ALIMENTARSE
DE LA PALABRA
MEDIANTE LA
LECTIO DIVINA
1. - ¿Qué
es la Lectio Divina?
La
expresión Lectio Divina procede del Latín y significa: “lectura de Dios”,
“lectura divina”, y expresa una práctica usada por los monjes pero que poco a
poco se va difundiendo entre muchos cristianos: la lectura orante
de la Biblia. Se trata de una manera de profundizar en la Escritura, no
tanto desde el estudio sino desde la oración, para llegar a un encuentro
personal “de tu a tu” con Dios.
Es una forma de entrar en conversación (o diálogo) con Dios, quien nos habla a través de la Palabra, y nosotros le respondemos. Decía San Jerónimo que “desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”, por eso estamos invitados a conocer a Dios a través de sus palabras, de su Palabra. No es un “método de relajación” o de “evasión”. Por lo tanto, para practicarla, hemos de tener claros algunos principios fundamentales:
- Verdaderamente Dios nos habla a través de la Biblia.
- Dios
habla a través de toda la Biblia, cada pasaje debe leerse dentro del conjunto
de toda la Biblia, no debemos sacarlos de su contexto.
- La
Lectio supone que el que lee la Biblia tiene fe, leemos la Biblia desde
nuestra fe en Jesucristo, vivo en medio de nosotros.
- La
lectura individual es imprescindible para hacer una lectura comunitaria. Se
busca el crecimiento personal, leer juntos tiene como fin enriquecernos
mutuamente.
Más que un método, la Lectio Divina es un “camino” ya que no se trata de una técnica como si habláramos de una receta. Decimos que se trata de un camino porque cada uno lo realiza vivencialmente. El camino y la meta son Cristo mismo, y por él vamos ascendiendo hasta Dios. A medida que avanzamos, pasamos por cuatro fases, que son cuatro actitudes básicas del creyente que desea seguir a Cristo conociendo su palabra (lectura), aprendiendo a vivir como Él vivió (meditación), suplicando fuerza y luz para sus pasos (oración) y trabajando por la venida del Reino de Dios al mundo (contemplación).
2. - ¿Cuál
es el camino que sigue la Lectio?
Fue un
monje cartujo del S. XII, llamado Guigo, quien nos describió este proceso con
estas palabras: “cierto día, durante el trabajo, al reflexionar sobre la
actividad del espíritu humano, de repente se presentó a mi mente la escalera de
los cuatro peldaños espirituales: la lectura, la meditación, la oración y la
contemplación. Esa es la escalera por la cual los monjes suben hasta el cielo.
Es cierto, la escalera tiene pocos peldaños, pero es de una altura tan inmensa
y tan increíble que, al tiempo que su extremo inferior se apoya en la tierra,
la parte superior penetra en las nubes e investiga los secretos del cielo”.
Por eso, se
presenta esta lectura como una escalera de cuatro peldaños: Lectio (lectura),
Meditatio (meditación), Oratio (oración) y Contemplatio (contemplación), cuatro
pasos, que son la estructura del método:
LECTURA
MEDITACIÓN
ORACIÓN
CONTEMPLACIÓN
En este
proceso cada paso nace del anterior. Cierto que cuando uno está empezando a
practicarlo, se sube cada peldaño de forma consciente, pero a medida que el
orante se familiariza con este método, se va realizando el proceso
automáticamente pasando de uno a otro como el día sucede a la noche: de forma
gradual.
Pero antes
que nada, cuando se va a dedicar un rato a hacer Lectio Divina, hay que buscar
un espacio con el adecuado silencio que facilite la oración, un lugar donde uno
pueda estar ese rato cómodo, y sabiendo que se dispone del tiempo suficiente
para poder llevar a cabo todo el proceso. Es fundamental ese primer momento
para que haya una “ruptura” con el ritmo de la vida ordinaria de modo que se
pueda estar a la escucha de la Palabra, este esfuerzo por “desconectar” es, a
veces, lo más costoso. Entre las disposiciones del lector-orante debe haber:
fe y apertura al Espíritu, pureza de corazón, docilidad, espíritu de
oración, conversión continua, comunión con la Iglesia. Al comienzo, pues,
pedimos el Espíritu Santo, el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles,
haciendo posible su comprensión y aceptación de Jesús (Jn 16,13). Él viene
sobre nosotros para que la Palabra sea engendradora de vida y verdad.
Si existe
la posibilidad el mejor lugar es frente al sagrario, o ante el Santísimo
expuesto. Como decía San Manuel González “leer el Evangelio a la luz de la
lámpara del Sagrario”
3. - Los
cuatro pasos.
Lectio –
lectura: ¿qué dice el texto?
La
Biblia no es un libro anticuado e insignificante para nuestra vida, sino
actual y significativo. Tiene mucho que decirnos sobre nosotros mismos, sobre
el mundo y sobre el momento histórico que vivimos. Pero para descubrir la unión
entre esa Palabra, escrita hace siglos, y nosotros, hemos de leer de forma
constante y continua, perseverante y diaria la Biblia, hasta familiarizarnos
con ella.
La lectura
busca la dulzura de Dios, y como es el punto de partida, debe hacerse con
atención y respeto. Es mejor comenzar con pasajes de la Escritura que ya
conozcamos porque existe el riesgo de dejarnos llevar por la curiosidad (que a
veces puede ser una forma de pereza) y emplear la mayor parte del tiempo en
leer, envés de orar. Una vez escogido el texto, se trata de leer y releer el
texto, identificando los personajes y la acción, preguntándose por el contexto
y los destinatarios, para averiguar qué es lo que el autor quiso decir. Una
ayuda puede ser ir marcando con lápiz las palabras o frases que quiero destacar
(Por ejemplo: Interrogación: duda. Subrayado: algo importante. Exclamación:
punto para la meditación. Asterisco: tema para la oración. Palabra al margen:
Compromiso. Etc.) No se trata de un estudio en profundidad, pero si es bueno
hacerse alguna de las siguientes preguntas:
¿Es un
relato, un poema, una enseñanza, etc.? ¿Dónde se sitúa el pasaje bíblico:
época, lugar, motivo, etc.? ¿A quiénes les escribió el autor? ¿Qué nos dice
sobre Dios? ¿Nos habla algo acerca del mundo de entonces, o de la historia, o
de las personas? Etc. Se trata de conocer lo que dice ese pasaje bíblico, no de
lo que yo pienso o de lo que me han comentado. Es decir: ¿Qué dice el texto en
su contexto?
No hay una
norma fija para saber cuando se pasa al siguiente momento, la meditación, pero
cuando ya se ha dedicado un rato suficiente para tener una idea clara del texto
y sintamos el deseo de saborear el pasaje, debemos hacerlo.
Meditatio –
meditación: ¿qué me dice a mí?
Por la
meditación se penetra en el fruto que la letra nos ha mostrado, nos ayuda a
descubrir el sentido que el Espíritu quiere comunicar hoy al creyente, a la
Iglesia, a través de los diversos pasajes de la Biblia. Lo fundamental sería
llegar a comprender “¿Cuál es el mensaje que este pasaje tiene para mí? ¿o para
nosotros?
Esto se
realiza “rumiando”, masticando, la Palabra en nuestro interior de modo que pase
de la boca al corazón. Por ello es bueno resumir lo que hemos leído en una
frase para repetirla en este momento, y quizás luego durante toda nuestra
jornada, como una gota de agua que cae constantemente sobre la roca hasta
horadarla, así debe caer la Palabra de Dios hasta penetrar el corazón
endurecido como pedernal y lograr transformar nuestra persona. En este proceso,
lento pero real, es el Espíritu, presente verdaderamente en la Palabra, el que
realiza esa transformación.
Es aquí
donde se establece el diálogo entre lo que Dios nos dice en su Palabra y lo que
sucede en nuestra vida. Se medita reflexionando, nos pueden ayudar algunas
preguntas como estas: ¿Qué diferencias y parecidos hay entre lo que estoy
leyendo y mi vida? ¿Qué cambio debiera haber en mi vida? ¿Qué debería crecer en
mí? Etc.
Cuando se
hace comunitariamente, la búsqueda en común hace surgir el sentido eclesial de
al Biblia, fortaleciendo en todos la fe. Cuando ya vemos claro lo que Dios nos
pide, también aparece clara nuestra propia incapacidad, nuestras debilidades
para hacer lo que la Palabra nos está sugiriendo. Ese es el momento de pasar a
la Oración, de pedir a Dios su ayuda para que podamos responder.
Oratio –
oración: ¿qué me hace decirle a Dios?
La oración,
provocada por la meditación, comienza con una actitud de admiración silenciosa
y de adoración al Señor; es la segunda parte del diálogo que iniciamos con la
meditación, y la pregunta que nos motiva en este momento sería algo así: ¿Qué
me inspira decirle a Dios el pasaje que he meditado?
Si hasta
ahora habíamos escuchado a Dios, ahora esa escucha nos mueve a dirigirnos a Él.
En la oración entran en juego el corazón y los sentimientos. En este momento
especialmente dedicado a la oración, el creyente responde a Dios, movido por el
Espíritu. Es una respuesta profundamente nuestra, que se expresa en la súplica,
la alabanza, la acción de gracias, la queja, etc. Quizás nos pueda inspirar
rezar alguna oración que ya conocemos, un salmo, etc. Para pasar, por último, a
la contemplación no hay un momento claro.
Contemplatio
– contemplación: ¿A qué conversión me invita?
La
Contemplación es el punto de llegada de la Lectio Divina; es la actitud de
quien se sumerge en lo meditado para descubrir y saborear en los
acontecimientos la presencia activa de Dios a través de su Palabra. Además, nos
invita a comprometernos con la transformación de la historia que la Palabra de
Dios provoca. Envés de ser una evasión de la realidad, es una profundización en
lo profundo de ella para descubrir cómo colaborar con Dios en su designio de
Salvación para la humanidad.
Podríamos
entender la contemplación como “un retorno al Paraíso perdido”, como un gusto y
dulzura experimentados en el corazón de quien hace de la Palabra de Dios el
único punto de referencia de su vida. Pero hay que cuidar de que esta práctica
no nos lleve a una piedad aislada de la vida real.
También
podemos entenderla como una nueva manera de ver, observar y analizar la vida,
los acontecimientos y la historia personal y colectiva: mirar al mundo desde
los ojos de Dios. De aquí brotará el compromiso por insertarnos en nuestro
mundo y colaborar con Dios en su transformación.
4.- Otros
pasos en la Lectio Divina: Statio – Discretio – Collatio – Actio – Ruminatio
Muchas
veces se ha añadido a estos cuatro pasos clásicos algunos más: por
ejemplo, a los preparativos se le ha denominado Statio
(preparación) y se trataría de estar a la espera, ponerse a la escucha,
disponerse interiormente haciendo silencio. Más conocido es el quinto
paso: Actio – acción: se trata de recordar lo último que comentábamos
anteriormente: la escucha orante de la Palabra de Dios debe llevarnos al
compromiso, a que en la vida cotidiana se refleje lo que hemos orado. También
se habla de una Ruminatio – acción de rumiar: se trataría de sacar
una frase, o una palabra del rato de oración para ir repitiendo a lo largo del
día, que nos vaya recordando lo orado y nos facilite el propósito de llevar a
la acción nuestra Lectio. Algunos han intercalado otros pasos entre la
Contemplación y la Acción: Discretio – discernimiento: que es
tratar de distinguir cual es la voluntad de Dios. Y también la Collatio –
intercomunicación: cuando se dialoga con otros la propia respuesta a la
Palabra. Pero estos dos pasos de alguna manera ya estarían también incluidos en
los que hemos visto; sobre todo lo que quiere darse a entender es que no se
utilice la Lectio como un ejercicio de individualismo sino que nos lleve al
compromiso. Por eso, para no complicarnos, como método clásico nos
quedamos con los cuatro pasos ya expuestos.
5.-
Actitudes necesarias.
Son
necesarias unas disposiciones interiores para que este método de fruto, podemos
destacar tres:
Escucha: es
necesario acercarse a la Palabra de Dios con reverencia y actitud atenta. Se
suele recordar el pasaje en que Moisés, ante la zarza ardiente, contempla y
Dios le dice: “descálzate porque el lugar que pisas es sagrado” (Ex 3, 1-6). La
Palabra de Dios es para nosotros, como la zarza, un misterio atrayente. Pero hemos
de acercarnos “descalzándonos” de todo aquello que nos impide acogerla como
merece (ruidos, prisas, preocupaciones, etc.).
Compromiso
de vida: La Lectio Divina requiere una armonía entre lo que oramos y lo
que vivimos. Es la decisión radical y constante de vivir según el Evangelio, de
seguir a Jesús como discípulos. Si esto no lo tenemos claro y queremos hacer
compatible la fe con una vida desordenada, la Lectio no puede dar ningún fruto.
Perseverancia: Nosotros
somos impacientes y queremos ver en seguida los resultados, pero Dios tiene una
pedagogía más pausada. La Palabra leída, meditada, orada y contemplada es en
nosotros como una semilla que da fruto de forma misteriosa, según los planes de
Dios. Por eso la Lectio requiere que le dediquemos asiduamente un tiempo
exclusivo.
La lectura
comunitaria facilita este aprendizaje, nos ayuda a perseverar, nos ilumina los
pasajes que nos resultan más costosos, etc. Además, el grupo de creyentes que
frecuentemente escuchan juntos la Palabra de Dios es expresión de la Iglesia.
Esta palabra viva y eficaz nos impulsará a vivir según las enseñanzas de Jesús
y a ser presencia suya en medio del mundo.
6.- Algunos
riesgos a tener en cuenta:
Asilamiento
– individualismo: Ya se ha dicho que un peligro es el aislamiento. Nuestra
oración no es una búsqueda artificial de paz, no se trata de un método de
relajación. Nuestra oración proporciona paz porque Cristo da la paz que el
mundo no puede dar, pero al mismo tiempo nos impulsa al compromiso con la
transformación de nuestro mundo. El Objetivo de la Lectio Divina no es conducir
al lector-orante cristiano a una piedad intimista, individualista, encerrada en
“su gozo del Señor”, sino el de guiarlo a través de un itinerario espiritual
que le identifica con Cristo y le abre a la misión en el mundo.
“Esoterismo”: También
existe la tentación de ser tan originales que de la lectura bíblica lo que
busquemos sea encontrar “mensajes ocultos” o ideas contrarias a la doctrina de
la Iglesia. No nos engañemos, el contenido de la fe no va a cambiar, lo que
creemos recoge la esencia de la Revelación, y por lo tanto, del mensaje de la
Biblia. Lo que sí pretende conseguir este método es hacer viva en nosotros la
presencia de Dios, entrar en diálogo con Él, alentarnos en nuestro compromiso
cristiano, familiarizarnos con el tesoro que encierra la Biblia y, en
definitiva, conseguir que el Espíritu Santo sea quien mueva nuestra vida.
Inconstancia: Por
último, ya se ha apuntado que otro riesgo es la falta de perseverancia. Hay
personas como los monjes, pero también muchos seglares y sacerdotes, que llevan
docenas de años practicando la Lectio, seguramente no se les notará de una
forma muy espectacular, seguramente pasan desapercibidos ante tanto
ruido que se hace en nuestro mundo. Pero cuando uno tiene ocasión de tratar con
alguno de ellos puede descubrir que ahí hay un verdadero creyente, con una fe
fuerte, y con capacidad de transmitir a Dios. Esto no se logra con una semana,
un mes o un año, sino con la idea de realizar esta práctica con la misma
cotidianidad con que uno se asea, come o respira.
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