domingo, 16 de agosto de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 139

 

Domingo de la 20ª semana

EL MÉRITO DE LA VIDA CONTEMPLATIVA


 

La raíz de merecer es la caridad: Consistiendo ésta en el amor de Dios y del prójimo, es más meritorio amar a Dios en sí mismo que amar al prójimo; y por esto aquello que pertenece más directamente al amor de Dios es más meritorio por su género que lo que pertenece directamente al amor del prójimo por Dios.

 

Mas la vida contemplativa pertenece directa e inmediatamente al amor de Dios, pues dice San Agustín que "el amor de la verdad, es decir, la verdad divina, que es el objeto principal de la vida contemplativa, busca el santo reposo, que es el de la vida contemplativa"1, en tanto que la vida activa se ordena más directamente al amor del prójimo, puesto que se afana de continuo en las haciendas de la casa (Lc 10, 40); y en consecuencia, por su género la vida contemplativa es más meritoria que la activa. Esto mismo dice San Gregorio2: "La vida contemplativa es más meritoria que la activa, porque ésta trabaja en el uso de la obra presente, con que es necesario ayudar a los prójimos; al paso que aquélla gusta interiormente del descanso futuro", esto es, en la contemplación de Dios.

 

Puede ocurrir, sin embargo, que alguno merezca más en las obras de la vida activa que otro en las de la contemplativa; por ejemplo, si por su gran amor divino, para que se cumpla la voluntad de Dios y para su gloria, soporta a veces el separarse por un tiempo de las dulzuras de la contemplación divina, como decía el Apóstol: Deseaba yo mismo ser anatema por Cristo, por amor de mis hermanos (Rom 9, 3). Exponiendo San Juan Crisóstomo este pasaje, escribe: "Tales raíces había echado en su alma el amor de Cristo, que hasta lo que le era más amable, el estar con Cristo, eso mismo abandonaba, siempre que así agradase más a Cristo"3.

 

Se ofrece a Dios espiritualmente un sacrificio cuando se le brinda alguna cosa; y entre todos los bienes del hombre, Dios acepta principalmente el bien del alma humana, para que éste le sea ofrecido en sacrificio. Uno debe ofrecer a Dios, en primer lugar, su alma; y en segundo lugar, las almas de otros, según aquello del Apocalipsis: El que lo oye diga: Ven. (22, 17). Mas cuanto más de cerca el hombre une su alma, o la de otro, a Dios, tanto más acepto a Dios es el sacrificio, por lo cual más grato es a Dios el que uno aplique su alma y la de los otros a la contemplación que a la acción.

 

Respecto a las palabras: "ningún sacrificio es más grato a Dios que el celo de las almas"4 debe decirse que no se prefiere el mérito de la vida activa al mérito de la vida contemplativa, sino que sólo se manifiesta que es más meritorio si alguno ofrece a Dios su alma y las de otros que cualesquiera otros bienes exteriores.

(2ª 2ae , q. CLXX XII, a. 2)

Notas:

1 De civit. Dei, lib. XIX, cap. 19.

2 Super Ezech., hom. III.

3 De compunctione, lib. 1, cap. 7.

4 Super Ezech., hom. XII.190

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