Segundo domingo después de Navidad
CEC 151, 241, 291,
423, 445, 456-463, 504-505, 526, 1216, 2466, 2787: prólogo del Evangelio de
Juan
CEC 272, 295, 299,
474, 721, 1831: Cristo, Sabiduría de Dios
CEC 158, 283, 1303,
1831, 2500: Dios nos dona la Sabiduría
CEC 151, 241, 291,
423, 445, 456-463, 504-505, 526, 1216, 2466, 2787: prólogo del Evangelio de
Juan
Creer
en Jesucristo, el Hijo de Dios
151 Para
el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha
enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11).
Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor
mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1).
Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie
le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha
contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46),
él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27).
241 Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como
"el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios
invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la
impronta de su esencia" Hb 1,3).
291 "En el principio existía el Verbo [...]
y el Verbo era Dios [...] Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho"
(Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo
por el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En él fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra [...] todo fue creado por él y para él, él existe
con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma
también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de
vida" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano), "el Espíritu Creador" (Liturgia de las Horas, Himno Veni, Creator Spiritus), la "Fuente
de todo bien" (Liturgia bizantina, Tropario de vísperas de Pentecostés).
423 Nosotros creemos y confesamos que Jesús de
Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey
Herodes el Grande y del emperador César Augusto I; de oficio carpintero, muerto
crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado
del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha
"salido de Dios" (Jn 13, 3), "bajó del cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en
carne" (1 Jn 4, 2), porque "la Palabra se hizo carne, y puso su
morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre
como Hijo único, lleno de gracia y de verdad [...] Pues de su plenitud hemos
recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14. 16).
445 Después de su Resurrección, su filiación
divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: "Constituido Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre
los muertos" (Rm 1, 4; cf. Hch 13, 33). Los apóstoles podrán confesar
"Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno
de gracia y de verdad "(Jn 1, 14).
456 Con
el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por
obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre"
(DS 150).
457 El
Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios:
"Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10). "El Padre envió a su Hijo para ser
salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "Él se manifestó para
quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):
«Nuestra naturaleza
enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser
resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos
devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz;
estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos,
un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían
conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana
para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y
tan desgraciado?» (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG
45, 48B).
458 El
Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios:
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al
mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4,
9). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo
el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,
16).
459 El
Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29).
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por
mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración,
ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6,
4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley
nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,
12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo
(cf. Mc 8, 34).
460 El
Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza
divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la razón por
la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el
hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina,
se convirtiera en hijo de Dios" (San Ireneo de Lyon, Adversus
haereses, 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para
hacernos Dios" (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione,
54, 3: PG 25, 192B). Unigenitus [...] Dei Filius, suae
divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines
deos faceret factus homo ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo
hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que,
habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de
Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer
Nocturno, Lectura I).
461 Volviendo
a tomar la frase de san Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1,
14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios
haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra
salvación. En un himno citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la
Encarnación:
«Tened entre vosotros
los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo
en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte de cruz» (Flp 2, 5-8; cf. Liturgia de las Horas,
Cántico de las Primeras Vísperas de Domingos).
462 La
carta a los Hebreos habla del mismo misterio:
«Por eso, al entrar en
este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has
formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: ¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,
5-7; Sal 40, 7-9 [LXX]).
463 La
fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe
cristiana: "Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que
confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4,
2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta
"el gran misterio de la piedad": "Él ha sido manifestado en la
carne" (1 Tm 3, 16).
504 Jesús fue concebido por obra
del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él es el Nuevo Adán (cf. 1
Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre,
salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co 15,
47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo
porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). De
"su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1,
18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús,
el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los
hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?" (Lc 1,
34;cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace
"de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de
Dios" (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque
toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación
humana con relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo
perfectamente en la maternidad virginal de María.
526 "Hacerse niño" con
relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18,
3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse
pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7),
"nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de
Dios" (Jn 1, 12). El misterio de Navidad se realiza en
nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4,
19). Navidad es el misterio de este "admirable intercambio":
«¡Oh admirable
intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de la
Virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad» (Solemnidad
de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Antífona de I y II
Vísperas: Liturgia de las Horas).
1216 "Este baño es
llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza
(catequética) su espíritu es iluminado" (San Justino, Apología 1,61).
Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a
todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado, "tras haber sido
iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de la
luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
El Bautismo «es el más
bello y magnífico de los dones de Dios [...] lo llamamos don, gracia, unción,
iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo
lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no
aportan nada; gracia, porque es dado incluso a culpables; bautismo,
porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado
y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz
resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño,
porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía
de Dios» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40,3-4).
2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó
en plenitud. “Lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14), él es la “luz del mundo” (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las
tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, “permanece en su
palabra”, para conocer “la verdad que hace libre” (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del
“Espíritu de verdad” (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14, 26) y que conduce “a la verdad completa”
(Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor
incondicional de la verdad: «Sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”» (Mt 5, 37).
2787 Cuando decimos Padre “nuestro”, reconocemos ante todo
que todas sus promesas de amor anunciadas por los profetas se han cumplido en
la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser “su Pueblo” y Él es
desde ahora en adelante “nuestro Dios”. Esta relación nueva es una pertenencia
mutua dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que responder a la gracia y a
la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo (cf Jn 1, 17).
CEC 272, 295, 299,
474, 721, 1831: Cristo, Sabiduría de Dios
El
misterio de la aparente impotencia de Dios
272 La
fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del
mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir
el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más
misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por
los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es "poder de Dios y
sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de
los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los
hombres" (1 Co 2, 24-25). En la Resurrección y en la
exaltación de Cristo es donde el Padre "desplegó el vigor de su
fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con
nosotros, los creyentes" (Ef 1,19-22).
Dios
crea por sabiduría y por amor
295 Creemos
que Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb 9,9). Este
no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar.
Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer
participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad:
"Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía
fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán numerosas son tus obras,
Señor! Todas las has hecho con sabiduría" (Sal 104,24).
"Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus
obras" (Sal 145,9).
Dios
crea un mundo ordenado y bueno
299 Porque
Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo dispusiste
con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada en y por el
Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la
creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26),
llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en
la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su
creación (cf. Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y
en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42,3).
Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad ("Y vio
Dios que era bueno [...] muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31).
Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una
herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas
ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material
(cf. San León Magno, c. Quam laudabiliter, DS, 286; Concilio de
Braga I: ibíd., 455-463; Concilio de Letrán IV: ibíd., 800;
Concilio de Florencia: ibíd.,1333; Concilio Vaticano I: ibíd., 3002).
474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en
la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en
plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo
que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no tener misión de
revelarlo (cf. Hch 1, 7).
721 María, la Santísima Madre de
Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del
Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de
Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en
donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más
bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los ha entendido
frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24):
María es cantada y representada en la Liturgia como el "Trono de la
Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de
Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
1831 Los siete dones del
Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David
(cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las
virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con
prontitud a las inspiraciones divinas.
«Tu espíritu bueno me
guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).
«Todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)
CEC 158, 283, 1303,
1831, 2500: Dios nos dona la Sabiduría
158 «La fe trata de comprender» (San Anselmo de Canterbury, Proslogion, proemium: PL 153,
225A) es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien
ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento
más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor.
La gracia de la fe abre «los ojos del corazón» (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de
la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios
de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado.
Ahora bien, «para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el
mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones» (DV 5).
Así, según el adagio de san Agustín (Sermo 43,7,9: PL 38, 258), «creo para comprender y
comprendo para creer mejor».
283 La cuestión sobre los orígenes del mundo y
del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas que han
enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la edad y las
dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del
hombre. Estos descubrimientos nos invitan a admirar más la grandeza del
Creador, a darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la
sabiduría que da a los sabios e investigadores. Con Salomón, éstos pueden
decir: "Fue él quien me concedió el conocimiento verdadero de cuanto
existe, quien me dio a conocer la estructura del mundo y las propiedades de los
elementos [...] porque la que todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó" (Sb 7,17-21).
1303 Por este hecho, la
Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
— nos introduce más profundamente en la filiación divina
que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8,15).;
— nos une más firmemente a Cristo;
— aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
— hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia
(cf LG 11);
— nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para
difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos
testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no
sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG 11,12):
«Recuerda, pues, que
has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el
Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el
Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado
con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda
del Espíritu» (San Ambrosio, De mysteriis 7,42).
1831 Los siete dones del
Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David
(cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las
virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con
prontitud a las inspiraciones divinas.
«Tu espíritu bueno me
guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).
«Todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)
2500 La práctica del bien va
acompañada de un placer espiritual gratuito y de belleza moral. De igual modo,
la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La verdad es
bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional del conocimiento
de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de
inteligencia, pero la verdad puede también encontrar otras formas de expresión
humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que ella
entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del
alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad,
Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de su
Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto
el niño como el hombre de ciencia, “pues por la grandeza y hermosura de las
criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor” (Sb 13,
5), “pues fue el Autor mismo de la belleza quien las creó” (Sb 13,
3).
«La sabiduría es un
hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por
lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un
espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad» (Sb 7,
25-26). «La sabiduría es, en efecto, más bella que el Sol, supera a todas las
constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la
noche, pero contra la sabiduría no prevalece la maldad» (Sb 7,
29-30). «Yo me constituí en el amante de su belleza» (Sb 8, 2).
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