Asunción de la Bienaventurada Virgen María
Solemnidad - Sábado 15 de agosto de 2020
Asunción de la Virgen - Juan Carreño de Miranda
+ Señal de la cruz
"En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo"
1. Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el
cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra
las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de
nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que
enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
2. En presencia de Dios, pedimos perdón:
Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes
hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi
culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María siempre
Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí
ante Dios, Nuestro Señor. Amén.
3. Proclamamos la Palabra
1° Lectura del libro del Apocalipsis 11, 19a; 12,
1-6a. 10ab
Salmo: 44
2° Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los cristianos de Corinto 15, 20-27a
Evangelio de N.S. Jesucristo según san Lucas 1,
39-56
Catequesis para mayores de 12 años
Homilía de Benedicto XVI (2009) durante la santa
Misa en la Parroquia de Santo Tomás de Villanueva, Castel Gandolfo.
Sábado 15 de agosto de 2009. (La vida tiene una
meta bien precisa).
Queridos hermanos y
hermanas:
Con la solemnidad de
hoy culmina el ciclo de las grandes celebraciones litúrgicas en las que estamos
llamados a contemplar el papel de la santísima Virgen María en la historia de
la salvación. En efecto, la Inmaculada Concepción, la Anunciación, la
Maternidad divina y la Asunción son etapas fundamentales, íntimamente
relacionadas entre sí, con las que la Iglesia exalta y canta el glorioso
destino de la Madre de Dios, pero en las que podemos leer también nuestra
historia.
El misterio de la
concepción de María evoca la primera página de la historia humana, indicándonos
que, en el designio divino de la creación, el hombre habría debido tener la
pureza y la belleza de la Inmaculada. Aquel designio comprometido, pero no
destruido por el pecado, mediante la Encarnación del Hijo de Dios, anunciada y
realizada en María, fue recompuesto y restituido a la libre aceptación del
hombre en la fe. Por último, en la Asunción de María contemplamos lo que
estamos llamados a alcanzar en el seguimiento de Cristo Señor y en la obediencia
a su Palabra, al final de nuestro camino en la tierra.
La última etapa de la
peregrinación terrena de la Madre de Dios nos invita a mirar el modo como ella
recorrió su camino hacia la meta de la eternidad gloriosa.
En el pasaje del
Evangelio que acabamos de proclamar, san Lucas narra que María, después del
anuncio del ángel, «se puso en camino y fue aprisa a la montaña» para visitar a
Isabel (Lc. 1, 39). El evangelista, al decir esto, quiere destacar que para María
seguir su vocación, dócil al Espíritu de Dios, que ha realizado en ella la
encarnación del Verbo, significa recorrer una nueva senda y emprender en
seguida un camino fuera de su casa, dejándose conducir solamente por Dios. San
Ambrosio, comentando la «prisa» de María, afirma: «La gracia del Espíritu Santo
no admite lentitud». La vida de la Virgen es dirigida por Otro —»He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38)—, está modelada
por el Espíritu Santo, está marcada por acontecimientos y encuentros, como el
de Isabel, pero sobre todo por la especialísima relación con su hijo Jesús. Es
un camino en el que María, conservando y meditando en el corazón los
acontecimientos de su existencia, descubre en ellos de modo cada vez más
profundo el misterioso designio de Dios Padre para la salvación del mundo.
Además, siguiendo a
Jesús desde Belén hasta el destierro en Egipto, en la vida oculta y en la
pública, hasta el pie de la cruz, María vive su constante ascensión hacia Dios
en el espíritu del Magníficat, aceptando plenamente, incluso en el momento de
la oscuridad y del sufrimiento, el proyecto de amor de Dios y alimentando en su
corazón el abandono total en las manos del Señor, de forma que es paradigma
para la fe de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 64-65).
Toda la vida es una
ascensión, toda la vida es meditación, obediencia, confianza y esperanza,
incluso en medio de la oscuridad; y toda la vida es esa «sagrada prisa», que
sabe que Dios es siempre la prioridad y ninguna otra cosa debe crear prisa en
nuestra existencia.
Y, por último, la
Asunción nos recuerda que la vida de María, como la de todo cristiano, es un
camino de seguimiento, de seguimiento de Jesús, un camino que tiene una meta
bien precisa, un futuro ya trazado: la victoria definitiva sobre el pecado y
sobre la muerte, y la comunión plena con Dios, porque —como dice san Pablo en
la carta a los Efesios— el Padre «nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos
en Cristo Jesús» (Ef 2, 6). Esto quiere decir que, con el bautismo,
fundamentalmente ya hemos resucitado y estamos sentados en los cielos en Cristo
Jesús, pero debemos alcanzar corporalmente lo que el bautismo ya ha comenzado y
realizado. En nosotros la unión con Cristo, la resurrección, es imperfecta,
pero para la Virgen María ya es perfecta, a pesar del camino que también la
Virgen tuvo que hacer. Ella ya entró en la plenitud de la unión con Dios, con
su Hijo, y nos atrae y nos acompaña en nuestro camino.
Así pues, en María
elevada al cielo contemplamos a Aquella que, por singular privilegio, ha sido
hecha partícipe con alma y cuerpo de la victoria definitiva de Cristo sobre la
muerte. «Terminado el curso de su vida en la tierra —dice el concilio Vaticano
II—, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por
el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo,
Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte»
(Lumen gentium, 59). En la Virgen elevada al cielo contemplamos la coronación
de su fe, del camino de fe que ella indica a la Iglesia y a cada uno de
nosotros: Aquella que en todo momento acogió la Palabra de Dios, fue elevada al
cielo, es decir, fue acogida ella misma por el Hijo, en la «morada» que nos ha
preparado con su muerte y resurrección (cf. Jn 14, 2-3).
La vida del hombre en
la tierra —como nos ha recordado la primera lectura— es un camino que se
recorre constantemente en la tensión de la lucha entre el dragón y la mujer,
entre el bien y el mal. Esta es la situación de la historia humana: es como un
viaje en un mar a menudo borrascoso; María es la estrella que nos guía hacia su
Hijo Jesús, sol que brilla sobre las tinieblas de la historia (cf. Spe salvi,
49) y nos da la esperanza que necesitamos: la esperanza de que podemos vencer,
de que Dios ha vencido y de que, con el bautismo, hemos entrado en esta
victoria. No sucumbimos definitivamente: Dios nos ayuda, nos guía. Esta es la
esperanza: esta presencia del Señor en nosotros, que se hace visible en María
elevada al cielo. «Ella (...) —leeremos dentro de poco en el prefacio de esta solemnidad—
es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra».
Con san Bernardo,
cantor místico de la santísima Virgen, la invocamos así: «Te rogamos,
bienaventurada Virgen María, por la gracia que encontraste, por las
prerrogativas que mereciste, por la Misericordia que tú diste a luz, haz que
aquel que por ti se dignó hacerse partícipe de nuestra miseria y debilidad, por
tu intercesión nos haga partícipes de sus gracias, de su bienaventuranza y
gloria eterna, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que está sobre todas las
cosas, Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén».
Oración: “San Miguel
Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra las perversidad y
asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tu príncipe de la
milicia celestial arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los
otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de
las almas. Amén.”
Catequesis para
menores de 12 años
*Se proclama el evangelio y se ayuda a los niños a recomponer
el relato, buscando los detalles.
*Se explica desde las ideas centrales de la
catequesis de adultos (el texto anterior).
*Reflexionamos las palabras: “El Todopoderoso ha hechoen mí grandes cosas:
elevó a los humildes”.
*En silencio meditamos con el corazón el
significado de estas palabras y las compartimos.
Oración: Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares
ni de noche ni de día. No me dejes solo que me perdería. Hasta que alcance los
brazos de Jesús, María y José.
4. Cada uno de la familia dice una acción de
gracias. Dios
Padre, te damos gracias por ... .
5. Ahora, cada uno hace una petición. Dios
misericordioso,
te pedimos por ...
.
6. Presentación de las ofrendas. En la Pascua,
Jesús se ofrece como cordero sacrificado al Padre por nosotros. Ahora nosotros,
unidos a Cristo, también podemos hacernos Eucaristía. En este momento, cada uno
de la familia, dice cuál es la ofrenda que le presenta a Dios. Ejemplos: ayudar
en casa, estudiar, rezar alguna oración, llamar a alguien para saludarlo, hacer
un pequeño sacrificio, estar al servicio, etc..
7. Oramos unidos a Jesús: Padre nuestro...
8. Nos damos la Paz del Señor, como gesto de amor.
9. Oramos a María: Dios te saluda María ...
10. Comunión espiritual: Creo, Jesús mío, que estás
en el Santísimo Sacramento; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en
mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos
espiritualmente a mi corazón. (breve silencio). Y ahora, como si ya te hubiese recibido,
te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de ti.
11. Oremos: Dios todopoderoso y eterno, que has
elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu
Hijo, concédenos que, tendiendo siempre hacia los bienes celestiales,
merezcamos participar con ella de la gloria del cielo. Por Jesucristo, Hijo
tuyo y Señor nuestro, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
Sagrada Familia de Nazaret: Ruega por nosotros.
12. Los padres se bendicen entre ellos y bendicen a
los hijos, haciendo una cruz en la frente. Nos hacemos la Señal de la cruz
diciendo: + El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la Vida
eterna. Amen.
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