domingo, 28 de junio de 2020

CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE PANDEMIA - Domingo XXIII tiempo durante el año Ciclo A



La siguiente es una guía para poder celebrar en nuestras casas, en este tiempo de pandemia.
Los textos que están en rojo (rúbricas) no son para leer en voz alta y tienen la función de dar algunas indicaciones sobre lo que hay que ir haciendo. De acuerdo a las posibilidades de la persona y/o grupo familiar se realizará todos o algunos de los momentos celebrativos propuestos.


Para preparar antes de la celebración:
- Un lugar cómodo que permita el recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño altar con los elementos que a la familia le son significativos: un mantel, una vela encendida, una cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia desde la cual se proclamará el Evangelio.

Iniciamos la celebración

Juntos como hermanos
Juntos como hermanos
miembros de una Iglesia,
vamos caminando
al encuentro del Señor

Un largo caminar
por el desierto bajo el sol,
no podemos avanzar
sin la ayuda del Señor.

Unidos al rezar,
unidos en una canción
viviremos nuestra fe
con la ayuda del Señor.

La Iglesia en marcha está
a un mundo nuevo vamos ya,
donde reinará el amor,
donde reinará la paz.

Luego el adulto que guía la celebración (G) invita a todos a hacerse la señal de la cruz, mientras dicen:
Todos: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
G: Familia, bendigamos al Señor, que en su bondad nos invita a compartir la mesa de su Palabra.
Todos responden: Bendito sea Dios, por los siglos.
Y continúa: Para poder hacer esta celebración con espíritu fraterno y en paz, pidamos perdón por nuestras faltas de amor a Dios y entre nosotros:
Todos hacen un breve momento de silencio, y a continuación el que guía la celebración dice:

G: Tú, que nos llamas a amarte sobre todas las cosas. Señor, ten piedad
Todos: Señor, ten piedad.

G: Tú, que nos llamas a cargar la cruz y seguirte. Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.

G: Tú, que nos llamas a ser tus testigos. Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.

G: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Todos: Amén.

Escuchamos la Palabra
Habiendo marcado previamente el texto que se escuchará y puestos todos de pie, alguien toma la Biblia del altar familiar y proclama el evangelio de este domingo Mateo 10, 37-42. Si se prefiere se puede tomar el texto que transcribimos aquí abajo.

Del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 37-42

Dijo Jesús a sus apóstoles:
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.
Palabra del Señor

Reflexionamos en familia
Se puede hacer una reconstrucción del evangelio, con preguntas para dialogar en familia. Además, puede leerse la siguiente reflexión:

Estamos en un domingo más, celebrando en familia. Este tiempo nos ha invitado a estar muy unidos en la oración y sobre todo la oración familiar.
Es en la familia donde se aprende a ser un cristiano, seguidor de Jesús para conocerlo y creer en Él. Pero ese seguimiento de Jesús, no siempre es fácil.
El texto evangélico de hoy, el Señor nos sorprende por su lenguaje duro y por sus enseñanzas: el que quiera más a su padre o a su madre más que mí, no es digno de mí… o a su hijo a su hija… (v.37) y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí (v.38). Es la firma de Jesús. Su doctrina no cabe en la lógica humana, es doctrina que afecta en cuerpo y alma al seguidor de Jesús.
En el primer dicho o afirmación, el Señor no nos pide que el amor familiar sea relegado a segundo plano, que renunciemos a su amor, sino que amemos a la manera de Jesús, porque el amor familiar mal orientado, más que amor es un egoísmo camuflado que busca la seguridad material o afectiva. Cuando dos amores entran en conflicto, uno o los dos están viciados. Todo amor, si es auténtico, no puede oponerse a otro, aunque sí tendrá que tener un orden de preferencias.
En el segundo dicho, Jesús afirma: el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. Estamos muy acostumbrados a ver la cruz en nuestras iglesias, en las calles o a llevarla colgada de nuestro cuello y pocos sentimientos nos suscita, pero cuando Jesús pide a sus discípulos que carguen con su cruz, sabían muy bien lo que escuchaban y es fácil que se echaran a temblar. En aquellos tiempos, la cruz, heredada de los fenicios, era la más cruel de las ejecuciones, suponía varios días de agudos y prolongados sufrimientos antes de morir. El propósito era amedrentar a quienes no eran romanos para que se abstuvieran de actos criminales. Y cuando san Mateo escribe el evangelio, los cristianos conocen no solo la muerte de Jesús en la cruz, sino que también conocen la muerte de muchos hermanos crucificados como el Maestro; por tanto, sabían muy bien lo que el Maestro les estaba diciendo. Jesús pide radicalidad, es decir, que nos identifiquemos con él. Hoy son muchos los cristianos que mueren asesinados, pero la cruz tiene también otros muchos aspectos en nuestra vida diaria. El seguimiento de Cristo comporta renuncias y sacrificios. En muchas ocasiones, nos encontraremos ante una encrucijada: aceptar o no la cruz, seguir los valores del evangelio o la comodidad que nos ofrece el mundo. Y ahí está la cruz. Podemos pensar que no podemos soportar muchas de las cruces con las que han cargado los cristianos, pero tanto a ellos como a nosotros el Señor les ha dicho y nos dice: Vengan a mí y yo los aliviaré (Mt 11,28), la resistencia no está en nosotros sino en el Señor.
Este tiempo de asilamiento y cuidado preventivo, también es una cruz y a muchos se les hace muy pesada llevarla. Quizá cada uno de nosotros podamos ayudarnos y ayudar a otros para hacer que esa cruz sea más liviana: acompañándonos, ayudando a otros con una palabra de aliento o una llamada, siendo solidarios en este tiempo de frio o simplemente siendo pacientes y no imponiéndonos, sino dialogando y escuchando.
Los dos últimos dichos de Jesús manifiestan la importancia de la acogida y de la ayuda al hermano. Cualquier cosa que le hagamos, se lo hacemos al mismo Cristo: El que los recibe a ustedes, me recibe a mí (v.40). El que dé de beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños… no perderá la recompensa (v.41). Recibir y ayudar a otros, nos dice también Jesús que va acompañado de recompensa (cfr. v.42).
Ante las afirmaciones que nos presenta Jesús, podemos peguntarnos entonces: ¿cuál es mi actitud como cristiano? Las personas más próximas ¿podrían catalogarme como verdadero seguidor de Jesús?
Hagamos de este tiempo, un tiempo de aprendizaje, de crecer en la paciencia y de practicar la confianza en el Dios de la vida. Nos cuidamos para cuidar al otro y rezamos mucho, para que pronto volvamos a la normalidad y nos encontremos nuevamente con los que queremos. Mientras, sigamos madurando nuestro ser discípulos y seguidores de Jesús.


Quien pierda su vida por Mí
Quien pierda su vida por Mí,
la encontrará, la encontrará, la encontrará.
Quien deja su padre por Mí, su madre por Mí,
me encontrara, me encontrara.
No tengas miedo, no tengas miedo
yo estoy aquí, yo estoy aquí.
Quien deja su tierra por Mí, sus bienes por Mí,
sus hijos por Mí, me encontrará.
No tengas miedo,
yo conozco a quienes elegí, a quienes elegí.
Quien pierda su vida por Mí,
la encontrará, la encontrará, la encontrará…

Confesamos nuestra fe
G: Como familia de Dios vamos a expresar con alegría nuestra de fe diciendo: «Creo, Señor»

Alguno de los presentes va proponiendo las fórmulas de fe, a las que todos responden.

Lector: En Dios Padre, creador del cielo y de la tierra…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, que padeció bajo el poder de Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, que subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, y que desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna…
Todos: «Creo, Señor»


Presentamos nuestra oración
G: El Señor que nos llama a seguirlo, escucha siempre nuestras necesidades. Por eso nos animamos a presentarle nuestras intenciones.

Alguno de los presentes va proponiendo las intenciones para presentar al Señor.
Lector: Por tu familia, la Iglesia, que quiere ser comunidad de amor y hospitalidad, te pedimos.
Todos: Bendice a tus hijos, Señor.

Lector: Por los que gobiernan nuestro país y tienen la tarea de proteger la vida y la dignidad de las personas, te pedimos
Todos: Bendice a tus hijos, Señor.

Lector: Por los que en estos tiempos están en situación de especial riesgo para su salud y necesitan encontrar sentido a su situación, te pedimos.
Todos: Bendice a tus hijos, Señor.

Lector: Por los trabajadores que prestan servicios esenciales poniendo en riesgo su propia salud para el cuidado de sus hermanos, te pedimos.
Todos: Bendice a tus hijos, Señor.

Lector: Por todos nosotros que somos llamados a seguirte con generosidad y sin temor a dejarlo todo, te pedimos
Todos: Bendice a tus hijos, Señor.

Quien lo desee, puede agregar intenciones.

Después, quien anima la oración, dice: Concluyamos nuestra celebración en familia, diciendo juntos la oración que Jesús enseñó a los apóstoles: Padre nuestro que estás en el cielo…

G: Oremos.
Infunde en nosotros, Padre, la sabiduría y la fuerza de tu Espíritu,
porque caminamos con Cristo en el camino de la cruz,
dispuestos a entregar nuestra vida
para manifestar al mundo la esperanza de tu reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Pedimos a Dios su bendición
Quien anima la oración, invocando la bendición de Dios, y santiguándose, dice:
El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.
Y todos responden: Amén.

O bien:

Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y misericordioso,
 el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Y todos responden: Amén.


Al corazón benigno de María

Al corazón beningno de María,
ven sin tardar, oh pobre pecador;
en su bondad aquel que se confía
perdón y paz alcanza del Señor.

Santa María, Madre de Dios
en este día ruega por nos.

Tu corazón, espejo de pureza,
no lo empañó la culpa original;
Dios te colmó de gracia y de belleza
para salvar a la triste humanidad.

Tu corazón es arca de la Alianza
donde habitó el Verbo redentor.
Todo el que a ti acude con confianza
encontrará la gracia del Señor.

Una vez que se ha pedido la bendición de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones, preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.

Invocación del Papa Francisco a San José

Protege, Santo Custodio, este país nuestro.
Ilumina a los responsables del bien común,
para que ellos sepan - como tú - cuidar a las personas
a quienes se les confía su responsabilidad.
Da la inteligencia de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar físico de los hermanos.
Apoya a quienes se sacrifican por los necesitados: l
os voluntarios, enfermeros, médicos,
que están a la vanguardia del tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de su propia seguridad.
Bendice, San José, la Iglesia:
a partir de sus ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José, a las familias:
con tu silencio de oración, construye armonía entre padres e hijos,
 especialmente en los más pequeños.
Preserva a los ancianos de la soledad:
asegura que ninguno sea dejado en la desesperación
por el abandono y el desánimo.
Consuela a los más frágiles,
alienta a los que flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen Madre, suplica al Señor
que libere al mundo de cualquier forma de pandemia.
Amén.

Invocación a la protección de
San José Gabriel del Rosario Brochero

Señor, de quien procede todo don perfecto,
Tú esclareciste a San José Gabriel del Rosario,
por su celo misionero, su predicación evangélica
y su vida pobre y entregada;
concede con su intercesión, la gracia que te pedimos:
por su entrega en la asistencia de los enfermos y moribundos
de la epidemia de cólera que azotó a la ciudad de Córdoba,
te pedimos por nuestra Patria y el mundo entero,
líbranos de la actual pandemia y de todo mal.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén






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