miércoles, 24 de junio de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 86


Miércoles de la duodécima semana

TRES CLASES DE VINO


No tienen vino (Jn 2, 3).

Antes de la Encarnación de Cristo llegaron a faltar tres clases de vino, a saber: el vino de la justicia, el de la sabiduría y el de la caridad o de la gracia.

I. Puesto que el vino rasca el paladar, por eso la justicia se llama vino. El samaritano echó vino y aceite en las heridas del maltratado, esto es, la severidad de la justicia con la dulzura de la misericordia (Lc 10, 34). En el Salmo (49, 5) se lee: Nos diste a beber vino de compunción.

El vino, además, alegra el corazón, conforme a aquello del Salmo: Y el vino que alegra el corazón del hombre (103, 15). Por esto se dice vino a la sabiduría, cuya meditación alegra sobremanera, como dice la Escritura: Ni su conversación tiene amargura (Sab 8, 16).

El vino, por otra parte, embriaga: Comed, amigos, y bebed, embriagaos, los muy amados (Cant 5, 1). Por esta razón se llama vino a la caridad: He bebido mi vino con mi leche (Cant 1). También se llama vino a la caridad por razón del hervor: El vino que engendra vírgenes (Zac 9, 17).


Faltaba, efectivamente, el vino de la justicia en la ley antigua, en la cual la justicia era imperfecta. Pero Cristo la perfeccionó. Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mat 5, 20).

Faltaba también, en ella, el vino de la sabiduría, pues todo era enigmático y figurativo, como dice el Apóstol: Todas estas cosas les acontecían a. ellos en figura (I Cor 10, 11). Pero Cristo la manifestó: Porque les enseñaba como quien tiene potestad (Mt 7, 29).

Carecía asimismo del vino de la caridad, pues habían recibido únicamente el espíritu de servidumbre en el temor. Pero Cristo convirtió el agua del temor en el vino de la caridad, cuando dio el espíritu de adopción de hijos, por el cual clamamos: Abba (Padre), (Rom 8, 15); y cuando la caridad de Dios está difundida en nuestros corazones (Rom 5, 5).
(In Joan II)

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