jueves, 25 de junio de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 87


Jueves de la duodécima semana

NECESIDAD DE TENER EL CORAZÓN AFIRMADO EN DIOS
PARA EVITAR LOS PECADOS



I. En el estado de naturaleza corrompida necesita el hombre de la gracia habitual que cura la naturaleza para abstenerse totalmente del pecado.

Esa curación se verifica primero en la vida presente en cuanto al espíritu, aun antes que el apetito carnal esté todavía reparado totalmente. Por eso el Apóstol en persona dice del hombre reparado: Yo mismo con el espíritu sirvo a la ley de Dios; y con la carne a la ley del pecado (Rom 7, 25).

En ese estado puede el hombre abstenerse de todo pecado mortal, que consiste en la razón, mas no de todo pecado venial, a causa de la corrupción del apetito inferior de la sensualidad, cuyos movimientos pueden reprimirse uno a uno por la razón, y de esto proviene que tengan razón de pecado y de voluntario; aunque no todos; pues cuando se esfuerza por resistir a uno, tal, vez surja otro, y también porque la razón no puede estar siempre alerta para evitar estos movimientos.

II. Del mismo modo, antes que la razón del hombre, en la que está el pecado mortal, sea reparada por la gracia santificante puede evitar cada uno de los pecados mortales durante algún tiempo, porque no es necesario que peque continuamente en acto; pero no puede ser que permanezca durante mucho tiempo sin pecado mortal, por lo cual dice San Gregorio: "el pecado que no es borrado prontamente por la penitencia, atrae a otro por su propio peso".


Porque así como el apetito inferior debe estar sometido a la razón, igualmente ésta debe someterse a Dios y poner en él el fin de su voluntad. Y pues es necesario que todos los actos humanos sean regulados por el fin, como por el dictamen de la razón los movimientos del apetito inferior, se infiere de aquí que, no estando la razón del hombre totalmente sujeta a Dios, es lógico que ocurran muchos desórdenes en los mismos actos de la razón; porque como el hombre no tiene afirmado su corazón en Dios, de modo que no quiera separarse de él por conseguir algún bien o por evitar algún mal, ocurren muchas cosas. Para conseguir o evitar éstas, el hombre se aparta de Dios despreciando sus preceptos, y así peca mortalmente; sobre todo porque “en las cosas repentinas el hombre obra según un fin preconcebido y conforme con el hábito preexistente” *, si bien es cierto que por la premeditación de su razón el hombre puede obrar algo fuera del fin preconcebido y de la inclinación del hábito.

Mas como el hombre no puede insistir siempre en tal premeditación, no puede suceder que permanezca mucho tiempo sin obrar según la conveniencia de su voluntad desordenada con respecto a Dios, si la gracia no lo devuelve pronto al orden debido.
(1ª 2ae , q. CIX, a. 8)

Nota:
* Aristóteles, Ethic., 1. 3, c. 8.

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