Reflexión de monseñor
Héctor Aguer,
arzobispo de La
Plata,
en el programa
"Claves para un Mundo Mejor"
(29 de julio de
2017)
Querido amigos, hoy quiero hablarles sobre una de
las cualidades más notorias de la cultura vigente. Llamo cultura vigente a lo
que piensa la inmensa mayoría, a lo que hace la inmensa mayoría, a lo que se
impone a la inmensa mayoría de la gente porque -no nos hagamos ilusiones- estas
culturas son creadas, son fabricadas. La cualidad a la que me refiero se llama
relativismo.
¿Y qué es el relativismo? Podemos definirlo con
una frase muy casera que es ver las cosas según el color del cristal con que se
miran. El relativismo no acepta que existan verdades, verdades absolutas,
verdades que no se pueden negar, que no se pueden cambiar; sostiene, en cambio,
que todo es más o menos. Ahora, a veces, se refuerza eso que es una cualidad
intelectual, una postura filosófica, se lo refuerza afectivamente, porque si
decís la verdad estás confrontando con alguien, estás molestando a alguien y,
en el fondo, estás peleándote. Hasta eso hemos llegado. El que dice la verdad,
aunque lo haga comedidamente, es un agresor.
Fíjense ustedes como se ha reemplazado la verdad
por la libertad, pero la libertad entendida como una construcción. Yo soy libre
para construir lo que me parece, aunque eso sea contrario a la naturaleza. No
existe una verdad, sino que yo soy libre para decir: esto es así y aquello es
asá. Voy a poner un ejemplo más notorio y si se quiere más fuerte: si vos sos
varón, pero te parece o sentís que sos mujer entonces te podes vestir de mujer,
operarte, tener un documento de mujer, casarte con otro varón, etc., etc., y
aquí la verdad no cuenta, sino que lo que cuenta es el sentimiento, la libertad
de que cada uno tiene que hacer lo que le parece bien, sin referencia alguna a
la verdad, a la realidad de las cosas, a la naturaleza propia de cada una de
ellas.
Esto que es una característica de la cultura se
introduce también en la Iglesia y no sólo ahora, sino desde hace mucho tiempo.
Ha pasado y seguirá pasando. Es decir: no habría verdades absolutas. Por
ejemplo: Juan Pablo II publicó el “Catecismo de la Iglesia Católica”, como
también durante el
Pontificado de Pablo VI el pontífice tuvo que
insistir muchísimo en varios temas. Pablo VI, miércoles tras miércoles, hablaba
de las verdades fundamentales de la fe, proclamó el Año de la Fe, porque muchos
teólogos ya empezaron a dudar acerca de estas verdades fundamentales que la
tradición de la Iglesia trae desde el tiempo de los Apóstoles y empezaron a
lucubrar invenciones suyas en contra de la Fe. El mismo Papa Francisco se
refiere constantemente a las realidades fundamentales del cristianismo.
Me detengo ahora en una dimensión en la cual esto
se nota mucho, y es la teología moral por ejemplo. Cuando yo era estudiante
estaban de moda ciertos autores relativistas que no aceptaban, por ejemplo, que
existen actos intrínsecamente malos, o sea que ciertos hechos o actos humanos
son malos siempre independientemente de las circunstancias. Sostenían una moral
de situación, una moral de circunstancia, donde la verdad de los principios, de
los mandamientos de la ley de Dios, de las exigencias del Evangelio queda
relegada porque lo que importa es la libertad de la persona en el ámbito o en
la situación en que se encuentra.
El Papa San Juan Pablo II publicó una encíclica
preciosa titulada “Veritatis Splendor”; esas son las primeras palabras del
texto que significa el esplendor de la verdad. Allí habla precisamente de este
tema que recién les mencionaba, de los actos intrínsecamente malos. Hay ciertos
comportamientos que son malos siempre, que no se pueden justificar porque yo
esté en esta situación o en la otra. Los relativistas de ninguna manera
aceptarían una formulación así. Como les dije, para ellos todo es del color del
cristal con que se mira.
De estos deslices anticatólicos tenemos que
cuidarnos muy bien. No es agradable decir siempre la verdad. Todos ustedes
habrán hecho, alguna vez, la experiencia de decir la verdad en un contexto en
que la verdad no es aceptada; uno queda como descolocado y ahora, además, te
dicen que eso es contrario al diálogo. Pero el diálogo interreligioso, el
diálogo ecuménico, el dialogo social, es posible si uno no abdica de la verdad
sino que uno intenta que la verdad, que es algo objetivo, sea reconocida por
todos. Ahí está la cuestión. La verdad de la naturaleza, como la verdad de la
fe, son dones de Dios, no pueden ser desplazados por construcciones nuestras.
Les dejo este consejo, entonces: ¡cuidado, no patinar hacia el relativismo!
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
No hay comentarios:
Publicar un comentario