domingo, 2 de agosto de 2020

A San Pedro Fabro no le bastaba decir la verdad, sino que daba la máxima importancia a discernir en qué espíritu la proclamaba





El Papa Francisco confiaba un día a un Padre jesuita su admiración por la persona de Pedro Fabro, que él mismo había canonizado ; el Santo Padre resaltaba la aptitud de ese santo para « dialogar con todos, incluso con los más alejados y los adversarios de la Compañía de Jesús, su devoción sencilla, quizás una cierta ingenuidad, su disponibilidad inmediata, su atento discernimiento interior, así como el hecho de ser un hombre de importantes y comprometidas decisiones, capaz al mismo tiempo de tanta dulzura ».

Pedro Fabro sólo tiene pocas horas de vida cuando, aquel 13 de abril de 1506, lo llevan a la pila bautismal en Le Villaret (Saboya). Ha nacido en una familia de pastores pobres pero « católicos virtuosos y muy piadosos ». Él mismo escribirá : « Mis padres pusieron tanto esmero en educarme en el temor del Señor que, desde muy pequeño, era consciente de mis actos ; además, lo que es una señal de mayor consideración por parte de Dios, hacia la edad de siete años sentía a veces toques especiales de devoción, de tal suerte que, a partir de esa época, el Señor, el Esposo de mi alma, quiso tomar posesión de mí… Cuando tendría unos doce años, como sentía un ardiente deseo de pureza, prometí a Dios que guardaría por siempre la castidad ».

Ninguna se extravía

Pedro siente tales deseos de aprender que, a veces, abandona sus ovejas, confiándolas a los ángeles de la guarda, y desciende a toda prisa las pendientes para ir a escuchar las lecciones que imparte un monje en un monasterio vecino ; luego, saluda a Jesús en el sagrario y regresa corriendo junto a su rebaño ; ninguna de ellas se extraviará durante sus ausencias… Sin embargo, su padre duda si permitirle estudiar, pero el Padre Mamerto Fabro, prior de la Cartuja del Reposoir y tío de Pedro, le dice : « Oponerte a los estudios de Pedrito sería oponerte a Dios », y él mismo financiará su escolaridad. Tras ingresar en la escuela de Thônes, el muchacho aprende los rudimentos de la gramática y del cálculo, de tal forma que su despierta inteligencia y su memoria fiel le permiten entrar después en el colegio de la Roche-sur-Foron. Pero Pedro percibe una llamada al sacerdocio, y, una vez terminados sus estudios secundarios, a la edad de diecinueve años, acude a pedir consejo a los religiosos de la Cartuja del Reposoir, quienes le animan a proseguir su formación en París, en la Sorbona.

Al llegar a la capital en 1525, Pedro tiene como compañero de cuarto a un español : Francisco de Javier ; otro español compartirá también el alojamiento : Íñigo (que más tarde será llamado Ignacio) de Loyola. Muy pronto, Pedro tiene que hacer de profesor particular de ese antiguo soldado, de treinta y cuatro años de edad, que encuentra dificultades en los estudios : « Aquello supuso para mí —escribirá Pedro— unas relaciones en principio superficiales, y luego íntimas con él… acabó siendo mi maestro en materia espiritual, y me daba reglas y métodos para educarme en el conocimiento de la voluntad de Dios ; terminamos siendo uno en deseo y voluntad ». Fortificado por ese guía espiritual, el estudiante saboyano consigue superar algunas tentaciones y su tendencia a los escrúpulos, para hallar finalmente el equilibrio en la fidelidad a la voluntad de Dios. Simón Rodrigues, uno de los primeros compañeros del pequeño grupo que se forma alrededor de Ignacio, aportará este testimonio respecto a Pedro : « En ese Padre florecía principalmente, en cuanto a sus relaciones con todos, una dulzura realmente única, agradable y graciosa, como nunca hasta ahora —y lo confieso ingenuamente— había visto en ninguna otra persona. Sí, no sé cómo se entregaba de aquel modo a la amistad de los demás, ni cómo influía tan insensiblemente en sus pensamientos. De aquella manera, constante en sus costumbres y encantador por la amenidad de sus palabras, arrastraba poderosamente hacia el amor de Dios a todos los que trataba ».


En 1530, Pedro se diploma en artes, y cuatro años más tarde es ordenado sacerdote, después de haber realizado los Ejercicios Espirituales bajo la dirección de Ignacio. El 15 de agosto del año 1534, es él quien recibe los votos religiosos profesados en privado por sus compañeros en la capilla de Montmartre ; se coloca de ese modo la primera piedra de lo que se llamará pronto la Compañía de Jesús. Al ser el único sacerdote del grupo, Pedro hace de capellán y, cuando Ignacio se ausenta, lo substituye al frente de la naciente comunidad. En 1536, recibe el título de maestro en artes. Durante esos años, Pedro pasa mucho tiempo dedicándose al estudio y a la práctica de los Ejercicios Espirituales, de los que se impregna profundamente ; de hecho, Ignacio lo reconocerá más tarde como el que mejor los imparte. Participa en la elaboración del texto latino de los Ejercicios Espirituales, que es la primera versión que ha llegado hasta nosotros. Ese librito, que Pío XI calificará de « código sapientísimo y completamente universal… para dirigir las almas por el camino de la salvación y… para procurar la reforma de las costumbres y alcanzar la cima de la vida espiritual », le debe ciertamente mucho al saboyano.

En nuestros días, el Papa Francisco sigue recomendando los Ejercicios : « Que los Ejercicios Espirituales sean practicados, apoyados y valorados mucho más, pues los hombres y mujeres de hoy necesitan encontrar a Dios… Proponer los Ejercicios Espirituales significa una invitación para experimentar a Dios, su amor y su bondad. Aquellos que los viven de manera auténtica se someten a la atracción de Dios y salen transfigurados, de tal modo que, cuando recuperan su vida normal, su ministerio o sus relaciones cotidianas, llevan consigo el perfume de Cristo » (3 de marzo de 2014, en Radio Vaticano).

La raíz

En enero de 1537, los once “amigos en el Señor” han proyectado ir en peregrinación a Tierra Santa. Pero el viaje resulta pronto imposible con motivo de la inseguridad promovida por los otomanos, por lo que dirigen sus pasos hacia Roma para ponerse por completo a disposición del Papa. Allí, Pedro enseña teología y Sagradas Escrituras en la Universidad de la Sapienza. La erección canónica de la Compañía de Jesús por el Papa Pablo III tiene lugar el 27 de septiembre de 1540. Es el momento de elegir un superior, por lo que, al cabo de tres escrutinios unánimes, Ignacio termina aceptando el cargo ; si hubiera perseverado en su negativa, todos habrían elegido a Pedro. No obstante, el sacerdote saboyano cultiva su tendencia a la discreción, pues sabe que, espontáneamente, se concede más importancia a las ramas y a los frutos del árbol, que son visibles, que a la raíz, que se halla escondida ; sin embargo, es de ella de donde el árbol obtiene toda la savia. « El mejor en esta vida —resalta— debe estar también más cubierto de penas y más escondido ».

El 22 de abril de 1541, los once compañeros profesan oficialmente sus votos religiosos. El Padre Fabro comienza entonces, por obediencia, una existencia de misionero itinerante. En menos de diez años, recorrerá, habitualmente a pie, más de 15.000 km a través de Francia, Italia, España y Alemania, trabajando por la renovación espiritual de los cristianos y la reforma de la Iglesia. « Tenía en la mente —escribirá— todas las miserias de los hombres, sus debilidades, sus pecados, sus insensibilidades, sus desesperanzas y sus lágrimas, los desastres, las hambrunas, las epidemias y las angustias, etc. Y por otra parte, como remedio, a Cristo redentor, a Cristo vivificador, iluminador, amigo, misericordioso y compasivo, Dios y Señor ; y le rezaba con toda la fuerza de esos nombres para que se dignara acudir en auxilio de todos los hombres. Deseaba entonces y pedía… que se me concediera ser finalmente el siervo y el ministro del Cristo que consuela, ser el ministro del Cristo que socorre, que redime, cura, libera, enriquece y fortifica, a fin de que yo también pudiera, a través de Él, acudir en ayuda de muchos ».

Procurar el bien de todos

Su intensa actividad no daña su profunda vida espiritual, pues intenta unificar toda su vida en Dios : « No solamente hay que esmerarse —resalta— en buscar las luces del Espíritu para las cosas puramente espirituales, tales como la contemplación, la oración mental y afectiva, con objeto de realizarlas bien, e incluso muy bien, sino que también hay que procurar, con todas sus fuerzas, hallar la misma gracia en los trabajos externos, en las oraciones vocales e incluso en las conversaciones privadas o en los sermones al pueblo ». Y anotará que, con esa finalidad, las contradicciones resultan muy útiles, pues « mucho mejor que lo que se hace sin dificultades y sin luchas, te enseñarán lo que hay en el hombre y por qué necesitas del espíritu de Dios ». Su unión con Dios florece espontáneamente en forma de una relación familiar con los santos y los ángeles. Invoca a santa Apolonia (virgen y mártir del siglo iii), para alcanzar la curación de un mal de muelas, o bien al ángel de la guarda de una persona o al patrono de una localidad para que facilite su ministerio de predicador del Evangelio : « Me pareció muy necesario —escribe—, para poner a alguien en buena disposición (independientemente de lo que pueda hacerse por él), tener una gran devoción por todos los ángeles de la guarda, pues tienen mil maneras de abrirnos los corazones y de rechazar la violencia y las tentaciones de los enemigos ». En esa época de guerras de religión, reza sobre todo por « el bien de todo el reino de Francia, que tantas gracias ha recibido, donde tantos pecados han sido perdonados, donde tantas necesidades corporales y espirituales hay en la actualidad ». Pero trabaja también por procurar el bien de cada reino y reza por la conversión de los enemigos de la Iglesia, especialmente por el sultán Solimán el Magnífico y por los reformadores protestantes.

Pablo III envía a Pedro a Parma, en calidad de teólogo del legado apostólico (prefecto del Papa en esa ciudad de los Estados Pontificios), donde permanece dieciocho meses. Por compromiso con su voto de pobreza, declina la hospitalidad que le ofrece el legado y pide humildemente alojamiento y manutención en el hospital, como los pobres. Predica, aconseja a las almas e imparte Ejercicios Espirituales con mucho éxito para la reforma de varios conventos y monasterios. Enseña el catecismo a los niños y forma sacerdotes y catequistas en ese importante ministerio. Pronto consigue, aunque no sin algunas resistencias, que los parmesanos puedan recibir con mayor frecuencia los sacramentos. Como consecuencia de las guerras, la mendicidad se ha acrecentado en Parma, por lo que el padre Favre trabaja duro en el cuidado de los más pobres. No obstante, escribirá más tarde con humildad : « Tuve la clara sensación de haber sido con frecuencia negligente, distraído y descuidado con quienes vi cubiertos de llagas y a quienes algunas veces ayudé, pero con despreocupación y desidia… hubiera podido mendigar para ellos de puerta en puerta y mirar de qué modo aliviarlos algo más ». En 1543, establecerá en Maguncia un refugio para los peregrinos y una casa de acogida para los enfermos pobres.

Reconciliarse

A petición del Papa, Pedro Fabro se dirige después a Alemania (1540-1541) a los congresos de Worms y de Ratisbona, exigidos por Carlos I de España y V de Alemania con la finalidad de conseguir la unión entre católicos y « reformados ». La tentativa de acuerdo acaba en fracaso, pero la estancia de Fabro en Alemania le abre los ojos sobre la ignorancia religiosa del pueblo cristiano y la inmoralidad del clero, causas notables del progreso del protestantismo. Permanece en el país nueve meses, impartiendo los Ejercicios incluso a obispos y a príncipes de la corte imperial, predicando, confesando e influyendo en todas las capas de la sociedad. En cuanto a los protestantes, da consejos de caridad y de paciencia : « Reconciliarse con los herejes para que nos amen… ». Consigue algunas conversiones a la fe católica, pero en absoluto un retorno masivo al seno de la Iglesia. Alterado y tentado de desesperar del éxito de su apostolado en Alemania, discierne enseguida en aquellos sentimientos desalentadores una maniobra del espíritu malvado, que siempre presenta dificultades, mientras que el ángel bueno muestra posibilidades y anima. En el libro de los Ejercicios Espirituales, san Ignacio enseña a propósito de ello : « En las personas que van de bien en mejor subiendo en el servicio de Dios nuestro Señor, es propio del mal espíritu poner obstáculos para que no pasen adelante ; y al contrario, es propio del buen espíritu dar ánimo y fuerzas, facilitando y quitando todos los impedimentos, para que sigan adelante en el bien obrar » (cf. núm. 315).

Sin embargo, un día, dolido por la amargura, Pedro teme que su corazón pueda « oscurecerse y encogerse en la caridad ». Pero entonces recibe esta respuesta en su interior : « Busca una relación verdadera con Dios y sus santos, y hallarás fácilmente la conducta a seguir para con el prójimo, manifieste por ti amistad u hostilidad… Si hay algo que decir o hacer para reconciliarte ahora con tu prójimo, será primero ejecutándolo como te reconciliarás con Dios ». Anota, además, que es importante arrancar del corazón cualquier rencor, « a fin de que la caridad vaya acompañada de sentimientos de benevolencia, de indulgencia, de paciencia y de resignación, para que no se irrite, para que no cese de confiar en la gente y no pierda la esperanza… » (cf. 1 Co 13). Y, de manera más concreta, comprende que « hay que velar ante todo por no dejarse penetrar por esos vientos fríos que proceden de una observación atenta de los defectos de los demás. Porque, a menudo, es eso lo que hace que se pierda la esperanza de la salvación, o lo que destruye la estima, la confianza, el amor y la caridad que sentíamos por ellos. Mediante el calor del espíritu, hay que superar no solamente la percepción, sino, en la medida de lo posible, la propia realidad de sus faltas, a fin de vencer el mal por el bien y, a pesar de sus deficiencias, de permanecer unidos a ellos y de preocuparse por ellos ».

Pedro sigue beneficiándose de la alta estima de Ignacio y del Papa. De hecho, ambos desean disponer de su persona y se lo disputan alternativamente. Así que recibe la orden de dirigirse a España. Por el camino, realiza una etapa en Saboya, donde puede ver de nuevo a los suyos. Setenta años más tarde, san Francisco de Sales, también saboyano, se hará eco de la fama de santidad que dejó entonces en la región, aportando incluso algunos testimonios relacionados con éxtasis y levitaciones (elevación del cuerpo durante el éxtasis) que se habían visto por indiscreción. Después de su misión en la corte de España, Pedro pasa por Barcelona y luego otra vez por Francia, donde no se detiene.

Un estudiante transformado

En abril de 1542, se halla de nuevo en Alemania, donde permanece dos años. En Maguncia, su reputación de gran virtud y de ciencia atrae hacia él a un estudiante de Colonia, Pedro Canisio, que desea consultarle sobre su vocación. Más tarde, Canisio dará este testimonio : « Jamás he visto ni oído a un teólogo tan docto y tan profundo, a un hombre de virtud tan resplandeciente y tan distinguida ». El joven realiza los Ejercicios Espirituales con él y se encuentra « como transformado en otro hombre ». Al año siguiente, Pedro Canisio, futuro santo y doctor de la Iglesia, se compromete a ingresar en la Compañía de Jesús. En efecto, pues Pedro Fabro pone los fundamentos de la Compañía en Alemania. Un día, en Maguncia, la tristeza invade al Padre Fabro al pensar en la negligencia con la que se había encargado de la sepultura de un sacerdote. Pero, entonces, recibe esta respuesta interior : « Más vale avanzar con la voluntad de hacer bien que fatigar y agotar la voluntad bajo el peso del pasado ».

A partir de octubre de 1542, es solicitado para poner sus competencias teológicas al servicio del concilio ecuménico que debe inaugurarse en Trento. Ante esa perspectiva, su humildad se conturba, pero escribirá : « El Señor me liberó de todo mediante la virtud de una santa y ciega obediencia que no considera ni mi incapacidad personal, ni la magnitud y el peso de lo que se me había pedido ».

A petición del Papa Pablo III y de Ignacio, Pedro Favre se dirige, durante el verano de 1544, a la corte del rey Juan III de Portugal. El rey, impresionado por la santidad del religioso, desearía que permaneciera en su país, pero el Padre se contenta con una breve estancia en el noviciado de la Compañía. Atraídos por su bondad, los novicios simpatizan enseguida con él. Su entusiasmo infatigable suscita el ingreso en la Compañía de más de treinta miembros eminentes de la universidad de Coímbra, varios de los cuales llegarán a ser misioneros en Japón o en las vastas posesiones portuguesas. Poco después, Pedro deja Portugal hacia España, donde funda en 1545, a pesar del agotamiento de sus fuerzas, dos comunidades de jesuitas, en Valladolid y en Alcalá. En Valladolid, el Viernes Santo de 1545, « al oír en confesión a unos jóvenes y a unos niños pequeños de la familia de uno de mis hijos espirituales —relatará él mismo—, sentí cómo me invadían pensamientos orgullosos. Un espíritu murmuraba : ¿ Has venido aquí para ocuparte de esos críos ? ¿ No habría sido mejor quedarte donde podías oír las confesiones de personas importantes ? ». Pero enseguida reacciona y toma la decisión de dedicar el resto de su vida, si complace a Dios, a esa oscura tarea. « Descubrí mejor que nunca el valor de todo lo que se hace con recta intención por los más pequeños, por los despreciados y los marginados del mundo ».

En Madrid, debe guardar cama en el hospital del Campo del Rey. Allí recibe una carta del Papa Pablo III, quien le llama al concilio de Trento como refuerzo de otros dos jesuitas, los padres Laínez y Salmerón, enviados como teólogos junto a los Padres. Aunque enfermo, él emprende el camino. Sin embargo, la apertura del concilio se retrasa a causa de los grandes calores, y el Padre Fabro aprovecha esa tregua para poner la primera piedra de un colegio en Gandía, a petición de Francisco de Borja, duque de esa ciudad, en otro tiempo virrey de Cataluña. Ese mismo día, ese príncipe, ya viudo, toma la decisión secreta de ingresar en la Compañía de Jesús, de la que llegará a ser el tercer prepósito general ; la Iglesia lo honra como santo. Al llegar a Valencia, el padre Fabro se ve abrumado de visitas y no dispone de tiempo libre para descansar. « ¡ Bendito sea el Señor ! » —escribe entonces. En Barcelona, mientras espera un barco hacia Roma, se entrega todavía a predicaciones, ayuda a unos monasterios y prepara a unos huérfanos para la primera Comunión. Al constatar su agotamiento, son varios los que quieren retenerlo : « ¡ Si partís, vais al encuentro de la muerte ! ». Pero él responde : « Vivir no es necesario, pero obedecer sí ».

Estar lleno de bondad

Así pues, se embarca el 17 de julio de 1546 y llega a Roma, donde san Ignacio lo recibe con gozo. Sin embargo, el 31 de julio está al límite de sus fuerzas, recibiendo en viático la Extremaunción y la Comunión. Durante su corta vida, nunca ha dejado de prepararse para el juicio de Dios : « La práctica de la Misericordia —dijo él mismo— es un medio seguro de obtener la misericordia de Dios ; nos resulta fácil tener en Dios un generoso donante si, por nuestra parte, damos generosamente lo que somos y lo que tenemos… Si queremos que Dios sea realmente indulgente y no aplique el rigor de su justicia, hay que estar lleno de bondad y de indulgencia para todos, y no ser demasiado estricto o demasiado severo ». Al día siguiente, 1 de agosto, Pedro Fabro expira, a la edad de cuarenta años, en los brazos de san Ignacio, su padre, su superior y su amigo. Éste decía de su primer compañero : « Ama simplemente a doña Caridad. Para agradarla, atribuye un precio muy alto a esas cualidades importantes que facilitan a la vez la influencia apostólica y el dominio de sí mismo : la educación, la cortesía, la destreza, la amabilidad, la cultura ; en definitiva, todo lo que puede contribuir a hacer que la conversación entre los hombres sea a la vez más humana y más cristiana, para mayor gloria de Dios ».

San Pedro Fabro contó algunas de las gracias recibidas de Dios en su Memorial, libro redactado para uso propio, donde aflora por todas partes este deseo : « que todo el bien que pudiera practicar, pensar u organizar, se hiciera mediante el espíritu bueno, y no mediante el malvado ». A Pedro no le bastaba decir la verdad, sino que daba la máxima importancia a discernir en qué espíritu la proclamaba, para decirla siempre « con el espíritu de la verdad que es el Espíritu Santo ». ¡ Ojalá también nosotros, siguiendo su ejemplo, podamos aprender a discernir y a cumplir la voluntad de Dios en cada momento de nuestra vida !

Dom Antoine Marie osb


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