XVI
Mi
querido Orugario:
En
tu última carta, mencionabas de pasaba que el paciente ha seguido yendo a una
iglesia, y sólo a una, desde su conversión, y que no está totalmente satisfecho
de ella. ¿Puedo preguntarte qué es lo que haces? ¿Por qué no tengo ya un
informe sobre las causas de su fidelidad a la iglesia parroquial? ¿Te das
cuenta de que, a menos que sea por indiferencia, esto es muy malo? Sin duda sabes
que, si a un hombre no se le puede curar de la manía de ir a la iglesia, lo
mejor que se puede hacer es enviarle a recorrer todo el barrio, en busca de la
iglesia que "le va", hasta que se convierta en un catador o connoisseur
de iglesias.
Las
razones de esto son obvias. En primer lugar, la organización parroquial siempre
debe ser atacada, porque, al ser una unidad de lugar, y no de gustos, agrupa a
personas de diferentes clases y psicologías en el tipo de unión que el Enemigo
desea. El principio de la congregación, en cambio, hace de cada iglesia una
especie de club, y, finalmente, si todo va bien, un grupúsculo o facción. En
segundo lugar, la búsqueda de una iglesia "conveniente" hace del
hombre un crítico, cuando el Enemigo quiere que sea un discípulo. Lo que Él
quiere del laico en la iglesia es una actitud que puede, de hecho, ser crítica,
en tanto que puede rechazar lo que sea falso o inútil, pero que es totalmente
acrítica en tanto que no valora: no pierde el tiempo en pensar en lo que rechaza,
sino que se abre en humilde y muda receptividad a cualquier alimento ,que se le
dé. (¡Fíjate lo rastrero, antiespiritual e incorregiblemente vulgar que es el
Enemigo!) Esta actitud, sobre todo durante los sermones, da lugar a una
disposición (extremadamente hostil a toda nuestra política) en que los tópicos
calan realmente en el alma humana. Apenas hay un sermón, o un libro, que no
pueda ser peligroso para nosotros, si se recibe en este estado de ánimo; así
que, por favor, muévete, y manda a ese tonto a hacer la ronda de las iglesias
vecinas, tan pronto como sea posible. Tu expediente no nos ha dado hasta ahora
mucha satisfacción.
He
mirado en el archivo las dos iglesias que le caen más cerca. Las dos tienen
ciertas ventajas. En la primera de ellas, el vicario es un hombre que lleva
tanto tiempo dedicado a aguar la fe, para hacérsela más asequible a una
congregación supuestamente incrédula y testaruda, que es él quien ahora
escandaliza a los parroquianos con su falta de fe, y no al revés: ha minado el
cristianismo de muchas almas. Su forma de llevar los servicios es también
admirable: con el fin de ahorrarles a los laicos todas las
"dificultades", ha abandonado tanto el leccionario como los salmos
fijados para cada ocasión, y ahora, sin darse cuenta, gira eternamente en torno
al pequeño molino de sus quince salmos y sus veinte lecciones favoritas. Así
estamos a salvo del peligro de que pueda llegarle de las Escrituras cualquier
verdad que no le resulte ya familiar tanto a él como a su rebaño. Pero quizá tu
paciente no sea lo bastante tonto como para ir a esta iglesia, o, al menos, no
todavía.
En
la otra tenemos al padre Spike. A los humanos les cuesta trabajo, con
frecuencia, comprender la variedad de sus opiniones: un día es casi comunista,
y al día siguiente no está lejos de alguna especie de fascismo teocrático; un
día es escolástico, y al día siguiente está casi dispuesto a negar por completo
la razón humana; un día está inmerso en la política, y al día siguiente declara
que todos los estados de este mundo están igualmente "en espera de
juicio". Por supuesto, nosotros sí vemos el hilo que lo conecta todo, que
es el odio. El hombre no puede resignarse a predicar nada que no esté calculado
para escandalizar, ofender, desconcertar, o humillar a sus padres y sus amigos.
Un sermón que tales personas pudiesen aceptar sería, para él, tan insípido como
un poema que fuesen capaces de medir. Hay también una prometedora veta de
deshonestidad en él: le estamos enseñando a decir "el magisterio de la
Iglesia" cuando en realidad quiere decir "estoy casi seguro de que
hace poco leí en un libro de Maritain o alguien parecido..." Pero debo
advertirte que tiene un defecto fatal: cree de verdad. Y esto puede echarlo
todo a perder.
Pero
estas dos iglesias tienen en común un buen punto: ambas son iglesias de
partido. Creo que ya te he advertido antes que, si no se puede mantener a tu
paciente apartado de la iglesia, al menos debiera estar violentamente implicado
en algún partido dentro de ella. No me refiero a verdaderas cuestiones
doctrinales; con respecto a éstas, cuanto más tibio sea, mejor. Y no son las
doctrinas en lo que nos basamos principalmente para producir divisiones: lo
realmente divertido es hacer que se odien aquellos que dicen "misa"
y los que dicen "santa comunión", cuando ninguno de los dos
bandos podría decir qué diferencia hay entre las doctrinas de Hooker y de Tomás
de Aquino, por ejemplo, de ninguna forma que no hiciese agua a los cinco
minutos. Todo lo realmente indiferente —cirios, vestimenta, qué sé yo— es una
excelente base para nuestras actividades. Hemos hecho que los hombres olviden
por completo lo que aquel individuo apestoso, Pablo, solía enseñar acerca de
las comidas y otras cosas sin importancia: es decir, que el humano sin
escrúpulos debiera ceder siempre ante el humano escrupuloso. Uno creería que no
podrían dejar de percatarse de su aplicación a estas cuestiones: uno esperaría
ver al "bajo" eclesiástico arrodillándose y santiguándose, no fuese
que la conciencia débil de su hermano "alto" se viese empujada a la
irreverencia, y al "alto" absteniéndose de tales ejercicios, no fuese
a empujar a la idolatría a su hermano "bajo". Y así habría sido, de
no ser por nuestra incesante labor; sin ella, la variedad de usos dentro de la
Iglesia de Inglaterra podría haberse convertido en un semillero de caridad y de
humildad.
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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