Conferencia del Cardenal Raymond Leo Burke
En el primer encuentro de Infovaticana
bajo
el lema “La esperanza de la familia”
9 de septiembre de 2017
Es para mí un placer presidir el primer “Encuentro InfoVaticana”
dedicado al tema de la esperanza de la familia en un mundo totalmente
secularizado. Le agradezco a Gabriel Ariza que me haya invitado a estar hoy con
ustedes, y doy gracias a todos los que han hecho posible mi visita y estos
momentos en su compañía.
Muy convenientemente, nuestra reunión tiene lugar en el Cementerio de
los mártires de Paracuellos, también conocido como “la Catedral de los
mártires”. Mientras estamos reunidos para reflexionar sobre la esperanza que
inspira y fortalece la familia en nuestro tiempo, pidamos el coraje de ser
verdaderos testigos de la única y segura fuente de esa esperanza: Cristo, vivo
en la Iglesia por y para nosotros. Deseo profundamente que mi presencia y mi discurso
les ofrezca a cada uno de ustedes inspiración y fuerza en su misión cotidiana
de dar esperanza al mundo, salvaguardando y fomentando la dignidad inviolable
de la vida humana y la integridad del matrimonio y la familia como la cuna de
esa vida humana y como primera escuela de su crecimiento y desarrollo.
En esta reflexión, en primer lugar hablaré de la situación de la familia
en el mundo actual y de la llamada a una nueva evangelización de la Iglesia y
de la sociedad, empezando por la familia. Después, abordaré la fundamental
labor de la familia en la nueva evangelización de nuestra cultura.
El Cristiano en el mundo actual
Hoy en día, los cristianos nos encontramos en una sociedad
totalmente secularizada. El Papa San Juan Pablo II, en sus enseñanzas sobre
la misión de los fieles laicos en el mundo, nos recordó de forma inequívoca
que, incluso en los países que antes eran cristianos, muchos viven como si no
tuvieran relación con Dios, y por lo tanto, con Su plan para nosotros y nuestro
mundo. Describió la situación actual de la Iglesia en el mundo con estas
palabras:
Enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida
cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva
y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez
son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo,
del secularismo y del ateísmo. Se trata, en concreto, de países y naciones del
llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo – si
bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria – inspiran y
sostienen una existencia vivida «como si no hubiera Dios». Ahora bien, el
indiferentismo religioso y la total irrelevancia práctica de Dios para resolver
los problemas, incluso graves, de la vida, no son menos preocupantes y desoladores
que el ateísmo declarado.
Para corregir la situación, el santo Pontífice afirmaba que “urge en
todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana”.
Se apresuró a añadir que, si se pretende obtener este remedio, la
Iglesia misma debe ser nuevamente evangelizada. La clave para comprender la
secularización radical de nuestra cultura es entender también lo mucho que ha
penetrado la secularización en la vida de la Iglesia. Según el Papa Juan Pablo II,
“la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades
eclesiales que viven en estos países o naciones”.
Asimismo, el Papa Benedicto XVI, en su discurso de Navidad de 2010 a la
Curia Romana, reflexionando sobre los graves males que nos destruyen como
individuos y como sociedad y que han engendrado una cultura marcada
principalmente por la violencia y la muerte, describió el relativismo en
la teología moral contemporánea – llamado proporcionalismo o consecuencialismo
– que ha provocado profunda confusión y errores
descarados en cuanto a las verdades fundamentales de la ley moral. Se ha llegado a una situación en la que, según su discurso, “la moral fue sustituida por un cálculo de las consecuencias, y por eso mismo deja existir”. De esta manera, si el insustituible orden moral, que es el camino hacia nuestra libertad y felicidad, debe ser restaurado, tenemos que afrontar con claridad y firmeza el error del relativismo moral, proporcionalismo y consecuencialismo, que permea nuestra cultura y, como el Papa Benedicto XVI nos recordó, también ha penetrado en la Iglesia.
descarados en cuanto a las verdades fundamentales de la ley moral. Se ha llegado a una situación en la que, según su discurso, “la moral fue sustituida por un cálculo de las consecuencias, y por eso mismo deja existir”. De esta manera, si el insustituible orden moral, que es el camino hacia nuestra libertad y felicidad, debe ser restaurado, tenemos que afrontar con claridad y firmeza el error del relativismo moral, proporcionalismo y consecuencialismo, que permea nuestra cultura y, como el Papa Benedicto XVI nos recordó, también ha penetrado en la Iglesia.
Para hacer frente a esta ideología, el Papa Benedicto XVI nos animó
a estudiar de nuevo las enseñanzas del Papa Juan Pablo II en su Carta
Encíclica Veritatis Splendor, “Sobre algunas cuestiones fundamentales de
la enseñanza moral de la Iglesia”. En Veritatis Splendor, el Papa
Benedicto XVI afirma que el Papa Juan Pablo II “señaló con fuerza profética que
las bases esenciales y permanentes del actuar moral se encuentran en la
gran tradición racional del ethos cristiano”. Recordando a los
católicos la necesidad de que el hombre forme su conciencia de acuerdo con
las enseñanzas morales de la Iglesia, también les recuerda que nos “toca a
nosotros hacer que estos criterios sean escuchados y comprendidos por los
hombres como caminos de verdadera humanidad, en el contexto de la preocupación
por el hombre, en la que estamos inmersos”.
En la actualidad, la vida cristiana, si es vivida con integridad, es
necesariamente contracultural. Como el Papa Juan Pablo II nos recordaba
con frecuencia, hoy los cristianos están llamados a una nueva
evangelización de la cultura. La situación puede ser descrita del
siguiente modo: el Evangelio fue proclamado y echó profundas raíces en los
países cristianos, pero desde entonces ha caído en el olvido. Este olvido
deriva en una reacción indiferente u hostil cuando la fe del Evangelio es
nuevamente proclamada. La fe ya no tiene raíces profundas en las vidas de
generaciones sucesivas. De este modo, lo que necesitamos es una nueva
evangelización de la sociedad y de la cultura que, de hecho, ya no se pueden
considerar cristianas. La fe cristiana y su práctica se deben transmitir una
vez más, como si fuera la primera vez, como fueron transmitidas durante los
primeros siglos del cristianismo y en los tiempos de la evangelización de
nuestras tierras de origen. Ya no debe suponerse que el carácter de la
cultura sea cristiano, aunque fuera así durante los siglos pasados.
Hoy en día, tenemos que responder con aún más entusiasmo y energía al
mandato de Nuestro Señor en Su Ascensión: “Vayan y hagan discípulos a
todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado”.
Ante las dificultades de vivir la fe en nuestro tiempo, el Papa Juan
Pablo II nos recordó la importancia del mandato que Cristo dio a sus
primeros discípulos, dado también a los misioneros a lo largo de los
siglos cristianos, hasta nosotros:
En verdad, el imperativo de Jesús: «Id y predicad el Evangelio» mantiene
siempre vivo su valor, y está cargado de una urgencia que no puede decaer. Sin
embargo, la actual situación, no sólo del mundo, sino también de tantas partes
de la Iglesia, exige absolutamente que la palabra de Cristo reciba una
obediencia más rápida y generosa Cada discípulo es llamado en primera persona;
ningún discípulo puede escamotear su propia respuesta: «¡Ay de mí si no
predicara el Evangelio!»
La obediencia, fundamental y esencial en la nueva evangelización,
también es una virtud adquirida con gran dificultad en una cultura que exalta
el individualismo y que duda de toda autoridad, salvo de la autoridad del
individuo. Sin embargo, la obediencia es indispensable para vivir el
Evangelio y para que sea enseñado en nuestro tiempo.
Tomemos el ejemplo de los primeros discípulos, desde los primeros
misioneros en nuestros territorios de origen, y de la multitud de nuestros
hermanos santos que se entregaron totalmente a Cristo a lo largo de los
siglos cristianos, invocando la ayuda y la guía del Santo Espíritu para
purificarse de la rebelión ante la voluntad de Dios, y para fortalecerse en
el ejercicio de la voluntad de Dios en todas las cosas. Frente a la gran
dificultad de vivir la fe cristiana actualmente, de ellos tomamos coraje al
escuchar la promesa con la cual Nuestro Señor concluyó Su mandato
misionero: “Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el
final de los tiempos”.
La fundamental labor de la familia en una nueva evangelización.
El gran desafío que implica a toda la Iglesia, implica particularmente a
la Iglesia en la primera célula de su vida, la familia. Es el desafío que el
Papa Juan Pablo II describió en su Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”,
“Al concluir el gran jubileo del año dos mil (2000)”, como “«alto grado» de la
vida cristiana ordinaria”. El Papa Juan Pablo Segundo II nos enseñó la
naturaleza extraordinaria de nuestra vida ordinaria, porque es vivida en Cristo
y, por lo tanto, produce dentro de nosotros la belleza incomparable de la
santidad. Declaró:
Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de
cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar
durante estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se
han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el momento
de proponer de nuevo a todos con convicción este
«alto grado» de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección.
«alto grado» de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección.
Al ver en las familias cristianas los frutos de una conversión diaria de
su vida, mediante la cual la familia se esfuerza en conseguir el “«alto
grado» de la vida cristiana ordinaria”, la cultura descubrirá el gran
misterio de esa vida ordinaria sobre la cual Dios diariamente derrama Su amor
inagotable e inconmensurable. Obviamente, “rehacer el entramado cristiano de la
sociedad humana” sólo se puede llevar a cabo forjando “la cristiana trabazón
de las mismas comunidades eclesiales”, empezando por el individuo en su
familia, en casa.
El Papa Juan Pablo II nos enseñó claramente que la mejor manera de
enfrentarnos al desafío del “«alto grado» de la vida cristiana ordinaria” es
“recogido por el Evangelio y la Tradición viva”. Nos recordó que es el mismo
plan de la vida cristiana que siempre se ha dado en la Iglesia, el plan de
santificar la vida. En cuanto al matrimonio cristiano, la familia y la
llamada a la evangelización, en Familiaris Consortio, la Exhortación Apostólica
post-Sínodo sobre la familia 1981, declaró que “en efecto, la familia cristiana es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona humana en desarrollo y a conducirla a la plena madurez humana y cristiana, mediante una progresiva educación y catequesis” .
post-Sínodo sobre la familia 1981, declaró que “en efecto, la familia cristiana es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona humana en desarrollo y a conducirla a la plena madurez humana y cristiana, mediante una progresiva educación y catequesis” .
Citando las múltiples y graves agresiones que sufren el matrimonio y la
familia en nuestro tiempo, hizo hincapié en la importancia de atestiguar la
verdad del matrimonio y la familia, para que la familia pueda evangelizar
la sociedad entera. Declaraba lo siguiente:
En un momento histórico en que la familia es objeto de muchas fuerzas
que tratan de destruirla o deformarla, la Iglesia, consciente de que el bien de
la sociedad y de sí misma está profundamente vinculado al bien de la familia,
siente de manera más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el
designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, asegurando su plena
vitalidad, así como su promoción humana y cristiana, contribuyendo de este modo
a la renovación de la sociedad y del mismo Pueblo de
Dios.
Dios.
Reconociendo la insustituible fuerza evangelizadora de la familia en el
conjunto de la sociedad, la Iglesia está aún más obligada a salvaguardar y
fomentar la verdad de la vida conyugal y familiar.
En mi patria al igual que aquí, predomina el fenómeno de la
secularización, aunque todavía se conservan familias católicas de una
profunda fe religiosa, que practican devotamente. Y allí donde hay
cercanía entre estas familias, se forma una cierta hermandad social y
espiritual. Todos nosotros, independientemente de nuestro estado vital,
deberíamos fomentar la solidaridad entre familias que se esfuerzan en
transmitir la fe y su práctica con integridad.
En nuestro testimonio y apostolado cristiano, tenemos que poner especial
atención en la santidad del matrimonio, la fidelidad, y la indisolubilidad
y capacidad procreadora de la unión conyugal. La vida católica en casa es necesariamente un
signo de contradicción en la sociedad actual. Tenemos que inspirar
valentía en las parejas católicas para testimoniar la verdad
del matrimonio y de la familia, tan necesitados por nuestra cultura.
Tenemos que ayudar a los hogares cristianos para que sean la Iglesia
doméstica, según la descripción antigua, el primer lugar en el que la fe
católica se enseña, se celebra y se vive. Toda la Iglesia tiene que ayudar
a los padres para vivir generosamente y fielmente su vocación de vida
conyugal. Tenemos que estar especialmente pendientes de las familias que
sufren dificultades, para que incluso en su sufrimiento puedan
experimentar la gracia de la unidad y de la paz de la Santa Familia
de Nazaret.
En Familiaris Consortio, la Exhortación Apostólica post-Sínodo, el Papa
Juan Pablo II subrayó el servicio insustituible que presta la familia en
la nueva evangelización. Refiriéndose a las enseñanzas de su predecesor,
el Papa Pablo VI declaró lo siguiente sobre la evangelización:
En la medida en que la familia cristiana acoge el Evangelio y madura en
la fe, se hace comunidad evangelizadora. Escuchemos de nuevo a Pablo VI: «La
familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es
transmitido y desde donde éste se irradia. Dentro pues de una familia
consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son
evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que
pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio
profundamente vivido… Una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive».
profundamente vivido… Una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive».
Es claro que si una nueva evangelización no está teniendo lugar en
matrimonios y familias, entonces no tendrá lugar en la Iglesia ni en la
sociedad en general. A la vez, los matrimonios transformados por el
Evangelio son el primer y más potente agente de la transformación de
la sociedad a través del Evangelio.
El testimonio de la familia es entonces el corazón de la nueva
evangelización. Haciendo referencia a las enseñanzas del Concilio
Ecuménico Vaticano Segundo sobre la realidad de la familia como “esta
especie de Iglesia doméstica”, es decir, pequeña iglesia (ecclesiola),
el Catecismo de la Iglesia Católica declara:
En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a
la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros
de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la
familia, con una antigua expresión, Ecclesia domestica (LG 11; cf. FC 21). En
el seno de la familia, los padres han de ser para sus hijos los primeros
anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la
vocación personal de cada uno y, con especial cuidado,
la vocación a la vida consagrada” (LG 11).
la vocación a la vida consagrada” (LG 11).
De hecho, vemos de una manera inconfundible la fuerza evangelizadora del
matrimonio y la familia en el principal deber de los padres para con sus
hijos: ayudarles a conocer su vocación y a entregarse a ella con un corazón sin
reservas. Y el fundamental poder evangelizador de los padres en lo
concerniente a la vocación conyugal es obvio.
En el centro de la vida familiar y del matrimonio está el culto divino y
la oración, que conforman todos los otros aspectos de la vida. El culto
sagrado, la máxima y más perfecta expresión de nuestra vida en Cristo, es
el corazón de la vida familiar. A través del culto, la oración y la
devoción, la familia recibe la fuerza para evangelizar y, a la vez, evangeliza
el mundo del modo más potente posible. Una vez más, refiriéndose a las
enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia
Católica declara:
Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal
del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la
familia, en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de
gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se
traduce en obras; (LG 10). El hogar es así la
primera escuela de vida cristiana y; escuela del más rico humanismo; (GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida. 22
primera escuela de vida cristiana y; escuela del más rico humanismo; (GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida. 22
La familia experimenta su ser más profundo cuando está rezando,
especialmente en el culto divino. De la oración y el culto divino brota
cada aspecto de la vida personal de cada miembro de la familia y de la
familia misma. La familia rezando y participando en el culto manifiesta a
Cristo vivo en la Iglesia de la forma más potente, y así atrae a otras
familias hacia Cristo en Su Iglesia.
Uno de los cruciales frutos evangelizadores de la oración y el culto en
familia es el testimonio del Evangelio de la Vida. El Papa Juan Pablo Segundo nos enseñó que es
esencial para una nueva evangelización proclamar el Evangelio de la Vida,
y cómo la familia es el primer locus de la proclamación. La realidad de la
secularización se ha vuelto tan grave que muchos ya no entienden que la
vida es un don de Dios y, por eso, ya no respetan la dignidad inviolable de la
vida humana, creada a imagen de Dios, y redimida por la Preciosísima Sangre de
Dios Hijo Encarnado. En una nueva evangelización que trate sobre la vida
humana, el central e insustituible papel de la familia se ve con mayor
claridad.
El locus fundamental de la proclamación del Evangelio de la Vida es la
familia, en la que los hijos observan el Evangelio de la Vida en la
relación entre sus padres y en su relación con ellos. Tal testimonio no
sólo concierne al comienzo de la vida humana, entendiendo y ejerciendo debidamente
la sexualidad; sino también al final de la vida, aceptando el sufrimiento
humano como el camino para amar incondicionalmente al prójimo, todo ello de
acuerdo con las enseñanzas del Señor que San Pablo maravillosamente pronunció
en la Carta a los Colosenses. El Evangelio de la Vida es intrínseco al
culto espiritual en el corazón de la familia. Levantando sus corazones
hacia el Corazón de Dios, los padres y los hijos son purificados y fortalecidos
para vivir sus mutuas relaciones con un amor puro y desinteresado. El Papa
Juan Pablo II lo clarificó en su Carta Encíclica del Evangelio de la Vida
declarando:
Respecto al culto espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12, 1), la celebración
del Evangelio de la vida debe realizarse sobre todo en la existencia cotidiana,
vivida en el amor por los demás y en la entrega de uno mismo. Así, toda nuestra
existencia se hará acogida auténtica y responsable del don de la vida y
alabanza sincera y reconocida a Dios que
nos ha hecho este don. Es lo que ya sucede en tantísimos gestos de entrega, con frecuencia humilde y escondida, realizados por hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos.
nos ha hecho este don. Es lo que ya sucede en tantísimos gestos de entrega, con frecuencia humilde y escondida, realizados por hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos.
En la sección 92 de la Carta Encíclica, el Papa Juan Pablo
Segundo II declaró “decisiva la responsabilidad” de la familia para
proclamar el Evangelio de la Vida. Ilustró con detalle el papel
imprescindible de la familia no sólo dando la acogida debida a una nueva
vida humana, sino también al mostrar el significado del sufrimiento y de
la muerte. Observó que “[la familia está llamada a esto a lo largo de la vida
de sus miembros, desde el nacimiento hasta la muerte”.
El Papa Juan Pablo II, citando su homilía del día de la beatificación de
Santa Gianna Beretta Molla, que es como un apóstol heroico de nuestro
tiempo, puso su atención especialmente en “«todas las madres valientes,
que se dedican sin reservas a su familia, que sufren al dar a luz a sus
hijos, y luego están dispuestas a soportar cualquier esfuerzo, a afrontar cualquier
sacrificio, para transmitirles lo mejor de sí mismas»”. Sin despreciar de
ninguna manera la dignidad del marido y padre de la familia, el
Evangelio de la Vida en estos tiempos reclama particularmente un nuevo
entendimiento y agradecimiento vivo a las esposas y madres cristianas.
Más adelante en la Carta Encíclica, el Papa Juan Pablo II dedicó una
atención especial al papel “singular y sin duda determinante” de las
mujeres en la nueva evangelización y, por eso, en la proclamación del
Evangelio de la Vida. Declaró lo siguiente:
Les corresponde ser promotoras de un «nuevo feminismo» que, sin caer en
la tentación de seguir modelos «machistas», sepa reconocer y expresar el
verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia
ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de
violencia y de explotación. 31
Reflexionando sobre la maternidad, continuó con sus observaciones
diciendo:
En efecto, la madre acoge y lleva consigo a otro ser, le permite crecer
en su seno, le ofrece el espacio necesario, respetándolo en su alteridad. Así,
la mujer percibe y enseña que las relaciones humanas son auténticas si se abren
a la acogida de la otra persona, reconocida y amada por la dignidad que tiene
por el hecho de ser persona y no de otros factores, como la utilidad, la
fuerza, la inteligencia, la belleza o la salud. Esta es la aportación
fundamental que la Iglesia y la humanidad esperan de las mujeres. Y es la premisa
insustituible para un auténtico cambio cultural.
Es claro que la nueva evangelización, con respecto a la dignidad
inviolable de una vida humana inocente, desde el instante de la concepción
hasta el instante de la muerte natural, depende de una nueva proclamación
de la verdad en cuanto a la mujer y la maternidad. Esa proclamación tiene
lugar principalmente en la familia.
En nuestra sociedad, hay una confusión sobre el significado de la
sexualidad humana que está recogiendo una cosecha de profunda infelicidad
personal, llegando a producir la
ruptura de la familia, la corrupción de los hijos y los jóvenes y,
finalmente, la destrucción de uno mismo. La actividad sexual desordenada, su
ejercicio fuera del matrimonio, y los constantes y potentes falsos
mensajes sobre quiénes somos como hombre y mujer, difundidos por los medios
de comunicación, son los signos de la urgente necesidad de una nueva
evangelización. Tenemos que dar testimonio de los dones distintivos del
hombre y la mujer, que están ahí para ser dedicados al servicio de Dios y Su
santo pueblo mediante una vida casta. La vida marital cristiana es el locus primario
de ese testimonio crucial. Nuestra sociedad se transformará a través de una
vida sana en familia. Sin esta vida sana, nunca se transformará.
Es instructivo señalar que el Papa Benedicto XVI en su Carta
Encíclica Caritas in Veritate hizo especial referencia a la Carta
Encíclica Humane Vitae del Papa Pablo VI, subrayando su importancia “para
delinear el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto por la
Iglesia”. El Papa Benedicto XVI aclara que las enseñanzas de Humanae Vitae
no son simplemente cuestiones de “una moral meramente individual”,
afirmando:
La Humanae vitae señala los fuertes vínculos entre ética de la vida y
ética social, inaugurando una temática del magisterio que ha ido tomando cuerpo
poco a poco en varios documentos y, por último, en la Encíclica Evangelium
vitae de Juan Pablo II. 35
El Papa Benedicto XVI deja claro el carácter esencial que tiene el
correcto entendimiento de la sexualidad en el verdadero desarrollo
humano. Y al abordar el tema de la procreación, subrayó la importancia
crucial de la recta comprensión de la sexualidad humana, el matrimonio y la
familia, escribiendo:
La Iglesia, que se interesa por el verdadero desarrollo del hombre,
exhorta a éste a que respete los valores humanos también en el ejercicio de la
sexualidad: ésta no puede quedar reducida a un mero hecho hedonista y lúdico,
del mismo modo que la educación sexual no se puede limitar a una instrucción
técnica, con la única preocupación de proteger a los interesados de eventuales
contagios o del «riesgo» de procrear. Esto equivaldría a empobrecer y descuidar
el significado profundo de la sexualidad, que debe
ser en cambio reconocido y asumido con responsabilidad por la persona y la
comunidad.
ser en cambio reconocido y asumido con responsabilidad por la persona y la
comunidad.
La recuperación del respeto por la integridad del acto conyugal es
esencial para el futuro de la cultura occidental y para el avance de una
cultura de la vida. En palabras del Papa
Benedicto XVI, es necesario “seguir proponiendo a las nuevas generaciones
la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las
exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona”. Del
mismo modo, el Papa Benedicto XVI también señaló que “los estados están
llamados a establecer políticas que promuevan la centralidad y
la integridad de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y
una mujer, célula primordial y vital de la sociedad, haciéndose cargo
también de sus problemas económicos y fiscales, en el respeto de su
naturaleza relacional”.
El catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “lo que se llama
permisividad de las costumbres se basa en una concepción errónea de la
libertad humana” y “para llegar a su madurez, esta necesita dejarse educar
previamente por la ley moral”. Como ya queda claro después de estas
reflexiones, la libertad personal y la libertad de la sociedad en general
dependen de una educación fundamentada en la verdad de la sexualidad
humana, y en el ejercicio de esa verdad en una vida pura y casta. El catecismo
de la Iglesia Católica además observa: “Conviene pedir a los responsables
de la educación que impartan a la juventud una enseñanza respetuosa de la
verdad, de las cualidades del corazón y de la dignidad moral y espiritual del
hombre”. Para un cristiano, esto implica la educación en la santidad de la
vida, en el respeto a la dignidad inviolable del ser – cuerpo y alma – y
en el respeto al prójimo como a uno mismo. Tal educación debe tener lugar
primero en la familia, y estar sostenida después por las instituciones que colaboran
con los padres para la educación cristiana de sus hijos.
Por el bien de los jóvenes, tenemos que prestar atención
particularmente a la educación, que es la expresión fundamental de nuestra
cultura. Los buenos padres y los buenos ciudadanos deben estar alerta
con respecto a los planes escolares de estudios y a la vida en esos
colegios, para asegurarse de que sus hijos, nuestros hijos, tienen una
formación acorde con las virtudes cristianas, y de que no se ven
deformados por el adoctrinamiento en la confusión y el error sobre las
verdades más fundamentales de la vida humana y familiar, lo que les conducirá a
la esclavitud del pecado y, por tanto, a la infelicidad profunda y a la
destrucción de la cultura. Sirva de ejemplo que en la actualidad,
tristemente sentimos la necesidad de hablar del “matrimonio tradicional”
como si hubiera otro tipo de matrimonio. Sólo hay un tipo de matrimonio
tal como Dios nos lo dio en la Creación, y que ha sido redimido por Cristo
a través de Su Pasión y Muerte salvíficas.
Para formar adecuadamente las conciencias, no fallemos a la hora de
mostrar a la juventud las vidas de otros niños y jóvenes que alcanzaron
una santidad heroica, que son ejemplos particularmente potentes e
interceden por nuestros hijos. Por ejemplo, San Tarcisio, San Stanislao
Kostka, San Juan Berchmans, Santa Teresa del Niño Jesus y de la Santa
Faz, Santos Francisco y Jacinta Marto, Santo Domingo Savio, Santa María
Goretti, y Beato Pedro Jorge Frassati. Estos jóvenes patrones ofrecen una
ayuda poderosa a la juventud para que crezcan en las virtudes de la pureza
y la modestia, a través de las cuales se preparan para asumir su vocación
con fidelidad y perseverancia. En Australia, Santa María de la Cruz y San
Pedro Chanel son fuentes poderosas de inspiración e intercesión para los
jóvenes. Mediante la comunión de los santos, llegamos a entender dónde se
encuentra nuestra verdadera grandeza: a saber, en la confianza fiel y
perdurable en las promesas de Dios.
Al exponer la verdad de la unión conyugal para los jóvenes, no fallemos
a la hora de reflexionar sobre las vidas de los que alcanzaron la santidad
heroica en la vida conyugal. Pienso, por ejemplo, en San Joaquín y Santa
Ana, padres de la Santísima Virgen María, Santos Luís y Zelie Martín, y
Beatos Luigi y María Beltrame Quattrocchi. Contemplemos también todo lo
que significó para ellos permanecer leales a la alianza perdurable y fiel
del amor divino en la vida conyugal, como fue ordenada por Dios desde el
principio. En la vida de estos matrimonios santos, se ve reflejado el
esplendor de la verdad de la unión entre un hombre y una mujer en el amor
fiel, perdurable y procreativo, de acuerdo con las mismas palabras de Nuestro
Señor cuando respondió a los fariseos que le habían puesto a prueba
preguntando sobre la posibilidad del divorcio.
Nuestro Señor respondió a su pregunta para instruirles en la observancia
de la ley eterna según la cual Dios creó al hombre y a la mujer:
¿No han leído que el Creador, desde el principio, los hizo hombre y
mujer, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a
su mujer, y serán los dos uno sólo? De manera que ya no son dos, sino uno
sólo. Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.
Cuando los discípulos le hicieron preguntas a Cristo sobre el mandato de
Dios para los casados, Nuestro Señor respondió que, junto con la vocación
a la vida conyugal, Dios da la gracia de vivir con amor fiel, perdurable y
procreativo: “No todos pueden hacer esto, sino sólo aquellos a quienes
Dios se lo concede” .
Si se promueve el respeto por la dignidad inviolable de la vida humana
inocente, y por la integridad del matrimonio y la familia, necesariamente
ha de prestarse atención a las leyes que rigen la vida en sociedad. Aunque
la transformación de los corazones es el instrumento principal de la nueva
evangelización, los católicos y todas las personas de buena voluntad tienen que
estar activos para promover leyes que salvaguarden la dignidad de
la vida humana y el respeto de la integridad del matrimonio y la familia.
Al mismo tiempo, no se puede ignorar el papel decisivo que la ley
desempeña en la cultura. El Papa Juan Pablo II observó:
Si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana,
sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la
promoción de una mentalidad y de unas costumbres. Repito una vez más que una
norma que viola el derecho natural a la vida de un inocente es injusta y, como
tal, no puede tener valor de ley. Por eso renuevo con fuerza mi llamada a todos
los políticos para que no promulguen
leyes que, ignorando la dignidad de la persona, minen las raíces de la misma convivencia ciudadana.
leyes que, ignorando la dignidad de la persona, minen las raíces de la misma convivencia ciudadana.
A este respecto, la participación en la vida política es esencial para
promover la causa de la vida. En la Exhortación Apostólica Familiaris
Consortio, el Papa Juan Pablo II ya había declarado:
La función social de las familias está llamada a manifestarse también en
la forma de intervención política, es decir, las familias deben ser las
primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no
ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los
deberes de la familia. En este sentido las familias deben crecer en la
conciencia de ser «protagonistas» de la llamada «política familiar», y
asumirse la responsabilidad de transformar la sociedad; de otro modo las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia.
asumirse la responsabilidad de transformar la sociedad; de otro modo las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia.
El Santo Padre les reiteró la misma exhortación a las familias en
Evangelium Vitae.
Conclusión
Vivimos en una época en la que la verdad fundamental del matrimonio
sufre ataques feroces, que tratan de ocultar y ensuciar la belleza sublime
del estado matrimonial, el cual ha sido ordenado por Dios desde la
Creación. El divorcio ya es común en nuestra sociedad, al igual que lo es
la pretensión de eliminar de la unión conyugal, por medios mecánicos o
químicos, su esencia procreativa. Y ahora la sociedad se atreve a llegar
todavía más lejos en su enfrentamiento con Dios y Su ley al pretender
llamar “matrimonio” a una relación entre personas del mismo sexo.
Incluso dentro de la Iglesia, hay quienes querrían ocultar la verdad de
la indisolubilidad del matrimonio en nombre de la misericordia; quienes
consienten la violación de la unión conyugal admitiendo métodos
anticonceptivos en nombre del entendimiento pastoral; y quienes, en nombre
de la tolerancia, se quedan en silencio ante el ataque contra la integridad del matrimonio
entendido como la unión de un hombre y una mujer. Y hasta hay quienes niegan
que los casados reciben una gracia especial para vivir heroicamente un
amor fiel, perdurable y fructífero, a pesar de que Nuestro Señor mismo nos
aseguró que Dios da al matrimonio la gracia de vivir diariamente conforme
a la verdad de su estado vital.
En nuestro día a día, el testimonio debido al esplendor de la verdad del
matrimonio tiene que ser nítido y heroico. Tenemos que estar preparados
para sufrir, como han sufrido los cristianos a lo largo de los siglos,
para honrar y fomentar el Santo Matrimonio. Tomemos como ejemplo a San
Juan Bautista, San Juan Fisher y Santo Tomás Moro, quienes fueron mártires
por defender la integridad de la fidelidad debida y la indisolubilidad del
matrimonio. Ante la confusión y el error sobre el Santo Matrimonio,
abiertamente sembrados por Satanás en nuestra sociedad, sigamos el ejemplo
de estos santos e invoquemos su intercesión, para que el gran don de la
vida y el amor conyugal sean cada vez más estimados en la Iglesia y la
sociedad, y sean causa de una firme esperanza para todos.
Gracias por su amable atención. Que Dios les bendiga a ustedes y a sus
hogares.
Raymond Leo Cardinal BURKE
No hay comentarios:
Publicar un comentario