miércoles, 30 de septiembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 182

 

Miércoles de la 26ª semana

LA PERFECCÓN RELIGIOSA

CONSISTE EN LOS TRES VOTOS



 

El estado de religión puede ser considerado en tres aspectos: en que es cierto ejercicio para tender a la perfección de la caridad; en que tranquiliza el ánimo del hombre de las preocupaciones externas, conforme con lo que dice el Apóstol: Quiero que viváis sin inquietud (1 Cor 7, 32); y en que es un holocausto, por el cual uno se ofrece totalmente a Dios a sí mismo y sus cosas. Según esto, el estado religioso se completa con los tres votos.

 

1º) En cuanto al ejercicio de perfección, requiere que uno aleje de sí aquellas cosas que pueden impedir que su afecto tienda totalmente a Dios, y en ello consiste la perfección de la caridad. Estas cosas son tres: la ambición de los bienes exteriores, que se destruye por el voto de pobreza; la concupiscencia de los deleites sensibles, entre los cuales llevan la preferencia los deleites carnales, que son excluidos por el voto de continencia; el desorden de la voluntad humana, que se excluye por el voto de obediencia.

 

2º) La inquietud de los cuidados seculares afecta al hombre en lo que atañe principalmente a tres cosas: 1ª, la libre disposición de las cosas exteriores, y este afán se descarta del hombre por el voto de pobreza; 2ª, al gobierno de la esposa y de los hijos, lo cual se elimina con el voto de continencia; 3ª, a la disposición de los propios actos, la cual desaparece con el voto de obediencia, por el que uno se somete a las órdenes de otro.

 

3ª) Hay holocausto cuando uno ofrece a Dios todo lo que tiene. Tres bienes tiene el hombre: el bien de las cosas exteriores, las que efectivamente y de manera total uno ofrece a Dios por el voto de pobreza voluntaria; el bien del propio cuerpo, que el hombre ofrece por el voto de continencia, pues por él renuncia a los mayores deleites corporales; y el bien del alma, que el hombre ofrece a Dios por el voto de obediencia y que consiste en el ofrecimiento de la propia voluntad, por la cual el hombre usa de todas las potencias y hábitos del alma.

(2ª 2ae q. CLXXXVI, a. 7)

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