jueves, 27 de agosto de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 149

 

Jueves de la 21ª semana

LA TEMPLANZA

La templanza - Piero del Pollaiolo

 

I. La templanza puede considerarse según su significación común, y así no es virtud especial, sino general, porque el nombre de templanza designa cierta temperancia, esto es, moderación, que la razón pone en las acciones y pasiones humanas, lo cual es común a toda virtud moral. Sin embargo, la templanza difiere razonablemente de la fortaleza, aun consideradas ambas como virtudes comunes; porque la templanza retrae de las cosas que halagan el apetito humano de un modo contrario a la razón y a la ley divina, y la fortaleza impele a sufrir o acometer aquellas por las que el hombre rehúye el bien de la razón.

 

Pero si se considera la templanza en cuanto refrena el apetito de lo que más principalmente halaga al hombre, entonces es virtud especial, como que tiene materia especial, lo mismo que la fortaleza. Principalmente y de manera propia la templanza tiene por objeto las concupiscencias y deleites del tacto, y secundariamente, las demás concupiscencias. Lo que la fortaleza es a los temores y audacias con relación a los mayores males, que son los peligros de muerte, es también templanza con relación a las concupiscencias de los mayores deleites. Tales deleites pertenecen al sentido del tacto.

(2ª 2ae , q. CXLI, a. 2, 4)

 

II. La regla de la templanza debe tomarse según la necesidad de la vida presente.

 

El bien de la virtud moral consiste principalmente en el orden de la razón. El orden principal de la razón reside en que algo se ordene a su fin; y en este orden consiste sobre todo el bien de la razón, porque el bien tiene razón de fin, y el fin mismo es la regla de lo que a él conduce. Pero todas las cosas deleitables destinadas a uso del hombre se ordenan a alguna necesidad de esta vida como al fin„ y por esto la templanza acepta la necesidad de esta vida como regla de las cosas deleitables, de que hace uso únicamente en la medida que la necesidad de esta vida requiere. Por eso, dice San Agustín*: “El varón moderado tiene por regla en las cosas de esta vida la establecida en ambos testamentos, no amar ni considerar como deseable nada de ellas, sino tomar para la necesidad de su vida y sus deberes cuanto basta al que usa de ellas con modestia y no con el afecto de quien las ama.”

 

III. Aun cuando la hermosura convenga a cualquier virtud, se atribuye, sin embargo, excelentemente a la templanza: 1º) según la razón común de ella, a la cual pertenece cierta moderada y conveniente proporción, en la que consiste la razón de la hermosura; 2º) porque las cosas que refrena la templanza son ínfimas en el hombre y convenientes a él según la naturaleza animal, y por eso el hombre es más propenso a ser manchado por ellas. En consecuencia, la hermosura se atribuye principalmente a la templanza, que destruye principalmente estas torpezas del hombre y rechaza los vicios más afrentosos.

(2ª 2ae , q. CXLI, a. 2, ad. 3um)

 

Nota:

* De moribm Eccles., cap. 24.

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