Para hacer oración familiar, dejamos todos previsto: apagamos los celulares y la pantalla, sin prisa por la comida, generamos un ambiente de silencio, etc. De este modo seremos una Iglesia en el hogar.
Se reúne la familia en una sala de la casa en torno una mesa, cubierta con un mantel morado o blanco, colocamos un crucifijo, una imagen de la Sagrada Familia o de la Virgen María, y en el centro la Biblia junto a una vela encendida. Los padres, o uno de ellos, son los responsables de guiar a los hijos en este momento de oración para entrar en alabanza y diálogo con Dios.
1. + Señal de la cruz.
2. Ven, Espíritu Creador. Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz, sé nuestro director y nuestro guía, para que evitemos todo
mal. Por ti conozcamos al Padre, al Hijo revélanos también; Creamos en ti, su
Espíritu, por los siglos de los siglos.
3. En presencia de Dios, pedimos perdón:
· Tú que eres nuestro
Buen Pastor resucitado: Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
· Tú que nos das la
Vida en abundancia: Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
· Tú que nos congregas
en un solo rebaño: Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad
4. Proclamamos el evangelio de Jesucristo según san
Juan 10,11-18
Catequesis para mayores de 12 años
En la historia de la
Iglesia, nadie escribió tan bella y teologalmente sobre el buen Pastor como lo
hizo San Agustín.
En este lunes, vamos a
compartir uno de sus sermones donde él se presenta como obispo-pastor para el
bien de su rebaño.
“Desde que se me
impuso sobre mis hombros esta carga, de tanta responsabilidad, me preocupa la
cuestión del honor que ella implica. Lo más temible en este cargo es el peligro
de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a
vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros,
por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy
cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de
cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación.
Nuestra actividad de
obispo es como un mar agitado y tempestuoso, pero, al recordar de quién es la
sangre con que hemos sido redimidos, este pensamiento nos hace entrar en puerto
seguro y tranquilo; si el cumplimiento de los deberes propios de nuestro
ministerio significa un trabajo y un esfuerzo, el don de ser cristianos, que
compartimos con vosotros, representa nuestro descanso. Por lo tanto, si hallo
más gusto en el hecho de haber sido comprado con vosotros que en el de haber
sido puesto como jefe espiritual para vosotros, entonces seré más plenamente
vuestro servidor, tal como manda el Señor, para no ser ingrato al precio que se
ha pagado para que pudiera ser siervo como vosotros. Debo amar al Redentor,
pues sé que dijo a Pedro: Pedro, ¿me amas? Pastorea mis ovejas. Y esto por tres
veces consecutivas. Se le preguntaba sobre el amor, y se le imponía una labor;
porque cuanto mayor es el amor, tanto menor es la labor.
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho? Si dijera que le pago con el hecho de pastorear
sus ovejas, olvidaría que esto lo hago no yo, sino la gracia de Dios conmigo.
¿Cómo voy a pagarle, si todo lo que hay en mí proviene de él como de su causa
primera? Y, sin embargo, a pesar de que amamos y pastoreamos sus ovejas por don
gratuito suyo, esperamos una recompensa. ¿Qué explicación tiene esto? ¿Cómo
concuerdan estas dos cosas: «Amo gratuitamente para pastorear», y: «Pido una recompensa
para pastorear»? Esto no tendría sentido, en modo alguno podríamos esperar una
retribución de aquel a quien amamos por su don gratuito, si no fuera porque la
retribución se identifica con aquel mismo que es amado. Porque, si pastoreando
sus ovejas le pagáramos el beneficio de la redención, ¿cómo le pagaríamos el
habernos hecho pastores? En efecto, los malos pastores –quiera Dios que nunca
lo seamos– lo son por la maldad inherente a nuestra condición humana; en
cambio, los buenos –quiera Dios que siempre lo seamos– son tales por la gracia
de Dios, sin la cual no lo serían. Por lo tanto, hermanos míos, os exhortamos a
no echar en saco roto la gracia de Dios. Haced que nuestro ministerio sea
provechoso. Vosotros sois campo de Dios. Recibid al que, con su actuación
exterior, planta y riega, y que da, al mismo tiempo, desde dentro, el
crecimiento. Ayudadnos con vuestras oraciones y vuestra obediencia, de manera
que hallemos más satisfacción en seros de provecho que en presidiros.”
San Agustín nos ha
transmitido la esencia de su labor como obispo siguiendo las huellas del buen
Pastor. Además del enriquecedor mensaje contenido este texto, que tal vez
debamos volver a leerlo para no pasar nada por alto, podemos ahora aplicar
estas palabras a nuestras vidas. Es cierto que no somos obispos, somos
cristianos por el bautismo, pero el Señor nos confía diversas misiones para ser
buenos pastores según el modelo de Jesucristo.
Ser padre o madre de
familia, es un modo eminente de pastorear a los hijos de Dios. Tenemos unas
ovejitas que conducir a los pastos eternos, son los hijos que el Señor nos
confía para que alcancen el Cielo. Ser padres, como participación de la
paternidad Divina, conlleva un inmenso honor y una generosa respuesta a esta
gran misión.
Ser pastores, también
significa tener a otros a cargo de uno, conducir una comunidad, pequeña o
grande. La función del pastor es gobernar desde el amor y con inteligencia para
el bien natural y sobrenatural de aquellos que debemos guiar.
En todo caso, como
padres de familia o responsables de una comunidad de personas, podríamos
preguntarnos con San Agustín: “¿cómo le pagaríamos el habernos hecho pastores?”
Es un don gratuito y de confianza, que conlleva el desafío de poder responder
según el querer de Dios. Somos parte del Rebaño en cuanto bautizados, y a la
vez tenemos una misión de pastorear siendo una ayuda para su perfección humana
y cristiana.
Para saber si somos
buenos Pastores al modo de Cristo, debemos respondernos: ¿Doy mi vida por
quienes me han sido confiados? ¿Lo que hago, parte desde el amor o desde algún
otro interés egoísta? ¿Busco más el privilegio personal que el servicio
generoso? ¿Huyo o desaparezco ante las dificultades? ¿Mi satisfacción está en
presidir y mandar o está en hacer el bien a los otros? ¿Busco y cuido a otros
que no son mis preferidos? ¿Conozco a los míos y me preocupo por ellos? ¿Mis
ovejas me conocen y me aman? ¿Asumo la responsabilidad de la paternidad
espiritual como un buen Pastor?
Oración: “San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra las perversidad y
asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tu príncipe de
la milicia celestial arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los
otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de
las almas. Amén.”
Catequesis para menores de 12 años
· Se proclama el
evangelio y se ayuda a los niños a recomponer el relato, buscando los detalles.
· Se explica desde las
ideas centrales de la catequesis de adultos (el texto anterior)
· Reflexionamos las
palabras: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que
debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo
Pastor.”
· En silencio meditamos
con el corazón el significado de estas palabras y las compartimos.
Oración: Ángel de mi guarda,
dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo que me
perdería. Hasta que alcance los brazos de Jesús, María y José.
5. Cada uno de
la familia dice una acción de gracias.
Dios Padre, te damos gracias por … .
6. Ahora, cada
uno hace una petición.
Dios misericordioso, te pedimos por ...
7.
Presentación de las ofrendas. En la Pascua, Jesús se ofrece como cordero
sacrificado al Padre por nosotros. Ahora nosotros, unidos a Cristo, también
podemos hacernos Eucaristía. En este momento, cada uno de la familia, dice cuál
es la ofrenda que le presenta a Dios. Ejemplos: ayudar en la cocina o con la
limpieza, estudiar, no molestar, rezar alguna oración, llamara a alguien para
saludarlo, hacer un pequeño sacrificio, servir a un hermano o cónyuge, etc..
8. Oramos como
Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…
9. Nos damos
la Paz del Señor, como gesto de amor.
10. Oramos a
nuestra Madre:
Dios te salve María…
11. Comunión
espiritual:
Creo, Jesús mío, que estás en el Santísimo
Sacramento; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que
ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi
corazón. (breve silencio).
Y ahora, como si ya te hubiese recibido, te abrazo
y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de ti.
12. Oremos: Dios todopoderoso y eterno, condúcenos
hacia los gozos celestiales, para que tu rebaño, a pesar de su debilidad,
llegue a la gloria que le alcanzó la fortaleza Jesucristo, su pastor. Que vive
y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de
los siglos. Amén. Sagrada Familia de Nazaret: Ruega por nosotros.
13. Los padres
se bendicen entre ellos y bendicen a los hijos, haciendo una cruz en la frente.
Nos hacemos la Señal de la cruz diciendo: + El Señor nos bendiga, nos guarde de
todo mal y nos lleve a la Vida eterna. Amen.
Sugerencias
1. Orar especialmente por aquellos que el Señor ha
puesto en mi vida para guiarlos en la fe y en la vida.
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