martes, 15 de septiembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 167

 

Martes de la 24ª semana

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA


Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis de la misma manera (Lc 13, 3).

 

Es absolutamente necesario para la salvación aquello sin lo cual nadie puede alcanzar a ésta, como la Gracia de Cristo y el sacramento del Bautismo, por el que uno renace en Cristo. El sacramento de la Penitencia es necesario hipotéticamente porque no es necesario a todos, sino únicamente a los que están sujetos al pecado, pues se dice que el pecado, cuando es consumado, engendra muerte (Stgo. 1, 15). Y por consiguiente es necesario para la salvación del pecador que el pecado sea apartado de él, lo cual no puede verificarse sin el sacramento, en el que obra la virtud de la Pasión de Cristo por la absolución del sacerdote juntamente con la obra del penitente que coopera con la gracia a la destrucción del pecado; pues, como dice San Agustín: "El que te crió sin ti, no te justificará sin ti"*. Es, por lo tanto, evidente que el sacramento de la Penitencia es necesario a la salvación después del pecado, como la medicina corporal, después que el hombre cae en una enfermedad peligrosa.

 

Rectamente dice San Jerónimo que la penitencia es la segunda tabla después del naufragio. Porque así como el primer remedio para los que pasan el mar está en que se mantengan dentro de la nave íntegra, y el segundo remedio, después de destrozada la nave, es adherirse a una tabla, así también el primer remedio en el mar de esta vida es que el hombre conserve la integridad; y el segundo es que, si por el pecado hubiere perdido la integridad, la recobre por la penitencia.

 

Ciertamente se lee en los Proverbios: La caridad cubre todas las faltas (10, 12), y más abajo: Por la misericordia y por la fe se limpian los pecados (Ibid., 15, 27). Pero desde el momento en que alguno incurre en el pecado, la caridad, la fe y la misericordia no libran al hombre del pecado sin la penitencia, porque la caridad requiere que el hombre se duela de la ofensa cometida contra el amigo, y que procure con empeñó satisfacerle. Requiere también la fe que, por virtud de la Pasión de Cristo, que obra en los sacramentos de la Iglesia, procure justificarse de sus pecados; y requiere también la misericordia ordenada que el hombre, arrepintiéndose, preste auxilio a su propia miseria, en la que incurre por el pecado, según aquello de la Escritura: El pecado hace miserables a los pueblos (Prov 14, 34). Por lo cual dice el Eclesiástico: Tú, que agradas a Dios, apiádate de tu alma (30, 24).

(3ª, q. LXXXIV, a. 5, 6)

Nota:

*Serm. 15 de Verb. Apost.


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