XXI
Mi
querido Orugario:
Sí,
un período de tentación sexual es un excelente momento para llevar a cabo un
ataque secundario a la impaciencia del paciente. Puede ser, incluso, el ataque
principal, mientras piense que es el subordinado. Pero aquí, como en todo lo
demás, debes preparar el camino para tu ataque moral nublando su inteligencia.
A
los hombres no les irrita la mera desgracia, sino la desgracia que consideran
una afrenta. Y la sensación de ofensa depende del sentimiento de que una
pretensión legítima les ha sido denegada. Por tanto, cuantas más exigencias a
la vida puedas lograr que haga el paciente, más a menudo se sentirá ofendido y,
en consecuencia, de mal humor. Habrás observado que nada le enfurece tan
fácilmente como encontrarse con que un rato que contaba con tener a su
disposición le ha sido arrebatado de imprevisto. Lo que le saca de quicio es el
visitante inesperado (cuando se prometía una noche tranquila), o la mujer
habladora de un amigo (que aparece cuando él deseaba tener un téte-á-téte con
el amigo). Todavía no es tan duro y perezoso como para que tales pruebas sean, en
sí mismas, demasiado para su cortesía. Le irritan porque considera su
tiempo como propiedad suya, y siente que se lo están robando. Debes, por tanto,
conservar celosamente en su cabeza la curiosa suposición: "Mi tiempo es
mío". Déjale tener la sensación de que empieza cada día como el legítimo
dueño de veinticuatro horas. Haz que considere como una penosa carga la parte
de esta propiedad que tiene que entregar a sus patrones, y como una generosa
donación aquella parte adicional que asigna a sus deberes religiosos. Pero lo
que nunca se le debe permitir dudar es que el total del que se han hecho tales
deducciones era, en algún misterioso sentido, su propio derecho personal.
Esta
es una tarea delicada. La suposición que quieres que siga haciendo es tan
absurda que, si alguna vez se pone en duda, ni siquiera nosotros podemos
encontrar el menor argumento en su defensa. El hombre no puede ni hacer ni
retener un instante de tiempo; todo el tiempo es un puro regalo; con el mismo
motivo podría considerar el sol y la luna como enseres suyos. En teoría,
también está comprometido totalmente al servicio del Enemigo; y si el Enemigo
se le apareciese en forma corpórea y le exigiese ese servicio total, incluso
por un solo día, no se negaría. Se sentiría muy aliviado si ese único día no
supiese nada más difícil que escuchar la conversación de una mujer tonta; y se
sentiría aliviado hasta casi sentirse decepcionado si durante media hora de ese
día el Enemigo le dijese: "Ahora puedes ir a divertirte". Ahora bien,
si medita sobre su suposición durante un momento, tiene que darse cuenta de
que, de hecho, está en esa situación todos los días. Cuando hablo de conservar
en su cabeza esta suposición, por tanto, lo último que quiero que hagas es
darle argumentos en su defensa. No hay ninguno. Tu trabajo es puramente
negativo. No dejes que sus pensamientos se acerquen lo más mínimo a ella.
Envuélvela en penumbra, y en el centro de esa oscuridad deja que en su
sentimiento de propiedad del tiempo permanezca callada, sin inspeccionar, y
activa.
El
sentimiento de propiedad en general debe estimularse siempre: Los humanos
siempre están reclamando propiedades que resultan igualmente ridículas en el
Cielo y en el Infierno, y debemos conseguir que lo sigan haciendo. Gran parte
de la resistencia moderna a la castidad procede de la creencia de que los
hombres son "propietarios" de sus cuerpos; ¡esos vastos y peligrosos
terrenos, que laten con la energía que hizo el Universo en los que se
encuentran sin haber dado su consentimiento y de los que son expulsados cuando
le parece a Otro! Es como si un infante a quien su padre ha colocado, por
cariño, como gobernador titular de una gran provincia, bajo el auténtico mando
de sabios consejeros, llegase a imaginarse que realmente son suyas las
ciudades, los bosques y los maizales, del mismo modo que son suyos los
ladrillos del suelo de su cuarto.
Damos
lugar a este sentimiento de propiedad no sólo por medio del orgullo, sino
también por medio de la confusión. Les enseñamos a no notar los diferentes
sentidos del pronombre posesivo: las diferencias minuciosamente graduadas que
van desde "mis botas", pasando por "mi perro", "mi
criado", "mi esposa", "mi padre", "mi señor"
y "mi patria", hasta "mi Dios". Se les puede enseñar a
reducir todos estos sentidos al de "mis botas", el "mi" de
propiedad. Incluso en el jardín de infancia, se le puede enseñar a un niño a
referirse, por "mi osito", no al viejo e imaginado receptor de
afecto, con el que mantiene una relación especial (porque eso es lo que les
enseñará a querer decir el Enemigo, si no tenemos cuidado), sino al oso
"que puedo hacer pedazos si quiero". Y, al otro extremo de la escala,
hemos enseñado a los hombres a decir "mi Dios" en un sentido
realmente muy diferente del de "mis botas", significando "el
Dios a quien tengo algo que exigir a cambio de mis distinguidos servicios y a
quien exploto desde el púlpito..., el Dios en el que me he hecho un
rincón."
Y
durante todo este tiempo, lo divertido es que la palabra "mío", en su
sentido plenamente posesivo, no puede pronunciarla un ser humano a propósito de
nada. A la larga, o Nuestro Padre o el Enemigo dirán "mío" de todo lo
que existe, y en especial de todos los hombres. Ya descubrirán al final, no
temas, a quién pertenecen realmente su tiempo, sus almas y sus cuerpos; desde
luego, no a ellos, pase lo que pase. En la actualidad, el Enemigo dice
"mío" acerca de todo, con la pedante excusa legalista de que Él lo
hizo. Nuestro Padre espera decir "mío" de todo al final, con la base
más realista y dinámica de haberlo conquistado.
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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