lunes, 21 de septiembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 173

 

Lunes de la 25ª semana

LA PUREZA DE LA

BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

 

Gracia sobre gracia la mujer santa y pundonorosa (Eccli 26, 19).

 

I. La Bienaventurada Virgen fue tal que no sólo poseyó la gracia común a todos, sino que sobre esa gracia poseyó la gracia santificante, que la santificó durante su vida y aun en el seno de su madre. San Agustín dice*: "Cuando se trata de pecados, no quiero que haya cuestión alguna acerca de la madre del Señor. Exceptuada ella, si se reuniesen todos los santos y santas y se les preguntase si estaban sin pecado, ¿qué otra cosa podrían responder sino lo que dice la primera epístola de San Juan (1, 8): Si dijéremos que no tenernos pecado, nosotros mismos nos engañamos, y no hay verdad en nosotros? Por consiguiente, sólo ella puede decir de sí misma aquellas palabras del libro de Job (27, 6): Mi corazón nada me remuerde en toda mi vida."

 

En este don no podemos imitarla, porque así como somos concebidos en pecado, también nacemos del mismo modo. Mas debemos considerar que quien preservó el seno de la virgen exige una morada limpia, no manchada, como dice el Profeta: A tu casa conviene santidad, Señor (Sal 92, 5). La casa de Dios es nuestra alma, que en todo debe ser limpia y santa, para que no se diga de nosotros: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones (Mat 21, 13).

(Sal. ang. expos., II)

 

II. La Bienaventurada Virgen María supera aun a los Ángeles en pureza; porque no sólo es pura en sí misma, sino que también es fuente de la pureza para los demás; pues ella fue purísima en cuanto a la culpa, ya que no incurrió ni en pecado original, ni mortal, ni venial.

 

Tampoco incurrió en cuanto a la pena. Tres maldiciones fueron lanzadas contra el hombre a causa del pecado.

 

La primera fue fulminada contra la mujer, la que, concibiendo con corrupción, tendría embarazos penosos y pariría con dolor. Pero de ella estuvo inmune la Bienaventurada Virgen, pues concibió sin corrupción, llevó con consuelo y con alegría dio a luz al Salvador: Copiosamente brotará, y con mucha alegría y alabanzas saltará de contento (Is 35, 2).

 

La segunda fue lanzada contra el hombre, que comería su pan con el sudor de su frente. También estuvo exenta la Bienaventurada Virgen de ese cuidado, pues, como dice el Apóstol, las vírgenes están libres de los cuidados de este mundo, y sólo piensan en las cosas de Dios (1 Cor 7, 34).

 

La tercera fue común al hombre y a la mujer, que habían de ser convertidos en polvo. También de este castigo estuvo libre la Bienaventurada Virgen, ya que subió a los cielos con su propio cuerpo; y en efecto, creernos que, después de su muerte, fue resucitada y llevada al cielo. Levántate, Señor, a tu reposo, tú y el arca de tu salvación (Sal 131, 8).

 

Si, pues, estuvo inmune de toda maldición, fue bendecida entre las mujeres, porque sólo ella arrojó de sí la maldición, llevó la bendición y abrió la puerta del paraíso. Le conviene a ella por consiguiente el nombre María, que se interpreta “estrella del mar”; porque así como los navegantes son guiados al puerto por la estrella del mar, del mismo modo los Cristianos son conducidos a la gloria por María.

(Sal. ang., exp. I)

Nota:

*De natur. et grat., c. 36.

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