XVIII
Mi
querido Orugario:
Hasta
con Babalapo tienes que haber aprendido en la escuela la técnica rutinaria de
la tentación sexual, y ya que para nosotros los espíritus, todo este asunto es
considerablemente tedioso (aunque necesario como parte de nuestro
entrenamiento), lo pasaré de largo. Pero en las cuestiones más amplias
implicadas en este asunto creo que tienes mucho que aprender.
Lo
que el Enemigo exige de los humanos adopta la forma de un dilema: o completa
abstinencia o monogamia sin paliativos. Desde la primera gran victoria
de Nuestro Padre, les hemos hecho muy difícil la primera. Y llevamos unos
cuantos siglos cerrando la segunda como vía de escape. Esto lo hemos conseguido
por medio de los poetas y los novelistas, convenciendo a los humanos de que una
curiosa, y generalmente efímera, experiencia que ellos llaman "estar
enamorados" es la única base respetable para el matrimonio; de que el
matrimonio puede, y debe, hacer permanente este entusiasmo; y de que un
matrimonio que no lo consigue deja de ser vinculante. Esta idea es una parodia
de una idea procedente del Enemigo.
Toda
la filosofía del Infierno descansa en la admisión del axioma de que una cosa no
es otra cosa y, en especial, de que un ser no es otro ser. Mi bien es mi bien,
y tu bien es el tuyo. Lo que gana uno, otro lo pierde. Hasta un objeto inanimado
es lo que es excluyendo a todos los demás objetos del espacio que ocupa; si se
expande, lo hace apartando a otros objetos, o absorbiéndolos. Un ser hace lo
mismo. Con los animales, la absorción adopta la forma de comer; para nosotros,
representa la succión de la voluntad y la libertad de un ser más débil por uno
más fuerte. "Ser" significa "ser compitiendo".
La
filosofía del Enemigo no es más ni menos que un continuo intento de eludir esta
verdad evidente. Su meta es una contradicción. Las cosas han de ser muchas,
pero también, de algún modo, sólo una. A esta imposibilidad Él le llama Amor,
y esta misma monótona panacea puede detectarse bajo todo lo que Él hace e
incluso todo lo que Él es o pretende ser. De este modo, Él no está satisfecho,
ni siquiera Él mismo, con ser una mera unidad aritmética; pretende ser tres al
mismo tiempo que uno, con el fin de que esta tontería del Amor pueda encontrar
un punto de apoyo en Su propia naturaleza. Al otro extremo de la escala, Él
introduce en la materia ese indecente invento que es el organismo, en el que
las partes se ven pervertidas de su natural destino —la competencia— y se ven
obligadas a cooperar.
Su
auténtica motivación para elegir el sexo como método de reproducción de los
humanos está clarísima, en vista del uso que ha hecho de él. El sexo podría
haber sido, desde nuestro punto de vista, completamente inocente. Podría haber
sido meramente una forma más en la que un ser más fuerte se alimentaba de otro
más débil —como sucede, de hecho, entre las arañas, que culminan sus nupcias
con la novia comiéndose al novio—. Pero en los humanos, el Enemigo ha asociado
gratuitamente el afecto con el deseo sexual. También ha hecho que su
descendencia sea dependiente de los padres, y ha impulsado a los padres a
mantenerla, dando lugar así a la familia, que es como el organismo, sólo que
peor, porque sus miembros están más separados, pero también unidos de una forma
más consciente y responsable. Todo ello resulta ser, de hecho, un artilugio más
para meter el Amor.
Ahora
viene lo bueno del asunto. El Enemigo describió a la pareja casada como
"una sola carne". No dijo "una pareja felizmente casada",
ni "una pareja que se casó porque estaba enamorada", pero se puede
conseguir que los humanos no tengan eso en cuenta. También se les puede hacer
olvidar que el hombre al que llaman Pablo no lo limitó a las parejas casadas.
Para él, la mera copulación da lugar a "una sola carne". De esta
forma, se puede conseguir que los humanos acepten como elogios retóricos del
"enamoramiento" lo que eran, de hecho, simples descripciones del
verdadero significado de las relaciones sexuales. Lo cierto es que siempre que
un hombre yace con una mujer, les guste o no, se establece entre ellos una
relación trascendente que debe ser eternamente disfrutada o eternamente
soportada. A partir de la afirmación verdadera de que esta relación
trascendente estaba prevista para producir —y, si se aborda obedientemente, lo hará
con demasiada frecuencia— el afecto y la familia, se puede hacer que los
humanos infieran la falsa creencia de que la mezcla de afecto, temor y deseo
que llaman "estar enamorados" es lo único que hace feliz o santo el
matrimonio. El error es fácil de provocar, porque "enamorarse" es
algo que con mucha frecuencia, en Europa occidental, precede matrimonios
contraídos en obediencia a los propósitos del Enemigo, esto es, con la
intención de la fidelidad, la fertilidad y la buena voluntad; al igual que la
emoción religiosa muy a menudo, pero no siempre, acompaña a la conversión. En
otras palabras, los humanos deben ser inducidos a considerar como la base del
matrimonio una versión muy coloreada y distorsionada de algo que el Enemigo
realmente promete como su resultado. Esto tiene dos ventajas. En primer lugar,
a los humanos que no tienen el don de la continencia se les puede disuadir de
buscar en el matrimonio una solución, porque no se sienten
"enamorados" y, gracias a nosotros, la idea de casarse por cualquier
otro motivo les parece vil y cínica. Sí, eso piensan. Consideran el propósito
de ser fieles a una sociedad de ayuda mutua, para la conservación de la
castidad y para la transmisión de' la vida, como algo inferior que una
tempestad de emoción. (No olvides hacer que tu hombre piense que la ceremonia
nupcial es muy ofensiva.) En segundo lugar, cualquier infatuación sexual,
mientras se proponga el matrimonio como fin, será considerada "amor",
y el "amor" será usado para excusar al hombre de toda culpa, y para
protegerle de todas las consecuencias de casarse con una pagana, una idiota o
una libertina. Pero ya seguiré en mi próxima carta.
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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