SAN JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 29 de agosto de 2004
Domingo 29 de agosto de 2004
1. Hoy, 29 de
agosto, la tradición cristiana recuerda el martirio de san Juan
Bautista, "el mayor entre los nacidos de mujer", según el elogio
del Mesías mismo (cf. Lc 7, 28). Ofreció a Dios el supremo
testimonio de la sangre, inmolando su existencia por la verdad y la justicia;
en efecto, fue decapitado por orden de Herodes, al que había osado decir que no
le era lícito tener la mujer de su hermano (cf. Mc 6, 17-29).
2. En la
encíclica Veritatis splendor, recordando el sacrificio de san Juan
Bautista (cf. n. 91), afirmé que el martirio es un "signo preclaro de la
santidad de la Iglesia" (n. 93). En efecto, "es el testimonio
culminante de la verdad moral" (ib.). Aunque son pocos
relativamente los llamados al sacrificio supremo, existe sin embargo "un
testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar
cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios" (ib.).
Realmente, a veces hace falta un esfuerzo heroico para no ceder, incluso en la
vida diaria, ante las dificultades y las componendas, y para vivir el
Evangelio sin glosa.
3. El ejemplo heroico
de san Juan Bautista nos hace pensar en los mártires de la fe, que,
a lo largo de los siglos, han seguido valientemente sus pasos. De modo
especial, me vienen a la memoria los numerosos cristianos que durante el siglo
pasado fueron víctimas del odio religioso en diversas naciones de Europa.
También hoy, en algunas partes del mundo, los creyentes siguen sometidos a
duras pruebas por su adhesión a Cristo y a su Iglesia.
¡Ojalá que estos hermanos y
hermanas nuestros sientan la plena solidaridad de toda la comunidad eclesial!
Los encomendamos a la Virgen santísima, Reina de los mártires, a la que ahora
invocamos juntos.
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