Su culto a la sagrada Eucaristía no paraba en una mera veneración, sino que trascendía a los más pequeños detalles, como sembrar el trigo destinado al pan eucarístico y estrujar con sus mismas manos los racimos de uva que darían el vino para el santo sacrificio. Descalzo visitaba en noches frías y de nieve las iglesias para adorar al Santísimo.
San Wenceslao es hijo de Vratislao,
prudente, fervoroso y bondadoso príncipe cristiano, y de Drahomira, una
princesa de genio fuerte, cruel y pérfido, de la pagana familia de Stodoronow,
en Lutecia.
La dualidad de este matrimonio:
cristiano-pagano tuvo mucha trascendencia en la vida del santo duque. El joven
príncipe vio, pues, en el seno de su familia, los efectos de la lucha de una
religión mixta; más tarde tuvo que enfrentarse con la misma en la vida de su
propia nación. El problema se presentó más agudo cuando junto a las rivalidades
religiosas se unieron los conflictos políticos.
Aunque las primeras semillas de la
fe católica la recibieron los bohemios de Bizancio, sin embargo, la magna labor
misionera fue fruto de los misioneros occidentales, y precisamente de los
alemanes. Este hecho originó, primero, las competencias de los ritos: eslavo
con el romano, y más tarde, el influjo de los alemanes en la vida pública de
los bohemios.
Como efecto en contrario, surgió
entonces, la rebelión pagana, la persecución de los cristianos, acaudillada por
Drahomira; la conspiración de Boleslavia y, finalmente, el funesto plan del
martirio de San Wenceslao.
El panorama de aquella época era,
por tanto, muy difícil y muy obscuro.
Para superar todas estas
dificultades, el bien de la nación y de las misiones católicas exigían un
príncipe ágil, prudente y santo.
Fue San Wenceslao quien mejor
respondía a estas exigencias.
Dirigido por su abuela, Santa
Ludmila, se mostró inteligente, dócil y con una extraordinaria inclinación a
todo lo bueno. Más tarde, ya en el Colegio de los Nobles, bajo la dirección de
un sabio maestro, estas virtudes brillaron aún más en el joven alumno.
Intelectualmente se distinguía por su ingenio; espiritualmente, por su pureza
de costumbres; por la devoción a Cristo en el Santísimo Sacramento y por su
filial afecto a la Virgen Santísima. Mas la singular veneración que profesaba a
la Virgen le hizo sentir un extremado amor a la pureza. Virtud que pareció ser
la nota más sublime de su carácter. A pesar de vivir este ambiente de santidad,
Wenceslao no se olvidó de adquirir también las cualidades de un señor futuro
soberano de Bohemia.
En 925, tres años después de la
repentina muerte de Vratislao, Wenceslao, considerándose preparado para el
gobierno de su patria, dio un golpe de Estado y eliminó de la regencia a su
madre pagana. Con ella eliminó también la lucha sin cuartel contra los
cristianos y todos los privilegios que conquistaron, en aquellos tiempos, los
paganos. Termina con las crueldades y salvajismo de aquellos idólatras y
comienza una época de verdadera paz y labor constructiva.
Como señal externa de nuevo
gobierno, Wenceslao hace un apoteósico traslado de las reliquias de su abuela,
Santa Ludmila, a la catedral de Praga. Elige con gran cuidado a sus ministros y
jefes militares y comienza una intensa labor de propagación de la fe.
En todo este ambiente es él mismo
quien con su ejemplo realiza los altos ideales de Cristo.
Cumple exactamente con la ley de
Dios y practica fervorosamente las virtudes cristianas. Lleva una vida casi
monacal; consagra horas en fervorosas oraciones y en mortificaciones; defiende
a los oprimidos; ayuda con generosidad a los pobres; facilita la libertad a los
cautivos y presos, etc. En todo el país organiza una política más humanitaria,
elimina torturas y prohíbe la horca. Se puede decir que entre los soberanos fue
el único que profesara una fe tan eficiente, caridad tan ardiente y virtudes
tan escogidas.
Su culto a la sagrada Eucaristía
no paraba en una mera veneración, sino que trascendía a los más pequeños
detalles, como sembrar el trigo destinado al pan eucarístico y estrujar con sus
mismas manos los racimos de uva que darían el vino para el santo sacrificio. Descalzo
visitaba en noches frías y de nieve las iglesias para adorar al Santísimo.
Una devoción no menos fervorosa a
la Virgen Santísima le llevó a entregarse a Ella en voto de castidad para toda
su vida.
Todo este modo de vivir —sin duda
de verdadera santidad— causaba gran admiración tanto en Bohemia como en otras
cortes soberanas de Europa; comúnmente le llamaban “el santo príncipe”.
Nada entonces de extraño es que en
torno de esta vida naciera el maravilloso misterio de muchas leyendas. Estas
fueron inmortalizadas por el historiador checo Pekarz. He aquí dos de ellas:
Drahomira, envidiando el
florecimiento del cristianismo y el pacífico reinado de Wenceslao, suscitó a
una guerra cruel contra él al vecino príncipe de Gurima, Radislao.
Radislao, en verdad, invadió a
Bohemia, y a su paso sembró el pánico y la muerte. La guerra fue para todos una
gran sorpresa. Wenceslao, sin embargo, quedó tranquilo, pues, como un verdadero
seguidor de Cristo, no quería se derramase la sangre de los inocentes. Mandó, por
tanto, una embajada para averiguar las causas de la invasión. Radislao,
considerando la postura del duque como prueba de flaqueza, exigió como
condición de paz la entrega total de Bohemia.
Estas circunstancias reclamaban
una justa defensa de la patria. Wenceslao la preparó rápidamente y salió al
encuentro de los invasores. Cuando se vieron los dos ejércitos, el duque, antes
de empezar la batalla, pidió una entrevista personal con Radislao. Fiel a su fe
católica persuadió a Radislao de que como la guerra es cosa de los dos, ellos
debían de resolver el litigio, y con esto invitó al invasor a un combate
particular hasta la victoria. Radislao, seguro de su éxito, aceptó el duelo y
salió contra el santo duque armado como Goliat. Wenceslao, por el contrario, la
victoria la ponía en manos de Dios, y en nombre de Él dio la señal del combate.
Se disponía Radislao a disparar su dardo, cuando de repente vio delante a dos
ángeles y oyó una voz: “No le tires”. Momentos después, horrorizado, dejó sus
armas y fue a postrarse a los pies de Wenceslao, pidiendo perdón y aceptando
todas las condiciones de paz.
La celestial intervención en favor
del duque de Bohemia se repitió de nuevo durante la dicta de Worms, convocada
por el emperador Otón I. Un día Wenceslao, por oír dos misas, llegó tarde a la
asamblea. El emperador y los príncipes consideraron esta falta como una gran
desatención. Acordaron entonces demostrar su enojo. Sin embargo, cuando
apareció Wenceslao todos le recibieron con los debidos honores, incluso el
mismo emperador, pues todos vieron con el mayor asombro que el duque de Bohemia
entraba en la sala acompañado de ángeles, portando delante de él una gran cruz
de oro.
La santidad de Wenceslao ganaba
estima común. Sin embargo, la llama del odio se mantenía viva en el pagano
corazón de Drahomira. Es más, existía también otra persona que meditaba cómo
destituir y privar del trono al rey de Praga. Era su hermano menor, Boleslao.
La ocasión no tardó en
presentarse. Con motivo del nacimiento de un hijo suyo, Boleslao organizó
grandes fiestas e invitó a Boleslavia a su hermano Wenceslao. El santo duque
aceptó esta invitación y acudió a Boleslavia, donde fue recibido con todos los
honores reales. Sin embargo, estas galas fueron una falsedad creada por su
hermano. En medio de la alegría reinante, cuando Wenceslao, durante la noche,
se dirigía a la próxima iglesia para su acostumbrada adoración, Boleslao le
agredió, y violando el sagrado derecho de hospitalidad, junto con sus
ayudantes, dio muerte a su indefenso y egregio huésped.
El martirio ocurrió el 28 de
septiembre de 938.
Bohemia se llenó de dolor.
Los asesinos, después de un corto
tiempo de júbilo, pronto recibieron su merecido castigo. Tanto Drahomira como
Boleslao tuvieron una muerte miserable.
San Wenceslao quedó proclamado
Patrono de todos los países de la corona de los bohemios.
El culto aumentaba constantemente,
llegando, en los siglos XI y XII, su efigie a adornar el ducado, la moneda de
Bohemia. Bajo la bandera de San Wenceslao lucha el ejército y con la invocación
del Santo se desarrolla la labor nacional. En el siglo XIII nace el himno
“Svaty Vaclave, vevodo cesek zeme…”. y en la época de Juan Hus, el himno
súplica. “Tú eres el soberano de estas tierras, San Wenceslao; no nos
abandones…”
La devoción es común, y las
múltiples iglesias, como también los muchísimos monumentos dedicados al santo
duque, testimonian el vivo amor hacia él de los checos. El monumento más bello,
obra del profesor Mysblek, adorna la mejor plaza de Praga.
San Wenceslao, ayer como hoy,
reina en Checoslovaquia.
MARIANO WALORECK
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