martes, 28 de enero de 2020

Si Santo Tomás de Aquino escribió y enseñó tanto fue para comunicar a los demás los frutos de su contemplación y para incitarlos a la empresa más bella acorde con el corazón del hombre : la búsqueda de Dios.



Hacia 1244, en el castillo de Roccasecca, en Campania, por entonces perteneciente al reino de las Dos Sicilias, doña Teodora está preocupada. Un sirviente le ha informado de que su joven hijo Tomás, estudiante en la Academia Imperial de Nápoles, acaba de tomar el hábito negro y blanco de una comunidad nueva de mendicantes, fundada muy recientemente. Ese hijo había de convertirse en el señor abad de Montecasino, y ahora mendiga pan por la calle, como un pordiosero. ¡ Toda la familia queda deshonrada con él ! Abrumada por sus pensamientos, la condesa se pone a la cabeza de un séquito que parte hacia Nápoles a todo galope con objeto de reconducirlo a sus obligaciones. Pero es en vano, porque ya ha abandonado la ciudad… Ese hijo pródigo, que parece amenazar la fama de su familia, glorificará el nombre de Aquino, pues su santidad y ciencia iluminarán a la Iglesia universal hasta nuestros días.

Tomás nace hacia 1225, siendo el último hijo del conde Landulfo de Aquino, emparentado con la familia imperial de los Hohenstaufen, y de Teodora Teate, de origen normando. La noble familia de Aquino es vasalla del emperador Federico II, coronado por el Papa Inocencio III. Reinaldo y Landulfo, los hijos mayores, serán oficiales imperiales hasta la deposición del Hohenstaufen por parte de Inocencio IV, en 1245 ; ambos morirán en defensa del papado. El conde ambiciona para su último hijo la honorable posición de abad de Montecasino, y por ello lo entrega al monasterio benedictino como oblato, a partir de la edad de cinco años, a fin de que reciba una esmerada educación. Quizás Landulfo pretende con ello expresar arrepentimiento, pues unos años antes había participado en la destrucción del monasterio por orden del emperador. Tomás sigue maravillado la vida de los monjes. Todo le afecta profundamente : la tranquilidad, la oración silenciosa, el estudio o el oficio divino, que siempre empieza así : Deus in adjutorium meum intende (¡ Señor, ven en mi auxilio !). Una pregunta surge del alma del niño : ¿ qué es Dios ?


Transmitir a los demás

Sin embargo, una vez más, Federico II amenaza Montecasino, por lo que alejan de allí a Tomás, que cuenta entonces con quince años, para que estudie en Nápoles. Allí conoce a religiosos pobres, sabios y piadosos, miembros de la Orden de los Predicadores, que no ha cesado de extenderse desde que la fundara Domingo de Guzmán en 1216. Conquistado por la pobreza evangélica de esa orden y por su ideal, que consiste en transmitir a los demás los frutos de la contemplación (“contemplata aliis tradere”), Tomás pide tomar el hábito. Tiene veinte años. Su rectitud, la firmeza de su voluntad así como su penetrante inteligencia y la fidelidad exacta de su memoria hacen discernir en él una figura excepcional. Así pues, la orden acepta su incorporación. Sus superiores, previendo una violenta reacción por parte de la familia, lo envían a Roma. Doña Teodora pide audiencia al Papa con el propósito de recuperar a su hijo. El Sumo Pontífice intenta en vano disuadirla, por lo que recurre a sus dos hijos mayores, ordenándoles que le traigan a su hermano. Reinaldo y Landulfo, tras encontrar al hermano, quieren enseguida despojarlo del hábito, pero no pueden vencer su gran corpulencia e imponente estatura. Lo montan en un caballo que parte enseguida hacia el castillo de San Juan, verdadero nido de águilas que pertenece a la familia de Aquino. Allí recluido, aunque bien tratado, Tomás soporta alternativamente halagos, amenazas y promesas por parte de la madre, y después de sus tres hermanas, que le traen la comida con la misión de distraerlo y de convencerlo de abandonar su inaudito proyecto. Dispuestos a utilizar cualquier recurso, los dos hermanos introducen de noche a una prostituta en la habitación del novicio prisionero. Tomás se levanta, agarra de la chimenea un tizón encendido y, con el rostro serio, se dirige resueltamente hacia la pobre joven, quien huye aterrorizada. En la puerta que acaba de cerrar, Tomás traza una gran cruz con el atizador, recolocándolo de nuevo tranquilamente en el fuego. Según cuenta la tradición, esa misma noche recibió la seguridad de la castidad perpetua. A partir de entonces, la detención de Tomás se hace menos estricta. Sus hermanas, que le aman mucho, le traen una Biblia (se la sabrá de memoria) y algunos libros de teología y de filosofía. Marrota, la mayor, llegará a ser monja benedictina y, más tarde, abadesa de la abadía de Santa María de Capua ; Adelasia y Teodora tendrán una santa vida en el matrimonio. Gracias a ellas, Tomás retoma el contacto con los dominicos y, finalmente, se evade después de más de un año de cautividad.

El “gran buey”

Hacia 1245, Tomás acompaña a París al maestre de la orden, Juan el Teutónico, para seguir las clases de teología de san Alberto Magno ; en 1248, se dirige a Colonia, donde será ordenado sacerdote. Los jóvenes y bulliciosos estudiantes no tardan en considerar a Tomás, su retraído y estudioso condiscípulo, como el blanco de sus burlas, llamándolo con el mote de “el gran buey mudo”. Al joven dominico, sin embargo, no le falta réplica. Un día, unos camaradas lo llaman a la ventana : « ¡ Mirad, fray Tomás, un buey volando ! ». Y todos se parten de risa cuando comete la ingenuidad de acudir a mirar. Pero la réplica es mordaz : « ¡ Me parecía más probable ver a un buey volando que a unos religiosos mentir ! ». Un estudiante se propone ayudar a ese “gran buey” a aprender la lección que se acaba de dar, pero él mismo acaba enredándose en sus explicaciones. Tomás retoma entonces lentamente el discurso de su maestro improvisado, identifica el error y resume el asunto con claridad, abriendo nuevas perspectivas a su condiscípulo. Este último, confundido pero admirado, pide enseguida beneficiarse de sus lecciones. La reputación de Tomás se expande poco a poco, y él se muestra manso y amable hacia todos, aunque a veces parezca absorto en sus pensamientos. Maese Alberto profetiza un día desde lo alto del púlpito : « Lo llamáis el buey mudo, pero yo os digo que el mugido de su ciencia sacudirá el universo ». Y pide a fray Tomás que exponga un punto delicado del Tratado de los nombres de Dios, libro atribuido a Dionisio Areopagita. Como se había preparado durante la oración, el fraile da una conferencia brillante. « Habláis más como maestro enseñante —le dice Alberto— que como discípulo interrogado. —No veo realmente cómo puedo hacerlo de otra manera » —se excusa modestamente el alumno.

En 1252, a pesar de su joven edad, Tomás es propuesto como maestro en la universidad de París. Después de haber comentado las profecías de Jeremías e Isaías, explica el Libro de las sentencias de Pedro Lombardo (teólogo que fue obispo de París entre 1159 y 1160), manual teológico básico en las universidades de la Edad Media. En 1256 se convierte en maestro regente del convento de San Jaime ; Tomás, que no ha cumplido los treinta y cinco años requeridos, pone como excusa su edad para rechazar el honor que se le hace, pero el rector consigue una orden formal de la jerarquía dominica, por lo que el religioso acepta con humildad. Al no disponer de tema para su lección inaugural, pasa la noche rezando ; un venerable dominico desconocido se le presenta y le exhorta a predicar sobre el versículo 13 del Salmo 103 [104] : Rigans montes de superioribus suis… (Dios) De tus altas moradas abrevas los montes, del fruto de tu cielo hartas la tierra. Tomás comienza ese versículo explicando que la sabiduría del maestro en teología no puede venir más que de Dios, quien la transmite a través de intermediarios : « Seguramente —dice—, nadie puede pretender poseer por sí mismo y de su propio bagaje las aptitudes suficientes para cumplir semejante ministerio ; pero podemos esperar esa aptitud de manos de Dios ; No es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios (2 Co 3, 5). Pero para obtenerla de Dios hay que pedírsela : Si alguno de vosotros está falto de sabiduría, que la pida a Dios, que da a todos generosamente y sin echarlo en cara, y se la dará (St 1, 5). Recemos a Cristo para que se digne concedérnosla. Amén ».

Salir a la luz

La tarea del maestro en teología consiste primeramente en comentar la Sagrada Escritura, luego en debatir las cuestiones difíciles con objeto de aclararlas y, finalmente, en predicar ante el pueblo y la universidad reunidos. En casi todas sus obras, santo Tomás utiliza el método escolástico : una presentación completa y sistemática de cada problema, sin ignorar las diversas opiniones presentes. Así, la verdad sale a la luz y queda libre de los errores que la oscurecen. Además de las conferencias sobre temas concretos, elaborados a partir de intercambios entre un maestro y sus estudiantes, se organizan también sesiones públicas en las que todos pueden plantear preguntas sobre cualquier tema. Esas reuniones son temibles, pues hay maestros competidores que se dedican con frecuencia a poner en dificultades al orador.

La fecundidad literaria de Tomás de Aquino es impresionante. Además de sus clases y sermones, redacta otras muchas obras a petición de frailes, obispos, incluso del Papa, o simplemente a título de estudio personal. La organización y la lucidez mental del santo, unidas a una capacidad de concentración fuera de lo común, le permiten dictar a veces y simultáneamente a cuatro secretarios obras muy diferentes. Lejos de mostrarse vanidoso por sus facultades, Tomás las pone al servicio del conocimiento de Dios y de su designio sobre la creación. Para él, toda la razón de ser de la teología reside en la salvación eterna, fin último de la vida del hombre, y consiste en la visión de Dios en la eternidad, sobrepasando totalmente las facultades naturales del hombre. Así pues, este último es tributario de una luz más elevada que la de la simple razón humana, ya que necesita de la luz divina para descubrir el camino que conduce al objetivo último, pero igualmente para conocer mejor la verdad de las cosas de este mundo. La doctrina revelada que nos da esa luz y nos informa sobre la cuestión capital y decisiva para nuestra vida, la salvación eterna, es más importante que cualquier otro saber humano ; la llamamos teología, es decir, ciencia de las cosas divinas.

Una persecución abierta por parte de los maestros seculares de la universidad no tarda en turbar la actividad estudiosa de Tomás. Guillermo de Saint-Amour y Sigerio de Brabante publican un libelo que ataca las órdenes llamadas mendicantes (dominicos y franciscanos), pues sus miembros confían su subsistencia a la generosidad de los fieles, dedicando todo su tiempo al estudio y a la enseñanza de las ciencias sagradas. Muy pronto, los celos aparecen en ese ataque contra los religiosos cuya reputación científica no cesa de crecer. Obstaculizado en su carrera profesoral por las maniobras de esos ambiciosos, Tomás las sufre con humildad y dulzura. Pero llega un día en que la legitimidad de la Orden Dominica y su derecho a enseñar son cuestionados ante el Papa. Entonces, sus superiores encargan a Tomás que los defienda. Después de haber rezado durante largo tiempo, analiza el Tratado de los peligros de los últimos tiempos de Guillermo de Saint-Amour, obra no exenta de hiel, de falsedad y de perfidia, y publica su respuesta en el Contra impugnantes (“Refutación de quienes atacan el culto debido a Dios y la vida religiosa”). Demuestra primero que la enseñanza de la teología es una obra de misericordia, pues indica al hombre el camino de la salvación eterna, y puede por ello ser objeto de la fundación de una orden religiosa ; después sostiene la licitud de la mendicidad para esa orden, pues permite seguir a Cristo de más cerca. Guillermo será finalmente condenado por el Papa y excluido de la universidad. Si bien Tomás nunca transige con la verdad, siempre mantiene una gran cortesía hacia sus contradictores, así como un perfecto dominio de sí mismo. Además les queda agradecido, pues considera « que no hay mejor medio para revelar la verdad e imponerse al error que argumentar con gentes que no están de acuerdo con uno ».

Un santo descrito por un santo

Santo Tomás es admitido oficialmente en el cuerpo de maestros de la universidad de París en 1257, en compañía de san Buenaventura, su camarada franciscano y amigo. Los dos santos se aprecian grandemente. Con motivo de una visita que Tomás hace a Buenaventura, lo encuentra como en éxtasis, absorto por la redacción de la vida de san Francisco. Tras retirarse inmediatamente, murmura a un fraile con quien se cruza : « ¡ Dejemos que un santo escriba la vida de un santo ! ». Durante las dificultades que encuentra, Tomás recurre a la oración. Ha redactado diversas plegarias para pedir la luz a Dios en el trabajo intelectual, y comienza siempre implorando el Espíritu de Dios antes de acometer una tarea. Su compañero, colaborador y confidente, Reginaldo de Piperno, relata que, tras haber ayunado y rezado varios días ante una dificultad en la explicación de un pasaje del profeta Isaías, Tomás recibe la solución en el transcurso de una aparición de los santos Pedro y Pablo. Entonces, dicta su comentario con la misma facilidad que si lo leyera en un libro. Tomás se aplica con tanta intensidad en las verdades que busca o contempla que, normalmente, parece estar alejado de las realidades que le rodean. Por ese motivo, se confía a fray Reginaldo el cuidado de la vida material de Tomás. Un día en que éste regresa de Saint-Denis a París con unos discípulos, mientras el grupo contempla la capital del reino de Francia con su maravillosa catedral gótica recientemente terminada, alguien pregunta al maestro : « ¿ Qué haríais si el rey os diera el imperio de esta hermosa ciudad ? Tras un momento de silencio, el interesado responde : « ¡ Preferiría disponer del manuscrito de san Juan Crisóstomo sobre el Evangelio de san Mateo ! ».

Durante ese período de vida en París, Tomás comienza a redactar su primera síntesis teológica, el Contra gentiles (“Contra los paganos”). La obra presenta, de una manera apologética, el dogma católico a los no cristianos, y sigue siendo en la actualidad un referente para el diálogo con ellos. A falta de un referente común tomado de la Sagrada Escritura, como sucede con los judíos o los cristianos, la argumentación es más difícil —afirma Tomas— ; con los no creyentes se debe recurrir solamente a la razón, de la que están dotados todos los hombres. También Benedicto XVI resaltaba lo siguiente : « En la perspectiva moral cristiana, hay un lugar para la razón, la cual es capaz de discernir la ley moral natural. La razón puede reconocerla considerando lo que se debe hacer y lo que se debe evitar para conseguir esa felicidad que busca cada uno, y que impone también una responsabilidad hacia los demás, y por tanto, la búsqueda del bien común. En otras palabras, las virtudes del hombre, teologales y morales, están arraigadas en la naturaleza humana. La Gracia divina acompaña, sostiene e impulsa el compromiso ético pero, de por sí, según santo Tomás, todos los hombres, creyentes y no creyentes, están llamados a reconocer las exigencias de la naturaleza humana expresadas en la ley natural y a inspirarse en ella en la formulación de las leyes positivas, es decir, las promulgadas por las autoridades civiles y políticas para regular la convivencia humana » (Benedicto XVI, audiencia del 16 de junio de 2010).

Teología y poesía

En 1259, Tomás es enviado a Italia, donde imparte clases en conventos y universidades, a la vez que prosigue con su intensa actividad literaria. Es visto en Orvieto, Anagni, Viterbe y Roma. En 1263, a petición del Papa Urbano IV, redacta el espléndido oficio de la festividad del Santísimo Sacramento, que incluye textos de la Misa y de la liturgia de las Horas. Todavía hoy se utiliza en la liturgia romana. En él se encuentra la secuencia Lauda Sion, en la que el santo expone, formulado con tanta precisión como poesía, lo esencial de la teología de la Eucaristía. El oficio de Vísperas contiene el himno Pange lingua, cuyas dos últimas estrofas forman el Tantum ergo cantado en el momento de la exposición del Santísimo.

Tomás emprende igualmente la explicación de los tratados de Aristóteles, nuevamente traducidos por un compañero. Para él se trata de rehabilitar las verdades descubiertas por ese filósofo griego del siglo iv antes de Jesucristo, así como de legar a la posterioridad herramientas que considera indispensables para elaborar una buena teología. « Mostrar esta independencia entre filosofía y teología, y al mismo tiempo su relación recíproca, fue la misión histórica del gran maestro —explicaba el Papa Benedicto XVI—. Y así se entiende que, en el siglo xix, cuando se declaraba fuertemente la incompatibilidad entre razón moderna y fe, el Papa León XIII indicara a santo Tomás como guía en el diálogo entre una y otra. En su trabajo teológico, santo Tomás supone y concreta esta relación entre ambas. La fe consolida, integra e ilumina el patrimonio de verdades que la razón humana adquiere. La confianza que santo Tomás otorga a estos dos instrumentos del conocimiento —la fe y la razón— puede ser reconducida a la convicción de que ambas proceden de una única fuente de toda verdad, el Logos divino (el “Verbo” de Dios), que actúa tanto en el ámbito de la creación como en el de la redención » (ibíd.).

2669 artículos

En 1265, santo Tomás comienza a redactar la Suma teológica, obra monumental de 2669 artículos que presenta una síntesis magistral de la ciencia teológica basada en una sólida filosofía realista. Apoyándose en santo Tomás, Benedicto XVI afirma : « Con la Revelación Dios mismo nos ha hablado y, por tanto, nos ha autorizado a hablar de él. Considero importante recordar esta doctrina, que de hecho nos ayuda a superar algunas objeciones del ateísmo contemporáneo, el cual niega que el lenguaje religioso tenga un significado objetivo, y sostiene en cambio que sólo tiene un valor subjetivo o simplemente emotivo. Esta objeción resulta del hecho de que el pensamiento positivista (doctrina que considera únicamente el conocimiento de los hechos, la experiencia científica) está convencido de que el hombre no conoce el ser, sino sólo las funciones experimentales de la realidad. Con santo Tomás y con la gran tradición filosófica, nosotros estamos convencidos de que, en realidad, el hombre no sólo conoce las funciones, objeto de las ciencias naturales, sino que conoce algo del ser mismo : por ejemplo, conoce a la persona, al “tú” del otro, y no sólo el aspecto físico y biológico de su ser » (ibíd.).

Entre 1269 y 1272, Tomás desarrolla su segunda regencia en la universidad de París. Se enfrenta con éxito a postreros ataques de los maestros seculares contra los religiosos mendicantes. Fray Tomás es enviado después a Nápoles, con objeto de instaurar un nuevo convento de estudios. Allí, unos testigos lo sorprenden en la iglesia, elevado por encima del suelo, mientras una voz procedente del crucifijo declara : « Has escrito bien de mí, Tomás, ¿ qué deseas en recompensa ? ». La respuesta brota directamente del corazón del santo : « ¡ A vos solo, Señor ! ».

El 6 de diciembre de 1273, como consecuencia de una gracia mística, Tomás decide, por humildad, dejar de escribir y enseñar. Sin embargo, el Papa lo envía al segundo concilio ecuménico de Lyon. Por el camino, Tomás cae enfermo y lo llevan a la abadía cisterciense de Fossanova, donde, a petición de los monjes, aún imparte un comentario sobre el Cantar de los cantares. Cuando Reginaldo lo felicita por esos escritos, Tomás responde : « Videtur mihi ut palea (Después de las realidades celestes que he contemplado, ¡ eso se me aparece como paja !) ». En el momento de recibir el Viático, exclama : « Os recibo en la santa Comunión, ¡ oh precio infinito de la redención de mi alma ! ; a vos, por cuyo amor he estudiado, velado y trabajado ; a vos, por quien he predicado y enseñado ; jamás he dicho nada voluntariamente contra vuestra verdad, pero si acaso lo hubiera dicho, ha sido de buena fe y no sigo obstinado en mi opinión. Si he cometido algún error hacia este sacramento, lo confío completamente a la corrección de la santa Iglesia romana, en cuya obediencia abandono ahora esta vida ». Tomás de Aquino muere el 7 de marzo de 1274.

Si santo Tomás escribió y enseñó tanto fue para comunicar a los demás los frutos de su contemplación y para incitarlos a la empresa más bella acorde con el corazón del hombre : la búsqueda de Dios.


Dom Antoine Marie osb

Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Vistas de página en total

contador

Free counters!