XIX
Mi
querido Orugario:
He
pensado mucho acerca de la pregunta que me haces en tu última carta. Si, como
he explicado claramente, todos los seres, por su propia naturaleza, se hacen la
competencia, y, por tanto, la idea del Amor del Enemigo es una contradicción en
sus términos, ¿qué pasa con mi reiterada advertencia de que Él realmente ama a
los gusanos humanos y realmente desea su libertad y su existencia continua?
Espero, mi querido muchacho, que no le hayas enseñado a nadie mis cartas. No es
que importe, naturalmente. Cualquiera vería que la aparente herejía en que he
caído es puramente accidental. Por cierto, espero que comprendieses, también,
que algunas referencias aparentemente poco elogiosas a Bapalapo eran puramente
en broma. En realidad, le tengo el mayor respeto. Y, por supuesto, algunas
cosas que dije acerca de no escudarte de las autoridades no iban en serio.
Puedes confiar en que me cuide de tus intereses. Pero guarda todo bajo siete
llaves.
La
verdad es que, por mero descuido, tuve el desliz de decir que el Enemigo ama
realmente a los humanos. Lo cual, naturalmente, es imposible. Él es un ser;
ellos son diferentes, y su bien no puede ser el de Él. Toda Su palabrería
acerca del Amor debe ser un disfraz de otra cosa; debe tener algún motivo real
para crearlos y ocuparse tanto de ellos. La razón por la que uno llega a
hablar como si Él sintiese realmente este Amor imposible es nuestra absoluta
incapacidad para descubrir ese motivo real. ¿Qué pretende conseguir de ellos?
Esa es la cuestión insoluble. No creo que pueda hacer daño a nadie que te diga
que precisamente este problema fue una de las causas principales de la disputa
de Nuestro Padre con el Enemigo. Cuando se discutió por primera vez la creación
del hombre y cuando, incluso en esa fase, el Enemigo confesó abiertamente que
preveía un cierto episodio referente a una cruz. Nuestro Padre, muy
lógicamente, solicitó una entrevista y pidió una explicación. El Enemigo no dio
más respuesta que inventarse el camelo sobre el Amor desinteresado que desde
entonces ha hecho circular. Naturalmente, Nuestro Padre no podía aceptar esto.
Imploró al Enemigo que pusiese Sus cartas sobre la mesa, y Le dio todas las
oportunidades posibles. Admitió que tenía verdadera necesidad de conocer el
secreto; el Enemigo le replicó: "Quisiera con todo mi corazón que lo
conocieses". Me imagino que fue en ese momento de la entrevista cuando el
disgusto de Nuestro Padre por tan injustificada falta de confianza le hizo
alejarse a una distancia infinita de Su Presencia, con una rapidez que ha dado
lugar a la ridícula historia enemiga de que fue expulsado, a la fuerza, del
Cielo. Desde entonces, hemos empezado a comprender por qué nuestro Opresor fue
tan reservado. Su trono depende del secreto. Algunos miembros de Su partido han
admitido con frecuencia que, si alguna vez llegásemos a comprender qué entiende
Él por Amor, la guerra terminaría y volveríamos a entrar en el Cielo. Y en eso
consiste la gran tarea. Sabemos que Él no puede amar realmente: nadie puede: no
tiene sentido. ¡Si tan sólo pudiésemos averiguar qué es lo que realmente se
propone! Hemos probado hipótesis tras hipótesis, y todavía no hemos podido
descubrirlo. Sin embargo, no debemos perder nunca la esperanza; ten drías más y
más complicadas, colecciones de datos más y más completas, mayores recompensas
a los investigadores que hagan algún progreso, castigos más y más terribles
para aquellos que fracasen, todo esto, seguido y acelerado hasta el mismo fin
del tiempo, no puede, seguramente, dejar de tener éxito.
Te
quejas de que mi última carta no deja claro si considero el
"enamoramiento" como un estado deseable para un humano o no. Pero
Orugario, de verdad, ¡ése es el tipo de pregunta que uno espera que hagan ellos!
Déjales discutir si el "Amor", o el patriotismo, o el celibato, o
las velas en los altares, o la abstinencia del alcohol, o la educación, son
"buenos" o "malos". ¿No te das cuenta de que no hay
respuesta? Nada importa lo más mínimo, excepto la tendencia de un estado de
ánimo dado, en unas circunstancias dadas, a mover a un paciente particular, en
un momento particular, hacia el Enemigo o hacia nosotros. En consecuencia,
sería muy conveniente hacer que el paciente decidiese que el Amor es
"bueno" o "malo". Si se trata de un hombre arrogante, con
un desprecio por el cuerpo basado realmente en la exquisitez, pero que él
confunde con la pureza —y un hombre que disfruta mofándose de aquello que la
mayor parte de sus semejantes aprueban—, desde luego déjale decidirse en contra
del Amor. Incúlcale un ascetismo altivo y luego, cuando hayas separado su
sexualidad de todo aquello que podría humanizarla, cae sobre él con una forma
mucho más brutal y cínica de la sexualidad. Sí, por el contrario, se trata de
un hombre emotivo, crédulo, aliméntale de poetas menores y de novelistas de
quinta fila, de la vieja escuela, hasta que le hayas hecho creer que el
"Amor" es irresistible y además, de algún modo, intrínsecamente
meritorio. Esta creencia no es de mucha utilidad, te lo garantizo, para
provocar faltas casuales de castidad; pero es una receta incomparable para
conseguir prolongados adulterios "nobles", románticos y trágicos, que
terminan, si todo marcha bien, en asesinatos y suicidios. Si falla, eso se
puede utilizar para empujar al paciente a un matrimonio útil. Porque el matrimonio,
aunque sea un invento del Enemigo, tiene sus usos. Debe haber varias mujeres
jóvenes en el barrio de tu paciente que harían extremadamente difícil para él
la vida cristiana, si tan sólo lograses persuadirle de que se casase con una de
ellas. Por favor, envíame un informe sobre esto la próxima vez que me escribas.
Mientras tanto, que te quede bien claro que este estado de enamoramiento no
es, en sí, necesariamente favorable ni para nosotros ni para el otro bando. Es,
simplemente, una ocasión que tanto nosotros como el Enemigo tratamos de
explotar. Como la mayor parte de las cosas que excitan a los humanos, tales
como la salud y la enfermedad, la vejez y la juventud, o la guerra y la paz,
desde el punto de vista de la vida espiritual es, sobre todo, materia prima.
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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