Jueves después de Pentecostés
JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Teniendo, pues,
aquel grande Pontífice que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios (Hebr 4,
1l.)
I. Cristo es
sacerdote.
El oficio propio del
sacerdote es ser mediador entre Dios y el pueblo, por cuanto entrega al pueblo
las cosas divinas y por eso se le llama sacerdote, que quiere decir, en cierto
modo, que da las cosas sagradas (sacra dans), según aquello de Malaquías: La
ley buscarán de su boca (2, 7), esto es, del sacerdote. Además, en cuanto
ofrece a Dios las plegarias del pueblo y satisface a Dios, en cierta manera,
por sus pecados. Por eso dice San Pablo: Porque todo pontífice tomado de entre
los hombres es puesto a favor de los hombres en aquellas cosas que tocan a
Dios, para que ofrezca dones y sacrificios por los pecados (Hebr 5, 1).
Esto conviene
principalmente a Cristo, porque por él han sido conferidos a los hombres los
dones divinos, como dice el apóstol San Pedro: Por el cual (por Cristo) nos ha
dado muy grandes y preciosas promesas; para que por ellas seáis hechos
participantes de la naturaleza divina (2 Ped 1, 4.) También él mismo reconcilió
con Dios al género humano según aquello: Porque en él quiso hacer morar toda
plenitud; y reconciliar por él, asimismo, todos las cosas (Col 1, 19-20.) Luego
compete muchísimo a Cristo ser sacerdote.
II. Es al mismo
tiempo sacerdote y hostia.
Todo sacrificio
visible es sacramento, esto es, signo sagrado de un sacrificio invisible. El
sacrificio invisible es aquél por el cual el hombre ofrece a Dios su espíritu,
cono dice David: Sacrificio para Dios es el espíritu atribulado (Sal 50, 19),
por lo tanto todo lo que se presenta a Dios, para que el espíritu del hombre
sea elevado a Dios, puede llamarse sacrificio. Y el hombre necesita del
sacrificio por tres razones.
1º) Para la remisión
del pecado, por el cual el hombre se aparta de Dios, y por eso dice el Apóstol
que al sacerdote pertenece ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hebr 5,
1).
2º) Para que el
hombre se conserve en estado de gracia, unido siempre a Dios, en quien consiste
su paz y salvación; razón por la cual también se inmolaba en la antigua ley la
víctima pacífica por la salvación de los que la ofrecían.
3º) Para que el
espíritu del hombre se una perfectamente a Dios, lo cual ocurrirá
principalmente en la gloria. Por eso en la ley antigua se ofrecía el
holocausto, que era consumido enteramente en el fuego.
Todos estos bienes
nos vinieron por la humanidad de Cristo.
1º) Nuestros pecados
fueron destruidos; como dice San Pablo: Fue entregado por nuestros pecados (Rom
4, 25).
2º) Por él hemos
recibido la gracia que nos salva, según aquello: Fue hecho autor de salud
eterna para todos los que le obedecen (Hebr 5, 9).
3º) Por él hemos
alcanzado la perfección de la gloria: Teniendo confianza de entrar en el
santuario (esto es, en la gloria celestial) por la sangre de Cristo (Hebr 10,
19). Por lo tanto, Cristo, en cuanto hombre, no sólo fue sacerdote, sino
también hostia perfecta, siendo a la vez hostia por el pecado, hostia pacífica
y holocausto.
(3ª, q. XXII, arts.
1 y 2.)
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