miércoles, 3 de junio de 2020

Fray Simeón Lourdel predicó con fidelidad el Evangelio y sus exigencias en Uganda preparando así a San Carlos Lwanga y sus compañeros para el testimonio supremo del martirio



«Magis mori quam peccare – Antes morir que pecar». Este adagio cristiano inspiró el testimonio hasta la muerte de los mártires de Uganda que la Iglesia canonizó en 1964, siendo insertado como máxima en una oración de su festividad. Aquellos cristianos habían sido preparados para dar testimonio supremo de su fe por el padre Lourdel, apóstol de Uganda.
Simeón Lourdel nace el 20 de diciembre de 1853 en Dury, en el departamento francés de Pas-de-Calais. Su padre es agricultor, y su madre, afectuosa y enérgica, posee una gran fe; tendrán cinco hijos. Vigoroso y exuberante, Simeón se siente poco atraído por los estudios que sigue en el seminario menor. Rebelde a la disciplina, frecuenta de buena gana a los alumnos más revoltosos y prefiere los trabajos del campo a los deberes del verano. Sin embargo, lee con ardor los relatos de las lejanas misiones. El ejemplo de los misioneros le atrae, pero su vocación es considerada dudosa por parte de los responsables del seminario menor. Al empezar el curso de 1870, Simeón, que se ha empeñado en ayudar a su padre en la recolección, se incorpora a las clases con dos meses de retraso, por lo que es expulsado sin contemplaciones. De regreso a casa, el muchacho exclama llorando: «Quiero ser sacerdote« Aunque me digan que no tengo vocación, yo demostraré que sí». Tras emprender en serio sus estudios, consigue ingresar en el seminario mayor de Arras en octubre de 1872. Durante sus estudios de filosofía, proyecta incorporarse a la jovencísima Sociedad de los Misioneros de África, que acaba de fundar el arzobispo de Argel, Monseñor Lavigerie. A principios de febrero de 1874, es admitido en el noviciado de dicha Sociedad, en Maison-Carrée, cerca de Argel.

No se trata de una excursión


El 2 de febrero de 1875, Simeón se compromete con los Misioneros de África (los «padres blancos»), animado por el deseo del martirio, y el 2 de abril de 1877, recibe la ordenación sacerdotal. En 1878, Monseñor Lavigerie organiza una caravana que llevará a diez misioneros al centro de África; entre ellos está el padre Lourdel. La marcha tiene lugar a finales de abril. A pesar de que algunos exploradores, como Livingstone o Stanley, probaran que se puede sobrevivir a las fatigas del viaje, no se trata de una excursión: lluvias torrenciales o sol abrasador, falta de agua potable, fiebres y demás enfermedades, ataques a la caravana, deserciones de los porteadores, marchas forzadas por parajes deshabitados y tórridos, aguas pantanosas enfangadas, encuentros con caravanas de esclavos encadenados entre los cuales hay mujeres y numerosos niños« A finales de diciembre de 1878, los misioneros llegan al sur del inmenso lago Victoria, dispuestos a atravesarlo para alcanzar Uganda.
Unas verdes colinas, frescos valles y una frondosa vegetación hacen de Uganda un país espléndido. Sus habitantes, los «baganda», viven en chozas de ramajes. Hay una artesanía variada: se trabaja el hierro, se realiza alfarería, se confeccionan tejidos, cestas, esteras y se fabrican instrumentos musicales. El país es gobernado por un rey cuya autoridad es absoluta, y al que acompañan un sinnúmero de pajes reclutados entre los hijos de sus oficiales. La poligamia, la esclavitud y los vicios son frecuentes. No obstante, la dignidad de su población se manifiesta por su manera de vestir y su urbanidad. Respetuosos con la autoridad y valientes, los baganda son súbditos fieles y guerreros intrépidos. El dios de los baganda, Katonda, es venerado junto a otros dioses que los brujos pretenden representar. Para los baganda, el hombre no perece por completo tras la muerte, sino que un espíritu se libera del cuerpo. A partir de 1852, el islam se ha introducido a través de las caravanas de mercaderes, quebrantando en la mentalidad de las elites la religión pagana. Tras la llegada en 1875 del explorador inglés Stanley, le siguen, dos años más tarde, misioneros anglicanos tan valientes como generosos. Uno de ellos, Mackay, se instala en 1879 en Rubaga, la capital. La religión tradicional mantiene un papel importante en la sociedad, pero el factor esencial de la cohesión es el rey, el Kabaka. Los mejores de entre los súbditos del rey no están seguros de que los sacrificios humanos, las ejecuciones sin motivo o la poligamia sean justos, lo que les abre al cristianismo.
En el momento de la llegada de los padres blancos, el monarca de los baganda se llama Mutesa. Es elegante, orgulloso y poderoso, además de autoritario y receloso. Su inteligencia y astucia le hacen comprender enseguida que la llegada de los europeos (ingleses, belgas, franceses y alemanes) derivará en competición. De ese modo, podrá aprovecharse de sus rivalidades y negociar con el que más ofrezca. En febrero de 1879, la llegada, en calidad de exploradores, del padre Lourdel y del hermano que le acompaña, sobresalta a la corte de Mutesa. Sin embargo, el rey acaba dándoles una buena acogida, instalándolos cerca de la capital y sometiéndolos a una estrecha vigilancia. Al oír que el hermano que acompaña al padre Lourdel le llama «Mon père», los baganda imaginan que es su nombre, dándole la forma de «Mapera», que lo designará en adelante en la región. Además de la preocupación por evangelizar, los padres añaden la del desarrollo material. Muchos baganda se dirigen a ellos por diversas razones, pero, en un primer momento, ninguno presenta esperanza seria de conversión. En contrapartida, el primer ministro observa con desagrado la influencia que los padres están ejerciendo, ya que estos se dedican a recomprar a los árabes traficantes de esclavos el mayor número posible de niños, a los que acogen en un orfanato y a quienes enseñan la verdadera religión.

Las exigencias del Evangelio

El padre Lourdel dejará profunda huella en Uganda. Se relaciona con la gente de un modo agradable y, provisto de su estuche médico, da los primeros auxilios con tanto éxito que le hace merecedor de una sólida reputación. Su cortesía sorprende, ya que no se espera tal cordialidad por parte de un hombre considerado superior. El rey Mutesa anuncia un día su deseo de hacerse católico; el padre Lourdel le responde que antes debe renunciar a la poligamia, pero el rey no está dispuesto a ello. Monseñor Lavigerie escribirá: «Creo que, con él, se habría podido puntualizar, y decirle que no podía ser fiel y recibir el bautismo sin renunciar antes a la poligamia, pero que podía creer en Nuestro Señor, adorarle, rezarle e implorar su auxilio contra sí mismo y sus pasiones, hasta haberlas dominado». Hay que decir, no obstante, que el prelado no se encontraba en el lugar para poder apreciar los vaivenes imprevisibles del rey.

En 1881, los árabes esclavistas, cuyo tráfico se ve dificultado por la presencia de los misioneros, persuaden a Mutesa para que declare el islam como religión del Estado; sin embargo, el padre Lourdel consigue hacer fracasar el proyecto. Son numerosos los baganda que han optado por el catolicismo después de haber abrazado el islam o el protestantismo, y con frecuencia el segundo antes que el primero. Después de haber observado a los padres y de haber escuchado su doctrina, se han ido decidiendo libremente. Son excelentes catequistas, y la propagación del cristianismo sería mucho más rápida si los jefes no impidieran a sus siervos aprender la religión, y si los misioneros pudieran desplazarse con libertad por el país. Hay otros baganda que acuden a los padres con motivaciones a veces ambiguas, pero, con la ayuda de la gracia, sus convicciones se van asentando. Según las directrices de Monseñor Lavigerie, los misioneros sólo deben bautizar a aquellos que hayan perseverado al menos durante cuatro años en el catecumenado.

Los esclavistas y los notables, furiosos por la creciente influencia de Mapera, sienten un odio mortal hacia los padres. Por su parte, el padre Lourdel considera que la poligamia de los poderosos, que priva de esposas a los aldeanos pobres, es una causa de la frecuente homosexualidad. El propio rey se deja llevar por ella y por la pedofilia. Mapera enseña a sus catecúmenos que, en este tema, ceder a los caprichos del rey es reprobado por Dios. Si bien es verdad que una actitud firme contra los deseos del rey los expone a su cólera y a la muerte, esos jóvenes cristianos no dudan en rechazar sus pretensiones. Muy pronto constituyen un grupo de jóvenes serios, realmente deseosos de conciliar su conducta diaria con las enseñanzas recibidas, sin dejar de servir al rey con dedicación.

«Mapera era tu amigo»

No obstante, a finales de 1882, la indecisión del rey en materia de religión, además de su temor hacia las potencias europeas, de las que los blancos son considerados emisarios, engendran una inseguridad real para los padres. Por eso deciden alejarse de la misión durante un tiempo y, el 20 de noviembre, se embarcan hacia el sur del lago Victoria, dejando tras de sí a veinte bautizados y a más de cuatrocientos cuarenta catecúmenos. Durante su ausencia, los cristianos se organizan, dirigidos por los catequistas, la mayoría de los cuales tienen entre 20 y 30 años. El 10 de octubre de 1884, Mutesa muere, rodeado de musulmanes y con el Corán sobre el pecho. Para sucederle, es elegido su hijo Mwanga. De carácter abierto, curioso y amable, Mwanga había visitado con frecuencia a los padres, dando muestras de mucha confianza y afecto hacia el padre Lourdel. Antes de marcharse, éste le había dicho: «En cuanto seas rey, regresaremos». José Mukasa, que es ahora el enfermero de Mwanga después de haber dedicado sus cuidados a Mutesa, le dice un día al rey: «Majestad, Mapera era tu amigo. –Es verdad, responde el rey. –¿No te gustaría que regresara? Daba buenos remedios a tu padre. –También es verdad; escríbele para que vuelva».
A mediados de julio de 1885, los padres regresan, constatando que la Iglesia ha crecido, hasta el punto de que el número de cristianos se ha más que duplicado. El padre Lourdel escribe: «Mwanga está predispuesto a nuestro favor, así que creo que nos dejará toda libertad para la instrucción; sin embargo, en lo que a él respecta, le costará practicar la religión« Ha renunciado a todas las supersticiones del país, aunque tiene la desgracia de fumar cáñamo, lo que le dejará atontado durante unos cuantos años. Algunos de nuestros neófitos ejercen gran influencia sobre él y le favorecen con sus consejos». No obstante, Mwanga está sujeto a vaivenes repentinos; al igual que su padre, da muestras de cierta propensión a la homosexualidad. En la Declaración Persona humana, la Iglesia enseña: « Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable. En la Sagrada Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios (Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10). Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso» (Congregación para la Doctrina de la Fe, 29 de diciembre de 1975, 8). Como ferviente cristiano, José Mukasa, cuya ambición es vivir según las enseñanzas de Cristo, intenta desviar al rey de la lujuria, de la droga y de la idolatría. Para conseguirlo, no duda en alejar del palacio a los jóvenes pajes que tiene a su cargo cuando el rey los solicita para relaciones homosexuales: «Cuando el rey os solicite para el mal, negaos a ello» –les dice. Dicha actitud irrita a Mwanga, pero José le exhorta con estas palabras: «Majestad, te lo ruego, deja de hacer esas cosas. Dios detesta la impureza«». San Pablo, en efecto, condena la lujuria como vicio especialmente indigno del cristiano y que excluye del reino de los cielos: ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales« heredarán el Reino de Dios (1 Co 6, 9-10).

Acabar con la plaga del sida

La virtud de la castidad resulta necesaria para mantener un comportamiento justo ante Dios; también es el mejor método de lucha contra la epidemia del sida. «No os dejéis engañar por las palabras vacías de quienes ridiculizan la castidad o vuestro autocontrol» –decía el Papa Juan Pablo II a los jóvenes de Uganda, en Kampala, el 6 de febrero de 1993. «La fuerza de vuestro futuro amor conyugal depende de la fuerza de vuestro compromiso actual a la hora de aprender el verdadero amor, una castidad que implica abstenerse de toda relación sexual fuera del matrimonio. La actitud sexual de la castidad es la única manera segura y virtuosa de acabar con la plaga del sida, que tantas víctimas jóvenes ha producido». Esta enseñanza del Papa se ve corroborada por un estudio elaborado en Uganda sobre la prevención contra el sida: «A finales de los años 80, el contagio por el virus del sida (VIH) era un problema dramático en Uganda. En 2003, sin embargo, la extensión de la infección por VIH se estimaba en el 6% de la población total; aunque esa cifra resulte evidentemente muy elevada, nada tiene que ver con la de 1990 (30%, un triste récord mundial), ni con la de otros países africanos en la actualidad« Cabe preguntarse cómo se ha podido conseguir ese éxito, y si se puede reproducir en otros lugares« En resumen, durante el período comprendido entre 1989 y 1995 se produjo un cambio brutal en los hábitos sexuales de la población de Uganda« Denunciar el sida por lo que es, una enfermedad mortal en el 99% de los casos y que se transmite mediante las relaciones sexuales, fue suficiente para provocar un cambio en el comportamiento de la población. A ello hay que añadir la estrategia de prevención adoptada, que, en lugar de promover los exámenes médicos preventivos gratuitos y el uso de los preservativos, se basó en la abstinencia y en la fidelidad« El presidente de Uganda, Yoweri Museveni, intervino en la conferencia de Bangkok (Conferencia Internacional sobre el sida, en julio de 2004) para mencionar el éxito que había alcanzado su país en la lucha contra el VIH. No dudó en declarar que «el sida es fundamentalmente un problema moral, social y económico. Considero que los preservativos son una improvisación, no una solución« Las relaciones humanas deben basarse en el amor y en la confianza», y añadió que la abstinencia era más eficaz que el preservativo para combatir el VIH. Por su parte, su esposa se lamentó de que «el reparto de preservativos a la juventud significa concederles permiso para que hagan cualquier cosa, y eso conduce a una muerte segura»» (Albert Barrois, Le Sida, l'éthique et l'expérience, en la revista Liberté politique, núm. 27, noviembre de 2004).
«Hoy también, y más que nunca, deben emplear los fieles los medios que la Iglesia ha recomendado siempre para mantener una vida casta: disciplina de los sentidos y de la mente, prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo, deben empeñarse en fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios» (Declaración Persona humana, 12).

«Elogio» de los cristianos

El 15 de noviembre de 1885, la cólera de Mwanga contra José Mukasa se resuelve con una condena a muerte, y José es decapitado. Conscientes de que se aproxima una violenta persecución, los catecúmenos se apresuran a acudir a la misión para recibir el bautismo. Carlos Lwanga, jefe de la gran choza donde el rey realiza sus solemnes recepciones, es un atleta vigoroso, afable, siempre dispuesto a ayudar y estimado por todos. Su probidad y minuciosidad han merecido el aprecio y la confianza del rey. Además, ejerce con los pajes una influencia comparable a la de José Mukasa. No obstante, durante los primeros meses de 1886, una sucesión de acontecimientos desgraciados (incendios, etc.) acaban sacando de quicio a Mwanga. Los traficantes de esclavos denigran a los cristianos: «No se entregan a los placeres de la carne; no rinden culto a las divinidades ni gustan del pillaje; si ordenas matar a alguien, no acceden, y ellos mismos ni siquiera temen que les maten. Cuando todos tus súbditos hayan adoptado ese tipo de vida, ¿qué clase de rey serás tú?». Mwanga se enfurece: «¡Los mataré a todos!». Durante la mañana del 26 de mayo, el rey convoca a los verdugos y a los grandes jefes. Al mismo tiempo, Carlos Lwanga reúne a los pajes, que no son más que catecúmenos, y les administra el Bautismo. Después, con todos los cristianos, se presenta ante el rey, que les manda renegar de su fe. Ante el rechazo, les condena a ser quemados vivos. Varios cristianos son martirizados durante la marcha hacia el suplicio, en Namugongo.
La ejecución principal tiene lugar el 3 de junio, festividad de la Ascensión. Los cristianos están llenos de gozo: «¡Se diría que van de boda!» –exclaman los verdugos, estupefactos. Cada cristiano es envuelto en un enrejado de caña y depositado sobre la hoguera, que los verdugos encienden. Espontáneamente, los mártires rezan el Padrenuestro. Los verdugos escuchan, desconcertados. Cuando los mártires llegan a la frase Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, el espanto se apodera de los verdugos, que gritan con todas sus fuerzas: «¡No somos nosotros los que os matamos, son nuestros dioses que os matan porque los tratáis de demonios!». A Carlos Lwanga se le reserva una suerte especial. Tras haber asistido al martirio de los demás cristianos, es conducido a una hoguera levantada para él. Mientras el fuego devora su cuerpo, el verdugo le grita: «¡Venga, que Dios te saque del fuego!». Él responde: «Lo que llamas fuego no es más que agua fresca. Tú, ten cuidado, no sea que el Dios al que insultas te sumerja algún día en el verdadero fuego que no se apaga». En el momento de morir, exclama con potente voz: «¡Oh, Dios mío!». El 22 de junio de 1934, Carlos Lwanga fue declarado por Pío XI «patrono de la juventud africana». Un centenar de cristianos recibieron la gracia del martirio entre 1885 y 1887. En 1964, el Papa Pablo VI canonizó a veintidós católicos, sobre los cuales existe una rigurosa documentación.

¿Por qué esa furia?

El padre Lourdel considera que son cuatro los motivos principales que enfurecieron al rey contra los cristianos: el temor a que los misioneros, después de instruir a la gente, se apoderaran del país; la constatación de que sus esclavos saben más que él; el rechazo a que los pajes, instruidos por la religión, se opongan a sus vicios, y el temor que siente, al igual que numerosos poderosos del país, de que el culto al verdadero Dios substituya al de las divinidades paganas. Sin embargo, aquella sangrienta persecución, lejos de reducir el flujo de conversiones, lo amplifica. Durante los meses siguientes, la furia del rey se apacigua, pero albergando sospechas con respecto a los padres blancos.
Profundamente afectado por aquellos acontecimientos, el padre Lourdel abre su corazón a su hermano, ahora cartujo, sobre su vida de oración y sus tribulaciones espirituales: «A veces me pregunto si mi fe no desfallece« Es sobre todo en las misiones cuando uno se da cuenta de que la fe es realmente un don de Dios, tanto para el cálculo personal como para las almas de los convertidos« Tengo la desgracia de no ser hombre de oración. Pide para mí esa gracia de saber meditar».
Entre septiembre de 1888 y febrero de 1890, el rey Mwanga es destronado dos veces, pero cada vez consigue recuperar el poder; también los padres son exiliados dos veces. Con motivo de su segundo regreso, asisten a una verdadera oleada de aspirantes para el catecumenado. Los misioneros se ven obligados a poner a prueba la sinceridad de los candidatos, pues estar de parte de los cristianos se ha convertido en algo bien visto. A principios del mes de mayo de 1890, el padre Lourdel cae gravemente enfermo. Un régimen alimenticio deficiente, fiebres persistentes y todos los contratiempos sufridos en su apostolado han arruinado su robusta constitución. El 11 de mayo, pide perdón a Dios por no haberlo servido mejor, a pesar de que toda su vida de misionero haya sido un entramado de contradicciones, de fatigas, de peligros, de sufrimientos de toda clase soportados para dar a conocer y hacer amar a Cristo. Al día siguiente, entrega su último suspiro.
La misión de Uganda cuenta en aquel momento con cerca de 2.200 bautizados y aproximadamente 10.000 fervientes catecúmenos. Enseguida surgirán los seminarios, los noviciados y las escuelas de catequistas que el padre Lourdel anhelaba. En 1911, los católicos representan el 30% de la población, y los anglicanos el 21%. El cristianismo se ha convertido en la principal religión, y sus costumbres y prácticas en las costumbres de los baganda. En lo que respecta al rey Mwanga, exiliado en las islas Seychelles, termina oscuramente su vida en 1903, después de ser bautizado finalmente por los anglicanos.
«En esta celebración anual se nos invita a orar asiduamente por las misiones y a colaborar con todos los medios en las actividades que la Iglesia realiza en todo el mundo para construir el reino de Dios, «reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio de la fiesta de Cristo, Rey del universo). Se nos llama ante todo a testimoniar con la vida nuestra adhesión total a Cristo y a su Evangelio. Sí, nunca hay que avergonzarse del Evangelio y nunca hay que tener miedo de proclamarse cristianos, silenciando la propia fe» (Juan Pablo II, Mensaje del 19 de mayo de 2002, para la Jornada mundial de las misiones). Pidamos al padre Lourdel que nos conceda la gracia de dar testimonio gozoso de nuestra fe.

Dom Antoine Marie osb
También leer: 

El martirio de San Carlos Lwanga y sus compañeros en Uganda





Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com

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