miércoles, 3 de junio de 2020

La forma de administrar la Eucaristía en tiempos de pandemia - Mons Nicola Bux


En respuesta a un volante distribuido en una iglesia en Milán, Gotti Tedeschi y Mons. Nicola Bux redactaron el siguiente artículo sobre el modo de administrar el Sacramento de la Eucaristía.


Daremos cuenta a Nuestro Señor Jesucristo del escándalo, o del obstáculo que muchísimos ministros sagrados plantean a los fieles, con sus actitudes desacralizantes e incluso sacrílegas hacia el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, un síntoma de la grave crisis de fe que estamos atravesando (crisis de fe = falta de reconocimiento de la presencia de Dios en la liturgia, que por ello se llama sagrada).

Cierto, la causa principal es al secularización, determinada sobre todo por clérigos, según Charles Peguy, por el énfasis excesivo en el simbolismo litúrgico, pero aún más por la pérdida del sentido de lo sagrado, siempre a causa de la pérdida de la fe.

De esta crisis hace parte la reducción de la Eucaristía a una expresión de solidaridad humana. Así, en el folleto que se encontró en los bancos de una parroquia milanesa, se afirma que “la comunión en la boca es un hábito que se debe abandonar”, porque si siquiera es “cristiana” y no es sagrada, y también porque no se remontaría al cristianismo primitivo y a los Padres: regresa la herejía arqueologista, por la cual de la antigüedad se toma lo que se quiere y se deja lo que no es conveniente (por ejemplo, la orientación ad Deum de sacerdotes y fieles durante la celebración, de origen apostólico).


Entre otras cosas, la abolición se propone en nombre de una presunta mayor contagiosidad de la boca que de la mano, en la que no pocos expertos disienten.

El “partir el pan”, del cual el nombre dado a la Misa por los hechos de los Apóstoles, no significa que el Sacramento haya sido dado en la mano a los discípulos, sino, como atestigua Juan (cf. Jn. 13, 26-27), fue como llevó un bocado Jesús a Judas, uso todavía utilizado por los orientales, que todavía hacen la Comunión levando el bocado a los fieles. No se puede dar un bocado de pan mojado en la mano, sino sólo en la boca.

Por otra parte, tenemos el respaldo del códice purpureo de Rossano del siglo V, por lo tanto, muy anterior de la era carolingia, e interpretarse la invitación de San Cirilo, obispo de Jerusalén, de hacer de las manos como un  trono, con la exigencia de extenderlas bajo nuestra boca, para que, recibiendo el “bocado” eucarístico, ningún fragmento se pierda.

Veáse también el tema de la comunión de los Apóstoles, en la iconografía bizantina, que no se basa ex post, como todos los testimonios orientales, hasta los occidentales del Beato Angélico, Tintoretto, etc.

Por lo tanto, la atribución del gesto de dar la Comunión en la boca, por parte del jesuita Schatz, a la infiltración entre los fieles de un “sentido mágico de la religión”, es evidentemente ideológica.

El autor del folleto no puede ignorar que, en nuestros días, no está en la comunión en la boca el riesgo de profanación - siempre que distinga lo sacro de lo  profano – sino aquella en la mano. ¿No sabe que hay fieles que, recibida la partícula en la mano, la guardan con ellos? ¿Para qué usos? ¿No sabe que se ha comprobado incluso su uso para ritos satánicos? Por lo tanto, el sentido, por así llamarlo mágico del que acusa a la Comunión en la boca, no ha desaparecido, y retorna con la Comunión en la mano.

En conclusión, el autor del folleto se contradice, en tanto que, después de haber afirmado que la práctica de la Comunión en la boca no se encontraba en el cristianismo primitivo, afirma que tal “práctica nació en una manera más arcaica” e insiste nuevamente en la reducción de la Eucaristía al servicio de los hermanos. En verdad, el autor no quiere reconocer que Cristo instituyó el sacramento para que pudiéramos convertirnos en un sólo cuerpo con Él, precisamente a través la Comunión con su cuerpo y con su sangre; sólo así nos convertimos en miembros suyos y, en la medida en que otros lo hacen, nos reconocemos hermanos. Este es el ágape (Griego) y la charitas (latín) de los cristianos, verdadero nombre de la solidaridad. No hay necesidad de ningún Alto comité para la fraternidad humana, porque esta se deriva únicamente como consecuencia del reconocimiento del único Señor Jesucristo, de cuyo cuerpo y sangre se nutren, por medio de la iniciación cristiana, quienes se convierten y son bautizados. También se comprende  así el conocido axioma. “Es la Eucaristía la que hace a la Iglesia” y, en consecuencia, la Iglesia puede hacer la Eucaristía (cfr. Juan Pablo II, encíclica Ecclesia de Eucharistía, n. 26).

Por consiguiente, no obstante la crisis de la fe, es el irreprimible sentido de lo sagrado –que el Verbo con su Encarnación , no ha borrado del corazón del hombre, al contrario lo ha afianzado – el que mueve a muchos sacerdotes y fieles a no aceptar administrar y respectivamente recibir la Comunión mediante un guante profano. Es necesaria la fe para reconocer el Cuerpo y la Sangre de Cristo verdaderamente, realmente, substancialmente presente bajo las especies del pan y el vino – apariencias que Santo Tomás con terminología aristotélica lama “accidentes”- tanto que cuando una partícula eucarística cae al suelo el celebrante no la usa para la Comunión, pero la introduce en un vaso, el “purificador”, donde se disuelve, por ello acaba la presencia real.

En la plaga actual, si se considera insuficiente el lavado de las manos antes de la Misa y después del ofertorio, tal vez agregando detergente, se podría recurrir a las pinzas o lo que se hace en el rito romano antiguo, en la Misa celebrada por el obispo: este usa las quirotecas, o sea guantes de tela fina, adornados con cruces; los usa durante toda la Misa, pero se los quita para el Ofertorio, la Consagración y la Comunión. En resumen, lo contrario a lo que se está haciendo ahora, tocar con las manos desnudas todo o que se necesita (misal, micrófono, etc.) y ponerse el guante en la Comunión. ¡Es paradójico! Son las ofrendas sagradas las que el ministro sagrado debe tocar con las manos puras, en lugar de protegerlas con las quirotecas durante el resto de la celebración. No solamente los obispos usaron quirotecas, también los sacerdotes se los cabildos de canónigos las tenían con sus insignias. ¿Por qué no reintroducir esta forma de uso de guantes litúrgicos por los sacerdotes, no sólo los obispos, al menos durante este tiempo ecepcional?

Quién sabe por qué esos sacerdotes, tan ecuménicos con los ortodoxos orientales, que son inflexibles en la administración  de la Comunión con la cuchara y en la boca, evitan afirmar que tenemos necesidad de aprender de ellos, y se vuelven arrogantes e inflexibles  con sus fieles latinos (romanos y ambrosianos) que desean comulgar de rodillas y en la lengua, u ofrecer un lino pequeño para recibir la Eucaristía en la palma de la mano y ponerla directamente en la boca. ¿No son estas las disposiciones de la Iglesia? No queda más que reafirmar con valentía frente a sacerdotes y obispos, recordando lo que decía Juan Pablo II “quien tiene temor de Dios no tiene miedo de los hombres”

Gotti Tedeschi y Mons. Nicola Bux

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