viernes, 4 de septiembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 156

 

Viernes de la 22ª semana

MODO DE RECUPERAR LA DULZURA DIVINA PERDIDA


 

En mi lecho, por las noches, busqué al que ama mi alma (Cant 3, 1).

 

El hombre debe escudriñar su conciencia. Los cuidados exteriores de tal modo ocupan al alma que, cuando quiere volver a su conciencia, encuentra muchas veces haber perdido aquella dulzura que antes poseía. Mas cuando el hombre está distraído en su espíritu, y no puede gustar esa dulzura que primero sentía, debe entrar en lo íntimo de su corazón y buscar a Cristo. La esposa busca en su lecho, es decir, en su conciencia, y no lo encuentra: En mi lecho, por las noches, busqué al que ama mi alma; le busqué, y no le hallé. Y cuando esto ocurre debe levantarse y buscar si ha deseado o ejecutado alguna cosa que hubiere desagradado a Cristo, por lo cual se siente distraído en la conciencia.

 

El modo de buscarlo se indica aquí: Me levantaré, y daré vueltas a la ciudad; por las calles y por las plazas buscaré (Cant 3, 2). Es decir, entrando en la conciencia, busqué a Cristo y no lo encontré. Por lo cual, a fin de encontrarlo, buscaré todavía, me levantaré y daré vueltas a la ciudad, esto es, por un examen actual indagaré en mi conciencia, y por las calles y por las plazas, es decir, por todos los dichos, deseos y hechos que ejecuté, dije y deseé, y veré si he hecho alguno que le ha desagradado, y obrando de esta manera, buscaré al que ama mi alma (Cant 3, 2). Porque si alguno, después de esto, no puede volver a la dulzura de la contemplación, debe pensar que tal vez ha delinquido en alguna cosa que le impide sentir la dulzura acostumbrada. Y en consecuencia, debe escudriñar totalmente la ciudad, esto es, su conciencia.

 

Conviene advertir que la conciencia es el lecho en que Cristo descansa, porque es un lecho estrecho, en el cual sólo puede acostarse uno, es decir, Cristo o el diablo. Mas, si consideramos la conciencia y nuestro corazón en 'cuanto al género de pecados que en ellos puede haber, entonces la ciudad es distinta de las calles y plazas, esto es, en ella hay delitos mayores y menores.

 

II. El hombre debe evocar el recuerdo de la divina dulzura.

 

Cuando alguien vuelve de la acción a la contemplación, si no encuentra a Cristo, sepa que entre las cosas que le estimularán a buscarlo está el recuerdo de la dulzura perdida; porque al pensar el hombre que una vez gustó en la oración la dulzura divina, y después, al volver a la oración, no siente tanta dulzura como antes, se estimula con el recuerdo de aquella dulzura a examinar sus pensamientos y afectos, para conocer si con ellos ha desagradado a Cristo, y llegar a descubrir la causa que le impide sentir esa dulzura.

 

III. Debe alejar los pensamientos vanos. Estos pensamientos se llaman centinelas de la ciudad (Cant 3, 3); porque siempre están dispuestos a asaltarnos y apoderarse de nosotros; mas debemos abandonarlos, porque en estos pensamientos no se encuentra Cristo. Diremos mejor (los centinelas de la ciudad) me hirieron y me llagaron; me llevaron mi manto (Cant 5, 7). Nos hieren cuando les damos entrada; nos llagan, cuando nos deleitamos en ellos; mas nos quitan nuestro manto, despojándonos de las virtudes y de los dones, cuando consentimos en ellos.

(In Cant., III, V)

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