SAN JUAN
PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 6 de septiembre de 1995
Miércoles 6 de septiembre de 1995
Presencia de María en el origen de la Iglesia
(Lectura:
capítulo primero del libro de los Hechos de los Apóstoles,
versículos 13-14)
capítulo primero del libro de los Hechos de los Apóstoles,
versículos 13-14)
1. Después de haberme dedicado en las anteriores catequesis
a profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahora la necesidad
de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que vivió perfectamente la
santidad y constituye su modelo.
Es lo mismo que hicieron los padres
del concilio Vaticano II: después de haber expuesto la doctrina sobre la
realidad histórico-salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración
del papel de María en la obra de la salvación. En efecto, el capítulo VIII de
la constitución conciliar Lumen gentium tiene
como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana,
sino también iluminar la contribución que la figura de la santísima Virgen
ofrece a la comprensión del misterio de la Iglesia.
2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio,
deseo dirigir una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de la
Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, al comienzo de
este escrito neotestamentario que presenta la vida de la primera comunidad
cristiana, después de haber recordado uno por uno los nombres de los Apóstoles
(Hch 1, 13), afirma: "Todos ellos perseveraban en la oración,
con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de
Jesús, y de sus hermanos" (Hch 1, 14).
En este cuadro destaca la persona de
María, la única a quien se recuerda con su propio nombre, además de los
Apóstoles. Ella representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario
con respecto al ministerial o jerárquico.
3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia,
en el cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importancia de la
contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos.
Esta presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la comunidad
en la oración y con la concordia. Estos rasgos expresan perfectamente dos
aspectos fundamentales de la contribución específica de las mujeres a la vida
eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad externa, necesitan la ayuda
de las mujeres para volver a las relaciones personales y progresar en la unión
de los corazones.
"Bendita tú entre las
mujeres" (Lc 1, 42), María cumple de modo eminente esta misión
femenina. ¿Quién, mejor que María, impulsa en todos los creyentes la
perseverancia en la oración? ¿Quién promueve, mejor que ella, la concordia y el
amor?
Reconociendo la misión pastoral que
Jesús había confiado a los Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio
de ellas, se unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en
la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido una misión, son igualmente
miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en Cristo.
4. La presencia de María en la comunidad, que orando espera
la efusión del Espíritu (cf. Hch 1, 14), evoca el papel que
desempeñó en la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo
(cf. Lc 1, 35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el
que desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están
íntimamente vinculados.
La presencia de María en los
primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta de modo singular con la
participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de
Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, aunque
esa separación no excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y,
sobre todo, no le impide participar en el sacrificio del Calvario.
Por el contrario, en la primera
comunidad el papel de María cobra notable importancia. Después de la ascensión,
y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en
los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.
5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve que María
se encontraba en el cenáculo "con los hermanos de Jesús" (Hch 1,
14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición
eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que, bajo la
guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia
espiritual de Cristo: "Quien cumpla la voluntad de Dios ―había dicho
Jesús―, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3, 34).
En esa misma circunstancia, Lucas
define explícitamente a María "la madre de Jesús" (Hch 1,
14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al
cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el
rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la
fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.
El título de Madre, en este
contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá
la vida de la Iglesia. María le abrirá su corazón para manifestarle las
maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella.
Ya desde el principio María
desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión
entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy
lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.
Por último, María ejerce su
maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener
a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y su
futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante
con Dios.
Así, se convierte en educadora del
pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e
indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el
Señor su comienzo y su motivación profunda.
6. Estas breves consideraciones muestran claramente que la
relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos
madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y
compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la
contemplación del rostro de la Theotókos.
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