexual entre hombre y mujer,
sino que pueden tomar otras formas, determinadas únicamente por el individuo
radicalmente autónomo. Asimismo, el mismo concepto de gender va a
depender de la actitud subjetiva de la persona, que puede elegir un género que
no corresponde con su sexualidad biológica y, de consecuencia, con la forma en
que lo consideran los demás (transgender).
12 En una creciente contraposición entre naturaleza y cultura, las pro-
puestas de género convergen en el queer, es decir, en una dimensión
fluida, flexible, nómada al punto de defender la emancipación
completa del individuo de cada definición sexual dada a priori, con la
consiguiente desaparición de las clasificaciones consideradas rígidas. Se deja
así el espacio a diversos matices, variables por grado e intensidad en el
contexto tanto de la orientación sexual como de la identificación del propio
género.
13 La dualidad de la pareja entra también en conflicto con los
“poliamoríos” que incluyen a más de dos personas. Por lo tanto, se observa que
la duración del vínculo – y su naturaleza vinculante – se estructura como una
variable de acuerdo con el deseo contingente de las personas, con consecuencias
en el nivel de compartir responsabilidades y obligaciones inherentes a la
maternidad y la paternidad. Toda esta gama de relaciones se convierte en
“parentesco” (kinships), basada en el deseo o el afecto, a menudo caracterizada
por un tiempo determinado, éticamente flexible o incluso consensuada sin
planificación alguna. Lo que vale es la absoluta libertad de
autodeterminación y la elección circunstancial de cada individuo en el
contexto de cualquier relación emocional.
14 De esta manera, se apela al reconocimiento público de la libertad de
elección del género y la pluralidad de uniones en oposición al matrimonio entre
hombre y mujer, considerado una herencia del patrimonio patriarcal. Por lo
tanto, se quisiera que cada individuo pudiera elegir su propia condición y que
la sociedad se limite a garantizar tal derecho, también mediante un apoyo
material, de lo contrario, nacerían formas de discriminación social contra las
minorías. La reivindicación de dichos derechos ha entrado en el debate político
de hoy día, obteniendo aceptación en algunos documentos internacionales e
integrándose en algunas legislaciones nacionales.
Puntos de encuentro
15 En el contexto de las investigaciones sobre el gender, emergen,
todavía, algunos posibles puntos de encuentro para crecer en la mutua
comprensión. De hecho, a menudo los proyectos educativos tienen la necesidad,
compartida y apreciable, de luchar contra cualquier expresión de injusta
discriminación. Persiguen una acción pedagógica, sobre todo con el
reconocimiento de los retrasos y las carencias. Ciertamente no se puede negar
que a lo largo de los siglos se han asomado formas de injusta subordinación,
que tristemente han marcado la historia y han influido también al interior de
la Iglesia. Esto ha dado lugar a rigidez y fijeza que demoraron la necesaria y
progresiva inculturación del mensaje genuino con el que Jesús proclamó igual
dignidad entre el hombre y la mujer, dando lugar a acusaciones de un
cierto machismo más o menos disfrazado de motivaciones religiosas.
16 Un punto de encuentro es la educación de niños y jóvenes a
respetar a cada persona en su particular y diferente condición, de modo
que nadie, debido a sus condiciones personales (discapacidad, origen, religión,
tendencias afectivas, ) pueda convertirse en objeto de acoso, violencia,
insultos y discriminación injusta. Se trata de una educación a la ciudadanía
activa y responsable, en la que todas las expresiones legítimas de la persona
se acogen con respeto.
17 Otro punto de crecimiento en la comprensión antropológica son los
valores de la feminidad que se han destacado en la reflexión del gender.
En la mujer, por ejemplo, la « capacidad de acogida del otro » favorece una
lectura más realista y madura de las situaciones contingentes, desarrollando
«el sentido y el respeto por lo concreto, que se opone a abstracciones a menudo
letales para la existencia de los individuos y la sociedad». Se trata de
una aportación que enriquece las relaciones humanas y los valores del espíritu
«a partir de las relaciones cotidianas entre las personas». Por esta razón, la
sociedad está en gran parte en deuda con las mujeres que están « comprometidas
en los más diversos sectores de la actividad educativa, fuera de la familia:
guarderías, escuelas, universidades, instituciones asistenciales, parroquias,
asociaciones y movimientos ».
18 La mujer es capaz de entender la realidad en modo único: sabiendo
cómo resistir ante la adversidad, haciendo « la vida todavía posible incluso en
situaciones extremas» y conservando « un tenaz sentido del futuro ». De hecho,
no es una coincidencia que «donde se da la exigencia de un trabajo formativo se
puede constatar la inmensa disponibilidad de las mujeres a dedicarse a las
relaciones humanas, especialmente en favor de los más débiles e indefensos. En
este cometido manifiestan una forma de maternidad afectiva, cultural y
espiritual, de un valor verdaderamente inestimable, por la influencia que tiene
en el desarrollo de la persona y en el futuro de la sociedad. ¿Cómo no recordar
aquí el testimonio de tantas mujeres católicas y de tantas Congregaciones religiosas
femeninas que, en los diversos continentes, han hecho de la educación,
especialmente de los niños y de las niñas, su principal servicio?».
Crítica
19 Sin embargo, hay algunos puntos críticos que se presentan en la vida
real. Las teorías del gender indican – especialmente las más
radicales – un proceso progresivo de desnaturalización o alejamiento de
la naturaleza hacia una opción total para la decisión del sujeto
emocional. Con esta actitud, la identidad sexual y la familia se convierten en
dimensiones de la “liquidez” y la “fluidez” posmodernas: fundadas solo sobre
una mal entendida libertad del sentir y del querer, más que en la verdad del
ser; en el deseo momentáneo del impulso emocional y en la voluntad individual.
20 Las presuposiciones de estas teorías son atribuibles a un dualismo
antropológico: a la separación entre cuerpo reducido y materia inerte y
voluntad que se vuelve absoluta, manipulando el cuerpo como le plazca. Este
fisicismo y voluntarismo dan origen al relativismo, donde todo es equivalente e
indiferenciado, sin orden y sin finalidad. Todas estas teorizaciones, desde las
más moderadas hasta las más radicales, creen que el gender (género)
termina siendo más importante que el sex (sexo). Esto determina, en
primer lugar, una revolución cultural e ideológica en el horizonte relativista
y, en segundo lugar, una revolución jurídica, porque estos casos promueven
derechos individuales y sociales específicos.
21 En realidad, sucede que la defensa de diferentes identidades a menudo
sea perseguida afirmando que son perfectamente indiferentes entre sí y,
por lo tanto, negándolas en su relevancia. Esto asume una particular
importancia según en términos de diferencia sexual: a menudo, de hecho, el
concepto genérico de “no discriminación” oculta una ideología que niega la
diferencia y la reciprocidad natural del hombre y la « En vez de combatir las
interpretaciones negativas de la diferencia sexual, que mortifican su valencia
irreductible para la dignidad humana, se quiere cancelar, de hecho, esta
diferencia, proponiendo técnicas y prácticas que hacen que sea irrelevante para
el desarrollo de la persona y de las relaciones humanas. Pero la utopía de lo
“neutro” elimina, al mismo tiempo, tanto la dignidad humana de la constitución
sexualmente diferente como la cualidad personal de la transmisión generativa de
la vida ». Se vacía – de esta manera – la base antropológica de la familia.
22 Esta ideología induce proyectos educativos y pautas legislativas que promueven
una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente libres de la diferencia
biológica entre el hombre y la mujer. La identidad humana se entrega a una
opción individualista, también cambiante con el tiempo, una expresión de la
forma de pensar y actuar, muy difundida en la actualidad, que confunde « la
genuina libertad con la idea de que cada uno juzga como le parece, como si más
allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos
orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse ».
23 El Concilio Vaticano II, al cuestionarse sobre lo que la Iglesia
piensa de la persona humana, afirma que «en la unidad de cuerpo y alma, el
hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material,
el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la
libre alabanza del Creador». Por esta dignidad, «no se equivoca el hombre
al afirmar su superioridad sobre el universo material y al no considerarse ya
como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana ».
Por lo tanto, «no ha de confundirse orden de la naturaleza con orden
biológico ni identificar lo que esas expresiones designan. El orden
biológico es orden de la naturaleza en la medida en que este es accesible a los
métodos empíricos y descriptivos de las ciencias naturales; pero, en cuanto
orden específico de la existencia, por estar relacionado manifiestamente con la
Causa primera, con Dios Creador, el de la naturaleza ya no es un orden
biológico ».
RAZONAR
Argumentos racionales
24 Escuchar el perfil histórico, de los puntos de encuentro y las
cuestiones críticas en la cuestión de gender lleva a consideraciones
a la luz de la razón. De hecho, hay argumentos racionales que aclaran la
centralidad del cuerpo como un elemento integral de la identidad personal y las
relaciones familiares. El cuerpo es la subjetividad que comunica la identidad
del ser. En este sentido, se entienden los datos de las ciencias biológicas y
médicas, según los cuales el “dimorfismo sexual” (es decir, la diferencia
sexual entre hombres y mujeres) está probado por las ciencias, como por
ejemplo, la genética, la endocrinología y la neurología. Desde un punto de
vista genético, las células del hombre (que contienen los cromosomas XY) son
diferentes a las de las mujeres (cuyo equivalente es XX) desde la concepción.
Por lo demás, en el caso de la indeterminación sexual, es la medicina la que
interviene para una terapia. En estas situaciones específicas, no son los
padres ni mucho menos la sociedad quienes pueden hacer una elección arbitraria,
sino que es la ciencia médica la que interviene con fines terapéuticos,
operando de la manera menos invasiva sobre la base de parámetros objetivos para
explicar la identidad constitutiva.
25 El proceso de identificación se ve obstaculizado por la
construcción ficticia de un “género” o “tercer género”. De esta manera, la
sexualidad se oscurece como una calificación estructurante de la identidad
masculina y femenina. El intento de superar la diferencia constitutiva del
hombre y la mujer, como sucede en la intersexualidad o en el transgender,
conduce a una ambigüedad masculina y femenina, que presupone de manera
contradictoria aquella diferencia sexual que se pretende negar o superar. Al
final, esta oscilación entre lo masculino y lo femenino se convierte en una
exposición solamente “provocativa” contra los llamados “esquemas tradicionales”
que no tienen en cuenta el sufrimiento de quienes viven en una condición
indeterminada. Tal concepción busca aniquilar la naturaleza (todo lo que hemos
recibido como fundamento previo de nuestro ser y de todas nuestras acciones en
el mundo), mientras que lo reafirmamos implícitamente.
26 El análisis filosófico muestra también cómo la diferencia sexualmasculino/femenino
sea constitutiva de la identidad humana. En las filosofías greco-latinas, la
esencia se pone como un elemento trascendente que re- compone y armoniza la
diferencia entre lo femenino y lo masculino en la singularidad de la persona
humana. En la tradición hermenéutica-fenomenológica, tanto la distinción como
la complementariedad sexual se interpretan en una clave simbólica y metafórica.
La diferencia sexual constituye, en la relación, la identidad personal ya sea
horizontal (diádica: hombre-mujer) o vertical (triádica: hombre-mujer-Dios),
tanto en el contexto de la relación interpersonal entre hombre y mujer (yo/tú)
que dentro de la relación familiar (tú/yo/nosotros).
27 La formación de la identidad se basa precisamente en la
alteridad: en la confrontación inmediata con el “tú” diferente de mí, reconozco
la esencia de mi “yo”. La diferencia es la condición de la cognición en general
y del conocimiento de la identidad. En la familia, la comparación con la madre
y el padre facilita al niño la elaboración de su propia identidad/ diferencia
sexual. Las teorías psicoanalíticas muestran el valor tripolar de la relación
padre/hijo, afirmando que la identidad sexual emerge completamente solo en la
comparación sinérgica de la diferenciación.
28 La complementariedad fisiológica, basada en la diferencia
sexual, asegura las condiciones necesarias para la procreación. En cambio, el
recurso a las tecnologías reproductivas puede consentir la generación a una
persona, pareja de una pareja del mismo sexo, con “fertilización in vitro”
y maternidad subrogada: pero el uso de tecnología no es equivalente a la
concepción natural, porque implica manipulación de embriones humanos,
fragmentación de la paternidad, instrumentalización y/o mercantilización del
cuerpo humano, así como reducción del ser humano a objeto de una tecnología
científica.
29 Por lo que concierne en particular al sector escolar, es propio en la
naturaleza de la educación la capacidad de construir las bases para un diálogo
pacífico y permitir un encuentro fructífero entre las personas y las ideas.
Además, la perspectiva de una extensión de la razón a la dimensión
trascendente parece no secundaria. El diálogo entre fe y razón « si no
quiere reducirse a un estéril ejercicio intelectual, debe partir de la actual
situación concreta del hombre, y desarrollar sobre ella una reflexión que
recoja su verdad ontológico-metafísica ». En esta dimensión se coloca la misión
evangelizadora de la Iglesia sobre el hombre y la mujer.
PROPONER
Antropología cristiana
30 La Iglesia, madre y maestra, no solo escucha, sino que, fortalecida
por su misión original, se abre a la razón y se pone al servicio de la
comunidad humana, ofreciendo sus propuestas. Es evidente que sin una aclaración
satisfactoria de la antropología sobre la cual se base el significado de la
sexualidad y la afectividad, no es posible estructurar correctamente un camino
educativo que sea coherente con la naturaleza del hombre como persona, con el
fin de orientarlo hacia la plena actuación de su identidad sexual en el
contexto de la vocación al don de sí mismo. Y el primer paso en esta aclaración
antropológica consiste en reconocer que « también el hombre posee una
naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo ». Este es
el núcleo de esa ecología del hombre que se mueve desde el « reconocimiento de
la dignidad peculiar del ser humano » y desde la necesaria relación de su vida
« con la ley moral escrita en su propia naturaleza».
31 La antropología cristiana tiene sus raíces en la narración de los
orígenes tal como aparece en el Libro del Génesis, donde está escrito que« Dios
creó al hombre a su imagen […], varón y mujer los creó» (Gen 1, 27). En
estas palabras, existe el núcleo no solo de la creación, sino también de la
relación vivificante entre el hombre y la mujer, que los pone en una unión
íntima con Dios. El sí mismo y el otro de sí mismo se completan de acuerdo con
sus específicas identidades y se encuentran en aquello que constituye una
dinámica de reciprocidad, sostenida y derivada del Creador.
32 Las palabras bíblicas revelan el sapiente diseño del Creador que « ha
asignado al hombre como tarea el cuerpo, su masculinidad y feminidad; y que en
la masculinidad y feminidad le ha asignado, en cierto sentido, como tarea su
humanidad, la dignidad de la persona, y también el signo transparente de la
“comunión” interpersonal, en la que el hombre se realiza a sí mismo a través
del auténtico don de sí ». Por lo tanto, la naturaleza humana, para
superar cualquier fisicismo o naturalismo, debe entenderse a la luz de la unidad
del alma y el cuerpo, « en la unidad de sus inclinaciones de orden espiritual y
biológico, así como de todas las demás características específicas, necesarias
para alcanzar su fin ».
33 En esta « totalidad unificada » se integran la dimensión vertical de
la comunión con Dios y la dimensión horizontal de la comunión interpersonal, a
la que son llamados el hombre y la mujer. La identidad personal madura
auténticamente en el momento en que está abierta a los demás, precisamente
porque « en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino, no
confluyen sólo factores biológicos o genéticos, sino múltiples elementos que
tienen que ver con el temperamento, la historia familiar, la cultura, las
experiencias vividas, la formación recibida, las influencias de amigos,
familiares y personas admiradas, y otras circunstancias concretas que exigen un
esfuerzo de adaptación ». De hecho, « para la persona humana es esencial el
hecho de que llega a ser ella misma sólo a partir del otro, el “yo” llega a ser
él mismo sólo a partir del “tú” y del “vosotros”; está creado para el diálogo,
para la comunión sincrónica y diacrónica. Y sólo el encuentro con el “tú” y con
el “nosotros” abre el “yo” a sí mismo ».
34 Es necesario reiterar la raíz metafísica de la diferencia sexual: de
hecho, hombre y mujer son las dos formas en que se expresa y se realiza la
realidad ontológica de la persona humana. Esta es la respuesta antropológica a
la negación de la dualidad masculina y femenina a partir de la cual se genera
la familia. El rechazo de esta dualidad no solo borra la visión de la creación,
sino que delinea una persona abstracta « que después elije para sí mismo,
autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y
mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se
integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer
como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad
preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido
el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es
propia ».
35 En esta perspectiva, educar a la sexualidad y a la afectividad
significa aprender « con perseverancia y coherencia lo que es el significado
del cuerpo » en toda la verdad original de la masculinidad y la feminidad;
significa « aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus
significados […]. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o
masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el
diferente […], y enriquecerse recíprocamente ». Por lo tanto, a la luz de
una ecología plenamente humana e integral, la mujer y el hombre reconocen
el significado de la sexualidad y la genitalidad en aquella intrínseca
intencionalidad relacional y comunicativa que atraviesa su corporeidad y los
envía mutuamente el uno hacia el otro.
La familia
36 La familia es el lugar natural en donde esta relación de reciprocidad
y comunión entre el hombre y la mujer encuentra su plena actuación. En ella, el
hombre y la mujer unidos en la elección libre y consciente del pacto de
amorconyugal, realizan « una totalidad en la que entran todos los elementos de
la persona: reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la
afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad». La familia es « una
realidad antropológica, y, en consecuencia, una realidad social, de cultura »
de lo contrario « calificarla con conceptos de naturaleza ideológica, que
tienen fuerza sólo en un momento de la historia y después decaen » significa
traicionar su valor. La familia, como sociedad natural en la que se realizan
plenamente la reciprocidad y la complementariedad entre el hombre y la mujer,
precede al mismo orden sociopolítico del Estado, cuya libre actividad
legislativa debe tenerlo en cuenta y darle el justo reconocimiento.
37 Es racionalmente comprensible que en la naturaleza misma de la
familia se fundan dos derechos fundamentales que siempre deben ser respaldados
y garantizados. El primero es el derecho de la familia a ser reconocida como el
principal espacio pedagógico primario para la formación del niño. Este« derecho
primario » después se traduce concretamente en la « obligación gravísima » de los
padres de hacerse responsables de la« educación íntegra personal y social
de los hijos », también en lo que respecta a su educación sobre la identidad
sexual y la afectividad, « en el marco de una educación para el amor, para la
donación mutua ». Es un derecho-deber educativo que « se califica como
esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como
original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad
de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e
inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o
usurpado por otros ».
38 Otro derecho no secundario es el del niño « a crecer en una familia,
con un padre y una madre capaces de crear un ambiente idóneo para su desarrollo
y su madurez afectiva. Seguir madurando en relación, en confrontación, con lo
que es la masculinidad y la feminidad de un padre y una madre, y así armando su
madurez afectiva ». Y es dentro del mismo núcleo familiar que el niño
puede ser educado para reconocer el valor y la belleza de la diferencia sexual,
de la igualdad, de la reciprocidad biológica, funcional, psicológica y social.
« Ante una cultura que “banaliza” en gran parte la sexualidad humana, […], el
servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea
verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de
toda la persona – cuerpo, sentimiento y espíritu – y manifiesta su significado
íntimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor ». Estos
derechos se acompañan naturalmente a todos los demás derechos fundamentales de
la persona, en particular a aquel de la libertad de pensamiento, conciencia y
religión. En estos espacios se pueden hacer nacer experiencias fructíferas de
colaboración entre todos los sujetos involucradas en la educación.
La escuela
39 A la acción educativa de la familia se une la de la escuela, que
interactúa de manera subsidiaria. Fortalecida por su fundación evangélica, « la
escuela católica se configura como escuela para la persona y de las
personas. “La persona de cada uno, en sus necesidades materiales y
espirituales, es el centro del magisterio de Jesús: por esto el fin de la
escuela católica es la promoción de la persona humana”. Tal afirmación,
poniendo en evidencia la relación del hombre con Cristo, recuerda que en su
persona se encuentra la plenitud de la verdad sobre el hombre. Por esto, la
escuela católica, empeñándose en promover al hombre integral, lo hace,
obedeciendo a la solicitud de la Iglesia, consciente de que todos los valores
humanos encuentran su plena realización y, también su unidad, en Cristo. Este
conocimiento manifiesta que la persona ocupa el centro en el proyecto educativo
de la escuela católica».
40 La escuela católica debe convertirse en una comunidad educativa en la
que la persona se exprese y crezca humanamente en un proceso de relación
dialógica, interactuando de manera constructiva, ejercitando la tolerancia,
comprendiendo los diferentes puntos de vista y creando confianza en un ambiente
de auténtica armonía. Se establece así la verdadera «comunidad educativa,
espacio agápico de las diferencias. La escuela-comunidad es lugar de
intercambio, promueve la participación, dialoga con la familia, que es la
primera comunidad a la que pertenecen los alumnos; todo ello respetando su
cultura y poniéndose en actitud profunda de escuchar respecto a las necesidades
que le salen al paso y a las expectativas de que es destinataria ». De esta
manera, las niñas y los niños son acompañados por una comunidad que « los
estimula a superar el individualismo y a descubrir, a la luz de la fe, que
están llamados a vivir, de una manera responsable, una vocación específica en
un contexto de solidaridad con los demás hombres. La trama misma de la humana
existencia los invita, en cuanto cristianos, a comprometerse en el servicio de
Dios en favor de los propios hermanos y a transformar el mundo para que venga a
ser una digna morada de los hombres ».
41 Asimismo los educadores cristianos que viven su vocación en las escuelas
no católicas dan testimonio de la verdad sobre la persona humana y están al
servicio de su promoción. De hecho, «la formación integral del hombre como
finalidad de la educación, incluye el desarrollo de todas las facultades
humanas del educando, su preparación para la vida profesional, la formación de
su sentido ético y social, su apertura a la trascendencia y su educación
religiosa ». El testimonio personal, unido con la profesionalidad,
contribuye al logro de estos objetivos.
42 La educación a la afectividad necesita un lenguaje adecuado
y moderado. En primer lugar, debe tener en cuenta que los niños y los jóvenes
aún no han alcanzado la plena madurez y empiezan a descubrir la vida con
interés. Por lo tanto, es necesario ayudar a los estudiantes a desarrollar «un
sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la pornografía
descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad ».
Ante un bombardeo de mensajes ambiguos y vagos – cuyo final es una
desorientación emocional y el impedimento de la madurez psico-relacional – «
ayudarles a reconocer y a buscar las influencias positivas, al mismo tiempo que
toman distancia de todo lo que desfigura su capacidad de amar ».
La sociedad
43 En el proceso educativo no puede faltar una visión unificada sobre la
sociedad actual. La transformación de las relaciones interpersonales y
sociales«ha ondeado con frecuencia la “bandera de la libertad”, pero en
realidad ha traído devastación espiritual y material a innumerables seres
humanos, especialmente a los más vulnerables. Es cada vez más evidente que la
decadencia de la cultura del matrimonio está asociada a un aumento de pobreza y
a una serie de numerosos otros problemas sociales que azotan de forma
desproporcionada a las mujeres, los niños y los ancianos. Y son siempre ellos
quienes sufren más en esta crisis ».
44 Por estas razones, no se puede dejar a la familia sola frente al
desafío educativo. Por su parte, la Iglesia continúa ofreciendo apoyo a las
familias y a los jóvenes en las comunidades abiertas y acogedoras. Las escuelas
y las comunidades locales, en particular, están llamadas a llevar a cabo una
gran misión, si bien no reemplacen a los padres, puesto que son complementarias
de ellos. La importante urgencia del desafío educativo puede hoy constituir un
fuerte estímulo para reconstruir la alianza educativa entre la familia, la
escuela y la sociedad.
45 Como ampliamente se reconoce, este pacto educativo ha entrado en
crisis. Es urgente promover una alianza sustancial y no burocrática, que
armonice, en el proyecto compartido de « una positiva y prudente educación
sexual », la responsabilidad primordial de los padres con la tarea de los
maestros. Se deben crear las condiciones para un encuentro constructivo entre
los distintos sujetos a fin de establecer un clima de transparencia,
interactuando y manteniéndose constantemente informados sobre las actividades para
facilitar la participación y evitar tensiones innecesarias que puedan surgir a
causa de malentendidos debido a la falta de claridad, información y
competencia.
46 En el marco de esta alianza, las acciones educativas deben ser
informadas del principio de subsidiariedad. « Porque cualquier otro
colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su
con- sentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo ». Procediendo
juntos, la familia, la escuela y la sociedad pueden articular caminos de
educación a la afectividad y la sexualidad dirigidos a respetar el cuerpo de
los demás y respetar los tiempos de su propia maduración sexual y emocional,
teniendo en cuenta las especificidades fisiológicas y psicológicas, así como
las fases de crecimiento y maduración neurocognitiva de niñas y niños para
acompañarlos en su crecimiento de manera saludable y responsable.
La formación de los formadores
47 Con gran responsabilidad, todos los formadores están llamados a la
realización real del proyecto pedagógico. Su personalidad madura, su
preparación y equilibrio psíquico influyen fuertemente sobre los educandos. Por
lo tanto, es importante tener en cuenta su formación, además de los aspectos
profesionales, también aquellos culturales y espirituales. La educación de
la persona, especialmente en la era evolutiva, requiere un cuidado particular y
una actualización constante. No se trata solamente de una simple repetición de
argumentos disciplinarios. Se espera que los educadores sepan «acompañar a los
alumnos hacia objetivos elevados y desafiantes, demostrar elevadas expectativas
hacia ellos, participar y relacionar a los estudiantes entre de ellos y con el
mundo ».
48 La responsabilidad de los dirigentes, el personal docente y el
personal escolástico es aquella de garantizar un servicio coherente con los
principios cristianos que constituyen la identidad del proyecto educativo, así
como interpretar los desafíos contemporáneos a través de un testimonio diario
de comprensión, objetividad y prudencia. De hecho, es comúnmente compartido que
« el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a
los que enseñan, […] o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio
». La autoridad del educador, por lo tanto, se configura como la confluencia
concreta « de una formación general, fundada en una concepción positiva y
constructiva de la vida, y en el esfuerzo constante por realizarla. Una tal
formación rebasa la necesaria preparación profesional y penetra los aspectos
más íntimos de la personalidad, incluso el religioso y espiritual».
49 La formación de formadores – cristianamente inspirada – tiene como
objetivo tanto la persona del solo maestro como la construcción y consolidación
de una comunidad educativa a través de un ventajoso intercambio
educativo, emocional y personal. De esta manera se genera una relación activa
entre los educadores donde el crecimiento personal integral enriquece aquella
profesional, viviendo la enseñanza como un servicio de humanización. Por lo
tanto, es necesario que los maestros católicos reciban una preparación adecuada
sobre el contenido de los diferentes aspectos de la cuestión del gender y
sean informados sobre las leyes vigentes y las propuestas que se están
discutiendo en sus propios países con la ayuda de personas calificadas de
manera equilibrada y en nombre del diálogo. Las instituciones universitarias y
los centros de investigación están llamados a ofrecer su contribución
específica para garantizar una capacitación adecuada y actualizada durante toda
su vida.
50 Con referencia a la tarea específica de la educación a el amor
humano– «teniendo en cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de
la didáctica» – se requiere a los formadores « una preparación psicopedagógica
adaptada y seria, que le permita captar situaciones particulares que requieren
una especial solicitud ». Por lo tanto, « se impone un conocimiento claro de la
situación, porque el método utilizado no sólo condiciona grandemente el
resultado de esta delicada educación, sino también la colaboración entre los
diversos responsables».
51 Hoy en día, muchas legislaciones reconocen la autonomía y la libertad
de enseñanza. En este contexto, las escuelas tienen la oportunidad de colaborar
con las instituciones católicas de educación superior para profundizar los
diversos aspectos de la educación sexual a fin de obtener subvenciones, guías
pedagógicas y manuales educativos establecidos en la « visión cristiana del
hombre ». En este sentido, tanto los pedagogos como los docentes, así como los
expertos en literatura infantil y juvenil pueden contribuir a ofrecer
herramientas innovadoras y creativas para consolidar la educación integral de
la persona desde la primera infancia frente a visiones parciales y
distorsionadas. A la luz de un pacto educativo renovado, la cooperación entre
todos los responsables – a nivel local, nacional e internacional – no puede
agotarse únicamente mediante el intercambio de ideas y el intercambio exitoso
de buenas prácticas, sino que se ofrece como un medio importante de formación
permanente de los propios educadores.
CONCLUSIÓN
52 En conclusión, el camino del diálogo – que escucha, razona
y propone– parece ser el camino más efectivo para una transformación positiva
de las inquietudes e incomprensiones en un recurso para el desarrollo de un
entorno relacional más abierto y humano. Por el contrario, el enfoque
ideológico a las delicadas cuestiones de género, al tiempo que declara respeto
por la diversidad, corre el riesgo de considerar las diferencias mismas de
forma estática, dejándolas aisladas e impermeables entre sí.
53 La propuesta educativa cristiana enriquece el diálogo por la
finalidad de « conseguir la realización del hombre a través del desarrollo de
todo su ser, espíritu encarnado, y de los dones de naturaleza y gracia de que
ha sido enriquecido por Dios ». Esto requiere un sentido y acogedor acerca-
miento hacia el otro comprendiéndose como un antídoto natural contra “la
cultura del descarte” y el aislamiento. De esta manera, se promueve « una
dignidad originaria de todo hombre y mujer irreprimibile, indisponible a
cualquier poder o ideología ».
54 Más allá de cualquier reduccionismo ideológico o relativismo
uniformador, las educadoras y educadores católicos – en su adecuación a la
identidad recibida de su inspiración evangélica – están llamados a
transformar positivamente los desafíos actuales en oportunidades, siguiendo los
senderos de la escucha, de la razón y la propuesta cristiana, así como a dar
testimonio, con las modalidades de la propia presencia, con coherencia entre
las palabras y la vida. Los formadores tienen la fascinante misión educativa de
« enseñar un camino en torno a las diversas expresiones del amor, al cuidado
mutuo, a la ternura respetuosa, a la comunicación rica de sentido. Porque todo
eso prepara un don de sí íntegro y generoso que se expresará, luego de un
compromiso público, en la entrega de los cuerpos. La unión sexual en el
matrimonio aparecerá así como signo de un compromiso totalizante, enriquecido
por todo el camino previo ».
55 Esta cultura de diálogo no contradice la legítima aspiración de las
escuelas católicas de mantener su propia visión de la sexualidad humana en
función de la libertad de las familias para poder basar la educación de sus
hijos en una antropología integral, capaz de armonizar todas las
dimensiones que constituyen su identidad física, psíquica y espiritual. Un
Estado democrático no puede, de hecho, reducir la propuesta educativa a un solo
pensamiento, especialmente en un asunto tan delicado que toca la visión
fundamental de la naturaleza humana y el derecho natural de los padres a tener
una opción de educación libre, siempre de acuerdo con la dignidad de la persona
humana. Por lo tanto, cada institución escolar debe estar equipada con
herramientas organizativas y programas didácticos que hagan que este derecho de
los padres sea real y concreto. De esta manera, la propuesta pedagógica
cristiana se concretiza en una respuesta sólida a las antropologías de la
fragmentación y de lo provisional.
56 Los centros educativos católicos que ofrecen programas de formación
afectiva y sexual deben tener en cuenta las diferentes edades de los alumnos, así
como dar ayuda en el pleno respeto a cada persona. Esto se puede lograr a
través de un camino de acompañamiento discreto y confidencial, con el
que también se acoge a quien se encuentran viviendo una situación compleja y
dolorosa. La escuela debe, por lo tanto, proponerse como un ambiente de
confianza, abierto y sereno, especialmente en aquellos casos que requieren
tiempo y discernimiento. Es importante crear las condiciones para una escucha
paciente y comprensiva, lejos de las discriminaciones
57 Consciente de la solicitud educativa y del trabajo diario que
realizan las personas empeñadas en la escuela y en los diversos contextos de la
actividad pedagógica formal e informal, la Congregación para la Educación
Católica alienta a continuar con la misión formativa de las nuevas
generaciones, especialmente de quien sufre la pobreza en sus diversas
expresiones y necesita del amor de los educadores y las educadoras, de modo que
« los jóvenes no solo sean amados, sino que también sepan que son amados» (San Juan
Bosco). Este Dicasterio también expresa gratitud agradecida y, con las palabras
de Papa Francisco, alienta a « los maestros cristianos, que trabajan tanto en
escuelas católicas como públicas, […] a estimular en los alumnos la apertura al
otro como rostro, como persona, como hermano y hermana por conocer y respetar,
con su historia, con sus méritos y defectos, riquezas y límites. La apuesta es
la de cooperar en la formación de chicos abiertos e interesados en la realidad
que los rodea, capaces de tener atención y ternura ».
Ciudad del Vaticano, 2 de febrero de 2019, Fiesta de la Presentación del
Señor.
Giuseppe Card. Versaldi
Prefecto
Arciv. Angelo Vincenzo Zani
Secretario
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