miércoles, 24 de junio de 2020

Nacimiento de San Juan Bautista - Himnos de la Liturgia



Oficio de lectura

HIMNO


Voz más rica que un concierto
y que sube hasta el Jordán
es la voz, a campo abierto,
del que clama en el desierto,
y que lo llamaron Juan.

Vio cómo el cielo se abría
sobre el Cordero de Dios,
y su voz le anunciaría.
¡Oh radiante profecía
que por siempre unió a los dos!

Más aún, en su presencia,
con humilde sumisión,
pide el que es Dios por esencia
bautismo de penitencia
para empezar su misión.

Juan bautiza al Deseado,
¡doble abismo de humildad!:
ante el Hijo muy amado,
por el Padre proclamado,
se rindió su caridad.

¡Oh sin par doxología!:
voz del Padre en el Jordán,
el Hijo que la acogía
y la Paloma que ardía
sobre Jesús y san Juan. Amén.

Laudes


HIMNO

”¿Qué será este niño?”, decía la gente
al ver a su padre mudo de estupor.
”¿Si será un profeta?, ¿si será un vidente?”
¡De una madre estéril nace el Precursor!

Antes de nacer, sintió su llegada,
al fuego del niño lo cantó Isabel,
y llamó a la Virgen: “Bienaventurada”,
porque ella era el arca donde estaba él.

El ya tan antiguo y nuevo Testamento
en él se soldaron como en piedra imán;
muchos se alegraron de su nacimiento:
fue ese mensajero que se llamó Juan.

Lo envió el Altísimo para abrir las vías
del que trae al mundo toda redención:
como el gran profeta, como el mismo Elías,
a la faz del Hijo de su corazón.

Él no era la luz; vino a ser testigo
de la que ya habita claridad sin fin;
él no era el Señor: vino a ser su amigo,
su siervo, su apóstol y su paladín.

Cántanle los siglos, como Zacarías:
”Y tú serás, niño, quien marche ante él;
eres el heraldo que anuncia al Mesías,
eres la esperanza del nuevo Israel.”

El mundo se llena de gran regocijo,
Juan es el preludio de la salvación;
alabanza al Padre que nos dio tal Hijo,
la gloria al Espíritu que fraguó la acción. Amén


Vísperas
HIMNO

Profeta de soledades,
labio hiciste de tus iras
para fustigar mentiras
y para gritar verdades.

Desde el vientre escogido
fuiste tú el pregonero,
para anunciar al mundo
la presencia del Verbo.

El desierto encendido
fue tu ardiente maestro,
para allanar montañas
y encender los senderos.

Cuerpo de duro roble,
alma azul de silencio;
miel silvestre de rocas
y un jubón de camello.

No fuiste, Juan, la caña
tronchada por el viento;
sí la palabra ardiente
tu palabra de acero.

En el Jordán lavaste
al más puro Cordero,
que apacienta entre lirios
y duerme en los almendros.

En tu figura hirsuta
se esperanzó tu pueblo:
para una raza nueva
abriste cielos nuevos.

Sacudiste el azote
ante el poder soberbio;
y ante el Sol que nacía
se apagó tu lucero.

Por fin, en un banquete
y en el placer de un ebrio,
el vino de tu sangre
santificó el desierto.

Profeta de soledades,
labio hiciste de tus iras
para fustigar mentiras
y para gritar verdades. Amén.

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