lunes, 3 de agosto de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 126


Lunes de la 18ª semana

AMOR AL BIEN SUMAMENTE DELEITABLE



Me acordé de Dios, y me deleité (Sal 76, 4).

Así como Dios sobrepasa todo lo apetecible, así da más alegría que ningún otro; porque lo hace de manera más universal, más íntima y más duradera.

I. Unas cosas producen un deleite particular, como las sabrosas deleitan sólo al gusto pero no al oído; las sonoras al oído, pero no a la vista, y así de las demás. Pero Dios da un deleite general, porque es el bien universal y causa de todo bien particular. A este respecto dice San Anselmo: "Si los bienes particulares son deleitables una vez conocidos diligentemente, cuán deleitable será aquel bien que contiene en sí la delectación de todos los bienes; y no según la experiencia que hacemos de las cosas creadas, sino tanto más diferente cuanto se diferencia el criador de la criatura.

II. Otras cosas deleitan superficialmente y como exteriormente; mas Dios, íntimamente y, por lo tanto, profundamente; porque sólo Dios penetra substancialmente en la substancia del alma, y por consiguiente deleita deliciosamente hasta lo más íntimo. San Agustín dice: "Cuando llegue a unirme a ti con toda mi alma, no tendré ni trabajo ni dolor, sino que mi vida estará segura y toda llena de ti".

El mismo autor agrega: "¡Oh Señor Dios! ¿Qué es lo que amo cuando te amo? No la hermosura del cuerpo, ni la hermosura del tiempo, ni el brillo de la luz amiga de estos ojos, no las dulces melodías, ni la suavidad de las flores y de los perfumes, no el maná ni la miel, no las caricias gratas a los abrazos de la carne. No es esto lo que amo cuando amo a mi Dios, y sin embargo, amo cierta luz, cierta voz, cierto olor, cierto manjar y cierto abrazo.

"No amo a mi Dios como a la luz, a la voz, al olor, al manjar, al abrazo del hombre exterior; es todo mi hombre interior, allí donde brilla para mi alma aquello que no puede encerrar el lugar, una música que el tiempo no puede arrebatar, un perfume que el viento no puede disipar, y un sabor que no puede agotar la voracidad, allí donde la saciedad es inseparable de mí mismo; esto es lo que yo amo cuando amo a mi Dios."


III. Otras deleitan transitoria y temporalmente. Pero Dios, eternamente. San Agustín expresa: "Es miserable toda alma aprisionada por la amistad de las cosas inferiores, y se desgarra cuando las pierde; pero a ti ninguno te pierde, sino el que te despide." La razón se funda en que toda criatura es mudable de por sí. Mas porque el alma harta pisará el panal (Prov 27, 7), aquella alma que, amando a las criaturas, las desea ardientemente, tanto menos hambre tiene del bien increado cuanto más llena está del bien creado, pues, al conseguirlas y alcanzarlas, goza y se deleita en ellas. Por consiguiente hemos de abstenernos de éstas para tener ansias de aquél. Rehusó consolarse mi alma (Sal 76, 3).

San Agustín dice: "Baje la estima de las demás criaturas para que el Creador endulce el corazón."
(De dilectione Dei. IV)

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