domingo, 30 de agosto de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 152

 

Domingo de la 22ª semana

FIESTA DE LA DEDICACIÓN



 

A tu casa conviene santidad (Sal 92, 5).

 

I. El sacramento de la Eucaristía debe celebrarse regularmente en la casa, que simboliza la Iglesia, según aquello del Apóstol: Para que sepas cómo debes portarte en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo (1 Tim 3, 15); pues fuera de la Iglesia no hay lugar para el verdadero sacrificio. Y como la Iglesia no había de tener por límites el pueblo judío, sino que había de ser fundada en todo el mundo, por eso la Pasión de Cristo no se realizó dentro de la ciudad de los judíos, sino al aire libre, para que así todo el mundo fuese como una casa con relación a la Pasión de Cristo.

 

La casa en que se celebra este sacramento significa a la Iglesia, se llama iglesia, y se consagra convenientemente, ya para representar la santificación que la Iglesia adquirió por la Pasión de Cristo, ya también para significar la santidad que se requiere en los que deben recibir este sacramento. El altar simboliza al mismo Cristo, del cual dice el Apóstol: Ofrezcamos por él a Dios, sin cesar, un sacrificio de alabanza (Hebr 13, 15). Por lo tanto, la consagración del altar significa la santidad de Cristo.

 

La Iglesia, el altar y otras cosas se consagran, no porque sean capaces de recibir la gracia, sino porque en virtud de la consagración adquieren cierta virtud espiritual; por la que se hacen aptos para el culto divino, de modo que de esto reciban los hombres cierta devoción para estar mejor preparados a las cosas divinas, a menos que este efecto no sea impedido por la irreverencia. Por lo cual se dice en el libro 2º de los Macabeos: Verdaderamente hay cierta virtud divina en aquel lugar. Porque aquel mismo que tiene su morada en los cielos, es el visitador y protector de aquel lugar (III, 38, 39). De ahí que estas cosas se limpien y se exorcicen antes de la consagración para expulsar de ellas la virtud del enemigo. Y por eso algunos dicen también, probablemente, que, por la entrada en una Iglesia consagrada, obtiene el hombre perdón de los pecados veniales, aduciendo en su favor aquello del Salmo (84, 2-3): Bendijiste, Señor, a tu tierra... Remitiste la maldad de tu pueblo. Por consiguiente, no se reitera la consagración de la Iglesia a causa de la virtud que adquiere con la consagración.

 

II. Los fieles son templos de Dios, según el Apóstol: El templo de Dios, que sois vosotros, santo es (1 Cor 3, 17), y son santificados por tres cosas que se encuentran o se realizan materialmente en la Iglesia, cuando es consagrada.

 

1º) La ablución; porque así como la Iglesia es lavada cuando se le consagra, así también los fieles son lavados por la sangre de Cristo.

 

2º) La unción; porque así como la Iglesia es ungida, así también los fieles son ungidos con unción espiritual para que sean santificados; en caso contrario no serían cristianos, pues Cristo es lo mismo que ungido. Esa unción es la gracia del Espíritu Santo.

 

3º) La inhabitación; pues, dondequiera que mora Dios, aquel lugar es santo: A tu casa conviene santidad (92, 5).

 

4º). Puede añadirse la invocación. Tú, Señor, entre nosotros estás, y tu nombre ha sido invocado sobre nosotros (Jer 14, 9).

 

Debemos, pues, guardarnos después de tal santificación, de manchar con el pecado nuestra alma, que es templo de Dios.

(De Humanitate Christi.)

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