domingo, 2 de junio de 2019

Ascensión del Señor - Himnos de la liturgia




Primeras vísperas

    «No, yo no dejo la tierra.
    No, yo no olvido a los hombres.
    Aquí, yo he dejado la guerra;
    arriba, están vuestros nombres.»

¿Qué hacéis mirando al cielo,
varones, sin alegría?
Lo que ahora parece un vuelo
ya es vuelta y es cercanía.

El gozo es mi testigo.
La paz, mi presencia viva,
que, al irme, se va conmigo
la cautividad cautiva.

El cielo ha comenzado.
Vosotros sois mi cosecha.
El Padre ya os ha sentado
conmigo, a su derecha.

Partid frente a la aurora.
Salvad a todo el que crea.
Vosotros marcáis mi hora.
Comienza vuestra tarea. Amén.


Oficio de lectura

¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quien gustó tu dulzura
¿qué no tendrá por llanto y amargura?

Y a este mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado, Estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?

Ay, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas! Amén.

Laudes


Contigo sube el mundo cuando subes,
y al son de tu alegría matutina
nos alzamos los muertos de las tumbas;
salvados respiramos vida pura,
bebiendo de tus labios el Espíritu.

Cuanto la lengua a proferir no alcanza
tu cuerpo nos lo dice, ¡oh Traspasado!
Tu carne santa es luz de las estrellas,
victoria de los hombres, fuego y brisa,
y fuente bautismal, ¡oh Jesucristo!

Cuanto el amor humano sueña y quiere,
en tu pecho, en tu médula, en tus llagas
vivo está, ¡oh Jesús glorificado!
En ti, Dios fuerte, Hijo primogénito,
callando, el corazón lo gusta y siente.

Lo que fue, lo que existe, lo que viene,
lo que en el Padre es vida incorruptible,
tu cuerpo lo ha heredado y nos lo entrega.
Tú nos haces presente la esperanza,
tú que eres nuestro hermano para siempre.

Cautivos de tu vuelo y exaltados
contigo hasta la diestra poderosa,
al Padre y al Espíritu alabamos;
como espigas que doblan la cabeza
los hijos de la Iglesia te adoramos. Amén.


Segundas vísperas

Retorna victorioso
la cruz en mano enhiesta como un cetro,
como la llave que abre el paraíso;
y a su lado retornan los cautivos
vuelto en gozo las lágrimas y el duelo:
      ¡Jesús entra en el cielo!

Vuelve el Esposo santo;
el hijo más hermoso de la tierra
regresa coronado de su viaje,
y la Iglesia, la Esposa de su sangre,
lo acompaña radiante de belleza:
      ¡Jesús entra en el cielo!

Alzad vuestra esperanza,
porque ha quedado el áncora clavada;
si la tormenta agita el oleaje,
no se agite la fe del navegante,
que en la ribera Cristo nos amarra:
      ¡Jesús entra en el cielo!

El Padre Dios se goza
porque descansa el Hijo en su regazo
al retorno triunfal de la pelea;
goce la Iglesia, goce en su Cabeza,
y alabe por los siglos a su Amado:
      ¡Jesús entra en el cielo! Amén.

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