El
CORAZÓN DE JESÚS ESTÁ SEMBRANDO
Salió el que siembra a sembrar su semilla. (Lc 8,5)
Sembrador
de las almas, llámeste sacerdote, maestro cristiano, escritor católico,
«María», para ti va esta lección de Sagrario.
Ante
tu espíritu fatigado, agotado quizás por el ingrato trabajo de una siembra,
según todas las apariencias estéril, quiero presentar el ejemplo confortante de
otra siembra y de otro Sembrador.
Verás
lo que enseña, lo que levanta, lo que suaviza, lo que esclarece, lo que
arrastra.
El
Sembrador
Ya
lo sabes, se llama Jesucristo.
El
mismo que dio la virtud misteriosa al granito de semilla casi invisible para
convertirse en gallarda espiga de trigo, en dorado racimo de uvas, en olorosa
flor, en árbol gigantesco, salió a sembrar en las almas su semilla.
La
semilla
Ya
no eran granitos de virtud misteriosa, sí, pero limitada, sino que era la
virtud misma de Dios Creador y Redentor en forma de lágrimas, de gotas de
sudor, de pasos fatigosos, de bendiciones paternales, de miradas compasivas, de
palabras augustas, de gotas de sangre de infinito precio y de infinito dolor,
de ejemplos altísimos, de inmolaciones incalculables.
Y
fue dejando caer el Sembrador Jesús esa su semilla en el surco abierto en las
almas por el dolor, la gratitud, el cariño, la curiosidad, el odio, el
desprecio y... la mayor parte no dio fruto.
Entre
las rapiñas de los espíritus malignos y las malas yerbas de las concupiscencias
y las durezas de corazón de los hombres, la semilla del Sembrador no llegó a
arraigar en el alma de la mayor parte de los que la recibieron.
Fíjate
bien, sembrador desalentado, fíjate bien en esa mayor parte que te subrayo.
Fíjate
en que en esas dos palabras entran los miles de habitantes de Judea y Galilea
que oyeron y vieron al Maestro y no lo siguieron, en que también entran no
pocos que empezaron a seguirlo y lo dejaron después, en que entra ¡todo el
mundo! de su tiempo, menos el puñadito aquel de mujeres piadosas y de
apóstoles y discípulos.
¡Qué
contraste a los ojos humanos tan desconsolador entre el valor y la abundancia
de aquella semilla y la pequeñez del fruto! ¿No es verdad?
Los
fracasos de la siembra
Hermanos
míos, en la siembra de las almas, ¿qué sembrador ha tenido más motivos que el
Sembrador Jesús para cruzarse de brazos y exclamar en el más justificado de los
desalientos: no quiero seguir sembrando más en tierra tan ingrata?
¿Quién
más desairado que Él, más aparentemente fracasado que Él?
¡Ay!,
¡qué miedo me da, Jesús mío, cuando te veo sentando en el brocal del pozo de
Jacob, marcada la huella del cansancio en tu rostro! ¡Qué miedo me da
imaginarme que pueden entreabrirse aquellos labios secos de la mucha fatiga y
dejar salir estas palabras: no sigo más...!
¡Las
decimos nosotros con tanta facilidad, con tanta frecuencia!
Y,
en efecto, una tarde se sentó Jesús cansado, extenuado ya de sufrir tanto odio
de los enemigos, tanto desconocimiento y dureza de los amigos y abre su boca,
mientras asoman a sus ojos dos lágrimas y su corazón parece que va a romper la
envoltura del pecho del extraordinario palpitar y...
«Tomad
y comed, esto es mi Cuerpo...»
Dios
mío, Dios mío, ¿qué maneras de querer son éstas?
La
nueva siembra
¡El
Sembrador, para vengarse de los culpables del fracaso de su
siembra, convirtiéndose en semilla!
¡Y
esto, Jesús mío, en la hora suprema de tus cansancios y agotamientos!
¡Ahora
sí que van a ser los hombres puros y abnegados y humildes y buenos!
Ya
no es una palabra, un consejo, un ejemplo de esas virtudes lo que va a
sembrarse en sus almas, es la misma pureza, la humildad en persona, la
abnegación y la bondad por excelencia, las que van a ser sembradas.
¡Qué
cosechas tan abundantes, qué frutos tan regalados, qué fecundidad tan variada
van a producir esas semillas divinas de Jesucristo Sacramentado en las almas!
Y
es verdad, la semilla del Cenáculo ha hermoseado la tierra con la variedad y
riqueza de sus frutos.
Es
verdad que si en la tierra todavía se respiran aires de pureza y perfumes de
virtudes y se calientan las almas con fuegos de amores santos es porque no
dejan de sembrarse Hostias consagradas.
Pero...
¡Qué
triste, qué desconsoladoramente triste es ese pero...!
Pero,
hermano mío, sembrador de las almas, llámeste sacerdote, maestro, escritor,
«María», cuenta que todavía la mayor parte de los hombres no han querido
recibir o no han dejado arraigar esa semilla.
Todavía
siguen en espantosa mayoría las almas situadas
junto al camino, las ahogadas por los abrojos y las secas y duras como
piedras...
Y,
sin embargo, todavía no has alumbrado el sol un día a la tierra en el
que no se hayan abierto las puertas de miles de Sagrarios para dejar salir al
Sembrador divino a sembrarse a Sí mismo en las almas.
Sembrador,
sembrador, cada vez que oigas rechinar las puertas del Sagrario girando sobre
sus goznes, hazte cuenta que desde allá dentro te dicen:
-Sembrador,
siembra hoy también...
-Siembra a pesar de
los malos que ayer te persiguieron a cara descubierta; a pesar de los buenos
que no te entienden, te interpretan mal y tratan de cansarte a fuerza de
murmura-ciones, reticencias y explosiones de celo amargo; a pesar de los
achaques de tus años y de tu salud y de los cansancios e inconstancias de tus
coadjutores y auxiliares..., a pesar de todo eso y, sobre todo, de tu amor
propio herido y humillado, sigue sembrando hoy con la misma paz que el día de
tus más copiosas cosechas.
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