LA NUEVA MORAL[1]
Por Mons. Dr. Octavio N. Derisi
La obra que aquí se
analizará consta de un prólogo y tres capítulos: 1) Otra Moral Nueva,
2) La Perenne Novedad de la Moral
Cristiana y 3) Doctrina
y Vida. El primero expone con amplitud y precisión los pasos y
desarrollo de la nueva
moral, que pretende actualmente introducirse en la Iglesia. Frente
a ella, el segundo capítulo presenta las líneas esenciales que configuran la
moral cristiana. Y el tercero extrae las consecuencias que para la vida
acarrean una y otra moral.
En el primer capítulo, los
autores de la obra han logrado presentar, a la luz de los textos de los propios
teólogos, con gran objetividad y claridad, los fundamentos, el desarrollo y el
espíritu, así como también las consecuencias, de esta nueva moral cristiana.
Fuchs, Haring, Valsecchi,
Vidal García, Girardi, Chenu, Schillebeeckx y otros son los protagonistas de
esta nueva moral, que se pretende introducir en la Iglesia como una renovación
del Evangelio.
Esta nueva moral, en su
esencia radical no se formula en preceptos, es más bien un compromiso total de
la persona. Sus creadores distinguen entre una actitud trascendental, una mentalidad que
transformaría totalmente la vida y que sería el real aporte del cristianismo a
la moral; y una formulación de preceptos, a que aquélla conduce y anima con su
espíritu. Se trata —como bien notan los autores de este libro y como su mismo
nombre lo indica— de un retorno al formalismo
trascendental moral kantiano, en el cual la ley no tiene contenido,
sino que informa y da vigencia a las máximas o
normas.
Por otra parte, esta nueva
moral pretende hacer del hombre no sólo un ser histórico, sino un ser inmerso y
diluido totalmente en el fluir de la historia, sin esencia humana propiamente
tal y mucho menos inmutable. En rigor, no hay una naturaleza humana propiamente
dicha, constituida por notas esenciales y permanentes. Por eso, el hombre no es
siempre y esencialmente el mismo, sino que cambia y asume diversas formas a
través de las circunstancias y situaciones del acontecer del tiempo y de la
cultura.
La influencia del
existencialismo actual es evidente. Recuérdese la frase de los
existencialistas: “El
hombre no es, se hace“.
Si no hay naturaleza
humana, tampoco hay una ley
o moral natural, inmutable, una moral exigida por una naturaleza
humana que realmente no existe. Sobre el particular quiero recordar el vigoroso
estudio que ha realizado el eminente filósofo y teólogo que es el Padre
Cornelio Fabro. De aquí que sólo haya un
pluralismo moral, consiguiente al pluralismo de la naturaleza
humana en sus variantes en la historia. Por eso también los preceptos morales
pueden ser válidos para una época o cultura y no para otras, según que estén o
no exigidos por el espíritu o aptitud trascendental cristiana. Como se ve, se
trata de un retorno al historicismo
o relativismo moral, en cuanto a los preceptos, por más que se
evite ese nombre. Esto explica la actitud de algunos teólogos o de sus
epígonos, que afirman que la indisolubilidad del matrimonio pudo ser válida en
otra época y contorno cultural, pero no ahora, que ha variado el hombre; y que
el acto sexual en sí mismo, fuera del matrimonio, y aún la misma masturbación,
consideradas en otras épocas como pecado, puedan no serlo hoy, y aún puedan
asumir el gesto de una apertura al otro. Otro tanto se afirma del aborto y
otras cuestiones de actualidad.
Se ve ahora cuál sea el
sentido de esta nueva moral: es una entrega total de la persona, es un
espíritu, que puede encarnarse en diversas formulaciones normativas y no está
sujeto a ninguna de ellas, y las asume de acuerdo a los cambios de la
naturaleza humana en el tiempo. Esa moral está por encima de toda norma —como
en Kant la ley está por
encima de la máxima—
y, por eso, puede encarnarse en nuevas normas morales, dejando como obsoletas
otras que fueron válidas antes. Los mismos preceptos de Cristo son válidos para
su época y situación moral; pero no lo son necesariamente para siempre y para
cualquier tiempo.
En síntesis, esta nueva
moral es un compromiso o inserción de la persona en el tiempo, es una forma
vacía de contenido, cuya materia o preceptos pueden variar: unos pueden perder
vigencia y otros asumirla, de acuerdo a las transformaciones que sufre el
hombre en su devenir histórico. Dilthey, con su historicismo, está
redivivo en esta afirmación. Con ello se niega una moral natural con normas y
preceptos permanentes y válidos para todos los hombres de todos los tiempos y
situaciones culturales, precisamente porque se ha destruido su fundamento que
es la esencia o naturaleza humana. Una vez más lo esencial de esta nueva moral
es lo formal, su
espíritu, y en manera alguna su contenido de preceptos.
Los autores de la obra
advierten que esta moral implica un retorno a la inmanencia del modernismo,
condenado por Pío X. Ha desaparecido Dios como último Fin trascendente al
hombre. Consecuencia lógica, por lo demás, desde que se ha perdido la esencia o
naturaleza humana, la cual ha sido hecha por Dios y ordenada por El en todo su
dinamismo hacia ese Fin. La naturaleza humana inmutable —terminus a quo— y
Dios —terminus ad quem de la moral—
han sido suprimidos en esta nueva ética, y la moral natural ha desaparecido. La
nueva moral se centra ahora, no en Dios, último Fin y Razón suprema del hombre,
sino en el hombre mismo. Es antropocéntrica y,
como tal inmanentista. El
hombre es quien asume su responsabilidad histórica, sin imposiciones de una
ley, que se funda en el Fin o Bien trascendente divino.
Mucho más aún, en esta
nueva moral, está ausente la gracia, la vida y los auxilios sobrenaturales, que
insertados en el alma y en la vida espiritual de la inteligencia y de la
voluntad, configuran la moral cristiana sobre el fundamento del Fin supremo y
divino del hombre. Al inmanentismo
modernista, que diluye la moral
natural, se añade un horizontalismo
naturalista, que destruye los fundamentos de la moral sobrenatural cristiana.
En síntesis, esta nueva moral con pretensiones de cristiana o
evangélica, destruye, por una parte, los fundamentos de la moral natural y, por otra,
vacía a la moral cristiana del contenido
sobrenatural; y conduce, consecuentemente, a un inmanentismo naturalista y
relativista moral.
El segundo capítulo
encierra una síntesis clara y fundada de la moral cristiana. El trabajo se basa
primordialmente en la doctrina de Santo Tomás, cuyos pasajes principales están
citados y aun transcriptos en sus textos latinos, en las notas. La moral
cristiana, lejos de destruir, salva y consolida la moral natural, tanto en su
aprehensión intelectiva de las normas, como en el cumplimiento de las mismas
por parte de la voluntad libre.
Como la gracia supone la
naturaleza, también la moral cristiana supone la moral natural. Sin ésta, no es
posible aquélla. De ahí el cuidado con que el cristianismo la restaura y
defiende. Esa moral natural es ensanchada y profundizada por la moral
cristiana, con sus propios preceptos y con sus normas supremas de vida y con
sus consejos evangélicos.
Tanto en el plano natural
como en el sobrenatural, la moral se funda en el último Fin trascendente del
hombre, que es Dios, Bien infinito —conocido por la razón y por la fe, en uno u
otro plano, terminus ad quem— y
se establece como un recorrido de perfeccionamiento desde el hombre o hijo de
Dios —terminus a quo, del
orden natural o sobrenatural, respectivamente— hasta la posesión plena, natural
o sobrenatural de aquel último Fin o Bien, después de la muerte. Hombre e hijo
de Dios, integralmente unidos en el cristiano, se perfeccionan hasta su
término, durante su vida terrena, por la actividad moral recta, es decir, por
la sumisión de la voluntad libre a las exigencias ontológicas de aquel último
Fin o Bien divino sobre la naturaleza humana enriquecida por la gracia,
aprehendidas y manifestadas por la inteligencia como normas morales cristianas.
Los autores del libro
señalan los medios del enriquecimiento de esta vida sobrenatural
cristiana: la lucha ascética, las
virtudes, los sacramentos y la oración. Bajo la actividad moral
cristianamente recta el hombre se acrecienta no sólo sobrenaturalmente o como hijo de Dios,
sino también naturalmente
como hombre. Este capítulo termina asentando con Santo Tomás la
supremacía de la contemplación sobre la acción en la vida moral y la inserción
del tiempo en la eternidad, que esta actividad ética implica.
La cultura o
perfeccionamiento de las cosas y del propio hombre, por la acción espiritual de
la inteligencia y de la voluntad, en el cristianismo se enriquece con una
dimensión divina de hijo
de Dios que, lejos de impedir, asegura más ampliamente y
profundiza los valores humanos de aquélla.
El último capítulo extrae las consecuencias prácticas de una y otra
moral; de esta nueva,
y de la auténtica moral cristiana.
Se comienza por poner en claro las endebles “bases intelectuales” de la nueva
moral, que se funda en la inmanencia de
la filosofía actual —kantismo
y existencialismo— con la consiguiente pérdida no sólo del orden natural, sino
también de la Revelación, del Magisterio y de todo el orden sobrenatural.
Perdido el sentido
sobrenatural de la vida y su alegría en la asunción plena de la misma, el
hombre actual, agobiado bajo el peso y temor servil de los preceptos, con
bellas palabras de “compromiso”, de “liberación”, etc., opta por una moral
“liberadora”, que relativiza toda norma y precepto, con las consecuencias de un
hedonismo, sensualismo, sexualidad, y egoísmo sin frenos, que van a dar al
odio, la violencia, y el caos moral y humano.
Frente a ella, la auténtica
moral cristiana conforma una admirable armonía y unidad de vida entre lo que se
cree y se practica, y pone en camino al hombre —por eso, homo viator— no
sólo hacia la plenitud de su vida divina, sino también de su perfección humana,
a la vez que lo llena de satisfacción y alegría con el descubrimiento del
sentido de su vida en el tiempo y en la eternidad y con la asunción de las
responsabilidades que esa vida impone amorosamente.
La obra está elaborada con
orden y bien escrita. Es de fácil lectura y asimilación. Las afirmaciones están
corroboradas por abundantes notas, en que se citan y muchas veces se
transcriben, los textos de los autores citados.
La parte doctrinal se funda
en la doctrina de la Iglesia, principalmente a través de Santo Tomás, y la
doctrina nutre el pensamiento de los autores a través de todo su desarrollo.
Esta obra responde a una
verdadera necesidad de esclarecimiento de la auténtica moral cristiana, frente
a las pretensiones de ciertos teólogos que, con la asunción consciente o
inconsciente de las posiciones inmanentistas e historicistas de la filosofía
actual, desnaturalizan y hasta destruyen su sentido trascendente y sobrenatural
y la sumergen en un formalismo destructor de toda la vida natural y
sobrenatural.
Por eso, dentro de esta
obra que ofrece una síntesis bien fundada de la moral cristiana, juzgamos que
el primer capítulo, de exposición crítica de las tendencias de la nueva moral,
formuladas por algunos teólogos de hoy, es el más oportuno para nuestro tiempo
y a la vez el mejor logrado por sus autores.
Recomendamos vivamente la
lectura de este libro a cuantos quieren esclarecer sus ideas frente a la
confusión reinante, que en no pocos círculos han engendrado estos teólogos con
su nueva moral.
El libro ha sido bellamente
editado por Rialp de Madrid.
Cf. Sapientia n.
119, Vol. XXXI (1976), La Plata (Bs As), p. 62-65.
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