sábado, 20 de junio de 2020

Meditaciones después del tiempo pascual con textos de Santo Tomás de Aquino 72


Sábado posterior al II domingo después de Pentecostés

EL INMACULADO CORAZÓN DE LA VIRGEN MARÍA


I. La Bienaventurada Virgen María fue purísima. Pues era necesario que la Madre de Dios brillase por una máxima pureza. Ninguna cosa es receptáculo de Dios, si no está limpia, según aquello de David: A tu casa conviene santidad, Señor (Psal., XCII, 5.)
(1ª 2ae , q. LXXXI, a. 5, ad 3eum)

La Bienaventurada Virgen no mereció la encarnación sino suponiendo que ella debía realizarse. Y así mereció que se verificase por ella, no ciertamente de condigno, sino por conveniencia; en cuanto que era conveniente que la Madre de Dios resplandeciese con tal pureza que no pudiera concebirse ninguna más grande después de la pureza divina, como dice San Anselmo.
(3. Dist., 4, a. 4)

II. La Bienaventurada Virgen hizo voto de virginidad.


Ciertamente, las obras de perfección son más loables cuando se hacen por voto. La virginidad debió brillar principalmente en la Madre de Dios. Por lo tanto fue muy conveniente que su virginidad fuese consagrada por voto.

Refiriéndose a ello dice San Agustín: "María contestó al Ángel de la Anunciación: ¿Cómo será esto, porque no conozco varón? (Lc 1, 34). Lo que no hubiera dicho si antes ella no hubiese ofrecido a Dios los votos de su virginidad."

Como la plenitud de la gracia existió perfectamente en Cristo, y, no obstante, algún principio de ella existió anteriormente en su Madre, así también la observancia de los consejos, que es efecto de la gracia de Dios, comenzó perfectamente en Cristo pero de algún modo fue incoada en la Virgen, su Madre.
(3ª, q. XXVIII, a. 4)

III. La Bienaventurada Virgen obtuvo la aureola de la virginidad.

La aureola es una recompensa privilegiada que corresponde a una victoria privilegiada. Por eso hay tres aureolas según las victorias privilegiadas en tres luchas, propuestas a todo hombre. En la lucha contra la carne, el que obtiene la victoria más preciosa es aquel que se abstiene de los deleites carnales, como la Virgen. En la lucha contra el mundo, la victoria principal es la del que soporta la persecución del mundo hasta la muerte. En la lucha contra el diablo, la victoria principal es la que se obtiene cuando uno arroja al enemigo no sólo de sí mismo, sino también de los corazones de los demás, lo cual se lleva a cabo por la doctrina de la predicación. Por consiguiente, la aureola se debe a los vírgenes, a los mártires y a los predicadores o doctores.

Luego la aureola es debida a la Bienaventurada Virgen, en la cual se da la virginidad perfectísima, que le ha valido el título de Virgen de las Vírgenes.

Algunos objetan que no se le debe aureola, porque no soportó ninguna lucha con respecto a la continencia. Además, dicen otros que la Bienaventurada Virgen no tiene aureola por premio de la virginidad, si la aureola se toma propiamente en su relación con la lucha, pero que posee una cosa mayor que la aureola, por el propósito perfectísimo de guardar virginidad. Pero otros dicen que posee aureola excelentísima; pues aunque no sintió lucha, conoció, sin embargo, alguna lucha de la carne, mas a causa de la vehemencia de su virtud le estuvo de tal modo sujeta la carne que esa lucha le fue insensible.

Esto no parece conveniente, pues la fe enseña que la Bienaventurada Virgen fue totalmente inmune del fomes del pecado y sus inclinaciones a causa de su perfecta santificación; y no es piadoso suponer que hubo en ella alguna lucha. Por lo cual debe decirse que posee propiamente aureola, para conformarse en esto con los demás miembros de la Iglesia, que son vírgenes; y si ella no tuvo que luchar contra las tentaciones de la carne, tuvo, sin embargo, que luchar contra la tentación del enemigo, que no respetó siquiera al mismo Cristo.
(4, Dist., 49, q. V, a. 3, ad 2um)

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