Hacia 1244, en el castillo de Roccasecca, en Campania, por entonces
perteneciente al reino de las Dos Sicilias, doña Teodora está preocupada. Un
sirviente le ha informado de que su joven hijo Tomás, estudiante en la Academia
Imperial de Nápoles, acaba de tomar el hábito negro y blanco de una comunidad
nueva de mendicantes, fundada muy recientemente. Ese hijo había de convertirse
en el señor abad de Montecasino, y ahora mendiga pan por la calle, como un
pordiosero. ¡ Toda la familia queda deshonrada con él ! Abrumada por sus
pensamientos, la condesa se pone a la cabeza de un séquito que parte hacia
Nápoles a todo galope con objeto de reconducirlo a sus obligaciones. Pero es en
vano, porque ya ha abandonado la ciudad… Ese hijo pródigo, que parece amenazar
la fama de su familia, glorificará el nombre de Aquino, pues su santidad y
ciencia iluminarán a la Iglesia universal hasta nuestros días.
Tomás nace hacia 1225, siendo el último
hijo del conde Landulfo de Aquino, emparentado con la familia imperial de los
Hohenstaufen, y de Teodora Teate, de origen normando. La noble familia de
Aquino es vasalla del emperador Federico II, coronado por el Papa
Inocencio III. Reinaldo y Landulfo, los hijos mayores, serán oficiales
imperiales hasta la deposición del Hohenstaufen por parte de Inocencio IV,
en 1245 ; ambos morirán en defensa del papado. El conde ambiciona para su
último hijo la honorable posición de abad de Montecasino, y por ello lo entrega
al monasterio benedictino como oblato, a partir de la edad de cinco años, a fin
de que reciba una esmerada educación. Quizás Landulfo pretende con ello
expresar arrepentimiento, pues unos años antes había participado en la
destrucción del monasterio por orden del emperador. Tomás sigue maravillado la
vida de los monjes. Todo le afecta profundamente : la tranquilidad, la oración
silenciosa, el estudio o el oficio divino, que siempre empieza así : Deus
in adjutorium meum intende (¡ Señor, ven en mi auxilio !). Una
pregunta surge del alma del niño : ¿ qué es Dios ?
Transmitir a los demás
Sin embargo, una vez más,
Federico II amenaza Montecasino, por lo que alejan de allí a Tomás, que
cuenta entonces con quince años, para que estudie en Nápoles. Allí conoce a
religiosos pobres, sabios y piadosos, miembros de la Orden de los Predicadores,
que no ha cesado de extenderse desde que la fundara Domingo de Guzmán en 1216.
Conquistado por la pobreza evangélica de esa orden y por su ideal, que consiste
en transmitir a los demás los frutos de la contemplación (“contemplata aliis
tradere”), Tomás pide tomar el hábito. Tiene veinte años. Su rectitud, la
firmeza de su voluntad así como su penetrante inteligencia y la fidelidad
exacta de su memoria hacen discernir en él una figura excepcional. Así pues, la
orden acepta su incorporación. Sus superiores, previendo una violenta reacción
por parte de la familia, lo envían a Roma. Doña Teodora pide audiencia al Papa
con el propósito de recuperar a su hijo. El Sumo Pontífice intenta en vano
disuadirla, por lo que recurre a sus dos hijos mayores, ordenándoles que le
traigan a su hermano. Reinaldo y Landulfo, tras encontrar al hermano, quieren
enseguida despojarlo del hábito, pero no pueden vencer su gran corpulencia e
imponente estatura. Lo montan en un caballo que parte enseguida hacia el
castillo de San Juan, verdadero nido de águilas que pertenece a la familia de
Aquino. Allí recluido, aunque bien tratado, Tomás soporta alternativamente
halagos, amenazas y promesas por parte de la madre, y después de sus tres
hermanas, que le traen la comida con la misión de distraerlo y de convencerlo
de abandonar su inaudito proyecto. Dispuestos a utilizar cualquier recurso, los
dos hermanos introducen de noche a una prostituta en la habitación del novicio
prisionero. Tomás se levanta, agarra de la chimenea un tizón encendido y, con
el rostro serio, se dirige resueltamente hacia la pobre joven, quien huye
aterrorizada. En la puerta que acaba de cerrar, Tomás traza una gran cruz con
el atizador, recolocándolo de nuevo tranquilamente en el fuego. Según cuenta la
tradición, esa misma noche recibió la seguridad de la castidad perpetua. A
partir de entonces, la detención de Tomás se hace menos estricta. Sus hermanas,
que le aman mucho, le traen una Biblia (se la sabrá de memoria) y algunos
libros de teología y de filosofía. Marrota, la mayor, llegará a ser monja
benedictina y, más tarde, abadesa de la abadía de Santa María de Capua ;
Adelasia y Teodora tendrán una santa vida en el matrimonio. Gracias a ellas,
Tomás retoma el contacto con los dominicos y, finalmente, se evade después de
más de un año de cautividad.
El “gran buey”
Hacia 1245, Tomás acompaña a París al
maestre de la orden, Juan el Teutónico, para seguir las clases de teología de
san Alberto Magno ; en 1248, se dirige a Colonia, donde será ordenado
sacerdote. Los jóvenes y bulliciosos estudiantes no tardan en considerar a
Tomás, su retraído y estudioso condiscípulo, como el blanco de sus burlas,
llamándolo con el mote de “el gran buey mudo”. Al joven dominico, sin embargo,
no le falta réplica. Un día, unos camaradas lo llaman a la ventana : « ¡ Mirad,
fray Tomás, un buey volando ! ». Y todos se parten de risa cuando comete la
ingenuidad de acudir a mirar. Pero la réplica es mordaz : « ¡ Me parecía más
probable ver a un buey volando que a unos religiosos mentir ! ». Un estudiante
se propone ayudar a ese “gran buey” a aprender la lección que se acaba de dar,
pero él mismo acaba enredándose en sus explicaciones. Tomás retoma entonces
lentamente el discurso de su maestro improvisado, identifica el error y resume
el asunto con claridad, abriendo nuevas perspectivas a su condiscípulo. Este
último, confundido pero admirado, pide enseguida beneficiarse de sus lecciones.
La reputación de Tomás se expande poco a poco, y él se muestra manso y amable
hacia todos, aunque a veces parezca absorto en sus pensamientos. Maese Alberto
profetiza un día desde lo alto del púlpito : « Lo llamáis el buey mudo, pero yo
os digo que el mugido de su ciencia sacudirá el universo ». Y pide a fray Tomás
que exponga un punto delicado del Tratado de los nombres de Dios,
libro atribuido a Dionisio Areopagita. Como se había preparado durante la
oración, el fraile da una conferencia brillante. « Habláis más como maestro
enseñante —le dice Alberto— que como discípulo interrogado. —No veo realmente
cómo puedo hacerlo de otra manera » —se excusa modestamente el alumno.
En 1252, a pesar de su joven edad, Tomás
es propuesto como maestro en la universidad de París. Después de haber
comentado las profecías de Jeremías e Isaías, explica el Libro de las
sentencias de Pedro Lombardo (teólogo que fue obispo de París entre
1159 y 1160), manual teológico básico en las universidades de la Edad Media. En
1256 se convierte en maestro regente del convento de San Jaime ; Tomás, que no
ha cumplido los treinta y cinco años requeridos, pone como excusa su edad para
rechazar el honor que se le hace, pero el rector consigue una orden formal de
la jerarquía dominica, por lo que el religioso acepta con humildad. Al no
disponer de tema para su lección inaugural, pasa la noche rezando ; un venerable
dominico desconocido se le presenta y le exhorta a predicar sobre el versículo
13 del Salmo 103 [104] : Rigans montes de superioribus suis…
(Dios) De tus altas moradas abrevas los montes, del fruto de tu cielo
hartas la tierra. Tomás comienza ese versículo explicando que la sabiduría
del maestro en teología no puede venir más que de Dios, quien la transmite a
través de intermediarios : « Seguramente —dice—, nadie puede pretender poseer
por sí mismo y de su propio bagaje las aptitudes suficientes para cumplir
semejante ministerio ; pero podemos esperar esa aptitud de manos de
Dios ; No es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa
alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios (2
Co 3, 5). Pero para obtenerla de Dios hay que pedírsela : Si alguno de
vosotros está falto de sabiduría, que la pida a Dios, que da a todos
generosamente y sin echarlo en cara, y se la dará (St 1, 5). Recemos a
Cristo para que se digne concedérnosla. Amén ».
Salir a la luz
La tarea del maestro en teología
consiste primeramente en comentar la Sagrada Escritura, luego en debatir las
cuestiones difíciles con objeto de aclararlas y, finalmente, en predicar ante
el pueblo y la universidad reunidos. En casi todas sus obras, santo Tomás
utiliza el método escolástico : una presentación completa y sistemática de cada
problema, sin ignorar las diversas opiniones presentes. Así, la verdad sale a
la luz y queda libre de los errores que la oscurecen. Además de las
conferencias sobre temas concretos, elaborados a partir de intercambios entre
un maestro y sus estudiantes, se organizan también sesiones públicas en las que
todos pueden plantear preguntas sobre cualquier tema. Esas reuniones son
temibles, pues hay maestros competidores que se dedican con frecuencia a poner
en dificultades al orador.
La fecundidad literaria de Tomás de
Aquino es impresionante. Además de sus clases y sermones, redacta otras muchas
obras a petición de frailes, obispos, incluso del Papa, o simplemente a título
de estudio personal. La organización y la lucidez mental del santo, unidas a
una capacidad de concentración fuera de lo común, le permiten dictar a veces y
simultáneamente a cuatro secretarios obras muy diferentes. Lejos de mostrarse
vanidoso por sus facultades, Tomás las pone al servicio del conocimiento de
Dios y de su designio sobre la creación. Para él, toda la razón de ser de la
teología reside en la salvación eterna, fin último de la vida del hombre, y
consiste en la visión de Dios en la eternidad, sobrepasando totalmente las
facultades naturales del hombre. Así pues, este último es tributario de una luz
más elevada que la de la simple razón humana, ya que necesita de la luz divina
para descubrir el camino que conduce al objetivo último, pero igualmente para
conocer mejor la verdad de las cosas de este mundo. La doctrina revelada que
nos da esa luz y nos informa sobre la cuestión capital y decisiva para nuestra
vida, la salvación eterna, es más importante que cualquier otro saber humano ;
la llamamos teología, es decir, ciencia de las cosas divinas.
Una persecución abierta por parte de los
maestros seculares de la universidad no tarda en turbar la actividad estudiosa
de Tomás. Guillermo de Saint-Amour y Sigerio de Brabante publican un libelo que
ataca las órdenes llamadas mendicantes (dominicos y franciscanos), pues sus
miembros confían su subsistencia a la generosidad de los fieles, dedicando todo
su tiempo al estudio y a la enseñanza de las ciencias sagradas. Muy pronto, los
celos aparecen en ese ataque contra los religiosos cuya reputación científica
no cesa de crecer. Obstaculizado en su carrera profesoral por las maniobras de
esos ambiciosos, Tomás las sufre con humildad y dulzura. Pero llega un día en
que la legitimidad de la Orden Dominica y su derecho a enseñar son cuestionados
ante el Papa. Entonces, sus superiores encargan a Tomás que los defienda.
Después de haber rezado durante largo tiempo, analiza el Tratado de los
peligros de los últimos tiempos de Guillermo de Saint-Amour, obra no
exenta de hiel, de falsedad y de perfidia, y publica su respuesta en el Contra
impugnantes (“Refutación de quienes atacan el culto debido a Dios y la
vida religiosa”). Demuestra primero que la enseñanza de la teología es una obra
de misericordia, pues indica al hombre el camino de la salvación eterna, y
puede por ello ser objeto de la fundación de una orden religiosa ; después
sostiene la licitud de la mendicidad para esa orden, pues permite seguir a
Cristo de más cerca. Guillermo será finalmente condenado por el Papa y excluido
de la universidad. Si bien Tomás nunca transige con la verdad, siempre mantiene
una gran cortesía hacia sus contradictores, así como un perfecto dominio de sí
mismo. Además les queda agradecido, pues considera « que no hay mejor medio
para revelar la verdad e imponerse al error que argumentar con gentes que no
están de acuerdo con uno ».
Un santo descrito por un santo
Santo Tomás es admitido oficialmente en
el cuerpo de maestros de la universidad de París en 1257, en compañía de san
Buenaventura, su camarada franciscano y amigo. Los dos santos se aprecian
grandemente. Con motivo de una visita que Tomás hace a Buenaventura, lo
encuentra como en éxtasis, absorto por la redacción de la vida de san
Francisco. Tras retirarse inmediatamente, murmura a un fraile con quien se
cruza : « ¡ Dejemos que un santo escriba la vida de un santo ! ». Durante las
dificultades que encuentra, Tomás recurre a la oración. Ha redactado diversas
plegarias para pedir la luz a Dios en el trabajo intelectual, y comienza
siempre implorando el Espíritu de Dios antes de acometer una tarea. Su
compañero, colaborador y confidente, Reginaldo de Piperno, relata que, tras
haber ayunado y rezado varios días ante una dificultad en la explicación de un
pasaje del profeta Isaías, Tomás recibe la solución en el transcurso de una
aparición de los santos Pedro y Pablo. Entonces, dicta su comentario con la
misma facilidad que si lo leyera en un libro. Tomás se aplica con tanta
intensidad en las verdades que busca o contempla que, normalmente, parece estar
alejado de las realidades que le rodean. Por ese motivo, se confía a fray
Reginaldo el cuidado de la vida material de Tomás. Un día en que éste regresa
de Saint-Denis a París con unos discípulos, mientras el grupo contempla la
capital del reino de Francia con su maravillosa catedral gótica recientemente
terminada, alguien pregunta al maestro : « ¿ Qué haríais si el rey os diera el
imperio de esta hermosa ciudad ? Tras un momento de silencio, el interesado
responde : « ¡ Preferiría disponer del manuscrito de san Juan Crisóstomo sobre
el Evangelio de san Mateo ! ».
Durante ese período de vida en París,
Tomás comienza a redactar su primera síntesis teológica, el Contra
gentiles (“Contra los paganos”). La obra presenta, de una manera
apologética, el dogma católico a los no cristianos, y sigue siendo en la
actualidad un referente para el diálogo con ellos. A falta de un referente
común tomado de la Sagrada Escritura, como sucede con los judíos o los
cristianos, la argumentación es más difícil —afirma Tomas— ; con los no
creyentes se debe recurrir solamente a la razón, de la que están dotados todos
los hombres. También Benedicto XVI resaltaba lo siguiente : « En la
perspectiva moral cristiana, hay un lugar para la razón, la cual es capaz de
discernir la ley moral natural. La razón puede reconocerla considerando lo que
se debe hacer y lo que se debe evitar para conseguir esa felicidad que busca
cada uno, y que impone también una responsabilidad hacia los demás, y por
tanto, la búsqueda del bien común. En otras palabras, las virtudes del hombre,
teologales y morales, están arraigadas en la naturaleza humana. La Gracia
divina acompaña, sostiene e impulsa el compromiso ético pero, de por sí, según
santo Tomás, todos los hombres, creyentes y no creyentes, están llamados a
reconocer las exigencias de la naturaleza humana expresadas en la ley natural y
a inspirarse en ella en la formulación de las leyes positivas, es decir, las
promulgadas por las autoridades civiles y políticas para regular la convivencia
humana » (Benedicto XVI, audiencia del 16 de junio de 2010).
Teología y poesía
En 1259, Tomás es enviado a Italia,
donde imparte clases en conventos y universidades, a la vez que prosigue con su
intensa actividad literaria. Es visto en Orvieto, Anagni, Viterbe y Roma. En
1263, a petición del Papa Urbano IV, redacta el espléndido oficio de la
festividad del Santísimo Sacramento, que incluye textos de la Misa y de la
liturgia de las Horas. Todavía hoy se utiliza en la liturgia romana. En él se
encuentra la secuencia Lauda Sion, en la que el santo expone,
formulado con tanta precisión como poesía, lo esencial de la teología de la
Eucaristía. El oficio de Vísperas contiene el himno Pange lingua,
cuyas dos últimas estrofas forman el Tantum ergo cantado en el
momento de la exposición del Santísimo.
Tomás emprende igualmente la explicación
de los tratados de Aristóteles, nuevamente traducidos por un compañero. Para él
se trata de rehabilitar las verdades descubiertas por ese filósofo griego del
siglo iv antes de Jesucristo, así como de legar a la posterioridad herramientas
que considera indispensables para elaborar una buena teología. « Mostrar esta
independencia entre filosofía y teología, y al mismo tiempo su relación
recíproca, fue la misión histórica del gran maestro —explicaba el Papa
Benedicto XVI—. Y así se entiende que, en el siglo xix, cuando se
declaraba fuertemente la incompatibilidad entre razón moderna y fe, el Papa
León XIII indicara a santo Tomás como guía en el diálogo entre una y otra.
En su trabajo teológico, santo Tomás supone y concreta esta relación entre
ambas. La fe consolida, integra e ilumina el patrimonio de verdades que la
razón humana adquiere. La confianza que santo Tomás otorga a estos dos
instrumentos del conocimiento —la fe y la razón— puede ser reconducida a la
convicción de que ambas proceden de una única fuente de toda verdad, el Logos
divino (el “Verbo” de Dios), que actúa tanto en el ámbito de la creación como
en el de la redención » (ibíd.).
2669 artículos
En 1265, santo Tomás comienza a redactar
la Suma teológica, obra monumental de 2669 artículos que
presenta una síntesis magistral de la ciencia teológica basada en una sólida
filosofía realista. Apoyándose en santo Tomás, Benedicto XVI afirma :
« Con la Revelación Dios mismo nos ha hablado y, por tanto, nos ha autorizado a
hablar de él. Considero importante recordar esta doctrina, que de hecho nos
ayuda a superar algunas objeciones del ateísmo contemporáneo, el cual niega que
el lenguaje religioso tenga un significado objetivo, y sostiene en cambio que
sólo tiene un valor subjetivo o simplemente emotivo. Esta objeción resulta del
hecho de que el pensamiento positivista (doctrina que considera únicamente el
conocimiento de los hechos, la experiencia científica) está convencido de que
el hombre no conoce el ser, sino sólo las funciones experimentales de la
realidad. Con santo Tomás y con la gran tradición filosófica, nosotros estamos
convencidos de que, en realidad, el hombre no sólo conoce las funciones, objeto
de las ciencias naturales, sino que conoce algo del ser mismo : por ejemplo,
conoce a la persona, al “tú” del otro, y no sólo el aspecto físico y biológico
de su ser » (ibíd.).
Entre 1269 y 1272, Tomás desarrolla su
segunda regencia en la universidad de París. Se enfrenta con éxito a postreros
ataques de los maestros seculares contra los religiosos mendicantes. Fray Tomás
es enviado después a Nápoles, con objeto de instaurar un nuevo convento de
estudios. Allí, unos testigos lo sorprenden en la iglesia, elevado por encima
del suelo, mientras una voz procedente del crucifijo declara : « Has escrito
bien de mí, Tomás, ¿ qué deseas en recompensa ? ». La respuesta brota
directamente del corazón del santo : « ¡ A vos solo, Señor ! ».
El 6 de diciembre de 1273, como
consecuencia de una gracia mística, Tomás decide, por humildad, dejar de
escribir y enseñar. Sin embargo, el Papa lo envía al segundo concilio ecuménico
de Lyon. Por el camino, Tomás cae enfermo y lo llevan a la abadía cisterciense
de Fossanova, donde, a petición de los monjes, aún imparte un comentario sobre
el Cantar de los cantares. Cuando Reginaldo lo felicita por esos
escritos, Tomás responde : « Videtur mihi ut palea (Después de las realidades
celestes que he contemplado, ¡ eso se me aparece como paja !) ». En el momento
de recibir el Viático, exclama : « Os recibo en la santa Comunión, ¡ oh precio
infinito de la redención de mi alma ! ; a vos, por cuyo amor he estudiado,
velado y trabajado ; a vos, por quien he predicado y enseñado ; jamás he dicho
nada voluntariamente contra vuestra verdad, pero si acaso lo hubiera dicho, ha
sido de buena fe y no sigo obstinado en mi opinión. Si he cometido algún error
hacia este sacramento, lo confío completamente a la corrección de la santa
Iglesia romana, en cuya obediencia abandono ahora esta vida ». Tomás de Aquino
muere el 7 de marzo de 1274.
Si santo Tomás escribió y enseñó tanto
fue para comunicar a los demás los frutos de su contemplación y para incitarlos
a la empresa más bella acorde con el corazón del hombre : la búsqueda de Dios.
Dom
Antoine Marie osb
Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com
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