jueves, 24 de septiembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 176

 

Jueves de la 25ª semana

VISIÓN INMEDIATA DE DIOS

 

Ésta es la vida eterna: Que te conozcan a ti solo Dios verdadero (Jn 17, 3). 


I. Como resulta imposible que un deseo natural quede insatisfecho, lo cual ocurriría, ciertamente, si no pudiera llegarse a conocer la sustancia divina, que desean naturalmente todos los espíritus, es necesario afirmar que es posible ver la sustancia de Dios por la inteligencia, y también por las sustancias separadas y por nuestras almas.

 

Esa visión inmediata de Dios se nos promete en la Escritura: Ahora vemos como por espejo en obscuridad; mas entonces cara a cara (1 Cor 13, 12). Esto no ha de entenderse corporalmente, de modo que imaginemos un rostro corporal en la misma divinidad, pues Dios es incorpóreo; ni tampoco es posible que con nuestra cara corporal veamos a Dios, pues la vista corporal que reside en nuestro rostro no puede tener por objeto sino cosas corporales. Así, pues, veremos la faz de Dios porque lo veremos inmediatamente, como al hombre a quien vemos cara a cara.

 

En esta visión nos asemejamos en gran manera a Dios y participamos de su bienaventuranza; porque Dios conoce su substancia por su esencia, y ésta es su felicidad. Por eso se dice en la Epístola 1ª de San Juan: Cuando él apareciere, seremos semejantes a él, por cuanto nosotros le veremos así como él es (3, 2). Y el Señor dice en el Evangelio de San Lucas: Dispongo yo del reino para vosotros, como mi Padre dispuso de él para mí. Para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino (22, 29-30). Esto no puede entenderse de comida y bebida corporal, sino de lo que se sirve en la mesa de la sabiduría, como agrega la misma divina sabiduría: Comed mi pan, y bebed el vino que os he mezclado (Prov 9, 5). Por lo tanto, sobre la mesa de Dios comen y beben los que gozan de la misma felicidad con que Dios es feliz, viéndolo del modo como él se ve a sí mismo.

(Contra Gentiles, lib. III, cap. 51)

 

II. Ésta es la vida eterna. Llamamos propiamente vivientes a los que mueven a sí mismos para obrar, y todas las acciones hacia las cuales se mueve el que obra se llaman obras de vida, como querer, entender, sentir, crecer y moverse. Entre esas obras de vida la más elevada es la de la inteligencia, que es el entender, y por eso la operación intelectual es sobre todo vida. Y como la inteligencia es vida, y comprender es vivir, se sigue que entender una cosa eterna es vivir con vida eterna. Pero Dios es un ser eterno; luego entender y ver a Dios es la vida eterna. Por eso dijo el Señor que en la visión de Dios consiste la vida eterna, es decir, principalmente y en su sustancia. El amor es el que mueve esta visión y es, en cierto modo, su complemento, porque en la delectación que proviene del goce divino y que produce la caridad, hay un complemento y esplendor de la bienaventuranza, pero su sustancia reside en la visión.

(In Joan., c. XVII)

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