OFICINA
DE LAS
CELEBRACIONES
LITURGICAS DEL
SUMO PONTIFICE
SUMO PONTIFICE
El
lenguaje de la celebración litúrgica
Por el P. Uwe Michael Lang, C.O
La lengua no es solo un instrumento que sirve para
comunicar hechos, y debe hacerlo de la forma más sencilla y eficiente, sino que
es también el medio para expresar nuestra mens de
un modo que implica a toda la persona. En consecuencia, la lengua es también el
medio en el que se expresan los pensamientos y las experiencias religiosas.
La lengua utilizada en el culto divino, o lo que es lo
mismo, la “lengua sacra” no se lleva hasta la glossolalia (cf
1Cor 14) o al místico silencio, excluyendo completamente la comunicación
humana, o al menos intenta hacerlo. Con todo, se reduce el elemento de la
comprensibilidad en favor de otros elementos, en particular el expresivo.
Christine Mohrmann, la gran historiadora del latín de los cristianos, afirma
que la lengua sacra es una forma específica de “organizar” la experiencia
religiosa. De hecho, Mohrmann sostiene que cata forma de creer en la realidad
sobrenatural, en la existencia de un ser trascendente, conduce necesariamente a
la adopción de una forma de lengua sacra en el culto, mientras que un laicismo
radical lleva a rechazar toda forma de ésta. En este sentido, en cardenal
Albert Malcolm Ranjith recordó en una entrevista: “El uso de una lengua sacra
es tradición en todo el mundo. En el hinduismo la lengua de oración es el
sánscrito, que ya no se usa. En el budismo se usa el Pali, lengua que hoy solo
estudian los monjes budistas. En el islam se emplea el árabe del Corán. El uso
de una lengua sacra nos ayuda a vivir la sensación del más allá” (La Repubblica, 31 de julio de 2008, p. 42).
El uso de una lengua sacra en la celebración litúrgica
forma parte de lo que santo Tomás de Aquino en la Summa
Theologiae llama la solemnitas.
El Doctor Angélico enseña: “Lo que se encuentra en los sacramentos por
institución humana no es necesario para la validez del sacramento, pero
confiere una cierta solemnidad, útil en los sacramentos para despertar la
devoción y el respeto en aquellos que los reciben” (Summa
Theologiae III, 64, 2; cf. 83, 4).
La lengua sacra, siendo el medio de expresión no sólo de
los individuos, sino de una comunidad que sigue sus tradiciones, es
conservadora: mantiene las formas lingüísticas arcaicas con tenacidad. Además,
se introducen en ella elementos externos, en cuanto que son asociaciones a una
antigua tradición religiosa. Un caso paradigmático es el vocabulario bíblico
hebreo en el latín usado por los cristianos (amén, aleluya, hosanna, etc.),
como ya observó san Agustín (cf. De
doctrina christiana II, 34-35 [11,16]).
A lo largo de la historia, se ha utilizado una amplia
variedad de lenguas en el culto cristiano: el griego en la tradición bizantina;
las diversas lenguas de las tradiciones orientales, como el sirio, el armenio,
el georgiano, el copto y el etíope, el paleoeslavo; el latín del rito romano y
de los demás ritos occidentales. En todas estas lenguas se encuentran formas de
estilo que las separan de la lengua “ordinaria”, es decir, popular. A menudo
este distanciamiento es consecuencia de las derivaciones en el lenguaje común,
que después no fueron adoptados en la lengua litúrgica a causa de su carácter
sagrado. Con todo, en el caso del latín como lengua de la liturgia romana,
existió un cierto alejamiento desde el principio: los romanos no hablaban con
el estilo del Canon o de las oraciones de la Misa. Apenas el griego fue
sustituido por el latín en la liturgia romana, se creó como medio de culto un
lenguaje fuertemente estilizado, que un cristiano medio de la Roma de la
antigüedad tardía habría comprendido no sin dificultad. Además, el desarrollo
de la latinitas cristiana puede
haber hecho la liturgia más accesible a la gente de Roma o de Milán, pero no
necesariamente a aquellos cuya lengua madre era el gótico, el céltico, el íbero
o el púnico. Con todo, gracias al prestigio de la Iglesia de Roma y a la fuerza
unificadora del papado, el latín se convirtió en la única lengua litúrgica y
así en uno de los fundamentos de la cultura en Occidente.
La distancia entre el latín litúrgico y la lengua del
pueblo se hizo más grande con el desarrollo de las culturas y de las lenguas
nacionales en Europa, por no mencionar los territorios de misión. Esta
situación no favorecía la participación de los fieles en la liturgia, y por
ello el Concilio Vaticano II quiso extender el uso del vernacolo, ya
introducido en cierta medida en las décadas precedentes, en la celebración de
los sacramentos (Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, art. 36, n. 2). Al
mismo tiempo, el Concilio subrayó que “el uso de la lengua latina […] se
conserve en los ritos latinos” (ibid., art. 36, n. 1; cf. anche art. 54).
Con todo, los Padres Conciliares no imaginaban que la lengua sacra de la
Iglesia occidental habría sido totalmente sustituida por el vernáculo. La
fragmentación lingüística del culto católico se ha llevado tan lejos, que hoy
muchos fieles apenas pueden recitar un Pater
noster junto a los demás, como puede observarse en las reuniones
internacionales en Roma y otros lugares. En una época que se distingue por la
gran movilidad y globalización. Una lengua litúrgica común podría servir como
vínculo de unidad entre pueblos y culturas, aparte del hecho de que la liturgia
latina es un tesoro espiritual único que ha alimentado la vida de la Iglesia
durante muchos siglos. Sin duda el latín contribuye al carácter sacro y estable
“que atrae a muchos al antiguo uso”, como escribe el Santo Padre Benedicto XVI
en su Carta a los Obispos, con ocasión de la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum (7 de julio de
2007). Con el uso más amplio de la lengua latina, decisión del todo legítima
pero poco usada, “en la celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI podrá
manifestarse, de manera más fuerte que cuanto lo ha sido hasta ahora, esa
sacralidad” (ibid.).
Finalmente, es necesario preservar el carácter sacro de la lengua
litúrgica en la traducción al vernáculo, como observa con claridad ejemplar la
Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos sobre la traducción de los libros litúrgicos Liturgiam authenticam de 2001. Un fruto
notable de esta instrucción es la nueva traducción inglesa del Missale Romanum que será introducida en
muchos países anglófonos durante este año.
Uwe Michael Lang es Oficial de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y Consultor de la Oficina de
las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
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