Tercer domingo del Tiempo Ordinario
CEC 551, 765: la
elección de los Doce
CEC 541-543: el
Reino de Dios llama y reúne a judíos y gentiles
CEC 813-822: la
unidad de la Iglesia
CEC 551, 765: la
elección de los Doce
551 Desde el comienzo
de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para estar con
Él y participar en su misión (cf. Mc 3, 13-19); les hizo
partícipes de su autoridad "y los envió a proclamar el Reino de Dios y a
curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para siempre asociados al
Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia:
«Yo, por mi parte,
dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que
comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a
las doce tribus de Israel» (Lc 22, 29-30).
765 El Señor
Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena
consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su
Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de
Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén
(cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc 6, 7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo,
en su poder, y también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos, Cristo prepara y
edifica su Iglesia.
CEC 541-543: el
Reino de Dios llama y reúne a judíos y gentiles
"El Reino de Dios está cerca"
541 "Después
que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de
Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y
creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). "Cristo, por tanto,
para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los
cielos" (LG 3).
Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la
participación de la vida divina" (LG 2).
Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es
la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este
Reino" (LG 5).
542 Cristo es el
corazón mismo de esta reunión de los hombres como "familia de Dios".
Los convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el
Reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la
venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la
Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a
todos hacia mí" (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están
llamados todos los hombres (cf. LG 3).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los
hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar
a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico
está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8,
11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
«La palabra de Dios
se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se
unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por
sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (LG 5).
CEC 813-822: la
unidad de la Iglesia
I. La Iglesia es una
"El sagrado misterio de la unidad de la Iglesia" (UR 2)
813 La Iglesia
es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este
misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la
Trinidad de personas" (UR 2).
La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo
Hijo encarnado [...] por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios [...]
restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78,
3). La Iglesia es una debido a su "alma": "El Espíritu
Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza
esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es
el Principio de la unidad de la Iglesia" (UR 2).
Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una:
«¡Qué sorprendente
misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y también
un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen
hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia» (Clemente de Alejandría, Paedagogus 1,
6, 42).
814 Desde el
principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que
procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de
las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los
diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una
diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la
comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus
propias tradiciones" (LG 13).
La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No
obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de
la unidad. También el apóstol debe exhortar a "guardar la unidad del
Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 3).
815 ¿Cuáles son
estos vínculos de la unidad? "Por encima de todo esto, revestíos del amor,
que es el vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la
unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de
comunión:
— la profesión de
una misma fe recibida de los Apóstoles;
— la celebración
común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;
— la sucesión
apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de
la familia de Dios (cf UR 2; LG 14;
CIC, can. 205).
816 "La única
Iglesia de Cristo, [...] Nuestro Salvador, después de su resurrección, la
entregó a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles
que la extendieran y la gobernaran [...]. Esta Iglesia, constituida y ordenada
en este mundo como una sociedad, subsiste en ["subsistit in"] la
Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en
comunión con él" (LG 8).
El decreto sobre
Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: «Solamente por medio de la
Iglesia católica de Cristo, que es "auxilio general de salvación",
puede alcanzarse la plenitud total de los medios de salvación. Creemos que el
Señor confió todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico
presidido por Pedro, para constituir un solo cuerpo de Cristo en la tierra, al
cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al
Pueblo de Dios» (UR 3).
Las heridas de la unidad
817 De hecho,
"en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros
tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como
condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y
comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia
católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes" (UR 3).
Tales rupturas que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (se distingue la
herejía, la apostasía y el cisma [cf CIC can. 751]) no se producen sin el
pecado de los hombres:
Ubi peccata sunt, ibi est multitudo, ibi schismata, ibi haereses,
ibi discussiones. Ubi autem virtus, ibi singularitas, ibi unio, ex quo omnium
credentium erat cor unum et anima una ("Donde hay pecados, allí hay desunión, cismas,
herejías, discusiones. Pero donde hay virtud, allí hay unión, de donde
resultaba que todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma":
Orígenes, In Ezechielem homilia 9, 1).
818 Los que nacen
hoy en las comunidades surgidas de tales rupturas "y son instruidos en la
fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación y la Iglesia
católica los abraza con respeto y amor fraternos [...] justificados por la fe
en el Bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se
honran con el nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de
la Iglesia católica como hermanos en el Señor" (UR 3).
819 Además,
"muchos elementos de santificación y de verdad" (LG 8)
existen fuera de los límites visibles de la Iglesia católica: "la palabra
de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros
dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles" (UR 3;
cf LG 15).
El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como
medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que
Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de
Cristo y conducen a Él (cf UR 3)
y de por sí impelen a "la unidad católica" (LG 8).
Hacia la unidad
820 Aquella unidad
"que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia [...] creemos que
subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca de día en
día hasta la consumación de los tiempos" (UR 4).
Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia
debe orar y trabajar siempre para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad
que Cristo quiere para ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión,
y no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: "Que todos
sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,
21). El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don
de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo (cf UR 1).
821 Para responder
adecuadamente a este llamamiento se exige:
— una renovación permanente
de la Iglesia en una fidelidad mayor a su vocación. Esta renovación es el alma
del movimiento hacia la unidad (UR 6);
— la conversión
del corazón para "llevar una vida más pura, según el
Evangelio" (cf. UR 7),
porque la infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las
divisiones;
— la oración
en común, porque "esta conversión del corazón y santidad de vida,
junto con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos,
deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden
llamarse con razón ecumenismo espiritual" (UR 8);
— el fraterno
conocimiento recíproco (cf. UR 9);
— la formación
ecuménica de los fieles y especialmente de los sacerdotes (cf UR 10);
— el diálogo entre
los teólogos y los encuentros entre los cristianos de diferentes Iglesias y
comunidades (cf UR 4,
9, 11);
— la colaboración entre
cristianos en los diferentes campos de servicio a los hombres (cf UR 12).
822 "La
preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera,
tanto a los fieles como a los pastores" (cf UR 5).
Pero hay que ser "conocedor de que este santo propósito de reconciliar a
todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de Jesucristo
excede las fuerzas y la capacidad humana". Por eso hay que poner toda la
esperanza "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre
para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo" (UR 24).
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