lunes, 7 de septiembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 159

 

Lunes de la 23ª semana

LA MUERTE SEGUNDA

 

El que venciere no recibirá daño de la segunda muerte (Apoc 2, 11)

 

I. Hay una doble muerte del alma: una, en los pecados; otra en las penas; una, en la culpa; otra, en el infierno. Igualmente existen dos muertes del cuerpo: una en la disolución, otra en la condenación eterna.

 

La primera muerte del alma se asemeja en muchas cosas a la primera muerte del cuerpo: Porque así como el cuerpo primero se altera en su temperatura normal, luego enferma, y por último muere, es llevado al sepulcro, enterrado y cubierto con una piedra; así también el alma se destempla por los malos pensamientos, luego se enferma con el deleite pecaminoso, y muere por el consentimiento; después es llevada a enterrar por la eficacia de la acción y sepultada por la costumbre, y por último es cubierta por el endurecimiento.

 

II. Además, como la muerte del cuerpo daña, así también lo hace la muerte del alma.

 

La muerte del cuerpo separa a éste del alma; la muerte del alma separa a ésta de Dios.

 

La muerte del cuerpo separa de los parientes y de los amigos carnales; la muerte del alma aparta de los ángeles y de los santos. A mis hermanos, esto es, a los ángeles, hizo alejar de mí, y mis conocidos, es decir, los santos, como extraños se apartaron de mí; me han abandonado mis parientes; y se han olvidado de mí los que me conocían (Job 19, 13-14). No solamente los ángeles abandonarán al alma pecadora, sino que se harán adversarios y estarán contra ella en el juicio. Todos sus amigos le despreciaron, y se le hicieron enemigos (Lamen 1, 2).

 

La muerte del cuerpo hace perder las riquezas del mundo, y la del alma quita las riquezas del cielo. Nuestra heredad ha pasado a forasteros (Lamen 5, 2).

 

La muerte del cuerpo priva de la vista corporal, y la muerte del alma quita la vista y todo sentido espiritual.

 

La muerte del cuerpo produce dolor, y la muerte del alma lo causa mayor. Daña además la muerte del alma porque arroja en el fuego eterno. Daña a causa de la acerbidad, diversidad y perennidad de las penas. Esas tres cualidades se expresan en las palabras: Tú, Dios, los conducirás al pozo de la perdición (Sal 54, 24). La diversidad se expresa cuando dice: conducirás, esto es, llevarás de pena en pena; la perennidad, cuando dice: al pozo, de donde no puede salir el que una vez cayó en él.

 

III. Por otra parte, la muerte del alma hiere gravemente, sin misericordia, incurablemente. Te he herido de herida de enemigo con cruel castigo (Jer 30, 14).

 

Sin embargo, esta herida es curable, mientras el alma está en el cuerpo; mas después de salir del cuerpo se hará incurable.

 

Así, pues, quien no desee ser herido por la segunda muerte, procure ser curado aquí de la lesión de la primera muerte, y muestre sus heridas al samaritano, quien las curará, derramando en ellas el vino de la compunción y el aceite del consuelo. Si alguno sintiere la llaga de su corazón, y extendiere a ti sus manos en esta casa, tú le oirás en el cielo, el lugar de tu morada, y le perdonarás (3 Reyes 8, 38-39). Sobre esto dice San Agustín: ¿Por ventura no hay entrañas de cristiana compasión en ti, que lloras el cuerpo, del cual salió el alma, y no lloras al alma de la cual se retiró Dios?

 (In Apoc., II)

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