Homilía del
Cardenal Robert Sarah
12 de agosto 2017
Hermanos:
Ofrecemos esta noche
el sacrificio de la misa por el descanso de todos los benefactores de Puy du
Fou fallecidos desde el comienzo de esta bella obra hace cuarenta años.
Por vuestro trabajo,
todos los que hoy estáis aquí congregados, despertáis cada tarde la memoria de
este lugar. El castillo de Puy du
Fou, ruina dolorosa, abandonada por los hombres, se alza como un grito hacia el
cielo. Con las entrañas abiertas, recuerda al mundo que, frente al odio por la
fe, un pueblo se levantó: ¡El pueblo de la Vendée!
Queridos amigos,
dando vida a estas ruinas, cada noche, dais vida a los muertos. Dais vida a
todos aquellos vandeanos muertos por su fe, por sus iglesias y por sus
sacerdotes.
Vuestra obra se
eleva sobre esta tierra como un canto que lleva consigo el recuerdo de los
mártires de la Vendée. ¡Hacéis revivir a esos trescientos mil hombres,
mujeres y niños, víctimas del Terror! Dais voz a aquellos a
quienes se quiso silenciar, ¡porque rechazaban la mentira de la ideología atea!
¡Rendís homenaje a aquellos a quienes se pretende ahogar en el olvido porque
rechazaban que se les arrancara la libertad de creer y de celebrar la misa!
Os lo digo
solemnemente: vuestro trabajo es justo y necesario. Con vuestro arte, vuestros
cantos, vuestras proezas técnicas, ofrecéis al fin una digna sepultura a todos
esos mártires a los que la Revolución quiso dejar sin tumbas, abandonados a los
perros y los cuervos. Vuestro trabajo es más que una obra simplemente humana:
es como la obra de una Iglesia.
¡Vuestro trabajo es
necesario, especialmente en nuestro tiempo, que parece embobado. Frente a la dictadura del relativismo, frente al
terrorismo del pensamiento que, de nuevo, quiere arrancar a Dios del corazón de
los niños, necesitamos reencontrar la frescura de espíritu, la simplicidad
alegre y ardiente de estos santos y mártires.
Cuando la Revolución quiso privar a los vandeanos de
sus sacerdotes, todo un pueblo se sublevó. ¡Ante los cañones,
estos pobres solo tenían sus bastones! ¡Frente a los fusiles, sólo poseían sus
hoces! ¡Frente al odio de las columnas infernales, sólo presentaban su rosario,
su oración y el Sagrado Corazón bordado en su pecho!
Hermanos, los
vandeanos simplemente pusieron en práctica lo que nos enseñan las lecturas de
hoy. Dios no está en el trueno ni los relámpagos, no está en el poder o el
ruido de las armas, ¡se esconde en la brisa ligera!
Frente al despliegue
planificado y metódico del Terror, los vandeanos sabían bien que serían
aplastados. Sin embargo, ofrecieron cantando su sacrificio al Señor. Fueron esa
brisa ligera, brisa aparentemente barrida por la poderosa tempestad de las
“columnas infernales”.
Pero Dios estaba
allí. ¡Su poder se reveló en la debilidad! La historia –la verdadera historia- sabe que en el
fondo los campesinos vandeanos triunfaron. Con su sacrificio
impidieron que la mentira de la ideología se erigiera en maestra. Gracias a los
vandeanos, la Revolución ha tenido que quitarse la máscara y revelar su rostro
de odio hacia Dios y hacia la fe. Gracias a los vandeanos, los sacerdotes no se convirtieron
en los esclavos serviles de un estado totalitario y pudieron ser los servidores
libres de Cristo y de la Iglesia.
Los vandeanos oyeron
la llamada que Cristo nos lanza en el Evangelio de hoy: “¡Confiad! ¡Soy yo, no
temáis!” Cuando rugía la
tempestad, cuando la barca hacía aguas por todas partes, no tuvieron miedo…tan
seguros estaban de que, más allá de la muerte, el Corazón de Jesús sería su
única patria.
Hermanos míos, los
cristianos necesitamos ese espíritu de los vandeanos. ¡Necesitamos ese ejemplo! ¡Como ellos, tenemos que abandonar nuestros campos y
cosechas, dejar sus surcos, para combatir no por intereses humanos, sino por
Dios!
¿Quién se levantará
hoy por Dios? ¿Quién se enfrentará a los modernos perseguidores de la iglesia? ¿Quién tendrá el coraje
de levantarse sin otras armas que el
rosario y el Sagrado Corazón, para enfrentarse a las columnas de la muerte de nuestro tiempo que son
el relativismo, el indeferentismo y el desprecio de Dios? ¿Quién dirá a este mundo
que la única libertad por la que merece la pena morir es la libertad de creer?
Como nuestros
hermanos vandeanos de otro tiempo, estamos llamados hoy a dar testimonio, es decir, ¡al
martirio! Hoy en Oriente, en Pakistán, en África, nuestros hermanos
cristianos mueren por su fe, aplastados por las columnas del islamismo
perseguidor.
Y tú, pueblo de
Francia, tú, pueblo de la Vendée, ¿cuándo te levantarás con las armas pacíficas de la
caridad y la oración para defender tu fe? Amigos, la sangre de los
mártires corre por vuestras venas, ¡sed fieles! Somos todos espiritualmente
hijos de la Vendée mártir. Incluso nosotros, los africanos, que hemos recibido
tanto de los misioneros vandeanos que vinieron a morir entre nosotros para
anunciar a Cirsto. Debemos ser fieles a su herencia.
Las almas de estos
mártires nos rodean en este lugar. ¿Qué nos dicen? ¿Qué quieren transmitirnos?
Para empezar su coraje. Cuando se trata de Dios no hay otro compromiso, ¡el
honor de Dios no se disputa! Y ello debe empezar por nuestra vida personal, de
oración y de adoración. Es tiempo,
hermanos míos, de rebelarnos contra el ateísmo práctico que asfixia nuestras vidas. ¡Oremos en familia, pongamos a Dios en primer lugar! ¡Una familia que reza es una familia que vive! ¡Un
cristiano que no reza, que no sabe dejar sitio a Dios a través del silencio y
la adoración, acaba muriendo!
Del ejemplo de los vandeanos debemos también aprender el amor al
sacerdocio. Se rebelaron porque sus “buenos curas” eran amenazados.
Vosotros, los más
jóvenes, si sois fieles al ejemplo de vuestros mayores, ¡amad a vuestros curas,
amad el sacerdocio! Debéis preguntaros: ¿Y yo, soy llamado a ser sacerdote,
siguiendo a aquellos buenos curas martirizados por la Revolución? ¿Tendré la
valentía de dar mi vida por Cristo y mis hermanos?
Los mártires de la
Vendée nos enseñan además el sentido del perdón y
la misericordia. Ante la persecución, ante
el odio, guardaron en el corazón el deseo de la paz y el perdón. Recordad
cómo el general Bonchamp
liberó a cinco mil prisioneros solo unos minutos antes de morir. Sepamos enfrentar el
odio sin resentimiento y sin acritud. ¡Somos el ejército del Corazón de Jesús y como él
queremos estar llenos de dulzura!
Finalmente, de los
mártires vandeanos, necesitamos aprender el sentido de la generosidad y el don gratuito. Vuestros ancestros no se
batieron por sus intereses, no tenían nada que ganar. Nos dan hoy una lección
de humanidad. Vivimos en un mundo marcado por la dictadura del dinero, del
interés, de la riqueza. El gozo del don gratuito es despreciado y objeto de burla
en todas partes. Sin embargo, solamente el amor generoso, el don desiteresado
de la propia vida pueden vencer el odio por Dios y los hombres que es la matriz
de toda revolución. Los vandeanos nos enseñaron a resistir estas revoluciones.
Nos mostraron que frente a las columnas
infernales, como frente a los campos de exterminio nazis o los gulags
comunistas, ante la barbarie islamista, solo hay una respuesta posible: el don de sí, de toda la
vida. ¡Solo el amor puede
vencer el poder de la muerte!
Todavía hoy, tal vez
más que nunca, los ideólogos de la
revolución pretenden destruir el lugar natural del don de sí mismo, de la
generosidad gozosa y del amor. Estoy hablando de la
familia.
La ideología de
género, el desprecio de la fecundidad y de la fidelidad son los nuevos slogans
de esta revolución. Las familias son hoy como otras Vendées a las que hay que
exterminar. Se planifica metódicamente su desaparición, como se hizo en otro
tiempo en la Vendée. Estos nuevos revolucionarios se inquietan frente a la
generosidad de las familias numerosas. Se burlan de las familias
cristianas porque ellas encarnan todo lo que ellos odian. Están dispuestos a lanzar
sobre África nuevas “columnas infernales” para presionar a las familias e
imponerles la esterilización, el aborto y la anticoncepción. ¡África resistirá
como hizo la Vendée! Por todas partes las familias deben ser como la punta de
lanza de esta revuelta contra la nueva dictadura del egoísmo.
En adelante, en el corazón de cada familia, de cada
cristiano, de cada hombre de buena voluntad, debe librarse una “Vendée
interior”. ¡Todo cristiano es espiritualmente un vandeano! No dejemos
que se ahogue en nosotros el don generoso y gratuito. Sepamos, como los mártires de la Vendée, extraer
este don de su fuente: el Corazón de Jesús.
¡Oremos para que una
poderosa y alegre Vendée interior se alce en la Iglesia y en el mundo!
Amen.
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