El
CORAZÓN DE JESÚS
ESTÁ REPITIENDO SU JUEVES SANTO
En la noche en que había de ser entregado
(1 Cor 11,23)
Nos
ama
Para
mí la línea que divide a la humanidad en dos grandes mitades la ha trazado el
Jueves Santo.
En
la tarde de ese día se creó el Sagrario. Yo creo que más que la diversidad de
razas, el grado de cultura o de libertad de los pueblos, y el rango de los
imperios y de las estirpes, diferencia a los hombres esta condición: Hombres
con Sagrario y hombres sin él.
Escudríñese
a la luz de la fe católica lo que significan estas dos palabras que se
inventaron aquel mismo día: Sagrario y Comunión, y se deducirá que los hombres
que están en posesión de ellas tienen con respecto a los que no las conocieron
más diferencias, infinitamente más, que las que existieron entre los griegos y
los romanos, entre los esclavos y los libres, entre los salvajes del centro de
África y los filósofos de Atenas.
Estos
tránsitos sociales han hecho gozar a los hombres de un poco o un mucho de bien,
pero limitado y relativo.
El
tránsito de no tener Sagrario a tenerlo ha puesto al hombre en goce y posesión
de el Bien absoluto y sin limitaciones.
Con
todos aquellos bienes aun cabía llamarse y ser pobre y desdichado.
Con
este Bien del Sagrario se acabaron de verdad todas las pobrezas y desdichas de
los hombres.
¿Que
aun siguen mendigando y gimiendo?
Es
verdad, pero es que seguramente esos hombres no han leído y mucho menos
entendido la hoja del almanaque de este día cuando dice:
JUEVES
SANTO
Institución
del Santísimo Sacramento del altar
¡Si
se enteraran, si se enteraran!
Marías,
Discípulos de san Juan: ésa es vuestra misión: enseñar o recordar a los hombres
que hay Jueves santo, que hay que agradecerlo siempre.
El
gran día de las Marías y de los Discípulos de san Juan
¿Sabéis
cuál es el día del año en que pienso más en vosotros, o mejor os echo más de
menos?
Quizás
os extrañe.
¡El
Jueves santo!
Sí,
en ese día, a pesar de ser el de mayor y de más suntuosa concurrencia de
nuestros templos y precisamente para visitar los Sagrarios, es cuando mi
corazón angustiado y mis ojos ansiosos os buscan, os llaman y, si no os
encuentro, lamento más tristemente vuestra ausencia.
¡Hacéis
tanta falta al Señor del Sagrario ese día! Cierto que a pesar de todas las
asechanzas de la impiedad, de las promiscuaciones del espíritu mundano, y de
las groseras rutinas de la ignorancia, que tan duros y sombríos contrastes
ponen a ese día, los Jueves santos de la mayor parte de los pueblos cristianos
son días de intensa religiosidad, de exuberancia de culto externo, de menos
respeto humano, de sorprendente resurrección de costumbres cristianas...,
cierto todo eso; pero también lo es el contraste que el demonio, sin duda, se
esfuerza en poner en frente.
Dos
cuadros
Y
quiero fijarme preferentemente en dos cuadros: el que presentan los templos de
nuestras ciudades durante ese día y los de no pocos pueblos en esa noche.
Durante
todo ese día y esa noche la piedad tiene expuesto en rico y suntuoso Monumento
al Amor humanado, crucificado y sacramentado recibiendo para festejar su
Día correspondencia de agradecimientos humanos. Los templos católicos se llenan
una y muchas veces y sus puertas, excesivamente grandes para el número de los
que los visitan en el resto del año, son excesivamente pequeñas para dar paso a
tanto agradecido que forcejea para entrar y salir ese día.
Pero, mirad:
El
día de las ciudades
Tiendo
una mirada en torno de los Monumentos de mi festejado Jesús y apenas si mis
ojos descubren otra cosa que brazos y hombros desnudos de mujeres y miradas
curiosas o sensuales de hombres y una ola sucia de profanación y sacrilegio
invadiendo calles, atrios y naves de iglesias...
La
noche en los pueblos
Miro
a los pueblos y me cuentan cosas que ponen espanto en el alma... Mil y mil
abusos que a pesar de las órdenes terminantes y severísimas de los Prelados y
de la energía y habilidad de los párrocos, aun subsisten en no pocos pueblos,
no diré de aquí ni de allí, sino de muchas partes.
Y
¿sabéis la medida que ha obligado a tomar esa irrupción de ignorancia o
barbarie de los ¡pueblos cristianos!? Pues cerrar las puertas de esos templos
en cuanto llega la noche y quedarse solo el pobre párroco con su Jesús
amenazado de nueva noche de pretorio...
¿Veis
ahora, Marías y Discípulos, por qué os echo tanto de menos en ese día? ¿No os
parece que para los días de las capitales y para las noches de los pueblos es
urgente poner entre la vista de Jesús y la ola de la sensualidad o de la
ignorancia unos ojos que lo miren con pureza y que lo conozcan y unos corazones
muy limpios, muy enterados, muy tiernos y muy ardientes en los que al menos se
sienta el suyo reconocido, agasajado, desagraviado, correspondido,
descansado...?
Y ¡qué! ¿No os toca
a vosotros dar a los ojos y al Corazón de Jesús en cada uno de esos Monumentos
esos ojos y ese corazón?
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