En este apartado nos vamos a guiar por
el excelente artículo[1] de M.-H. Vicaire, publicado en el Dictionnaire
de Spiritualité.
No podemos tomar la doctrina espiritual
de santo Domingo de sus escritos, pues no escribió ninguna obra de
espiritualidad. En la actualidad sólo se conservan tres cartas, la más extensa
está dirigida las monjas dominicas de Madrid. También redactó, junto con sus
frailes, el libro de la Costumbreso Instituciones (1216;
1220-1221), que los escritos de la época denominan indiferentemente “Regla del
bienaventurado Domingo”, o “Regla de los Frailes Predicadores” ahí podemos
encontrar algunas notas características de la espiritualidad dominicana, pero
el primer manuscrito que se conserva data de 1239-1241 y, además, no es posible
discernir lo que procede directamente de santo Domingo. Por eso, si queremos
conocer su espiritualidad propia tenemos que apoyarnos en las fuentes generales
de su vida, sobre todo en la obra de Jordán de Sajonia, Orígenes de la
Orden de Predicadores, y en las Acatas del proceso de canonización.
También son importantes las Vidas de los Hermanos, que aunque
fueron redactadas en una época en la que ya se había dado algunas
transformaciones, nos permiten reconstruir la atmósfera espiritual en la que se
desenvolvió la vida de Domingo. Otras anécdotas podemos encontrarlas en Esteban
de Borbón, Tomás de Cantimpré, Esteban de Solignac, etc. También podemos
recoger otros datos de algunos breves escritos espirituales como los Nueve
modos de orar, que Thierry de Apolda añadió a su leyenda; se trata de un
escrito tardío, pero se apoya en algunas declaraciones del proceso de
canonización y en tradiciones conservadas en Bolonia.
Todos estos documentos sólo nos permiten
acercarnos a la espiritualidad de Domingo y de los primeros frailes tal y como
se revela en su práctica cotidiana, sin poder distinguir netamente la
espiritualidad del fundador de la Orden de Predicadores y la de sus primeros
hijos.
Por lo que se refiere a las fuentes, sus
biógrafos señalan tres libros muy queridos por Domingo: en primer Las
Conferencias de los Padres del desierto, de Juan Casiano, y también el
evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo. Ya en Osma Domingo leía
apasionadamente Las Conferencias de los Padres. Según dice su
propio autor en la introducción, este libro trata de la formación del hombre
interior y de la oración continua recomendada por Jesús y por san Pablo. Esta
obra que nos transmite la sabiduría de los Padres del desierto, enseña que el
objetivo de la vida religiosa consiste en alcanzar el reino de los cielos
mediante la pureza de corazón, que aquí se identifica con la caridad. En la
Edad Media este libro era el breviario de la espiritualidad monástica. Nos dice
Jordán que dicho libro le ayudó a Domingo a alcanzar una austera pureza de
conciencia, mucha luz en la contemplación y un alto grado de perfección. Por lo
que se refiere a los otros dos libros, los biógrafos nos dicen que los llevaba
siempre consigo y que los estudiaba y meditaba hasta el punto de que los
conocía de memoria. A estos libros hay que añadir el resto de la Biblia y en
especial el libro de los Salmos, y también la Vida de los Padres.
Entre los libros teológicos que Domingo quería que frailes estudiaran sin cesar
está principalmente la Glosa.
La espiritualidad de Domingo es una
espiritualidad compleja, influenciada por muchas circunstancias como sus
estudios, su vida canonical, sus misiones eclesiales, sus contactos con el ser
de Francia, etc. Sin embargo, podemos descubrir con relativa facilidad sus
características más marcadas.
La primera característica fundamental es
que se trata de una espiritualidad clerical. Según señala M.-H.
Vicaire, su Orden es la única Orden del siglo XIII que es clerical desde su
fundación; eso no obsta para que desde el principio se hayan asociado a la
Orden frailes no clérigos que han colaborado de forma intensa en la misión
común. Desde esta perspectiva, Domingo concibe la búsqueda de la perfección
como un esfuerzo por mantenerse fiel a la vocación clerical desarrollando todas
sus riquezas. De ahí proviene la importancia que le concedía a la celebración
de la eucaristía, su celo por la confesión y la recitación del oficio divino,
su culto a la verdad de la fe, su celo por la salvación de las almas, su
preocupación por la misión canónica, su entrega a la Iglesia y su servicio al
papa. La original de Domingo está en el acento nuevo que puso en el amor a la
verdad, buscada en el contacto asiduo con la Sagrada Escritura, y en el celo
por la salvación del prójimo.
El segundo rasgo importante consiste en
que se trata de una espiritualidad regular. La vida regular es para
Domingo una preparación para la predicación. Forma parte del proceso de la
búsqueda de la perfección.
El tercer rasgo tiene la particularidad
de fundir los otros dos; se trata de una espiritualidad apostólica o
evangélica. Esta nota está en relación con el intenso movimiento pietista y
laical que surgió y se desarrolló en los siglos XII y XIII, inspirándose en una
lectura muy literal del evangelio. Domingo eligió imitar a los Apóstoles como
el mejor medio de mantenerse en contacto con el espíritu de Cristo. Esta
espiritualidad apostólica aporta consigo prácticas nuevas como la pobreza
mendicante; pero, además, se trata de un elemento que penetra profundamente
todos los demás. Este rasgo lleva a buscar la salvación del prójimo al mismo
tiempo que la propia.
Por
lo que se refiere a los elementos de esta espiritualidad podemos señalar, en
primer lugar, la conversión. Aunque es un rasgo común a todos los
cristianos, el dominico elige este tipo de vida para acompañar e imitar a Jesús
pobre predicador. Así se expresaba uno de los primeros frailes: “No he leído
que Jesús fuera monje blanco o monje negro, sino pobre predicador, y yo quiero
seguir sus huellas”. Otro elemento es la penitencia, como otros
religiosos medievales, los primeros frailes dominicos consideran la penitencia
como el fundamento de su vocación. Por su penitencia busca unirse a Cristo
crucificado; el crucifijo estaba presente en las iglesias de los conventos y
también pintado en las celdas de los frailes. Esta penitencia se orienta hacia
la salvación del prójimo. La penitencia es el fundamento de la predicación,
porque la penitencia del predicador hace que predique no sólo con la palabra
sino también con el propio testimonio: verbo et exemplo, es el lema
de los predicadores. Por otra parte, la penitencia le otorga a la predicación
la gracia de ser fecunda, porque purifica al predicador de sus imperfecciones,
quitando los obstáculos que se oponen en él a la gracia, convirtiéndolo en un
instrumento de la gracia.
Otro elemento importante es la vida
común, que facilita el desprendimiento radical de los bienes de este mundo
y asegura un amor ardiente a Jesucristo y al prójimo ejerciéndolo en primer
lugar mediante la caridad fraterna. La vida común crea un clima favorable al
estudio y a la oración.
Un cuarto elemento es el estudio,
que debe convertirse en la principal ocupación del predicador. Hay que estudiar
para preparar la enseñanza doctrinal. El amor a la verdad tan característico de
Domingo y de sus frailes se identifica profundamente con el amor a Dios. Por
tanto el estudio debe estar orientado principalmente a la búsqueda de Dios.
Antes de alimentar la predicación alimenta la contemplación del predicador.
Un
quinto elemento es la vida contemplativa, que abarca la oración en
todas sus formas. Las grandes realidades que alimentan esta oración son: Dios,
el Salvador Jesús, su pasión, el cielo, las almas y su destino, etc. La
contemplación es una conversación con el mundo invisible. El fruto de esta
contemplación debe comunicarse a los demás.
Otros elementos son el amor al
prójimo y su salvación, la pobreza mendicante, la actitud del soldado que
lucha en primera línea para defender la fe y el alma de pastor que
distribuye el alimento de la Palabra a quienes están hambrientos de ella.
Todos
los tipos y todas las intenciones que animan la espiritualidad dominicana -nos
dice M.-H. Vicaire- se resumen en ese texto que dice que los frailes
predicadores deben proceder en todo “como hombres evangélicos, siguiendo las
huellas de su Salvador”[2].
Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP
[1]“Dominique (saint)”, t. 3, Paris 1957, cc. 1519-1532.
[2] Cf. ID., c. 1532.
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