XXIII
Mi
querido Orugario:
A
través de esta chica y de su repugnante familia, el paciente está conociendo
ahora cada día a más cristianos, y además cristianos muy inteligentes. Durante
mucho tiempo va a ser imposible extirpar la espiritualidad de su vida.
Muy bien; entonces, debemos corromperla. Sin duda, habrás practicado a
menudo el transformarte en un ángel de la luz, como ejercicio de pista. Ahora
es el momento de hacerlo delante del Enemigo. El Mundo y la Carne nos han
fallado; queda un tercer Poder. Y este tercer tipo de éxito es el más glorioso
de todos. Un santo echado a perder, un fariseo, un inquisidor, o un brujo, es
considerado en el Infierno como una mejor pieza cobrada que un tirano o un
disoluto corriente.
Pasando
revista a los nuevos amigos de tu paciente, creo que el mejor punto de ataque
sería la línea fronteriza entre la teología y la política. Varios de sus nuevos
amigos son muy conscientes de las implicaciones sociales de su religión. Eso,
en sí mismo, es malo; pero puede aprovecharse en nuestra ventaja.
Descubrirás
que muchos escritores políticos cristianos piensan que el cristianismo empezó a
deteriorarse, y a apartarse de la doctrina de su Fundador, muy temprano.
Debemos usar esta idea para estimular una vez más la idea de un "Jesús
histórico", que puede encontrarse apartando posteriores "añadidos y
perversiones", y que debe luego compararse con toda la tradición
cristiana. En la última generación, promovimos la construcción de uno de estos
"Jesuses históricos" según pautas liberales y humanitarias; ahora
estamos ofreciendo un "Jesús histórico" según pautas marxistas,
catastrofistas y revolucionarias. Las ventajas de estas construcciones, que nos
proponemos cambiar cada treinta años o así, son múltiples. En primer lugar,
todas ellas tienden a orientar la devoción de los hombres hacia algo que no
existe, porque todos estos "Jesuses históricos" son ahistóricos. Los
documentos dicen lo que dicen, y no puede añadírseles nada; cada nuevo
"Jesús histórico", por tanto, ha de ser extraído de ellos,
suprimiendo unas cosas y exagerando otras, y por ese tipo de deducciones
(brillantes es el adjetivo que les enseñamos a los humanos a aplicarles)
por las que nadie arriesgaría cinco monedas en la vida normal, pero que bastan
para producir una cosecha de nuevos Napoleones, nuevos Shakespeares y nuevos
Swifts en la lista de otoño de cada editorial. En segundo lugar, todas estas
construcciones depositan la importancia de su "Jesús histórico" en
alguna peculiar teoría que se supone que Él ha promulgado. Tiene que ser un
"gran hombre" en el sentido moderno de la palabra, es decir, situado
en el extremo de alguna línea de pensamiento centrífuga y desequilibrada: un
chiflado que vende una panacea. Así distraemos la mente de los hombres de quien
Él es y de lo que Él hizo. Primero hacemos de Él tan sólo un maestro, y luego
ocultamos la muy sustancial concordancia existente entre Sus enseñanzas y las
de todos los demás grandes maestros morales. Porque a los humanos no se les
debe permitir notar que todos los grandes moralistas son enviados por el
Enemigo, no para informar a los hombres, sino para recordarles, para reafirmar
contra nuestra continua ocultación las primigenias vulgaridades morales.
Nosotros creamos a los sofistas; Él creó un Sócrates para responderles. Nuestro
tercer objetivo es, por medio de estas construcciones, destruir la vida
devocional. Nosotros sustituimos la presencia real del Enemigo, que de otro
modo los hombres experimentan en la oración y en los sacramentos, por una
figura meramente probable, remota, sombría y grosera, que hablaba un extraño
lenguaje y que murió hace mucho tiempo. Un objeto así no puede, de hecho, ser
adorado. En lugar del Creador adorado por su criatura, pronto tienes meramente
un líder aclamado por un partidario, y finalmente un personaje destacado,
aprobado por un sensato historiador. Y en cuarto lugar, además de ser
ahistórica en el Jesús que describe, esta clase de religión es contraria a la
historia en otro sentido. Ninguna noción y pocos individuos, se ven arrastrados
realmente al campo del Enemigo por el estudio histórico de la biografía de
Jesús, como mera biografía. De hecho, a los hombres se les ha privado del
material necesario para una biografía completa. Los primeros conversos fueron
convertidos por un solo hecho histórico (la Resurrección) y una sola doctrina
teológica (la Redención), actuando sobre un sentimiento del pecado que ya
tenían; y un pecado no contra una ley inventada como una novedad por un
"gran hombre", sino contra la vieja y tópica ley moral universal que
les había sido enseñada por sus niñeras y madres. Los "Evangelios"
vienen después, y fueron escritos, no para hacer cristianos, sino para edificar
a los cristianos ya hechos.
El
"Jesús histórico", pues, por peligroso que pueda parecer para
nosotros en alguna ocasión particular, debe ser siempre estimulado. Con
respecto a la conexión general entre el cristianismo y la política, nuestra
posición es más delicada. Por supuesto, no queremos que los hombres dejen que
su cristianismo influya en su vida política, porque el establecimiento de algo
parecido a una sociedad verdaderamente justa sería una catástrofe de primera
magnitud. Por otra parte, queremos, y mucho, hacer que los hombres consideren
el cristianismo como un medio; preferentemente, claro, como un medio para su
propia promoción; pero, a falta de eso, como un medio para cualquier cosa,
incluso la justicia social. Lo que hay que hacer es conseguir que un hombre
valore, al principio, la justicia social como algo que el Enemigo exige, y
luego conducirle a una etapa en la que valore el cristianismo porque puede dar
lugar a la justicia social. Porque el Enemigo no se deja usar como un
instrumento. Los hombres o las naciones que creen que pueden reavivar la fe con
el fin de hacer una buena sociedad podrían, para eso, pensar que pueden usar
las escaleras del Cielo como un atajo a la farmacia más próxima. Por fortuna,
es bastante fácil convencer a los humanos de que hagan eso. Hoy mismo he
descubierto en un escritor cristiano un pasaje en el que recomienda su propia
versión de cristianismo con la excusa de que "sólo una fe así puede
sobrevivir a la muerte de viejas culturas y al nacimiento de nuevas
civilizaciones". ¿Ves la pequeña discrepancia? "Creed esto, no porque
sea cierto, sino por alguna; otra razón." Ese es el juego.
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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