1. La verdadera inocencia
La verdadera inocencia
es la que no daña a sí ni a otro. Pues quien ama la iniquidad, odia su alma. Y
ninguno peca contra sí mismo, antes de pecar contra otro.
2.
El amor a los hombres
Debemos amar a los
hombres, de modo que no amemos sus errores: porque una cosa es amar que hayan
sido hechos, y otra odiar lo que hacen.
3.
La eternidad verdadera
La verdadera eternidad
y la inmutabilidad verdadera sólo se dan en la deidad de la Trinidad, porque su
ser es un ser perpetuo; porque su naturaleza no tiene principio, y no necesita
de aumento; y como no tiene ningún final, tampoco tiene mutabilidad alguna. Mas
las criaturas a las que Dios concedió la eternidad, o se la ha de conceder, no
carecen totalmente de fin, porque no están exentas de mutación, pues tienen fin
y constitución temporal, y moción local, así como la mutación implicada en su
aumento.
4.
La paciencia de Dios
La paciencia divina
hace que Dios perdone cuando es despreciado y cuando es negado; quiere más la
vida del pecador que su muerte; le enseña la plenitud y le ofrece la
corrección; ninguna de sus obras carece de misericordia, cuando amonesta al
hombre con la indulgencia o con el azote.
5.
El castigo divino
La bondad divina se
aíra sobre todo en este mundo, para no airarse en el futuro; y
misericordiosamente usa la severidad temporal, para no inferir justamente el
castigo eterno.
6.
La verdadera alabanza de Dios
Es verdadera la
confesión del que bendice, cuando coinciden el sonido de la boca y el del
corazón, Hablar bien, y vivir mal equivale a condenarse uno con su propia voz.
7.
La virtud de la caridad
El amor de Dios y del
prójimo es la virtud propia y especial de los piadosos y santos, mientras que
las demás virtudes pueden ser comunes a los buenos y a los malos.
8.
La doctrina apostólica
La doctrina apostólica
es saludable y vital cuando no excluya a nadie, adaptándose a la capacidad de
los oyentes; de modo que sean pequeños o grandes, débiles o fuertes, encuentren
en ella alimento con que saciarse.
9.
La búsqueda de Dios
Quien busca a Dios,
busca el gozo. Búsquelo, pues, no para gozarse en sí mismo, sino para gozarse
en Dios.
Porque acercándose a
Dios queda iluminada la ignorancia sobre El, y se robustece su debilidad,
concediéndosele inteligencia para ver y la caridad para que se enfervorice.
10.
El hastío espiritual
Como es nocivo para el
cuerpo no poder tomar el alimento corporal, así es peligroso para el alma
sentir hastío por los deleites espirituales.
11.
El fin de los buenos y el de los malos
Nunca san muchos los
que buscan el no ser. ¿Por qué nada hay más escaso que lo debido a la
perdición?
12.
La serenidad del castigo divino
Dios no desea el
castigo de los reos, como deseando saciarse con él; sino que determina lo justo
con tranquilidad, y lo dispone Con recta voluntad, de modo que los mismos malos
no queden trastornados.
13.
El buen entendimiento
Tiene buen
entendimiento quien hace lo que entiende rectamente que debe hacer. Por lo
demás, la inteligencia sin obras es como la sabiduría sin temor, según está
escrito: el principio de la sabiduría es el temor del Señor.
14.
El descanso de quien vive todavía en este mundo
También tiene su
descanso en esta vida el alma que está libre de la muerte de la infidelidad; la
cual no se abstiene de las obras de la justicia, sino de las obras de la
iniquidad; de modo que viviendo para Dios y muerta al mundo, descanse en la
plácida tranquilidad de la humildad y de la mansedumbre.
15.
Los votos hechos a Dios
Quien piensa bien lo
que promete a Dios y los votos que debe hacerle, se dé y se entregue en voto a
sí mismo. Se devuelva al César la imagen del César, y a Dios la imagen de Dios.
Y así como debes tener en cuenta lo que ofreces, y a quien lo ofreces, así
también debes tener presente dónde lo ofreces, porque fuera de la Iglesia
Católica no hay lugar para el verdadero sacrificio.
16.
La justicia y la gracia
La justicia tiene dos
premios: uno cuando se devuelven bienes por bienes, y otro cuando se devuelven
males por males. El tercero es el premio de la gracia, cuando mediante la
regeneración se perdonan los males y se premian los bienes. Y así se muestra
que todos los caminos del Señor son misericordia y verdad. Pero Dios desconoce
la retribución de los impíos, consistente en devolver males por bienes; y si
Dios no devolviera bienes por los males, no habría nadie a quien devolver
bienes por los bienes.
17.
Los ciudadanos de la patria celestial
Es peregrino en este
mundo todo el que pertenece a la ciudad celestial; mientras vive esta vida
temporal, vive en una patria extraña; en ésta son pocos los que conocen y aman
a Dios en medio de muchas cosas atractivas y engañosas; para esos pocos los
mandatos del Señor son luminosos y alumbran los ojos, de modo que no yerran ni
en el amor de Dios ni en el del prójimo.
18.
La victoria sobre la concupiscencia de la carne
Nadie hay que no tenga
su alma oprimida por el cuerpo corruptible y por esta morada terrena. Pero
debemos esforzarnos por superar los deseos de la carne con el vigor del
espíritu; y el hombre interior que siente siempre la resistencia del mal,
siempre ha de esperar ser ayudado por el auxilio divino.
19.
La senda estrecha lleva a la vida
Es estrecho el camino
que lleva a la vida, aunque por ella sólo se pueda correr con el corazón
dilatado. Porque el camino de las virtudes, seguido por los pobres de Cristo,
es amplio para la esperanza de los fieles, aunque resulte estrecho para la
vanidad de los infieles.
20.
El premio de la religión cristiana
Debemos honrar a Dios
con tal afecto y amor, que él mismo sea el premio de su culto. Pues quien honra
a Dios para merecer alguna cosa distinta de él, no honra a Dios, sino lo que
desea conseguir.
21.
No debemos juzgar las cosas ocultas
Es pecado juzgar las
cosas ocultas del corazón ajeno; y es injusto reprender, basándose en
sospechas, a quien sólo muestre obras buenas; pues sólo Dios, que todo lo ve
como es, puede juzgar lo que está oculto al hombre.
22.
El auxilio de Dios
Es un don divino el
que pensemos cosas buenas y el que apartemos nuestros pies de la falsedad y de
la injusticia. Porque siempre que obramos el bien, Dios actúa en nosotros y con
nosotros para que obremos.
23.
Los sufrimientos de los santos
Por justo juicio de
Dios se da muchas veces poder a los pecadores para perseguir a los santos, a
fin de que se hagan más ilustres sufriendo trabajos los que son auxiliados por
el Espíritu de Dios.
24.
La ciencia del bien
La ciencia del bien
sólo es posible, cuando el conocimiento se ordena a la acción. Porque no medita
útilmente la ley de Dios quien se esfuerza en conservar en la memoria lo que no
cumple de hecho.
25.
El amor a la ley
Quien ama la ley de
Dios muestra que, en los hombres inicuos, no odia a los hombres, sino lo que es
contrario a la ley divina.
26.
El examen de los mandamientos divinos
Sólo con la mente
tranquila se pueden escrutar los mandamientos de Dios. Así pues, para ejercer
el estudio religioso se debe evitar las disputas de los malignos.
27.
El provecho espiritual
Nadie hay tan erudito
ni nadie tan docto que no necesite la ilustración divina. Porque el aumento de
los bienes divinos nunca basta, de modo que siempre tiene el alma racional algo
que desear y algo que hacer.
28.
Dos clases de obras divinas
Si consideramos a
todos los hombres conjuntamente, sabremos que unos se salvan por la
misericordia, y otros son condenados por la verdad, y veremos que los caminos
del Señor, es decir, la misericordia y la verdad, tienen un fin distinto. Pero
si consideramos solamente a los santos, no se distinguen entre sí esos dos
caminos del Señor; porque la verdad se identifica con la misericordia, y ésta
con aquélla, ya que la felicidad de los santos es a la vez función de la gracia
divina y premio de la divina justicia.
29.
La observancia de la paz
Pertenece a la
perfección cristiana el ser pacíficos incluso con los enemigos de la paz,
mediante el consentimiento de la iniquidad; de modo que si esos enemigos no
hacen caso ni al ejemplo ni a las exhortaciones de la caridad, no tengan
verdaderos motivos para poder odiarnos.
30.
La protección divina
El Señor nos guarda de
todo mal, no para que estemos libres de toda adversidad, sino para que el alma
no sea quebrantada por las adversidades. Porque cuando se presenta una
tentación entramos de algún modo en lo que nos ataca, y la tentación termina
con buen fin, o sin herida del alma, y así pasa desde lo hondo de la aflicción
temporal al descanso eterno del cielo.
31.
El auxilio de Dios
A la sociedad de la
Jerusalén celestial sólo ascienden los que confiesan con sincero corazón que
esa ascensión no se debe a las propias obras, sino que es un don de Dios.
32.
El odio del mundo contra los cristianos
Todos los que quieran
vivir piadosamente en Cristo deberán sufrir oprobios de parte de los impíos y
de los desemejantes; serán despreciados como necios y locos, que abandonan los
bienes presentes, y se prometen los invisibles y futuros. Pero este desprecio y
estas burlas se volverán contra los impíos, cuando su abundancia se transforme
en pobreza, y su soberbia en confusión.
33.
La paciencia de los fieles
Toda la salvación de
los fieles y toda la fortaleza de su paciencia ha de atribuirse a quien es
admirable en sus santos. Porque si Dios no estuviera presente en ellos, la
fragilidad humana les haría sucumbir al furor de los impíos.
34.
El obsequio debido a otros
De tal modo se deben
portar los pueblos con los príncipes, y los siervos con sus señores, que
ejercitando la tolerancia en las cosas temporales esperen los bienes eternos.
Porque es mayor el mérito de la virtud, cuando no excluye el propósito de la
religión.
35.
La tolerancia de los avatares mundanos
Los rectos de corazón
no se lamentan de los preceptos y de las disposiciones de Dios, porque es justo
que aceptemos con ecuanimidad todo lo que nuestro juez quiere que toleremos.
36.
La edificación de la casa de Dios
Todos los edificios
santos progresan con el auxilio de Dios, y se conservan con su custodia. Es
útil el cuidado de los jefes cuando el Espíritu de Dios preside a su pueblo, y
no sólo se digna guardar a la grey, sino también a los mismos pastores.
37.
Los gozos eternos
Los gozos de la ciudad
eterna son también eternos, y la perpetua infinidad de sus días ni variará ni
terminará, porque disfrutarán de una paz inmutable, en la cual serán bienes de
todos los que son también bienes de cada uno.
38.
La ley de la caridad
La ley de Cristo
consiste en la perfección de la caridad, mediante la cual amamos a Dios y al
prójimo, y por la cual nos dirigimos al dador de la ley diciendo: perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 2. Pues con
razón espera las promesas de Dios quien cumple sus mandamientos, y no en vano
confía en que se le perdonen sus pecados quien perdona los ajenos.
39.
Las órdenes de Dios
Dios no manda lo que
le conviene a Él, sino lo que conviene, al que recibe sus órdenes. Por eso es
el verdadero Señor, pues no necesita de siervos, y los siervos sí necesitan de
Él.
40.
La ciencia temporal
Lo que es nuevo en el
tiempo, no es nuevo ante Dios, quien creó los tiempos, y quien sin tiempo tiene
todas las cosas, a las que distribuye en diversos tiempos según la variedad de
las mismas.
41.
La providencia divina
La razón inmutable
contiene la disposición de los seres mutables; y en ella están simultáneamente
sin tiempo todas las cosas que son hechas no simultáneamente en los tiempos, ya
que éstos no fluyen a la vez.
42.
La impunidad de los pecadores
Nada hay más infeliz
que la felicidad de los pecadores, con la que se alimenta una impunidad digna
de castigo, y la mala voluntad se robustece como un peligroso enemigo interior.
43.
La letra de la ley
Da muerte la letra de
la ley, que nos dice que no debemos pecar, cuando falta el espíritu
vivificador; pues más bien nos hace conocer el pecado, que evitarlo; y así lo
hace aumentar, más que disminuir, porque se añade la prevaricación de la ley a
la concupiscencia pecaminosa.
44.
La ley y la gracia
Se dio la ley para que
fuera buscada la gracia; se dio la gracia para que se cumpliera la ley. Esta no
era cumplida a causa del vicio de la prudencia carnal, y no por culpa suya;
vicio que había de ser manifestado por la ley, y curado por la gracia.
45.
Las promesas de Dios
Dios promete lo que El
mismo hace. Pues no promete El, y otro lo hace; lo cual no sería prometer, sino
predecir. Por eso el efecto no depende de las obras, sino del que llama; no de
aquéllas, sino de Dios; porque si el premio se imputara, no según la gracia,
sino según el débito, la gracia dejaría de ser gracia.
46.
Las culpas de los fieles, y los bienes de los infieles
Al justo no le impide
llegar a la vida eterna el hecho de que tenga algunos pecados veniales, de los
que no se puede librar en esta vida terrena; análogamente nada aprovechan al
impío para llegar a la vida eterna algunas buenas obras, que con gran
dificultad pueden faltar en la vida de cualquier hombre pésimo.
47.
Los efectos de la mala voluntad
Cuando la mala
voluntad recibe poder para hacer lo que desea, eso proviene del juicio de Dios,
en el que no hay iniquidad alguna. Porque también castiga de este modo, de modo
oculto, pero no injusto. Por lo demás, el injusto ignora ser castigado, a no
ser cuando siente a su pesar y con manifiesto suplicio, cuán grande es el mal
que voluntariamente perpetró.
48.
La soberbia
Todos los demás vicios
se nutren de malas obras; pero la soberbia ataca también a las obras buenas y
en ellas ha de ser evitada.
49.
El uso desigual de la fortuna
Importa mucho el uso
que hacemos tanto de las cosas que llamamos prósperas, como de las cosas que
denominamos adversas. Porque el hombre bueno ni se engríe con los bienes
temporales, ni se derrumba con los males; en cambio, el hombre malo es herido
por la infelicidad, porque es corrompido por la próspera fortuna.
50.
La muerte de los santos
No se da muerte mala,
cuando fue precedida por una vida buena. Pues sólo hace mala a la muerte lo que
sigue a la muerte. Así pues, no debemos preocuparnos mucho de lo que sucede
para morirnos a los que necesariamente hemos de morir, pero sí debe de
preocuparnos a dónde hemos de ir después de la muerte.
51.
La pureza no se pierde involuntariamente
No se pierde la
santidad del cuerpo, si se conserva la santidad del alma, aunque el cuerpo
resulte oprimido; pero se pierde la santidad del cuerpo, cuando es violada la
pureza del alma, aun cuando el cuerpo quede intacto.
52.
La fortaleza de la tolerancia
Muestra mayor ánimo
quien elige llevar una vida trabajosa antes que huir de ella, así como desdeñar
el juicio humano, especialmente el del vulgo, que anda comúnmente envuelto en
sombra de error, en comparación de la luz y de la pureza de la conciencia.
53.
La humildad de los justos
Cualesquiera males que
los malos señores infligen a los justos, no son pena de la culpa, sino prueba
de la virtud; por lo tanto, el bueno, aunque sirva, es libre, y el malo, aunque
reine, es siervo, y no de un solo hombre, sino -lo que es más grave - de tantos
señores cuantos son sus vicios.
54.
La oblación de los votos
Nadie puede ofrendar a
Dios algo bueno, sin recibir del mismo Dios lo que ofrenda.
55.
La esencia de la deidad
Toda sustancia que no
es Dios, es creatura, y la que no es creatura, es Dios. Así pues, no hay
ninguna diferencia en la deidad de la Trinidad, porque lo que no está en Dios,
no es Dios.
56.
Cómo nos quiere Dios
Dios nos ama como
seremos con el don del mismo Dios, y no como somos por nuestros propios
méritos.
57.
La acción temporal de Dios
El orden de los
tiempos se contiene intemporalmente en la sabiduría divina, y nada hay nuevo en
aquel que hizo todo lo que se hará.
58.
La causa primera de todas las cosas
La voluntad divina es
la primera y suprema causa de todas las mociones corporales y espirituales.
Pues nada se hace visible y sensiblemente, que no sea ordenado y permitido en
el tribunal invisible e inteligible del Sumo emperador, según la justicia
inefable de los premios o los castigos, de las gracias y de las retribuciones,
en la amplísima e inmensa república de todas las criaturas.
59.
La soberbia del diablo y la humildad de Cristo
El diablo soberbio
llevó al hombre ensoberbecido a la muerte; Cristo humilde devolvió a la vida al
hombre obediente; porque como aquél ensalzado cayó e hizo caer al que
consentía, así éste humillado resucitó y levantó al creyente.
60.
El crecimiento espiritual
En las cosas
espirituales, cuando el inferior se adhiere a un ser superior, como la criatura
al Creador, aquél se hace mayor que era antes, no éste; y el ser mayor consiste
en ser mejor, porque la criatura al adherirse al Creador no aumenta en
cantidad, sino que se hace mayor en virtud.
61.
La excelencia inefable de la deidad
La supereminencia de
la deidad no sólo excede el poder de nuestro lenguaje usual, sino también el
poder de la inteligencia. Pues Dios es más verdadero en sí mismo que en nuestro
pensamiento. Y no es pequeña parte de nuestro conocimiento, si podemos saber lo
que no es, antes de que podamos saber lo que es.
62.
La verdadera felicidad
Todos los
bienaventurados tienen lo que quieren, aunque no todos los poseedores de lo que
quieren sean, por eso mismo, bienaventurados. Pero son, sin más, miserables
quienes no tienen lo que quieren, o tienen lo que no aman rectamente. Por eso,
está más cercana a la felicidad la voluntad recta, aunque no posea lo deseado,
que la voluntad mala aunque haya conseguido lo deseado.
63.
En qué consiste el estar con Dios
Es gran miseria del
hombre no estar con aquel sin el cual no podría existir. Y si está con Él,
ciertamente no está sin Él. Si no le recuerda, ni le conoce, ni le ama, no está
con Él.
64.
La encarnación del Verbo Divino
La divinidad del
Verbo, que es igual al Padre, se hizo partícipe de nuestra mortalidad; no por
su causa, sino por la nuestra, para que nosotros participemos de su divinidad,
no por causa nuestra, sino por su causa.
65.
Qué odio debemos tener a los malos
El odio perfecto es el
que no carece ni de justicia ni de ciencia, de modo que no odiemos a los
hombres por razón de los vicios, ni amemos los vicios por causa de los hombres.
En los malos odiamos rectamente la maldad, y amamos la creatura, de manera que
no debemos condenar la naturaleza por causa del vicio, ni amar el vicio por
razón de la naturaleza.
66.
El esfuerzo de los que fingen mentiras
El inventar mentiras
es una tarea difícil y laboriosa. Decir la verdad no implica ningún trabajo;
pues los buenos son más tranquilos que los malos, y son más absolutas las
palabras de los veraces que las explicaciones de los falaces.
67.
Las Sagradas Escrituras
Buenas son las
profundidades de los misterios contenidos en las Sagradas Escrituras, que
aparecen cubiertos, para que no resulten viles, y que se buscan para
ejercitarnos, y se manifiestan para servirnos de alimento espiritual.
68.
La oración del Señor
Cuando nuestro Señor
Jesucristo rezaba derramando sudor de sangre, quería significar que las
pasiones de los mártires emanarían de su cuerpo total, que es la Iglesia.
69.
La recepción de los sacramentos
El indigno recibe el
sacramento de la piedad para su propio juicio o condenación. Pues lo que es
bueno no puede hacer bien a quien lo recibe mal.
70.
Las alabanzas de Dios
Quien alaba a Dios por
sus maravillosos beneficios, le alaba también por sus terribles castigos. Pues
se muestra blando y se muestra amenazador. Si no se mostrara blando, no podría
exhortarnos al bien; si no amenazara, no sería posible la corrección.
71.
El adelanto de la conversión
No debemos diferir,
con retrasos, los remedios de la conversión a Dios, y el tiempo de la
corrección no debe perderse con la tardanza. Pues quien prometió perdón al
penitente, no promete indulgencia a quien no se arrepiente con la excusa de que
lo hará más tarde.
72.
La humildad en la oración
Justo es, e invoca
bien al Señor, quien se acusa a sí mismo, y no a Dios, en los males que padece,
y en el bien que hace alaba a Dios, y no se alaba a sí mismo. Porque Dios
rechaza al que defiende sus pecados, y acoge al que los confiesa.
73.
La admiración de las criaturas
Es admirable la
fábrica del mundo; pero todavía más admirable es su fabricante. Se comporta mal
con las criaturas el que se aparta del Creador; si se adhiere al superior,
pisoteará las cosas inferiores, para que no se le convierta en castigo lo que
amó en contra del orden de la naturaleza.
74.
El alma desordenada
El alma racional que
antepone las cosas inferiores a las superiores no puede regir lo que regía,
porque no quiso ser regida por quien era regida.
75.
La pena del pecado
El cuerpo de nuestra
carne nos sirvió de adorno; pecamos, y así recibimos las cadenas, de modo que
todo el curso de las acciones humanas es obstaculizado por las ataduras de la
mortalidad.
76.
El modo de salmodiar
Salmodia rectamente
alabando a Dios aquel cuyas obras concuerdan con sus palabras. Porque terminado
el canto, la voz calla; pero la vida, que permanece en los actos buenos, nunca
calla la gloria de quien desea que obre en ella.
77.
El temor
Con razón evitamos
todas las cosas que tememos. Pero Dios ha de ser temido de tal manera, que
huyendo de él nos refugiemos en Él.
78.
La recta solicitud
Como la seguridad
desordenada empuja al peligro, así la solicitud ordenada es causa de seguridad.
79.
La virginidad
La virginidad de la
carne consiste en la integridad del cuerpo, y la virginidad del alma en la fe
incorrupta.
80.
El modo de poseer
Nos daremos cuenta de
que tenemos muchas cosas superfluas en nuestro poder, si sólo conservamos lo
necesario. Pues nada es suficiente para quienes buscan las cosas vanas, y de
algún modo retiene los bienes ajenos quien posee inútilmente lo que beneficiaría
a los pobres.
81.
Los pensamientos
Como nuestros oídos
escuchan nuestras voces, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos.
Es imposible que los pensamientos buenos sean causa de malas acciones, porque
se expresa en la acción lo que se concibe en el corazón.
82.
El cántico nuevo
Como el cántico
antiguo del hombre viejo se refiere a las cosas temporales, así el cántico
nuevo del hombre nuevo se refiere a las eternas; porque cada uno canta según
vive. Y el cántico nuevo es el himno de la fe que obra mediante la caridad.
83.
La verdadera humildad
La verdadera humildad
de los fieles consiste en no ensoberbecerse nunca, y en no murmurar nada; en no
ser ingrato, ni quejumbroso; consiste en dar gracias a Dios en todos los
juicios divinos, alabando a Dios, porque todas las obras divinas son justas, o
benignas.
84.
La desesperación
Muy miserable es quien
no espera en Dios, y se promete a sí mismo sucesos afortunados, cuando por el
mero hecho de no buscar el auxilio de Dios ha perdido ya toda esperanza de
verdadera salvación.
85.
Las riquezas
Están en gran escasez
los que son ricos en iniquidad, y carecen de los tesoros de la sabiduría y de
las riquezas de la justicia; mas los que sirven a Dios adquieren los bienes que
nunca pueden perecer.
86.
La verdadera bondad
No basta con
abstenerse del mal; es menester obrar el bien; es poco no dañar a nadie, si no
procuras ser provechoso a muchos.
87.
La impunidad del mal
Cuando uno peca, no
debemos creer que no es visto por Dios, si se demora el castigo del que obra
mal; por el contrario, se decreta contra él una pena más grave, cuando se le
niega la misma corrección.
88.
El bien de la humildad
A las alturas de Dios
sólo se llega mediante la humildad, y a esas alturas se acerca el hombre
sometiéndose, y de ellas se aleja ensalzándose.
89.
La sepultura
Como nada aprovechan
las exequias suntuosas a los pecadores ricos, así tampoco dañan a los santos
pobres las sepulturas humildes o nulas.
90.
El gozo recto
Quien pone su gozo en
Cristo, nunca puede carecer de delectación. Pues es eterna la exultación de
quien se alegra del bien eterno.
91.
La unión del hombre con Dios
Dios está en todas
partes, y nos acercamos o nos alejamos respecto de Él, no con los lugares, sino
con las acciones; porque, como separa la desemejanza, así une la imitación.
92.
El buen combate
Es propio de la
fragilidad humana sentir el deleite del pecado en la carne mortal; pero el
discípulo y el amigo de las virtudes debe declarar la guerra a esa
concupiscencia sin hacer la paz con ella.
93.
La esperanza de los fieles
No te asuste, oh
cristiano, la tardanza de las cosas que crees; aunque la promesa esté
escondida, la oración debe perseverar en la esperanza. Ejercítate en las buenas
obras, progresa en las virtudes. Cuando se prueba la constancia de la fe, crece
la gloria de la retribución.
94.
El tiempo de los malos
Todo el tiempo de los
malos es pequeño, porque nada más exiguo que lo que tiende a la no-existencia.
95.
El aumento de la caridad
Crece siempre el poder
de la caridad, al hacerse mayor con el uso, y más rica con la generosidad.
96.
El ocaso de los malos
Es necesario que
perezca la impiedad de los malos, ya sea por su propio juicio, ya por decreto
de Dios. Pues ninguna iniquidad permanece, sino que termina o con la corrección
o con la condenación.
97.
La unión con Dios
Quien se adhiere a
Dios, cumpliendo siempre su voluntad, nunca es abandonado por quien habita en
él; si padece algunas cosas duras y adversas, no es abandonado, sino que es
probado.
98.
La justicia
Toda la razón de ser
de la justicia consiste en evitar el mal y hacer el bien; esta forma de
conducta ha de conservarse en medio de todas las adversidades, porque lo único
que nunca se pierde es lo que se gasta en obras de piedad.
99.
La tolerancia
Toleremos los males
presentes, hasta que venga la felicidad prometida. Soporten los fieles a los
infieles, y sea demorada la erradicación de la cizaña nacida con el trigo.
Cuanto más crueles se muestren los impíos, tanto más mejorará en ese tiempo la
causa de los justos, pues cuanto sean éstos más atacados, tanto más
gloriosamente serán después coronados.
100.
El clamor dirigido hacia Dios
El clamor dirigido
hacia Dios es la intención del corazón y la fragancia de la caridad: porque
siempre se pide lo que siempre se desea. Lo cual no está oculto para Dios,
porque a Él retorna lo que de Él salió.
101.
La confesión del pecado
La confesión del
pecado es buena, cuando sigue la curación. Porque ¿para qué sirve descubrir la
llaga, si no se añade la medicina?
102.
La perfección
En esta vida, que es
una continua tentación, no se da (ni siquiera en los más santos) una perfección
que no sea capaz de mayor progreso.
103.
Los trabajos de la vida presente
Durante el curso de
esta vida, en la que el hombre exterior se corrompe y el interior se renueva,
aunque haya mucho progreso, es necesario que, estando sujetos a la condición
mortal, toleremos los trabajos de la vetustez.
104.
El hombre, imagen de Dios, sujeto a la vanidad
El hombre es imagen de
Dios, y el que camina por las vías de la justicia tiende a asemejarse a su
Creador; sin embargo, mientras vive en este mundo, está sujeto a los ataques de
la vanidad.
105.
La enseñanza divina
La primera gracia del
don divino consiste en instruirnos para que confesemos nuestra humildad, y para
darnos a conocer que si hacemos algo bueno, sólo podemos hacerlo con el auxilio
divino, sin el cual nada podemos.
106.
La vida de los infieles es totalmente pecaminosa
Toda la vida de los
infieles es pecado, y nada hay bueno sin el sumo Bien. Porque donde se
desconoce la verdad eterna e inmutable, sólo se dan virtudes falsas, incluso en
las mejores costumbres.
107.
El fundamento espiritual
Como el fundamento de
los edificios corporales está en lo más bajo, así el fundamento del edificio
espiritual está en lo más alto. La edificación terrena empieza en la tierra, y
la construcción espiritual se desarrolla desde lo más elevado.
108.
Dios no recuerda ni olvida
Decimos que Dios
recuerda algo cuando lo hace, y que lo olvida cuando no lo hace. Pero en Dios
no puede darse olvido, porque es de tal modo inmutable que ni el recuerdo se
pierde porque no puede olvidarse de nada.
109.
Quiénes ven los milagros de Dios
Ven los milagros de
Dios aquellos a quienes aprovechan. Pues no se ve lo que no se entiende, o
aquello de donde no se saca algún provecho.
110.
La unión de la misericordia y de la verdad
La verdad no debe
excluir la misericordia, ni ésta debe impedir aquélla. Si movido por la
misericordia, juzgas contra la verdad, y si la verdad rígida te hace olvidar la
misericordia, no caminarás por la vía del Señor, en la que se armonizan o
encuentran la misericordia y la verdad.
111.
La tentación y la imitación de Cristo
Las tentaciones de
Cristo deben de ser enseñanzas para el cristiano. Los discípulos deben ser
imitadores del maestro; no haciendo milagros, que nadie se lo exige, sino
ejercitando la humildad y la paciencia, a las que el Señor nos invitó con su
ejemplo.
112.
La codicia y la caridad
Como la codicia es la
raíz de todos los males, así la caridad es la raíz de todos los bienes.
113.
El gozo del cristiano
La verdadera causa
para el recto gozo cristiano no es este mundo, sino el venidero; de tal modo
hemos de usar de los bienes temporales, que no obstaculicen los eternos; de
modo que en el camino por el que peregrinamos nos agrade lo que lleva a la
patria.
114.
El sábado
Celebra mal el sábado
quien no hace en él obras buenas. Pero la abstención del mal debe ser perpetua,
porque la buena conciencia no hace al hombre inquieto, sino sereno.
115.
Se debe obrar el bien con gozo
Cuando haces el bien,
obras con alegría. Porque si haces algún bien con tristeza, no lo harás tú,
aunque proceda de ti.
116.
Debemos huir, no de los hombres, sino de su iniquidad
Si los buenos no
imitan las costumbres de los malos, habrá una gran diferencia incluso entre
quienes habitan juntos. Debemos, pues, huir de la iniquidad de los hombres, no
de los hombres, que pueden corregirse con el ejemplo de los mejores.
117.
Los pecados se deben evitar por amor a la justicia, no por el temor del castigo
También Dios aprueba
la inocencia, en la cual el hombre se hace inocente, no por miedo al castigo,
sino por amor a la justicia. Porque quien no peca por temor, aunque no dañe al
que quiere dañar, se daña mucho a sí mismo; y absteniéndose de obrar mal, peca
únicamente con la voluntad.
118.
El fariseo y el publicano
Mejor es la confesión
humilde en las malas acciones, que gloriarse soberbiamente en las acciones
buenas.
119.
La maldad del inicuo aprovecha a los buenos
La malicia del malo
sirve de azote al bueno, y el siervo ayuda a enmendarse al hijo.
120.
La iniquidad del mundo
Como la noche no apaga
la luz de las estrellas, así la iniquidad mundana no oscurece las mentes de los
fieles que están fijadas en el firmamento de las Sagradas Escrituras.
121.
El poder del hombre
El hombre abunda en
poder para pecar; mas para obrar el bien no se basta a sí mismo, si no es
justificado por el único justo.
122.
Las costumbres contrarias
Los buenos tienen el
gran trabajo de tolerar las costumbres contrarias; con las cuales quien no se
siente ofendido, progresa poco. Porque al justo le atormenta la iniquidad
ajena, tanto cuanto él mismo se aparta de su iniquidad.
123.
Cómo nos acercamos a Dios, y cómo nos alejamos de Él
A Dios no nos
acercamos, ni de Dios nos alejamos con intervalos de lugar; sino que la
semejanza nos acerca a Él, y la desemejanza nos aleja de Él. Y es una gran
desgracia estar lejos de ese bien que está en todas partes.
124.
La verdadera libertad
El servir a Dios
siempre es libre, pues no se le sirve con necesidad, sino con caridad.
125.
La tolerancia
Quien no quiere
tolerar a ningún hombre, porque piensa que progresa mucho por el hecho de no
tolerar a otros, muestra más bien que no progresa.
126.
El artífice supremo
Todo el bien que poseemos,
lo hemos recibido de nuestro artífice. Pero por lo que hay en nosotros, hecho
por nosotros, seremos condenados; por lo que hay en nosotros, hecho por Dios,
seremos coronados.
127.
El Verbo de Dios
El Verbo de Dios, por
el que fueron hechas todas las cosas, predispuso el tiempo en que había de
encarnarse, pero no cedió al tiempo, para volverse carne. Pues el hombre se
acercó a Dios, sin que Dios se apartase de sí mismo.
128.
La fe y el entendimiento
La fe abre el camino
al entendimiento, mientras que la infidelidad se lo cierra.
129.
El hombre vencido
El hombre fue vencido
primeramente por un vicio, y ese vicio es lo último que el hombre vence. Porque
después de superar todos los pecados, permanece el peligro de que, consciente
de esto, la mente se gloríe en sí misma, más que en Dios.
130.
El cumplimiento de los deseos
El fin de todos los
cuidados es el cumplimiento de los deseos porque todos tienden y se esfuerzan
en conseguir aquello que les deleita. Así pues, es propio del sabio apetecer lo
que nos hace buenos, y no amar lo que nos engaña.
131.
Dos dones de la gracia
La medicina tiene dos
funciones: sanar la enfermedad, y conservar la salud. Análogamente, dos son los
dones de la gracia: eliminar la concupiscencia de la carne, y conservar la
virtud del alma.
132.
El fin del trabajo
No podrá terminarse el
trabajo del hombre, si no ama el bien del que no puede ser privado.
133.
La herida de la iniquidad
Es imposible que la
iniquidad hiera al hombre justo contra el que va dirigida, antes de herir el corazón
injusto de donde procede.
134.
Los milagros
El milagro visible
invita a la iluminación, y el invisible ilumina al hombre que responde a la
invitación. Así pues, canta todas las maravillas de Dios el que creyendo a las
cosas visibles pasa a entender las invisibles.
135.
La huida del diablo
Les va mejor a quienes
huyen de las persecuciones del diablo que a quienes siguen sus huellas; porque
es mejor tenerle como enemigo, que como jefe.
136.
Los malos deseos
Todos los malos deseos
son como puertas del infierno, por las que se va a la muerte; y a ésta queda
sometido quien se alegra de disfrutar de lo conseguido, que inicuamente había
deseado.
137.
La adulación
Las lenguas de los
aduladores encadenan las almas con los pecados; pues se deleitan en hacer cosas
en las que no sólo se teme al que reprende, sino que incluso se alaba al
oyente.
138.
La mala conciencia
El alma tiene una mala
conciencia cuando al pensar que no sufre ningún castigo, cree que Dios no
juzga; cuando abusar de la paciencia de Dios y no comprender la benignidad del
perdón, constituye una grave condenación.
139.
La naturaleza es anterior al vicio
En la criatura, que no
peca por propia voluntad, la naturaleza es anterior al vicio; el cual es tan
contradictorio a la naturaleza, que no puede menos de dañar a ésta. Así pues,
no sería vicioso apartarse de Dios, si no conviniera estar con Dios a la
naturaleza de la que es ese vicio.
140.
Los ángeles y los hombres
Dios no habría creado
ni ángeles ni hombres, de los que preconociese su mal futuro, si no hubiera
conocido a la vez los buenos usos que obtendría con ellos; y así embellecería
el orden de los siglos, como un bellísimo poema, con esas antítesis.
141.
La condición de la criatura
Era conveniente la
intimación de tres cuestiones dignas de saberse sobre la criatura; quién la
hizo, por qué medio, y por qué. Y por eso se escribió: Dijo Dios:
Hágase la luz, y la luz fue hecha; y vio Dios que la luz era buena. Si
preguntamos quién la hizo, se responde: Dios. Si por qué medio:
dijo: hágase, y fue hecha. Si por qué: porque era buena.
No hay autor más excelente que Dios, ni arte más eficaz que su Verbo, ni motivo
mejor que la creación de algo bueno por la bondad de Dios.
142.
El amor bueno y el malo
Hay un amor con el que
se ama lo que no debe amarse, y este amor lo odia en sí mismo el que ama
aquello con que se ama lo que debe amarse. Los dos pueden coexistir en un mismo
sujeto. Y el bien del hombre radicará en esto: en que aumentando aquel por el
que vivimos bien, disminuya este por el que vivimos mal, hasta que obtengamos
una salud perfecta, y se cambie en bien toda nuestra vida.
143.
El bien de la criatura
Sólo Dios es el bien
que hace feliz a la criatura racional o intelectual; bien que no le viene por
sí misma, ya que fue creada de la nada; sino por aquel por quien fue creada.
Logrado ese bien, es feliz, y perdido, es desgraciada.
144.
El vicio de la naturaleza
El vicio no puede
darse en el bien supremo, ni en algo que sea bien. Luego los bienes pueden
existir solos en alguna parte; pero los males nunca pueden existir en sí solos.
Porque es cierto que las naturalezas corrompidas desde el principio de una mala
voluntad son malas, en cuanto viciosas, pero son buenas en cuanto naturalezas.
145.
Qué debemos creer
No permite la fe creer
que Dios sea afectado de una manera cuando no obra, y de otra cuando obra;
porque de Él no debe decirse que sea afectado, en el sentido de que en su
naturaleza se produzca algo que antes no había existido. En efecto, ser
afectado es padecer, y padecer es ser mutable. No nos imaginemos, pues, en Dios
vacaciones perezosas, o trabajos laboriosos; porque descansando sabe obrar, y
obrando sabe descansar; y lo que antes o después hay en las obras, debe
referirse no al hacedor, sino a las cosas hechas. Pues su voluntad eterna es
inmutable; no varía con consejos alternantes, sino que en ella está
simultáneamente todo lo que precedió o siguió en las cosas que habían de ser
creadas u ordenadas.
146.
Sólo Dios es creador
A nadie es lícito
creer o decir que hay otro creador de algún ser, por mínimo que sea, fuera de
Dios. Porque, aunque los ángeles, por mandato o permisión divina, concurran al
desarrollo de los seres del mundo, los llamamos creadores de los animales, sin
mayor extensión que lo son los agricultores de las mieses o de los árboles.
147.
La primera cualidad de la muerte
Acerca de la primera
muerte del cuerpo, podemos decir que es buena para los buenos, y mala para los
malos; pero la segunda, como no es para los buenos, está fuera de duda que no
es buena para nadie.
148.
La muerte de los justos
La muerte, incluida la
de los justos, es pena del pecado; pero se dice que es buena para los justos
porque usan bien de ella, pues implica para ellos el fin de los males
temporales y el paso a la vida eterna. Porque como la injusticia usa mal tanto
de los males como de los bienes, así la justicia hace buen uso no sólo de los
bienes, sino también de los males.
149.
Los mártires no bautizados
Cuantos mueren por
confesar a Cristo, sin haber recibido aún el baño de la regeneración, tienen
una muerte que produce en ellos tantos efectos, en cuanto a la remisión de los
pecados, cuantos produciría el baño en la fuente sagrada del bautismo.
150.
Todo pecado es mentira
Cuando el hombre vive
según el hombre, y no según Dios, es semejante al diablo. Porque ni el ángel
debe vivir según el ángel, sino según Dios, para mantenerse en la verdad y
hablar la verdad, que viene de Dios; no la mentira, que nace de sí mismo. De
donde se sigue que no se dice en vano que todo pecado es mentira, porque el
pecado sólo se comete por la voluntad, que es contraria a la verdad, es decir,
a Dios.
151.
La diversidad de los afectos humanos
La diversidad de los
afectos humanos proviene de la diversidad de la voluntad; si ésta es mala, se
muestra inquietada por costumbres perversas; pero si es recta, los afectos del
hombre no sólo no serán culpables, sino que incluso serán laudables.
152.
La verdadera libertad
El albedrío de la
voluntad es verdaderamente libre cuando no sirve al vicio ni al pecado. En esa
condición fue creado por Dios, y una vez perdido, sólo puede ser devuelto por
quien pudo darlo. Por lo cual dice la Verdad: si el Hijo os da la
libertad, entonces seréis verdaderamente libres .
153.
Nuestro corazón debe estar en Dios
Conviene tener el
corazón elevado, no hacia sí mismo, lo que pertenece a la soberbia, sino hacia
Dios, lo que es propio de la obediencia. Con todo, cuanto más apetece, es
menor, y mientras más ama ser autosuficiente, pierde a aquel que verdaderamente
le basta.
154.
La vida bienaventurada
Si no se ama la vida
feliz, no se la posee. Por tanto, si se ama y se posee, necesariamente se ama
más que todas las demás cosas; porque cuanto se ama, debe amarse por ella. Pero
sólo puede ser feliz quien la ama como es digna de ser amada, y por eso ha de
amarla como eterna, y esa vida será verdaderamente feliz, cuando no tendrá
ningún término.
155.
Sólo Dios es bueno
No todos los malos
progresan hasta hacerse buenos; pero nadie puede hacerse bueno sin antes haber
sido malo.
156.
Los ciudadanos de la ciudad terrestre
Los ciudadanos de la
ciudad terrestre son vasos de ira, producidos por la naturaleza viciada por el
pecado. Mas los ciudadanos de la patria celestial son vasos de misericordia, y
los produce la gracia que libra la naturaleza del pecado.
157.
La ira de Dios
La ira de Dios no
implica alguna perturbación en Él, sino que es el juicio con el que Dios decreta
la pena del pecado. Su pensamiento y su reflexión es la razón inmutable de las
cosas mudables. Porque Dios no se arrepiente, como el hombre; puesto que tiene
sobre todos los seres Un sentir tan estable, como cierta es su presciencia.
158.
Los perseguidores de la Iglesia
Los enemigos de la
Iglesia, ya sean cegados por El error, ya sean reprobados por la malicia, si la
persiguen corporalmente ejercitan su paciencia, y si la combaten con sus
doctrinas contrarias, ejercitan su sabiduría; pero siempre para amar a sus
enemigos, los fieles ejercitan su benevolencia, porque Dios hace que todo
coopere al bien de quienes le aman.
159.
El fin del bien y del mal
El fin del bien no es
consumirse para no existir, sino perfeccionarse para ser pleno. Y el fin del
mal no está en donde termina, sino en donde llega con su daño. Por lo cual uno
es el bien sumo, y el otro el sumo mal. El primero es el bien por el que deben
ser apetecidos todos los demás bienes, y él por sí mismo; el segundo es el mal
por el que deben ser evitados todos los demás males, y él por el Sumo Bien.
160.
La naturaleza
Hay una naturaleza en
la que no existe ningún mal, o en la que ningún mal puede darse. Pero no puede
haber una naturaleza en la que no se dé ningún bien.
161.
La ecuanimidad
La ecuanimidad es
mejor que la salud corporal, y el injusto tiene más razón para dolerse en el
suplicio, que para alegrarse en el delito.
162.
El precepto de la caridad
Según el precepto de
la caridad, el hombre debe amar tres cosas: a Dios, a sí mismo, y al prójimo.
No yerra en el amor de sí mismo quien ama a Dios, y por eso cada cual debe
llevar al prójimo a amar a Dios, a quien se le manda amar como a sí mismo.
163.
La concordia y la obediencia
La paz doméstica
consiste en la concordia de los que cohabitan, tanto superiores como súbditos.
Mandan los que cuidan, como el varón a la mujer, los padres a los hijos, los
amos a los criados. Y obedecen quienes son objeto de cuidado, como las mujeres
a los maridos, los hijos a los padres, los criados a los amos. Pero en la casa
del justo que vive de la fe y peregrina aún lejos de la ciudad celestial sirven
también los que mandan a aquellos que parecen dominar; porque no mandan por el
deseo de dominar, sino por el deber de cuidar, y no por orgullo de reinar, sino
por la bondad de ayudar.
164.
La condición de la esclavitud
El nombre y la
condición de la esclavitud viene de la culpa, no de la naturaleza. Y el pecado
fue la primera causa de este sometimiento, porque, como dice San Juan, todo el
que comete pecado se hace esclavo del pecado . Por eso es preferible la
situación del que sirve a un hombre, que la situación del que sirve a sus pasiones.
165.
Los prelados
Los verdaderos padres
de familia miran a todos sus súbditos como a hijos en lo referente al culto y a
la honra de Dios, y desean llegar a la casa celestial, donde no será necesario
mandar a los hombres; y hasta llegar allí, deben tolerar más los señores porque
mandan, que los siervos porque sirven.
166.
El régimen del pueblo
El lugar superior, sin
el cual el pueblo no puede ser gobernado, aunque debe ser ocupado y
administrado convenientemente, es indecoroso desearlo. Por eso el amor a la
verdad busca el ocio santo, y la necesidad de la caridad carga con el negocio
justo.
167.
La vida del alma
Así como no procede
del cuerpo, sino que es superior al cuerpo, lo que hace vivir al cuerpo, así no
procede del alma, sino que está sobre el alma, lo que la hace vivir felizmente;
porque como el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida feliz del
hombre.
168.
El perdón
Nuestra justicia,
aunque verdadera por referencia al bien supremo, es tal en esta vida, que más
bien consiste en la remisión de los pecados, que en la perfección de las
virtudes.
169.
La paz plena
Mientras se resiste a
los vicios, no se da la paz completa; porque tanto los vicios que resisten son
vencidos en peligrosa pelea; como los que están vencidos no aseguran todavía la
victoria, sino que exigen aún ser reprimidos solícitamente.
170.
La primera y la segunda muerte
La muerte primera
expulsa del cuerpo al alma, contra la voluntad de ésta; la muerte segunda la
retiene en el cuerpo, aun contra la voluntad de ella. Una y otra muerte tienen
de común que el cuerpo hace sufrir al alma lo que ésta no quiere.
171.
Las causas desconocidas
Aunque desconozcamos
las causas de las obras divinas, conocemos algo, cuando sabemos que el
Omnipotente no obra sin razón, cuando la mente humana enferma no puede dar
razón de los hechos.
172.
La negligencia
Vanamente confía
obtener el hombre para sí, después del cuerpo, lo que viviendo en el cuerpo no
adquirió por su negligencia. Nadie hace algún bien involuntariamente, aunque
sea bueno lo que hace; porque nada aprovecha el espíritu del temor, cuando
falta el espíritu de la caridad.
173.
La sociedad humana
Como en la jerarquía
de la sociedad humana el poder mayor ha de ser obedecido antes que el menor,
así se ha de obedecer a Dios antes que a todos los demás poderes.
174.
El amor a Dios
Bienaventurados
quienes aman a Dios, y al amigo en Dios, y al enemigo lo ama por Dios. Pues el
único que no pierde ningún ser querido es aquel para quien todos son queridos
en Dios, quien nunca es perdido por quien no le abandona.
175.
Los seres incorruptibles
Es claro que son
buenos los seres que se corrompen; pero si fueran sumos bienes, no podrían
corromperse, porque si fueran bienes supremos serían incorruptibles; y si no
tuvieran en sí ningún bien, nada habría en ellos que pudiera corromperse.
176.
La inmutabilidad divina
Dios inmutablemente
bueno hizo todas las criaturas buenas; y todas las naturalezas, sin excepción,
fueron creadas por El; de donde se sigue que el mal no tiene ninguna sustancia;
porque lo que no tiene a Dios como autor, no existe; y así el vicio de la
corrupción no es más que un deseo o un acto de la voluntad desordenada.
177.
La justicia es odiosa para los malvados
Como el alimento es
molesto para el paladar enfermo, y suave para el sano, y como la luz es odiosa
para los ojos enfermos y amable para los puros, así desagrada a los malvados la
justicia de Dios, y si aquéllos se sometieran a éste no se sentirían turbados.
178.
La enfermedad del alma
El alma racional está
enferma cuando, deleitándose en los bienes inferiores, en parte desea, y en
parte no desea los bienes superiores; y así se escinde en dos voluntades, y
cuando se da una de ellas, no se da totalmente, y lo que tiene una, le falta a
la otra.
179.
El hombre religioso
Al hombre benigno no
le debe bastar con no excitar ni aumentar la enemistad de otros hablando mal;
debe además esforzarse en extinguir esa enemistad hablando bien.
180.
La verdad odiosa
La vida feliz consiste
en el gozo de la verdad, que es el mismo Dios. Mas para muchos es odiosa la
verdad, y no quieren oírsela a quien la enseña; y quieren que sus mentiras
aparezcan como verdad ante los que rehúsan ser engañados. Los cuales justamente
son castigados, pues ellos no están ocultos a la verdad, y la verdad se les
oculta a ellos.
181.
La paciencia viril
Nadie ama lo que
tolera, aunque ame el acto de tolerar. Porque una cosa es la paciencia viril, y
otra la felicidad segura; y no se dan al mismo tiempo el esfuerzo de la lucha y
la felicidad de la victoria.
182.
La carestía abundante
Muchas veces es
abundosa la carestía de la inteligencia humana en el hablar, porque habla más
la búsqueda que el encuentro, y es mayor la petición que la impetración.
183.
La eternidad
La verdadera eternidad
conviene a Dios, pues sólo Él es inmortal totalmente, porque no está sujeto a
ninguna especie ni a ningún movimiento, ni tiene una voluntad temporal. Pues no
se puede llamar voluntad inmortal la que varía o cambia de Una en otra.
184.
Los pecadores no deben hacernos desesperar
No debemos perder
nuestra esperanza respecto de los malos, sino que debemos rogar con más ahínco
por ellos para que se conviertan, porque el número de los santos siempre fue
engrosado por el número de los pecadores convertidos.
185.
Cómo debemos buscar la paz
El que pide a Dios la
paz, sea él mismo pacato, para que lo que dice oralmente no se oponga a lo
oculto en su corazón, pues nada aprovecha tener lo verdadero en el corazón, si
se expresa lo falso con la voz, porque la verdad debe ser creída, y debe ser
también dicha.
186.
No debe quejarse quien es justamente castigado
No se queje el hombre
cuando sufre algunas adversidades en las cosas que justamente tiene; porque al
sentir amargura en los bienes inferiores, aprenderá a amar los superiores, a
fin de que caminando hacia la patria, no ame el establo como si fuera su
verdadera casa.
187.
El pecador debe estar disgustado consigo mismo
Corre acertadamente
hacia la remisión de los pecados el que se siente disgustado consigo mismo.
Pues quien se acusa a sí mismo, se excusa ante el justo y misericordioso.
188.
La petición de auxilio
En la tranquilidad de
la paz debemos comprender bien la doctrina de la sabiduría; que es mal conocida
entre los torbellinos de las tribulaciones; y los auxilios no buscados en el
tiempo de paz difícilmente se encuentran en el tiempo de la adversidad.
189.
El altar de Dios
Al altar de Dios, al
que se acerca el injusto, llega el hombre que se acerca al mismo actualmente
justificado. Porque allí encontrará su vida quien aquí reconoció su causa.
190.
La ley Cristo
Es el fin
de la ley, y en él 1a ley no se termina, sino que se cumple. Porque en Cristo
está toda perfección, y no puede extenderse más allá de Ella esperanza de la fe
y de la caridad.
191.
La mala conciencia
No hay pena más grave
que la de la mala conciencia; pues en ésta, al faltar Dios, no puede darse
consuelo. Por eso debe invocarse al libertador, para que la confesión lleve al
perdón, al que la tribulación preparó para la confesión.
192.
El enfermo
¿Hay acaso una falta
más grave para el enfermo que la impericia del médico? Pero, cuando en el
bautismo se perdona el pecado, ¿acaso queda algo sin perdonar?
193.
Debemos rumiar la palabra de Dios
El oyente de la
palabra divina debe ser semejante a los animales rumiantes que se llaman
«puros» precisamente porque rumian. De modo que no debe tener pereza en meditar
en las cosas que recibió en el interior de su corazón; y al escuchar debe ser
semejante al animal que come, y cuando vuelve a pasar por la memoria las cosas
oídas, debe parecerse al animal rumiante.
194.
El alma racional
El alma racional es
dueña de su cuerpo; y no imperará bien a las cosas inferiores si no sirve con
la total sujeción de la caridad a Dios que es superior a ella.
195.
La misericordia de Dios
Así como la tierra
aguarda recibir del cielo la lluvia y la luz, así el hombre debe aguardar de
Dios la misericordia y la verdad.
196.
Los hijos buenos de la Iglesia
Los hijos buenos de la
Iglesia deben alegrarse de que la justicia divina no se engañe al reconocerlos.
Pero no deben hacer divisiones temerarias entre los congregados, porque a ellos
pertenece el reunir, pero a Dios el separar.
197.
El amor terrenal
Es dueño de las cosas
que tiene el que no está encadenado por ninguna codicia. Pues quien está atado
por el amor de los bienes terrenos, no los posee, sino que es poseído por
ellos.
198.
La herencia de Cristo
La herencia, en la que
somos coherederos de Cristo, no disminuye can la multitud de los hijos, ni
mengua con la abundancia de coherederos; sino que es la misma para muchos y
para pocos, y la misma para cada uno que para todos.
199.
La felicidad
Nunca debe
considerarse segura la felicidad; porque las cosas favorables son más
peligrosas para el alma, que las adversas para el cuerpo; porque primeramente
nos corrompen las prósperas, para que las adversas encuentren materia para
romper.
200.
El remedio de la penitencia
La primera salvación
consiste en evitar el pecado, y la segunda en no desesperar del perdón. Porque
se destruye a sí mismo para siempre quien no acude al juez misericordioso
buscando los remedios de la penitencia.
201.
Los bienes ocultos de los santos
Los buenos pasan
desapercibidos, porque su bondad está oculta, y no son visibles ni corporales
los bienes que aman, tanto sus méritos como sus premios están escondidos.
202.
Los enemigos de los buenos
El único enemigo de
los buenos es el malo, cuya existencia se permite para que él mismo se corrija,
o para que por él sean probados los buenos. Así pues, se debe rogar por los
enemigos, para obtener su conversión, o para que se dé en nosotros la imitación
de la bondad divina.
203.
La fuerza de la fe cristiana
El vigor de la fe
cristiana se inicia en tres tiempos: por la tarde, por la mañana, y al
mediodía. Por la tarde con la crucifixión del Señor, por la mañana con su
resurrección, a mediodía con su ascensión. Lo primero pertenece a la paciencia
del crucificado, lo segundo a la vida del resucitado, lo tercero a la gloria de
la majestad de quien se sienta a la diestra del Padre.
204.
La purificación de los elegidos
Los hombres son
probados por las tribulaciones, para que los vasos de elección sean liberados
de la maldad, y llenados de gracia.
205.
Los bienes que nadie pierde involuntariamente
El hombre puede perder
involuntariamente los bienes temporales; pero los bienes eternos sólo los puede
perder queriendo.
206.
El fin de los fieles
El fin de los fieles
es Cristo, y cuando ha llegado hasta el fin del que corre, ya no tiene nada más
que encontrar, pero sí tiene en qué permanecer.
207.
La tristeza
La tristeza del que
padece injusticias es preferible a la alegría del que obra la iniquidad.
208.
Los pecados pasados
Debemos evitar el
recordar con algún deleite los pecados pasados, para que no volvamos a la
cautividad de Egipto, al introducirse ocultamente en nosotros la
concupiscencia.
209.
La verdad
Conviene ser vencido
por la verdad. Supera la verdad al que así lo quiere para su corrección, pues
la misma vencerá al que no quiere ser superado.
210.
La impunidad de los pecados
Ni los pecados leves,
ni los graves, pueden quedar impunes; porque serán castigados por la penitencia
del hombre o por el juicio de Dios. Cesa la venganza divina, cuando se adelanta
a ella la conversión humana. Porque Dios se complace en perdonar a quienes
confiesan sus pecados, y en no juzgar a quienes se juzgan a sí mismos.
211.
La misericordia divina
Ningún miserable es
librado de su miseria si no es por la misericordia de Dios que se adelanta a
librarle.
212.
Los remedios de las tribulaciones
El que suplica a Dios
fielmente por las necesidades de esta vida, unas veces es escuchado
misericordiosamente, y otras veces no es oído misericordiosamente. Pues sabe el
médico mejor que el enfermo lo que a éste le conviene. Pero si uno pide lo que
Dios manda y promete, se cumplirá totalmente lo pedido, porque la caridad
recibe lo que prepara la verdad.
213.
El progreso de los buenos
El progreso de los
buenos no se da sin tentación; ninguno se conoce a sí mismo sin el examen de la
prueba; sólo será coronado el vencedor, y sólo vencerá el que luche. ¿Y cómo
puede uno luchar, si no tiene algún enemigo y si no tiene que resistir a la
tentación?
214.
El cumplimiento de las profecías
Es necio quien no cree
en los presagios de los profetas en cuanto a las pocas cosas todavía no
cumplidas, al ver tantísimos hechos cumplidos, que no habían sucedido cuando
fueron preanunciados como futuros.
215.
Los ídolos
Los que adoran a los
ídolos, son como los que ven cosas vanas en los sueños. Si su alma estuviera
vigilante, entendería por quién fue creada, y no adoraría lo que ella misma
hizo.
216.
Los cuerpos humanos
Todos nuestros
cuerpos, ya sean desgarrados, o se pudran, o sean quemados, convirtiéndose en
pavesas, no pueden perecer ante Dios. Porque retornan a los mismos elementos
terrenos, de donde fueron tomados por la mano que sostiene todas las cosas.
217.
La buena sed
Los que tienen sed de
Dios, deben tener sed con toda su sustancia, es decir, Con el alma y Con el
cuerpo; porque también Dios da su pan al alma, que es la palabra de la verdad,
y también concede lo necesario al cuerpo; porque el mismo hace estas dos cosas
que hizo antes aquellas dos partes del hombre.
218.
La meditación de los fieles
Quien en el ocio y en
la quietud no piensa en Dios, ¿cómo podrá pensar en El entre los muchos actos y
los negocios laboriosos? Así pues, cuando tenga tiempo libre, medite el hombre
fiel en Dios, y busque la esencia del obrar bien, para que no falle al obrar.
219.
La inocencia fingida
La inocencia fingida
no es verdadera inocencia, como tampoco es verdadera justicia la justicia
simulada; lo que sucede es que se duplica el pecado, al unirse en él la
iniquidad y la simulación.
220.
La luz de la justicia y de la verdad
El alma que se aparta
de la luz de la justicia, cuanto más va tras las cosas contrarias a la
justicia, tanto más se siente rechazada por la luz de la verdad, y tanto más se
hunde en las tinieblas.
221.
Las dos ciudades
En todo el mundo hay
dos amores que edifican dos ciudades: el amor a Dios edifica la ciudad de
Jerusalén, y el amor al mundo la de Babilonia. Cada uno se pregunte a sí mismo
qué es 10 que ama, y descubrirá a qué ciudad pertenece.
222.
El mandamiento del Señor
Todos los mandamientos
de Dios son ligeros para el que ama, y así precisamente deben entenderse las
palabras mi carga es ligera 6, en cuanto que
se nos da el Espíritu Santo, que difunde la caridad en nuestros corazones, a
fin de que amando hagamos libremente lo que hacen servilmente los que temen;
porque no es amigo de lo justo quien preferiría, si fuera posible, que no se
mandara lo que es justo.
223.
La caridad
La plenitud de la ley
consiste en la caridad; porque la ley se cumple con la caridad, y no can el
temor; yen tanto cumplimos los mandatos de la justicia, en cuanto que nos ayuda
el espíritu de la gracia.
224.
Las obras buenas
Sólo son obras buenas
las que se cumplen mediante la fe y la caridad, porque separadas la una de la
otra, no producen ningún fruto de virtud.
225.
La caída de Adán
Adán abandonó el
estado en que Dios le formó; pero su cambio fue a lo peor, por causa de su
iniquidad; los fieles también cambian, abandonando las obras de la iniquidad,
pero su cambio es a lo mejor, mediante la gracia de Dios. Así pues, aquélla fue
la mutación del primer prevaricador, y ésta es la mutación de la diestra del
Excelso.
226.
Las delicias temporales
En esta vida San
dulces las delicias temporales, y las tribulaciones temporales son amargas;
pero ¿quién no beberá el cáliz de la tribulación, si teme el fuego del
infierno?, y ¿quién no despreciará las dulzuras del mundo si ansía los bienes
de la vida eterna?
227.
La Trinidad
En la Trinidad es tan
grande la unidad de la sustancia, que implica la igualdad y excluye la
pluralidad.
228.
El mal carece de naturaleza
Todo fue hecho por el
Verbo, y sin Él nada fue hecho. Así pues, como todas las naturalezas fueron
hechas por el Verbo de Dios, la iniquidad no fue hecha por Él; porque la
iniquidad no es una sustancia, y el pecado no es una naturaleza, sino un defecto
de la naturaleza, o sea, un defecto del sujeto que desea lo que no es de su
orden.
229.
La iniquidad del diablo
Al diablo, vencido por
su iniquidad, le fue quitado lo ajeno que había arrebatado, no lo propio por él
poseído. Porque Cristo, quitándole lo que había desaparecido de su gran morada,
no cometió hurto, sino que lo reparó.
230.
Lo hondo de la iniquidad
Lo hondo de la
iniquidad cubre totalmente al hombre, cuando además de yacer inmerso en los
pecados, quiere también excusarlos, perdiendo así el acceso a la confesión.
231.
El auxilio de Dios
Dios también se
muestra misericordioso cuando permite, o hace que suframos alguna tribulación;
porque excitando la fe, y retardando el auxilio, no niega la ayuda, sino que
aumenta el deseo.
232.
Los cristianos
Los cristianos ricos,
si son auténticos cristianos, son totalmente pobres, y consideran como arena
todas sus riquezas en comparación con los bienes celestiales que esperan;
porque cada uno tiene sus riquezas donde tiene su deleite.
233.
La fe de Abraham
La fe de Abraham es la
semilla de Abraham. Por lo tanto, quien pertenece a la semejanza de la
credulidad, pertenece también a la promesa de los herederos.
234.
La perseverancia en el bien
Ningún fiel, por mucho
que haya progresado, debe decir: esto me basta. Pues quien habla así, se
estanca, y parándose en el camino antes del fin, no perseverará hasta el fin.
235.
La huida de Dios
En Dios no hay ningún
lugar, y no se puede huir de él sin acudir a él. Quien desee evitar a Dios
ofendido, recurra a Dios aplacado.
236.
La vida del cuerpo y la vida del alma
Hay dos vidas: Una del
cuerpo y otra del alma. Como el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida
del alma; como muere el cuerpo si es abandonado por el alma, así muere el alma
si Dios la abandona.
237.
El hombre y Dios
A quien el hombre debe
el ser, al mismo debe el ser bueno.
238.
La obediencia
Dios mostró perfecta y
evidentemente qué gran bien es la obediencia, cuando prohibió una cosa que no
era mala al hombre establecido en el paraíso; de modo que sólo la obediencia
podía llevarse el premio, y sólo la desobediencia podía merecer el castigo.
239.
La instrucción de los buenos
A veces Dios instruye
a los buenos por medio de los malos, y ejercita la disciplina de los que se van
a salvar mediante el poder temporal de los que se van a condenar.
240.
La confesión
Ante la misericordia
divina tiene mucho valor la confesión del penitente, pues con la confesión el
pecador vuelve propicio a quien con la negación no hace desconocedor de su
pecado.
241.
La ciencia
La virtud de los
humildes consiste en no gloriarse de la ciencia; porque como es común a todos
la participación de la luz, así lo es también la participación de la verdad.
242.
Cómo se rigen los cuerpos
No carece de poder
regio quien sabe dominar su cuerpo de modo racional. Verdaderamente es señor de
la tierra quien rige su carne con las leyes de la disciplina.
243.
La pena y la justicia
En cuanto a las obras
realizadas externamente, no obra contra el mandato el que teme el castigo, ni
el que ama la justicia. Ambos son iguales en cuanto a las manos, pero distintos
en cuanto al corazón; son semejantes en cuanto a la acción, pero diversos en
cuanto a la voluntad.
244.
Amor y veneración
El hombre venera lo
que ama. Y como Dios es mayor y superior a todos los seres, síguese que debe
ser más amado, y consiguientemente, más venerado que todas las demás cosas.
245.
El corazón
Respecto de Dios, el
corazón es recto cuando Dios es deseado y buscado por sí mismo.
246.
La benevolencia
Pertenece a la
benevolencia, y no a la malicia, el que los justos se alegren de la venganza
contra los impíos; porque no se alegran del daño de los malos, cuya corrección
desean, sino de la justicia divina, con la que saben que muchos pueden
convertirse.
247.
La simulación
No vence el mal con el
bien quien es bueno en la superficie y malo en lo hondo de su ser; pues es
parco en el obrar, furioso en el corazón, manso en cuanto a las manos, y cruel
en cuanto a la voluntad.
248.
El amor y el temor
El amor y el temor de
Dios llevan a toda clase de obras buenas, mientras que el amor y el temor del
mundo llevan a toda clase de pecados. Así pues, para obrar bien y evitar el
pecado debemos distinguir bien qué es lo que debemos amar y qué es lo que
debemos temer.
249.
La felicidad
Ninguna infelicidad
quebranta a quien ninguna felicidad corrompe.
250.
El hombre rico y el hombre pobre
Es verdadero pobre
ante Dios el rico que desprecia en sí mismo las cosas con que suele hincharse
la soberbia.
251.
Los grados de la piedad
Los afectos de la
piedad constituyen los escalones por los que ascendemos a Dios. Tu camino es tu
voluntad; amando te acercas y descuidando te alejas; aunque establecido en la
tierra te unes a Dios, porque amas las cosas queridas por Dios.
252.
Las peticiones contrarias a Dios
Dios se muestra
airado, dando, cuando accede a las malas peticiones y misericordioso, no dando,
cuando las rechaza.
253.
La mentira
Es absurdo decir que
el hombre no miente para no ser cogido en falsedad, cuando miente para engañar.
254.
Más sobre la mentira
Aunque todos los que
mienten quieren ocultar la verdad, no mienten todos los que quieren ocultar la
verdad. Pues con frecuencia escondemos la verdad, no engañando, sino callando.
Porque es claro que no mintió Jesús cuando dijo: Tengo que deciros
otras muchas cosas, pero no las podéis comprender ahora .
255.
El libre albedrío
En el primer hombre se
manifestó lo que el libre albedrío humano podía valer para la muerte; en el
segundo hombre lo que el auxilio divino podía valer para la vida. Pues el
primer hombre era solamente hombre, mientras que el segundo era Dios y hombre.
El pecado se efectuó con el abandono de Dios, y la justicia no se realiza sin
Dios.
256.
La ley y el pecado
Si falta el espíritu
vivificador, mata la letra de la ley que enseña que no debemos pecar. Pues más
que hacernos evitar el pecado, nos lo da a conocer, y así lo hace aumentar, más
que disminuir; porque de ese modo se añade la prevaricación de la ley a los
malos deseos.
257.
Los mandamientos de Dios y el temor
Los mandamientos de
Dios, si se cumplen por temor al castigo, y no por amor a la justicia, se
cumplen servilmente, y por eso ni siquiera se cumplen propiamente hablando.
Porque no es bueno el fruto que no nace de la raíz de la caridad.
258.
La ley de Dios
La ley de Dios es
conforme a la naturaleza, porque los hombres cuando cumplen con la ley, obran
naturalmente, superando los defectos que ni siquiera había quitado la ayuda de
la ley. Así pues, cuando la ley de Dios se escribe en los corazones mediante la
gracia de Dios, se cumplen naturalmente los preceptos de la ley: no porque la
naturaleza se haya anticipado a la gracia, sino porque la gracia ha reparado la
naturaleza.
259.
Sólo debemos gloriarnos en Dios
Nadie debe gloriarse
de lo que parece tener, como si no lo hubiera recibido; y no piense que lo ha
recibido por la letra externa, que apareció para ser vista y leída o Sonó para
ser oída. Porque si la justicia se debe a la ley: luego Cristo murió de balde.
Pero si no murió de balde, subiendo a los cielos llevó cautiva a la misma
cautividad; y dio sus, dones a los hombres. Y de Él recibieron éstos todos los
que poseen. Y todos los que niegan haberlos recibido de Él, o no los tienen, o
los que tienen les serán quitados.
260.
La soberbia del hombre
El hombre era
inmortal. Quiso ser como Dios, y no perdió lo que tenía de hombre, pero sí
perdió la inmortalidad, y con la soberbia de la desobediencia incurrió en el
castigo de la naturaleza.
261.
Alabanza de la fe
El mérito de la fe
está en creer las cosas no vistas, y su premio consistirá en gozar con la
posesión de las cosas creídas.
262.
La sabiduría
Como la leche tiene
que pasar a través de la carne para alimentar al niño que no puede comer pan:
así ninguno podría acceder a contemplar la divinidad del Verbo, si no se
hubiera dignado venir a los hombres, mediante la carne, la sabiduría de Dios,
que es el pan de los ángeles. Así pues, como la luz no podía ser conocida por
las tinieblas, la misma luz se sometió a la mortalidad de las tinieblas, y
mediante la semejanza de la carne del pecado, nos hizo partícipes de la luz
verdadera.
263.
La buena fama
La buena fama es como
un buen olor, y tiene su origen en las obras de la vida buena; y mientras sigue
las huellas de Cristo de algún modo derrama el olor precioso del ungüento sobre
los pies del mismo Cristo.
264.
La codicia
Sólo hay dificultad en
carecer de bienes, cuando hay deseo de poseerlos; y así sólo se ama rectamente
lo que nunca se pierde rectamente.
265.
La elocuencia del necio
Tanto más se debe huir
del que abunda en necia elocuencia, cuanto más se deleita quien lo oye en lo
que es inútil oír, de modo que cree hablar Con verdad aquel a quien oye hablar
con ornato.
266.
El ingenio
Es una clara
característica de los buenos ingenios amar la verdad, y no las palabras, en las
palabras de los que discursean. Pues, ¿para qué sirve una llave de oro, si con
ella no podemos abrir lo que deseamos abrir?; y ¿qué importa que la llave sea
de madera, si sirve para ese fin, cuando sólo tratamos de abrir lo que está
cerrado?
267.
El hombre pecador
Ningún pecador ha de
ser amado en cuanto pecador: y todo hombre, en cuanto hombre, debe ser amado
por Dios; Dios debe ser amado por sí mismo, pues de El reciben los que le aman,
tanto el existir, como el amarle.
268.
El bien inmutable
El Señor dijo: Yo soy
el camino, la verdad y la vida 8. Esto es: se
viene por mí, se llega a mí, y se permanece en mí. Porque cuando se llega a Él,
se llega también al Padre; porque por el igual es conocido aquel a quien es
igual; y el Espíritu Santo nos ata y nos aglutina para que permanezcamos sin
fin en el bien supremo e inmutable.
269.
La mentira y el engaño
Son muchos los que
quisieran engañar, pero ninguno hay que quisiera ser engañado. Cuando uno
engaña a sabiendas, y otro es engañado sin saberlo, es claro que en un mismo
hecho el engañado es mejor que el engañador, porque es mejor sufrir la
injusticia que hacerla.
270.
El amor de los bienes eternos
Entre los bienes
temporales y los eternos se da esta diferencia: que los temporales se aman más
antes de ser poseídos, y parecen viles cuando ya se tienen; pues solamente
sacia al alma la eternidad verdadera y cierta del gozo incorruptible; en
cambio, los bienes eternos una vez conseguidos se aman más ardientemente que
cuando sólo eran deseados. Porque a nadie que lo desea se le concede apreciar
en más lo deseado que lo que ello es en sí mismo, de modo que pueda
despreciarlo por encontrarlo inferior; pero tal es la excelencia de esos
bienes, que la caridad conseguirá mucho más que lo creído por la fe, o deseado
por la esperanza.
271.
El hambre y la abstinencia espiritual
Los que no encuentran
en las Sagradas Escrituras la verdad buscada, padecen hambre; los que no buscan
lo que está a la mano, se marchitan con la enfermedad del hastío; y en ambos
casos es semejante el peligro; pues a los primeros la obcecación les quita el
alimento de la sabiduría, y a éstos se lo quita la inanición.
272.
Los trabajos de los pecadores
Los sufrimientos de
este mundo no guardan proporción Can la gloria que se nos prepara y se
manifestará en nosotros . Se enfurezca y brame el mundo, increpe con sus
lenguas, y haga brillar sus armas; todo lo que haga será muy poco en
comparación con los bienes que debemos recibir. Sopeso y comparo lo que sufro
con lo que espero; siento las cosas de este mundo, y espero las del otro; y sin
embargo, es incomparablemente mayor lo que espero que lo que sufro. Todo lo que
lucha furiosamente contra el nombre de Cristo, si puede ser vencido, es
tolerable; si no puede ser vencido, aprovecha para recibir antes el premio, de
modo que el fin del mal temporal sirve para la consecución del bien eterno.
273.
La caridad
Toda la ley y todos los
profetas dependen de los dos preceptos de la caridad; por eso es clara la
superioridad del Evangelio, con el cual la ley no se abroga, sino que se
consuma; y de ahí que diga el Señor: os doy un nuevo mandamiento: que
os améis los unos a los otros ; porque la caridad renueva a los
hombres, y como la malicia hace al hombre viejo, así la dilección hace a los
hombres nuevos.
274.
El azote
Cuando Dios corrige al
género humano y le hiere con los azotes de un piadoso castigo, le ejercita en
la disciplina antes de que llegue el juicio, y frecuentemente muestra amor al
que flagela, no queriendo que sea condenado. Flagela a la vez a los justos y a
los injustos; porque ninguno hay que pueda gloriarse de tener un corazón puro,
o estar libre de todo pecado. Así las mismas coronas de los justos tienen su
origen en la gracia de la misericordia divina.
275.
Los sufrimientos de los fieles
Los trabajos de los
hombres piadosos son una ascesis, no una condenación. No debemos turbarnos si
vemos que algún santo sufre graves e injustos padecimientos, recordando lo que
sufrió el Justo de los justos, y el Santo de los santos; porque la pasión de
Cristo supera todos los sufrimientos, pues no se puede comparar ninguna
criatura con el autor de todas las cosas.
276.
El pecado original
La desgracia del
género humano, a la que no es ajeno ningún hombre desde el nacimiento hasta la
muerte, no habría caído bajo el justo juicio del Omnipotente, si no hubiera
existido el pecado original.
277.
La providencia divina siempre se cumple
La omnipotencia del
Creador que todo lo mantiene es la causa de la subsistencia de todas las
criaturas; y si ese poder dejara alguna vez de actuar en las cosas creadas, al
mismo tiempo dejarían de existir las especies y las naturalezas de todas las
cosas. Por eso las palabras del Señor: Mi Padre en todo momento actúa muestran
la continuación de la obra de aquel que juntamente todo lo contiene y lo
gobierna. Obra en la que también persevera su sabiduría, según el texto que
dice: Se extiende poderosamente del uno al otro confín, y lo dispone todo con
suavidad . Lo mismo indica el Apóstol cuando dice, predicando a los
atenienses: en El vivimos, nos movemos y existimos . Porque si Dios
retirara su acción de los seres creados, no podríamos vivir, ni movernos, ni
existir. Por eso cuando dice que Dios descansó de todas sus obras, debe
entenderse que ya no creó más seres, y no que cesara de mantener y gobernar a
los seres creados.
278.
El verdadero sábado
Suprimida la observancia
del sábado, que consistía en la vacación de un día, observa el sábado perpetuo
quien se dedica a las obras santas con la esperanza del descanso futuro; no se
gloriará de las mismas buenas obras como si fueran propias y no recibidas; y
sabe que obra en él quien al mismo tiempo obra y está quieto.
279.
El descanso de Dios
El descanso de Dios
para los que lo entienden bien consiste en que Él no necesita del bien de
nadie: y, por consiguiente, es cierto que el nuestro también está en Él, porque
nos hacemos felices con el bien de Él; pero Él no se hace feliz con el bien que
somos nosotros, pues también somos nosotros algún bien, aunque recibido de
aquel que hizo todas las cosas en sumo grado buenas y entre las cuales nos
creó. Finalmente, fuera de Él ninguna cosa buena existe que no hiciera El, y
por eso ningún otro bien fuera de Él mismo necesita el que no necesita del bien
que hizo.
280.
El inicio de los tiempos
Así pues, hechas las
criaturas, comenzaron a correr los tiempos con los movimientos de los seres;
por lo tanto es vano indagar buscando dónde estaban los tiempos antes de los
tiempos. Porque, si no existiera movimiento alguno de criatura corporal o
espiritual, por el que al presente le precediera el pasado y le sucediera el
futuro, no habría en absoluto tiempo alguno, pues la criatura no puede moverse
si ella misma no existe. Luego más bien el tiempo procede de la criatura, que
no la criatura del tiempo; pero ambos comenzaron a existir por Dios, porque de
Él y por Él y en Él son todas las cosas.
281.
Todo es gobernado por la voluntad de Dios
Cuando el Salvador
dice que ni siquiera un gorrión cae a tierra sin la voluntad de Dios, y que él
mismo forma y viste al heno del campo que poco después va a ser arrojado al
horno 15, ¿acaso no
confirma que son regidas por la divina providencia, no sólo esta parte del
mundo destinada a las cosas mortales y caducas, sino también las partículas más
viles y más bajas, para que no pensemos que son agitadas por movimientos
fortuitos las cosas cuyas causas no podemos comprender?
282.
El alma racional
El alma racional debe
levantarse hacia las cosas que más sobresalen en el orden de los seres
espirituales, para que así guste de las cosas de arriba y no de las terrestres.
283.
Los milagros y la naturaleza
Dios, creador de las
naturalezas, al hacer milagros, no hace nada contra la naturaleza, y lo que es
nuevo según la costumbre no repugna a la razón. Así pues, a nosotros nos
parecen ser contrarias a la naturaleza las cosas insólitas, porque concebimos
de otro modo el curso de la naturaleza; pero no sucede así a Dios, para quien
es naturaleza todo lo que Él hace.
284.
El orden inmutable de las obras divinas
Es creíble que todo
cuerpo puede transmutarse en otro cuerpo; pero es absurdo creer que cualquier
cuerpo puede convertirse en el alma racional. Porque, aunque Dios sea
omnipotente, nunca anula lo establecido por su razón.
285.
El mérito de la voluntad
Como el aire con la
presencia de la luz, no se convierte establemente en luminoso, sino que se hace
transitoriamente claro; porque si se convirtiera en aire luminoso no se haría
claro sólo transitoriamente, sino que apartándose la luz, permanecería
transparente: así el hombre estando Dios presente en él es iluminado, y
apartándose de él inmediatamente se oscurece; porque el hombre no se aleja de
Dios con espacios de lugar, sino con el apartamiento de la voluntad.
286.
Debemos obedecer a Dios
Es muy útil al hombre
obedecer a Dios, incluso cuando desconoce los motivos de lo mandado. Pues
mandándolo Dios, será útil hacer todo lo que El quisiera mandar; rio se debe
temer que nos mande cosas no provechosas; y es imposible que la propia voluntad
no caiga sobre el hombre con un gran peso opresor, si antepone soberbiamente su
voluntad a la voluntad superior divina.
287.
El bien de la naturaleza humana
Que la naturaleza
humana sea bien tan excelente se ve, sobre todo, en el hecho de que le fue
concedido poder unirse a la naturaleza del bien supremo e inmutable. Si no
quiere unirse, se priva de un bien, y esto es un mal para ella, del que
recibirá el castigo mediante la justicia de Dios. Y ¿qué cosa más inicua que
apartarse del bien para ser bueno?; pero a veces no se entiende el mal al
perder el bien supremo, sobre todo si se consigue el bien inferior que uno amaba;
mas es propio de la divina justicia que quien perdió voluntariamente lo que
debió amar, pierda con dolor lo que amó, siendo así alabado siempre el creador
de las naturalezas. También es un bien el dolerse del bien perdido, porque a no
ser que hubiera quedado algún bien en la naturaleza, ningún dolor habría en la
pena del bien perdido.
288.
El poder de hacer daño
El deseo de dañar
puede estar de suyo en un alma depravada; el poder sólo procede de Dios, y esto
en virtud de una justicia oculta y sublime, puesto que en Dios no hay
iniquidad.
289.
Qué clase de bien es Dios
Por esto igualmente se
manifiesta de modo especial cuán grande y qué clase de bien es Dios, porque a
ninguno que se aleja de Él le va bien; pues aun los que se gozan en los
placeres mortíferos no pueden vivir sin sentir el temor de los dolores; y los
que llevados por la necedad de su soberbia, no sienten en modo alguno el mal de
su deserción, aparecen en absoluto más miserables que los que se dan cuenta; de
manera que si no quieren recibir el medicamento para evitar tales desgracias
sirven de ejemplo, por el que se manifiesta que esas desdichas pueden ser
evitadas.
290.
Ninguna criatura es mala por naturaleza
Como la recta razón
nos enseña que ciertamente es mejor la naturaleza a la que nada ilícito le
agrada, así también la misma razón nos enseña que también es buena la
naturaleza que tiene de tal modo el poder de refrenar la ilícita delectación,
si se presenta, que no sólo se alegre de los actos lícitos y buenos, sino
también del refrenamiento del mismo deleite perverso.
291.
Las grandes obras de Dios
Grandes son las obras
de Dios, y escogidas según su voluntad 16. Previó a
los que habían de ser buenos y los creó: previó a los que habían de ser malos y
les dio el ser. Se entrega a sí mismo a los buenos para que gocen de Él, y
reparte también entre los malos muchos de sus beneficios. Perdona con
misericordia y castiga con justicia. No teme la malicia de nadie ni necesita la
justicia de alguno. No se aprovecha de las obras de los buenos y mira por el
bien de los buenos mediante el castigo de los malos.
292.
La soberbia
Como la soberbia es el
amor desordenado de la propia excelencia, y la envidia el odio de la felicidad
ajena, inmediatamente se ve de dónde procede esta última. Cualquiera que ame su
propia excelencia, o aborrece a los semejantes por ser iguales a él, o a los
superiores porque no puede llegar a ser lo que son ellos. Luego,
envaneciéndose, se hace uno envidioso, aunque envidiando no se haga uno
soberbio.
293.
La plenitud de la divinidad en Cristo
Se dice que la
plenitud de la divinidad habita corporalmente en Cristo, no porque la divinidad
sea un cuerpo, sino porque los sacramentos del Antiguo Testamento se denominan
sombras del futuro por la semejanza de las sombras con el cuerpo; y por eso se
afirma que en Cristo habita corporalmente la plenitud de la divinidad: puesto
que en Él se hallan encerradas todas las cosas, que están figuradas en aquellas
sombras, de las que Él viene a ser en cierto modo el cuerpo de ellas, es decir,
que Él es la verdad de aquellas figuras y significaciones.
294.
El combate contra los vicios
El obrar piadoso en
esta vida consiste en adorar a Dios, y en luchar, ayudados por su gracia,
contra los vicios internos, no cediendo cuando nos instigan y parecen forzarnos
a actos ilícitos; si cedemos, debemos pedir perdón, y suplicar, Con afecto de
piedad religiosa, el auxilio de Dios para no ceder más. Pero en el paraíso, si
nadie hubiera pecado, no habría existido el obrar piadoso para combatir los
vicios, porque habría sido permanente el estado de felicidad al no haber
vicios.
295.
La fortaleza cristiana y la pagana
La fortaleza de los
gentiles es obra de la codicia mundana, mientras que la fortaleza de los
cristianos es un efecto de la gracia divina; la cual ha sido derramada en
nuestros corazones, no por el arbitrio de la voluntad, procedente de nosotros
mismos, sino por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.
296.
El vicio sólo puede darse en algún bien
Ningún mal puede
existir si no es en algún bien, porque sólo puede darse en alguna naturaleza, y
toda naturaleza, en cuanto naturaleza, es buena.
297.
Ningún mérito antecede a la gracia
A las buenas obras
realizadas se les debe el premio; pero las precede la gracia, que no es debida,
para que sean realizadas.
298.
La circuncisión y el bautismo
La circuncisión de la
carne era preceptuada por la ley; porque ése era el mejor medio para significar
que el pecado original es quitado por Cristo, autor de la regeneración. Porque
todo hombre nace con prepucio, así como con pecado original. Y la ley mandaba
que la carne fuera circuncidada al octavo día, porque Cristo resucitó el
domingo, que era el día octavo, después del día séptimo del sábado. La
circuncisión produce el prepucio, transmitiéndolo a otro quien carecía del
mismo: así como el bautizado transmite el reato de origen al hijo que engendra
carnalmente, aunque el padre esté libre de ese reato.
299.
El primero y el segundo Adán
El primer hombre,
Adán, murió hace mucho tiempo, y después de él vino el segundo hombre, que es
Cristo, habiendo vivido millares de hombres entre aquel y este hombre. Por eso
es claro que pertenece a aquél todo el que nace por propagación de aquella
sucesión, como pertenece a éste todo el que renace en El por el don de la
gracia. De lo que resulta que todo el género humano es de alguna manera esos
dos hombres: el primero y el segundo.
300.
Los juicios de Dios
Los juicios de Dios no
se pueden comparar de ningún modo con los juicios humanos; porque no debemos
dudar de que Dios es justo, incluso cuando hace lo que a los hombres parece ser
injusto.
301.
El nacimiento de los justos
El justo nace de Dios,
y no de los hombres, porque se hace justo no por el nacimiento, sino por el
renacimiento. Por lo cual los hijos de Dios se llaman también los renacidos.
302.
La condición de la naturaleza humana
La naturaleza humana
es mala porque está viciada, pero no es un mal, porque es una naturaleza. Y
ninguna naturaleza, en cuanto naturaleza, es un mal; al contrario, es un bien y
un bien sin el cual no podría darse ningún vicio o defecto; aunque la
naturaleza misma puede darse sin vicio, en cuanto nunca viciada, o en cuanto
sanada.
303.
La muerte de los pecadores
Es justo juicio de
Dios que cada uno muera por su pecado, ya que Dios no causa el pecado; como
tampoco hizo la muerte, y sin embargo hace morir al que juzga digno de muerte.
Y así se dice que la muerte y la vida proceden de Dios . Y ve muy bien que
amabas cosas que son contrarias entre sí, cualquiera que distingue bien entre
las obras divinas, porque una cosa es decir que creando no instituyó Dios al
mortal, y otra cosa es decir que juzgando castiga al pecador.
304.
La pena del pecado
Dios hizo el mundo, y
creó absolutamente todos los cuerpos. Pero el hecho de que el cuerpo
corruptible oprima al alma, y la carne tenga deseos contrarios a los del
espíritu, no se debe a la naturaleza del hombre creado, sino que es la pena
consiguiente del hombre condenado.
305.
El plan de la naturaleza
Aunque una naturaleza
esté manchada con muchos vicios o defectos, su formación siempre es buena. Como
la formación del cuerpo es buena, aun cuando nazca enfermo, también la
formación del alma es buena, aun cuando nazca fatuo; y análogamente la
formación del hombre es buena, aunque nazca sujeto al pecado original.
306.
La abolición del pecado
Como algunos padres
hacen más grave el pecado original, así otros lo hacen más leve; pero sólo lo
suprime aquel de quien se dijo: he aquí el cordero de Dios, que quita los
pecados del mundo 18, y para
quien no es imposible ningún bien del hombre, y ningún mal es incurable.
307.
La gracia de Dios
Toda liberación de la
masa del primer hombre, a la que merecidamente se debía la muerte, no ha de
atribuirse a los méritos de los hombres, sino a la misericordia de Dios. Pues
no hay ninguna iniquidad en Dios; porque ni es injusto perdonando, ni es
injusto exigiendo lo debido, y se da una indulgencia gratuita donde podría
darse un justo castigo.
308.
La salvación sólo es posible con la misericordia de Dios
Aunque la naturaleza
humana hubiera permanecido en la integridad en la que fue creada, de ningún
modo se habría conservado así sin el auxilio del Creador. Así pues, si no podía
conservar, sin la gracia divina, esa integridad recibida, ¿cómo podría
recuperarla, una vez perdida, sin esa gracia?
309.
El pecador no tiene ninguna excusa
Es inexcusable todo el
que peca con el reato de origen, o también con la adición de su propia
voluntad; tanto el que peca a sabiendas, como el que peca sin saberlo; tanto el
que juzga, como el que no juzga. Porque sin duda alguna la misma ignorancia es
pecado en quienes no quisieron entender, y en quienes no pudieron entender es
pena del pecado. Luego en ambos casos no se da excusa, sino justa condena.
310.
Quiénes son movidos por el Espíritu Santo
Sin duda es más ser
movido que ser regido. Una cosa es regida para que obre rectamente; pero la que
es movida, se entiende que apenas puede obrar algo por sí misma. Pues bien, tal
es el influjo de la gracia del Salvador sobre nuestras voluntades, que el
Apóstol no duda en decir que los que son movidos por el Espíritu de
Dios, ésos son hijos de Dios . Y nada mejor puede hacer en nosotros la
voluntad libre, que encomendarse a aquel que no puede obrar el mal.
311.
La resurrección
Ser liberados de este
cuerpo mortal, con la curación de todas las enfermedades de la concupiscencia
carnal, no es recibir el cuerpo para el castigo, sino para la gloria.
312.
El hombre nada puede hacer sin Dios
Dios hace en el hombre
muchas cosas buenas, que no hace el hombre; ninguna cosa buena hace el hombre
de modo que Dios no hace para que las haga el hombre.
313.
La verdadera justicia
La justicia Según la
cual el justo vive de la fe, ya que mediante el espíritu de la gracia llega al
hombre desde Dios, es verdadera justicia; aunque no sin razón se llama perfecta
en algunos según la capacidad de esta vida, es, sin embargo, pequeña comparada
con la gran justicia de que son capaces los ángeles; por la cual quien todavía
no la tenía, y por la que ya iba a tener, se llamaba a sí mismo imperfecto, y
él era imperfecto por la que todavía le faltaba. La justicia claramente menor
es causa de mérito, mientras que la justicia mayor es causa de premio. De modo
que quien no consigue la primera, no conseguirá tampoco la segunda.
314.
La mortalidad de Cristo según la carne
La fe católica
reconoce un solo hombre mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, quien
por nosotros se dignó sufrir la muerte, o sea la pena del pecado, sin tener el
pecado. Como sólo Él se hizo hijo del hombre, para que por Él nosotros fuésemos
hechos hijos de Dios: así sólo Él recibió el castigo sin ningún mal mérito,
como nosotros recibimos por Ella gracia sin mérito alguno. Porque como a
nosotros no se nos debía ningún bien, así a Él tampoco ningún mal. Así pues,
recomendando su amor a aquellos a los que había de dar una vida inmerecida,
quiso padecer por ellos una muerte no merecida.
315.
La naturaleza y la gracia
A los que queriendo
justificarse en la ley, se apartaron de la gracia les dice con toda verdad el
Apóstol: si la justicia viene de la ley, entonces Cristo murió en
vano ; Y así también se dice con toda verdad a los que piensan ser
algo natural la gracia que encomienda y contiene la fe de Cristo: si la
justicia viene de la naturaleza, entonces Cristo murió en vano. Ya antes
existía la ley, y no justificaba; ya antes existía la naturaleza, y no
justificaba. Por eso Cristo no murió en vano, a fin de que la ley se cumpliera
mediante aquel que dijo: no vine a abolir la ley, sino a
completarla ; Y la naturaleza corrompida por Adán, debía ser reparada
por aquel que dijo que venía a buscar y a salvar a los que habían
perecido .
316.
La misericordia y el juicio
Pertenece a la
naturaleza humana poder tener la caridad, así como poder tener la fe; mas tener
de hecho la fe, así como la caridad, pertenece a la gracia de los fieles. Y
como Dios prepara en unos la voluntad de creer, y no la prepara en otros, se
debe distinguir entre lo que procede de su misericordia, y lo que procede de su
juicio. Porque todos los caminos del Señor san misericordia y verdad. Pero son
irrastreables esos caminos. Así pues, son irrastreables la misericordia con la
que libera gratuitamente, y la verdad Con la que juzga justamente.
317.
El hombre ha de ser ayudado
Nadie eleva algo al
plano en que él mismo está, a no ser descendiendo algo al plano en que está lo
otro.
318.
El desprecio de la gloria mundana
Sólo conoce las
fuerzas nocivas del amor de la gloria humana quien ha declarado la guerra a ese
amor. Porque a cualquiera le resulta fácil no desear la alabanza que se le
niega, pero es difícil no deleitarse en la gloria que a uno se le ofrece.
319.
El abandono de los bienes temporales
Desprecia todas las
riquezas mundanas quien desprecia no sólo lo que pudo tener, sino también lo
que quiso tener. Pero en esto hemos de evitar que se introduzca furtivamente la
vanidad. Porque es más útil poseer humildemente grandes riquezas terrenas, que
abandonarlas soberbiamente.
320.
La represión de la ira
A ninguna persona
airada le parece injusta su ira. Por eso se debe retornar cuanto antes de la
indignación a la benignidad de la mansedumbre. Porque el movimiento obstinado
fácilmente se transforma en odio a aquel a quien se tarda en perdonar.
321.
La ley y la gracia
Quien dio la ley, dio
también la gracia; pero envió la ley por medio de un siervo, y El mismo
descendió con la gracia; la ley muestra los pecados, pero no los quita; de modo
que quienes desean cumplir la ley con sus fuerzas, al no poder hacerlo, se vean
obligados a acudir a la gracia, que quita la enfermedad de la imposibilidad y
el reato de la desobediencia.
322.
El sábado
El cristiano observa
el verdadero sábado absteniéndose de las obras serviles, es decir, de los
pecados; porque quien comete pecado, es siervo del mismo.
323.
Las cosas propias del hombre
Nadie de suyo es otra
cosa que mentira y pecado; si el hombre tiene algo de la verdad y de la
justicia, lo recibe de aquel de quien debemos tener sed en este desierto, para
que bañados por Él, como con gotas de rocío, no desfallezcamos en el camino.
324.
La acción inseparable del Padre y del Hijo
Lo que hace el Padre
con Cristo, lo hace el mismo Cristo; y lo que Cristo hace con el Padre, lo hace
el mismo Padre; el Padre no hace nada solo sin el Hijo, ni el Hijo hace nada
solo sin el Padre; ni hace algo separadamente la indisoluble caridad, la
indisoluble unidad, el indisoluble poder; y así dice el mismo Señor: Yo
y el Padre somos una misma cosa .
325.
A quiénes aprovecha el sacramento del bautismo
No hacen disminuir la
gracia de la regeneración los que no conservan sus dones, así como los lugares
inmundos no contaminan el brillo de la luz. Tú que te gozas en la recepción del
bautismo, vive en la santidad del hombre nuevo, y conservando la fe que obra
por la caridad, adquiere el bien que todavía no tienes, para que te aproveche
el bien que ya tienes.
326.
La verdad
Cristo es la verdad,
hasta el extremo de que todo en Él es verdadero; es verdadero Verbo del Padre,
y Dios igual al Padre; es verdadera su alma, verdadera su carne; es verdadero
hombre, y verdadero Dios; es verdadero su nacimiento, verdadera su pasión,
verdadera su muerte, verdadera su resurrección. Si dices que algo de eso es
falso, entra ya la podredumbre, y el veneno de la serpiente da origen a los
gusanos de la mentira, y no queda nada íntegro; porque donde entra la
corrupción de alguna falsedad, no puede conservarse la integridad de la verdad.
327.
La caridad
¡Cuán grande es la
caridad, que faltando ella, en vano se poseen las demás cosas, y si ella está
presente se tiene todas las cosas!
328.
Cómo Cristo dejó al Padre y a la madre
Deja Cristo a su
Padre, porque siendo Dios por naturaleza, y no siendo usurpación su igualdad
con Dios, no obstante, se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo. Esto
es lo que significa dejar al Padre: no separarse de Él, no alejarse de él, sino
manifestarse en otra forma diferente de aquella en la que es igual al Padre.
Dejó a la madre abandonando la Sinagoga de los judíos, de la que nació según la
carne, y uniéndose a la Iglesia, que es la unidad de todas las naciones.
329.
Comparación entre el primero y el segundo Adán
Duerme Adán para que
Eva sea formada, y muere Cristo para que nazca la Iglesia. Mientras duerme
Adán, es formada Eva de una de sus costillas; después de muerto Cristo, la
lanza perfora su costado, para que fluyan de allí los sacramentos, con los que
es formada la Iglesia. Por eso dice con razón el Apóstol que el mismo Adán es
figura de lo futuro 24. Porque como
todos mueren en Adán, así todos serán vivificados en Cristo.
330.
La encarnación del Verbo
Dios se hizo hombre;
así pues, ¿qué llegará a ser el hombre por quien Dios se hizo hombre?
331.
Los dos nacimientos de los hombres
Uno es el nacimiento
de la tierra, y otro el del cielo; uno de la carne, y otro del espíritu; uno de
la mortalidad, otro de la eternidad; uno del varón y de la hembra, y otro de
Cristo y de la Iglesia. Los dos nacimientos son únicos, y como el nacimiento
corporal no puede repetirse, tampoco puede repetirse el bautismo.
332.
La diversidad de bienes
Si miras a las cosas
visibles, ni el pan es Dios, ni el agua ni esta luz, ni el vestido, ni la casa;
todas estas cosas son visibles y distintas unas de otras; ni el pan es el agua,
ni el vestido es la casa, ni nada de esto es Dios; puesto que todo esto es
visible. Dios es tu todo, al que rectamente deseas, y la diversidad de todos
los bienes procede de una sola fuente. Porque cuando derrama sus bienes, se da
a sí mismo bajo los diversos nombres de sus dones.
333.
El entendimiento
El alma que desea los
bienes carnales es comparada con la mujer no regida por el varón, es decir por
el entendimiento, por cuya sabiduría debe ser gobernada; no porque el
entendimiento sea otra cosa distinta del alma, sino porque es como una vista
oculta del alma. Pues como los ojos exteriores son una parte del cuerpo, así la
mente es algo del alma, algo que en nosotros sobresale como participación de la
razón divina. Y gobierna bien a todos nuestros movimientos cuando brilla con la
luz suprema, de modo que esté en ella la luz verdadera que ilumina a todo
hombre que viene a este mundo.
334.
El lugar de la oración
Si buscas un lugar
apto y santo para orar a Dios, limpia bien tu interior, y expulsando de ti
todos los malos deseos, prepárate un lugar secreto en la paz de tu corazón. Si
quieres orar en un templo, ora dentro de ti, y obra siempre de modo que seas
templo de Dios. Pues Dios nos escucha donde habita.
335.
El hombre interior
Los sentidos del
cuerpo dan a conocer al corazón las cosas corporales. Y no todas las facultades
son iguales; porque con una se ve, y con otra se oye, y con la que se percibe
el sabor no se percibe el olor; y esas facultades, sin el tacto, no bastan para
distinguir entre lo suave y lo áspero, entre lo caliente y lo frío, entre lo
húmedo y lo seco. Pero el alma juzga con su solo sentido los objetos
incorpóreos, y conoce todas las variedades con un solo movimiento, y descubre
racionalmente todas las diferencias entre lo bueno y lo malo, entre lo justo y
lo injusto; y sus afectos tienen una sola intención: que aparezca la imagen de
Dios, donde es una y misma cosa lo que la mente puede según sus diversas
potencias.
336.
La vida del Hijo de Dios
El Hijo de Dios
también es Dios y tiene vida en sí mismo, como la tiene el Padre, no por
participación, sino por nacimiento. Porque el Padre engendró la vida con la
vida, y en nada se distinguen la esencia del que engendra y la del engendrado;
porque el Hijo procede del Padre, de modo que en la igualdad consempiterna no
hay unidad de personas, pero sí unidad de deidad.
337.
El juicio
Aunque el Padre nunca
se separa del Hijo, se dice que en el juicio de los vivos y de los muertos
estará presente el Hijo, y no el Padre; porque en esa ocasión no aparecerá la
deidad del Padre ni la del Hijo, sino la forma del Hijo, que éste asumió en el
sacramento de la encarnación. El mismo que estuvo bajo el juez será juez, y
juzgará el mismo que fue juzgado, para que los impíos vean la gloria de aquel
contra cuya mansedumbre se enfurecieron. El juez vendrá en tal forma que puedan
verlo así los que ha de coronar como los que ha de condenar. Mas el Padre no
vendrá, porque no tomó la forma del siervo, sino que otorgó el poder judicial
al Hijo, el mismo que se hizo hombre.
338.
La voluntad de Dios y del hombre
Cuando los hombres
hacen lo que desagrada a Dios, no hacen la voluntad de Dios, sino la de ellos.
Mas cuando hacen lo que quieren, de modo que sirvan a la voluntad divina,
aunque hagan voluntariamente lo que hacen, cumplen la voluntad de aquel por
quien es preparado y mandado lo que los hombres quieren.
339.
La doctrina del Padre por medio del Verbo
Si el Padre enseña a
quien oye su Palabra, investiga qué es Cristo, y conocerás su Palabra: en
el principio existía la Palabra o el Verbo . No dice que en el
principio hizo Dios el Verbo, como dice que en el principio hizo Dios
el cielo y la tierra . Porque la Palabra de Dios es Dios, y no una
criatura; ni ha sido hecho entre todas las cosas, sino por quien todas las
cosas fueron hechas. Así pues, para que el hombre constituido en la carne
pudiera acceder a la doctrina de esa Palabra el Verbo se hizo carne, y
habitó entre nosotros .
340.
El cuerpo de Cristo
La carne de Cristo es
la vida de los fieles, si éstos no desdeñan ser el cuerpo de Cristo.
Conviértanse en el cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo,
pues del Espíritu de Cristo sólo vive el cuerpo de Cristo.
341.
Quiénes comen el cuerpo de Cristo
Come el alimento de la
vida y toma la bebida de la eternidad el que permanece en Cristo, y aquel en
quien Cristo habita. Pues quien se separa de Cristo, ni come su carne, ni bebe
su sangre, aunque todos los días reciba Can indiferencia tan grande sacramento
para juicio de su presunción.
342.
La felicidad de los malos
La sabiduría mundana
quisiera que Dios no permitiera nunca que fueran felices los malos; pero Dios
ciertamente no lo consiente; y por eso los malos son considerados felices
cuando tienen lo que quieren, porque no saben en qué consiste la felicidad.
343.
El cambio del corazón
Una cosa es emigrar
con el cuerpo, y otra emigrar con el corazón. Emigra con el cuerpo quien cambia
de lugar mediante el movimiento corporal; emigra con el corazón quien cambia
los afectos mediante el movimiento del corazón. Si amas una cosa y amabas otra,
ya no estás allí donde estabas.
344.
El crisma
El nombre de Cristo
procede del término griego «crisma», que significa unción. Porque todo
cristiano es santificado para que sepa que no sólo es partícipe de la dignidad
sacerdotal y de la regia, sino que también ha de convertirse en luchador contra
el diablo.
345.
La luz
Sigamos a Cristo, luz
verdadera, para que no caminemos en las tinieblas. Las tinieblas que debemos
temer son las de las costumbres, no las de los ojos; y si tememos las tinieblas
de los ojos, no sean las de los ojos exteriores con los que se distingue entre
el blanco y el negro, sino las de los ojos del corazón con los que se distingue
entre lo justo y lo injusto.
346.
La encarnación del Verbo
La fe católica cree y
predica que Jesucristo Nuestro Señor es verdadero Dios y verdadero hombre. Pues
ambas cosas están escritas, y ambas son verdaderas. Quien afirma que Cristo es
solamente Dios, niega la medicina con la que ha sido sanado; quien afirma que
Cristo es solamente hombre, niega el poder por el que ha sido creado. Así pues,
el alma fiel y recta debe admitir ambas cosas: que Cristo es Dios, y que Cristo
es hombre. ¿Qué Dios es Cristo? Igual al Padre, una misma cosa con el Padre.
¿Qué hombre es Cristo? Quien nació de Una virgen, tomando del hombre la
mortalidad, sin contraer el pecado.
347.
La misión del Verbo
Jesucristo fue enviado
por el Padre, pero no se apartó del Padre. Su misión fue su encarnación, y para
la deidad invisible venir a este mundo consistió en aparecer en él. Si esto se
comprendiera fácilmente, no sería necesario creerlo. Así pues, creyéndolo se
comprende lo que, si no fuera creído, tampoco sería entendido.
348.
El Padre y el Hijo
Para que sean creídos
rectamente el Padre y el Hijo, debemos oír al Hijo cuando dice: Yo y el
Padre somos una misma cosa. Con dos palabras quedan destruidas dos
herejías. Al decir una misma cosaqueda vencido Arrio, y al
decir somos queda derrotado Sabelio; porque no se puede
decir somos de un solo sujeto, ni se puede decir una
misma cosa de cosas diversas.
349.
Jesucristo, Dios y hombre
Debemos conocer de
Cristo ambas cosas: en qué es igual al Padre, y en qué el Padre es mayor que
él. Lo primero es el Verbo, y lo segundo la carne; lo primero es Dios, y lo
segundo el hombre; pero Cristo es un solo ser, Dios y hombre.
350.
La unidad de la divina Trinidad
Donde hay muchos hombres,
hay también, sin duda, muchas almas y muchos corazones; pero cuando se unen a
Dios por la caridad y la fe, todos se hacen una sola alma y un solo corazón.
Por lo tanto, si la caridad de Dios, que ha sido derramada en nuestros
corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado, es causa de tan grande
unidad de muchas almas y de muchos corazones, ¿cuánto más y más ciertamente
habrá una eterna e inmutable unidad en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu
Santo, donde la Trinidad es, sin diferencias, un solo Dios, una sola luz y un
solo principio?
351.
La enseñanza del Padre al Hijo
No enseñó el Padre al
Hijo, como si hubiera engendrado un hijo indocto, y confiriera la ciencia al
que no sabía; sino que la doctrina temporal es la esencia intemporal, y ser enseñado
por el Padre es lo mismo que ser engendrado por el Padre, porque para la simple
naturaleza de la verdad el ser y el conocer son la misma cosa, y no cosas
distintas.
352.
La fe y la verdad
La fe se anticipa
siempre a la visión. Pues creemos para conocer, y no conocemos para creer. La
fe consiste, por lo tanto, en creer lo que no ves, y la verdad en ver lo que
creíste.
353.
El buen olor de Cristo
El buen olor de Cristo
consiste en la predicación de la verdad. Con ese olor recibe la vida quien
sirve y se adapta al Evangelio con buenas obras; en cambio incurre en la muerte
aquel cuya vida contradice a sus buenas palabras. Y esa condición obliga
también a los oyentes, porque la recta predicación oída incrédulamente por
algunos los lleva a la muerte, y recibida con fe por otros los lleva a la
salvación.
354.
El poder de creer
La fe de Cristo
consiste en creer en quien justifica al impío: creer en el Mediador sin el cual
ninguno puede reconciliarse con Dios; creer en el Salvador que vino a buscar y
a salvar lo que se había perdido; creer en quien dijo: sin mí nada podéis
hacer 29. Pero no
tiene esa fe quien, ignorando la justicia de Dios, por la que es justificado el
impío, quiere construir la suya, con lo que se muestra su soberbia. Pues los
que así sienten son endurecidos y obcecados por su vanidad, porque negando la
gracia divina, no son auxiliados por ella.
355.
La verdadera dilección
Quien tiene la caridad
que procede del corazón puro, de la conciencia buena y de la fe no fingida, ama
a Dios y al prójimo como a sí mismo. Pues quien ama a Dios, se ama también a sí
mismo; y quien no ama a Dios, no ama tampoco al prójimo, ya que no se ama a sí
mismo. A causa de esta dilección debemos tolerar con paciencia los odios del
mundo; pues es necesario que nos odie el que nos ve odiar lo que él ama.
356.
Dos significados de «mundo»
La misma palabra
«mundo» significa dos clases de hombres. Pues hay que distinguir entre el mundo
en los impíos, y el mundo en los santos. El mundo se distingue de sí mismo en
el odio y en el amor, y por eso se nos manda odiarlo y amarlo, cuando se nos
dice: no queráis amar al mundo , y cuando dice Jesucristo: amad
a vuestros enemigos , de modo que debemos execrar la iniquidad, pero
amar la salvación del mundo.
357.
La vanagloria en la ciencia
Para evitar la
tentación de la vanagloria es mejor la condición del que aprende, que la del
que enseña. Porque es más seguro oír la verdad, que predicarla. Cuando se
recibe la enseñanza se conserva la humildad; mas cuando agrada la discusión es
difícil que el disertante no sea herido algo por la jactancia.
358.
La alabanza que Dios se da a sí mismo
El complacerse en sí
mismo resulta peligroso para el hombre, quien debe evitar la soberbia. Pero
Dios, por mucho que se alabe, no se ensalza sobre su excelsitud, ni quiere
aparecer mayor que su majestad. Y cuando Dios habla al hombre del poder divino
no obra así para que él mismo parezca más glorioso, sino para que el hombre se
haga mejor y más docto. Pues a nosotros nos conviene conocer a nuestro hacedor,
y someternos a quien es superior a todos los seres; y de aquel de quien no
podemos comprender lo que es, podamos sentir lo que no es.
359.
El perdón de los pecados
La observancia
cristiana hace progresar la piedad perfecta especialmente por mutuo perdón de
los pecados, siguiendo el ejemplo de su bondad que nos dio el Señor. Porque si
aquel que no tuvo absolutamente ningún pecado intercede por nuestros pecados,
¿cuánto más debemos nosotros rogar mutuamente por nuestros propios pecados? El
hombre que no puede carecer de todo pecado, debe imitar la condición benigna de
Jesús, para que perdonando los pecados ajenos, le sean a él perdonados sus
propios pecados.
360.
La eternidad de los santos
Nada faltará al
conjunto de los deseos de los justos cuando Dios sea todas las cosas en todos
ellos. Y llegan a esa felicidad los que mueren en este mundo con la carne antes
de la separación del alma, y se libran de los deseos que sólo son superados por
el amor de Dios; de modo que la iniquidad tenga que padecer lo mismo que
eligió, y la justicia disfrute del mismo bien que amó.
361.
La humanidad de Nuestro Señor Jesucristo
Quien confiesa que
Cristo es Dios, pero niega que sea verdadero hombre, es decir que ha asumido la
naturaleza de nuestro cuerpo y de nuestra alma: por ese tal no murió Cristo, ya
que Cristo murió según la naturaleza humana. Tampoco tiene un mediador que le
reconcilie con Dios, porque uno solo es Dios y uno solo el mediador
entre Dios y los hombres, el hombre llamado Jesucristo. Ni es justificado por sí mismo,
porque como por la desobediencia de un hombre cargaron muchos con el
pecado, así también por la obediencia de un hombre muchos serán justificados.
Además, no resucitará a la resurrección de la vida, porque así como por un
hombre entró la muerte, así por un hombre vendrá también la resurrección de los
muertos; pues como todos mueren por Adán, todos volverán a la vida por
Jesucristo 34.Y que nadie
se defienda can el ejemplo de Pedro, quien con muchas lágrimas se acusó y se
purificó; y así la Iglesia siguió a su príncipe, imitando su penitencia, y no
su negación.
362.
La eternidad
En algunas cosas
eternas puede darse alguna distancia, pero la misma eternidad carece de toda
diversidad de medida. Las muchas mansiones en una sola vida significan las
diversas dignidades de méritos. Pero como Dios lo será todo en todos, así
también sucederá que será común a todos mediante el gozo lo que tenga cada uno
con desigual claridad. Porque, a causa de la conexión del amor, ninguna parte
del cuerpo será ajena a la gloria de la cabeza.
363.
La fe
La fe de los que han
de ver a Dios, cree lo que no ve; porque si lo ve, ya no es fe. Al que cree se
le ofrece el mérito, y al que ve se le da el premio.
364.
La petición denegada
Cuando uno va a usar
mal de lo que quiere recibir, Dios misericordiosamente no se lo concede. Por
eso si le pedimos algo que al sernos concedido nos resulta dañoso, debemos
temer que Dios nos lo conceda propicio, más bien que temer que nos lo niegue
airado.
365.
El amor de Dios
Dice el Señor: Si
alguno me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a
él . ¿Qué significa la palabra «amaré»? ¿Significa que amará entonces
y que ahora no ama? De ningún modo. Porque, ¿cómo nos podría amar el Padre sin
el Hijo, o el Hijo sin el Padre? Ambos obran inseparablemente; luego, ¿cómo
podrían amar separadamente? Pero dice: yo le amaré, para
concluir: y me manifestaré a él. Amaré y manifestaré, es decir, le
amaré para manifestarme entonces. Para esto nos amó, para que creamos y
guardemos el precepto de la fe; entonces nos amará para que le veamos y
recibamos esta visión como premio de la fe. Porque también nosotros amamos
ahora creyendo lo que entonces veremos, y entonces amaremos viendo lo que hemos
creído.
366.
Los sarmientos de la vid
De tal modo están los
sarmientos en la vid, que sin darle nada a ella, reciben de ella la savia que
les da vida. En cambio, la vid está en los sarmientos proporcionándoles el
alimento vital, sin recibir nada de ellos. De modo análogo, tener a Cristo y
permanecer en Cristo es útil para los discípulos, no para Cristo. Porque,
arrancando un sarmiento, puede brotar otro de la raíz viva, pero el sarmiento
cortado no puede tener vida sin la raíz.
367.
La condición de la justicia humana
Se dice en la Sagrada
Escritura: no quieras ser demasiado justo ; con lo que no se
reprocha la justicia del sabio, sino la soberbia del presuntuoso. Quien se hace
«demasiado justo», por esa demasía se hace injusto. ¿Y quién es el que se hace
demasiado justo, sino quien dice no tener ningún pecado?
368.
La simplicidad
Ninguna sustancia es
verdaderamente simple, incluso tratándose de la sustancia de las criaturas
incorpóreas, si en ella no es lo mismo el ser que el conocer, pudiendo ser y no
conocer. Pero aquella divina sustancia no puede, porque es lo que tiene, y de
tal manera tiene la ciencia, que una cosa es la ciencia por la cual sabe, y
otra cosa la esencia, que no es distinta, por la cual es, pero ambas cosas son
una sola, y ni siquiera debe decirse ambas cosas donde no hay más que una
simplicísima unidad. Porque el Padre tiene vida en sí mismo, y no es distinto
de la vida que tiene en Él, y dio al Hijo tener la vida en sí mismo, es decir,
engendró un Hijo, que también El mismo es vida. Así también lo dicho del
Espíritu Santo: no dirá nada por sí mismo, sino dirá lo que ha oído 37, debemos
entenderlo en el sentido de que no procede de sí mismo. Porque sólo el Padre no
procede de otro. El Hijo nació del Padre, y el Espíritu Santo procede del
Padre; mas el Padre ni ha nacido ni procede de otro. Y no se le debe ocurrir al
pensamiento humano imaginar alguna desigualdad en aquella Trinidad augusta;
porque el Hijo es igual a aquel de quien nació, y el Espíritu Santo es igual a
aquel de quien procede.
369.
La intemporalidad de la deidad
Aunque la naturaleza
inmutable no admita ni él fue ni él será, sino solamente él es, porque sólo
ella verdaderamente es, porque no puede ser de modo distinto a como es: no
obstante, a causa del cambio de los tiempos por los que atraviesa nuestra
mortalidad y nuestra mutabilidad, decimos sin mentira que fue, que es y que
será. Fue en tiempos pasados, es en los presentes, y será en los futuros. Fue,
porque nunca dejó de ser; será porque nunca dejará de ser; es, porque siempre
es. Pues no se terminó con las cosas pasadas, como aquel que ya no es; no pasa
con las presentes, que no permanecen; ni nacerá con las futuras, que no han
sido. Y variando la locución humana según la cantidad de los tiempos, en
cualquier tiempo puede colocarse el Verbo únicamente aplicado a aquel que no
pudo, ni puede, ni podrá dejar de ser en cualquier tiempo. Siempre oye el
Espíritu Santo, porque siempre sabe, y saber y oír son para Ello mismo que ser
siempre. Y el ser siempre para El es lo mismo que proceder del Padre. Y nadie
puede decir que el Espíritu Santo no sea vida, siendo vida el Padre, y vida el
Hijo. Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener igualmente
vida en sí mismo; y así también concedió al Espíritu Santo que la vida
procediera de éste, como procede del Padre.
370.
El amor con que amamos a Dios
Don es enteramente de
Dios el amarle. Él, que nos amó sin ser amado, lo concedió para ser amado.
Hemos sido amados sin tener méritos, para que en nosotros hubiera algo que le
agradase. Difundió en nuestros corazones la caridad el Espíritu del Padre y del
Hijo, al que amamos juntamente con el Padre y el Hijo.
371.
La paz de Cristo
La paz de Cristo no
está sujeta a los límites del tiempo, y en ella consiste la perfección de toda
intención y de toda acción piadosa. Por ella somos imbuidos de sus secretos; por
ella somos aleccionados con sus obras y, con sus palabras; por ella hemos
recibido el don de su Espíritu; por ella creemos en Él y esperamos en Él y nos
encendemos en su amor cuanto El se digna concedernos; esta paz nos consuela en
todas las tribulaciones y nos libra de ellas; por esta paz sufrimos
varonilmente cualquier persecución, para que, libres de toda persecución,
reinemos felizmente con esa paz en la bienaventuranza. Pues la verdadera paz es
causa de unidad, porque quien se une a Dios, se hace un espíritu con Él.
372.
Los diversos tiempos
Todos los tiempos
están dispuestos para aquel que no está sometido al tiempo. Porque todas las
cosas que han de ser, cada cual en su propio tiempo, tienen sus causas
eficientes en la sabiduría de Dios, en la cual no existe el tiempo. No se crea,
pues, que esta hora vino por necesidad del hado, sino por la ordenación de
Dios. Como tampoco una fatal necesidad sideral determinó la pasión de Cristo;
porque no se puede pensar que las estrellas forzasen a morir a su hacedor; el
cual siendo intemporal como el Padre, eligió el tiempo en que había de morir
corporalmente, como eligió antes el tiempo en que había que nacer de una madre.
373.
La unidad de la Trinidad
Cuando Jesús
dice: ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, solo Dios
verdadero, y al que has enviado, Jesucristo, el orden de las palabras es
éste: para que a ti y al que has enviado, Jesucristo, conozcan como solo y
verdadero Dios. Por consiguiente, también está comprendido el Espíritu Santo,
porque es el Espíritu del Padre y del Hijo, como el amor sustancial y
consustancial de ambos. Porque el Padre y el Hijo no son dos dioses, ni tres
dioses el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; sino que la misma Trinidad es un
solo y verdadero Dios. Pero no es el Padre el mismo que el Hijo ni el Hijo el
mismo que el Padre, ni el Espíritu Santo es el mismo que el Padre y el Hijo; porque
son tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la misma Trinidad es un solo Dios.
374.
Qué dio el Padre al Hijo
Todo cuanto Dios Padre
dio a Dios Hijo, se lo dio en la generación. Y como le dio el ser, así le dio
el Padre al Hijo todas las cosas sin las cuales el Hijo no puede ser. Pues,
¿cómo podría dar de otra manera palabras al Verbo, en el que infaliblemente
Dios dijo todas las cosas?
375.
La protección con la que Dios nos conserva
La protección que Dios
nos concede no la debemos tomar en sentido tan carnal como si alternativamente
nos guardasen el Padre y el Hijo, haciendo turno en vigilarnos, y como si uno
sucediera al otro que se retira. Pues conjuntamente nos custodian el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, que son un Dios único y verdadero. Pero la Escritura
no nos eleva, sino bajando a nosotros; así como el Verbo, hecho hombre, bajó a
nosotros para elevarnos, y no cayó para estar yacente. Si creemos que ha
bajado, levantémonos con quien nos eleva, y comprendamos que, al hablar así,
hace distinción entre las personas, sin separar las naturalezas.
376.
La gracia divina que se adelanta a todo mérito humano
Si nos fijamos en la
naturaleza en la que hemos sido creados habiendo sido todos creados por la
verdad, ¿quién no procede de la verdad? Mas no todos reciben de la verdad el
poder de escuchar la verdad, esto es de obedecer a la verdad y creer en la
verdad; desde luego sin méritos precedentes, para que la gracia no deje de ser
gracia. Si hubiese dicho: todo el que oye mi voz pertenece a la verdad, por eso
se diría llamado desde la verdad, porque obedece a la verdad; mas no dijo eso,
sino todo el que pertenece a la verdad oye mi voz 39. Por lo
tanto, no pertenece a la verdad porque oye su voz, sino que oye su voz porque
pertenece a la verdad, o sea porque de la verdad ha recibido ese don. Y esto,
¿qué quiere decir sino que cree en Cristo porque Cristo le ha dado ese don?
377.
El amor con que debemos amar a Dios
Quien se ama a sí
mismo, y no ama a Dios, no se ama a sí mismo; en cambio, quien ama a Dios y no
se ama a sí mismo, se ama a sí mismo. Pues quien no puede vivir por sí, muere
amándose a sí mismo. Mas cuando se ama a aquel por quien se vive, no amándose a
sí mismo, ama más, porque no se ama a sí por amar a aquel que es su vida.
378.
La acción indivisa del Padre y del Hijo
Todo lo que el Padre
tiene que hacer en orden al Hijo, sólo se hace por medio del Hijo; en orden a
éste, porque es el Hijo del hombre, y fue hecho entre todas las cosas; por este
mismo, porque es el Hijo de Dios, y el Padre hace todas las cosas por medio de
Él.
379.
La sujeción del Hijo
No debe extrañarnos
que el Apóstol diga que, incluso en el mundo futuro, el Hijo estará sometido al
Padre: entonces el mismo Hijo se someterá a quien todo le sometió ;
porque el Hijo conserva la forma humana, y según ésta, siempre es inferior al
Padre. Aunque no faltaron quienes opinaron que esa sujeción del Hijo implicaba
una transformación de la misma forma humana en la sustancia divina, basándose
en que se somete a una cosa lo que se cambia y transforma en la misma. Pero se
puede entender que el motivo principal que movió al Apóstol, para decir incluso
que en el mundo futuro el Hijo estará sometido al Padre, fue evitar que alguno
pensara que en el mismo Hijo se había de consumir el espíritu y el cuerpo
humano con alguna transformación: para que Dios sea todas las cosas, no
sólo en la forma de aquel hombre, sino en todas las cosas ; cuando la
gloria de la cabeza llenará todo el cuerpo (Ibid., 1.1, c.8).
380.
Dios no deja nada desordenado en las criaturas
Cualesquiera bienes,
grandes o pequeños, no pueden proceder sino de Dios; porque, ¿qué puede haber
en las criaturas más excelente que la vida inteligente, y qué puede haber en
ellas inferior al cuerpo? Sin duda que ésos son bienes que se hallan sujetos al
desfallecimiento y que tienden al no ser, y no obstante, tienen siempre forma,
por insignificante que sea, que les da su modo especial de existir. Así pues,
cualquiera forma, aun la más imperfecta, que resta en cualquier ser deficiente,
procede de aquella forma que desconoce la deficiencia, y que no permite que los
mismos movimientos de los seres que progresan, o de los que retroceden,
traspasen las leyes de sus números. Por consiguiente, todo cuanto de laudable
hay en la naturaleza de las criaturas, ya lo juzguemos digno de poca, ya de
mucha alabanza, todo debemos referirlo a la mayor excelencia e inefable
alabanza del Creador.
381.
La presciencia divina no obliga a nadie a pecar
Dios a nadie obliga a
pecar, aunque prevé quiénes han de pecar por su propia voluntad. ¿Por qué,
pues, no ha de castigar como justo juez el mal, que no obliga a cometer, no
obstante conocerlo de antemano, como sapientísimo previsor? Así como nadie, con
su memoria de las cosas, obliga a ser a las cosas que ya fueron: del mismo modo
Dios no obliga a que se haga lo que realmente se ha de hacer. Y así como el
hombre se acuerda de algunas cosas que ha hecho, y no obstante no ha hecho todo
lo que recuerda: así también Dios prevé todas las cosas, de las que él mismo es
autor, y no obstante, no es el autor de todo lo que prevé. Pero de las cosas de
las que no es mal hacedor, es, sin embargo, justo vengador.
382.
El conocimiento de las criaturas invisibles
El alma humana, que
está naturalmente unida a la razón divina, de la cual depende, cuando dice que
mejor sería esto que aquello, si dice verdad y sabe lo que dice, lo ve en aquellas
razones a las que está unida. Tenga, pues, por cierto que Dios ha hecho todo lo
que ella piensa razonablemente que debía haber hecho, aunque no alcance a verlo
como una realidad en las cosas creadas; porque aunque no alcanzara a ver el
cielo con los ojos corporales y, no obstante, dedujera Con verdadero motivo que
Dios debió haberlo hecho, debería tener por seguro que lo había hecho, a pesar
de que no lo viera con los ojos corporales; porque realmente no hubiera podido
ver Con la inteligencia que debía haberlo hecho, sino en aquellas razones o
ejemplares según las cuales fueron hechas todas las cosas. Y lo que no está
contenido en aquellas razones, es tan verdad que nadie lo puede ver mediante un
razonamiento fundado en la verdad, cuanto es cierto que eso no es, ni puede
ser, verdadera realidad.
383.
El remedio para curar las heridas humanas
¿Quién tiene más
necesidad de misericordia que el miserable? ¿Y quién es más digno de
misericordia que el soberbio? Esto es lo que hizo que el Verbo de Dios, por el
cual fueron hechas todas las cosas y del cual gozan todos los bienaventurados
del cielo, se hiciera carne y habitara entre nosotros. Y así es como podría
llegar el hombre a comer el pan de los ángeles, a pesar de no ser todavía igual
a los ángeles, dignándose hacerse hombre el mismo pan de los ángeles. Y
haciéndose hombre, no descendió hasta nosotros para abandonarlos a ellos, sino
que, dándose por entero a ellos y también a nosotros, nutriéndoles a ellos
interiormente con su divinidad, y enseñándonos externamente a nosotros por
medio de su humanidad, nos dispone por la fe a participar, como los mismos
ángeles, del alimento de su visión beatífica.
384.
Ningún defecto de la naturaleza viene del autor de ésta
Es indudable que todo
vicio o defecto es contrario a la naturaleza, incluso en la cosa de que es
vicio. Por lo tanto, puesto que en cualquier cosa viciosa no se vitupera sino
el vicio, y puesto que en tanto es vicio en cuanto que es contra la naturaleza
de la cosa cuyo es el vicio, síguese que no se puede vituperar con razón el
vicio de alguna cosa sino de aquella cuya naturaleza se alaba. Luego en el
vicio sólo desagrada lo que corrompe lo que en la naturaleza agrada.
385.
El castigo del pecado
La ignorancia y la
debilidad son los dos castigos penales de toda alma pecadora. De la primera
proviene el error que embrutece, y de la segunda el temor que aflige. Mas
aprobar lo falso tomándolo como verdadero, es equivocarse sin querer; y no
poder abstenerse de hacer lo que piden las pasiones, a causa de la resistencia
opuesta por ellas y a causa de lo que atormentan los vínculos de la carne y de
la sangre, no es propio de la naturaleza del hombre, creado por Dios, sino pena
del hombre condenado.
386.
La diversidad en los remedios
Como el arte de la
medicina, permaneciendo inalterable, no varía en modo alguno, con todo varía
los remedios según el diagnóstico de los enfermos, porque cambia nuestra salud,
así la divina providencia, aunque es fija en sí misma, socorre de diversas
maneras a la criatura frágil, y según la variedad de las enfermedades, receta o
prohíbe diversos remedios, siempre con el fin de dar vigor y lozanía a las
cosas defectibles, esto es, a las que tienden a la nada, sacándolas del vicio,
que es principio de muerte, a la integridad de su naturaleza y esencia
387.
El primer pecado del hombre
El primer vicio del
alma racional es la voluntad de hacer lo que prohíbe la suma e Íntima verdad.
Así el hombre fue expulsado del paraíso a este siglo, o sea, de los bienes
eternos a los temporales, de los abundantes a los escasos, de la firmeza a la
flaqueza; no fue arrojado, pues, del bien sustancial al mal sustancial, porque
ninguna sustancia es mal, sino del bien eterno al bien temporal, del bien
espiritual al bien carnal, del bien inteligible al bien sensible, del bien sumo
al bien ínfimo. Hay, pues, cierto bien, y amándolo el hombre peca, porque está
en un orden inferior a él; por lo cual el mismo pecado es el mal, no el objeto
que se ama con afición pecaminosa.
388.
La verdad, maestra de todas las artes
La regla universal de
todas las artes es absolutamente invariable; en cambio, la mente humana, que
tiene el privilegio de conocerla, está sujeta a los vaivenes del error; de
donde claramente se deduce que la ley, llamada la verdad, es superior a nuestra
mente. Así pues, no hay lugar a dudas: Dios es la naturaleza inmutable, que
está sobre el alma racional, y la primera vida y la primera esencia se dan
donde brilla la primera sabiduría. Esta es la verdad inmutable, que con razón
se llama ley de todas las artes, y arte del Artífice omnipotente. Por lo tanto,
conociéndose el alma a sí misma, y sabiendo que la hermosura y el movimiento de
los cuerpos se rigen por normas superiores a ella, debe reconocer al mismo
tiempo que ella aventaja según su ser a las cosas sujetas a su juicio; pero a
su vez es inferior en excelencia a la naturaleza que regula sus juicios, y a la
que no puede juzgar de ningún modo.
389.
Los incentivos para aprender
Hay dos caminos para
aprender: la autoridad y la razón. La autoridad es anterior en el orden del
tiempo, pero realmente es anterior la razón. Pues una cosa es lo que precede en
el obrar, y otra lo estimado por muchos al desear algún bien. El principio de
la sabiduría es el temor de Dios, y a las cosas sublimes se asciende por medio
de la humildad; siga pues la ignorancia humana el camino de la fe, para que la
fe merezca ver lo que cree.
390.
Las riquezas
Abundas en riquezas, y
te jactas de la nobleza de tus mayores; saltas de gozo por tu patria, por la
belleza del cuerpo, y por los honores que los hombres te tributan. Pero mírate
bien, y verás que eres mortal; eres tierra y volverás a la tierra. Mira a los
que brillaron con semejantes esplendores antes de ti. ¿Dónde están ahora los
que estaban antes rodeados por los más poderosos ciudadanos? ¿Dónde están los
invencibles emperadores? ¿Dónde los que organizaban las reuniones y las
fiestas? ¿Dónde están los que criaban espléndidos caballos, dónde los jefes de
los ejércitos, dónde los sátrapas, dónde los tiranos? ¿Acaso no se han
convertido todos en polvo y en pavesas? ¿Acaso no se ha reducido el recuerdo de
su vida a unos pocos huesos? Mira los sepulcros, y trata de descubrir quién fue
siervo y quién señor, quién pobre y quién rico; y mira si puedes distinguir
entre el vencido y el rey, entre el fuerte y el débil, entre el hermoso y el
deforme. Así pues, acordándote de tu naturaleza, nunca te ensalzarás. Y te
acordarás de ella, si te miras bien a ti mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario