Meditación de la pérdida de Jesús en el
templo
MEDITACIONES DE SAN
ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para los días de la octava de la epifanía
Meditación VIII
De la pérdida de Jesús en el templo
Refiere san Lucas
capítulo 2, que María y José iban todos los años a Jerusalén en el día de
la Pascua, y llevaban consigo al niño Jesús.
Era, pues, costumbre
(según el venerable Beda) entre los hebreos hacer este viaje al templo (a lo
menos a la vuelta), yendo los varones separados de las mujeres; y los niños
iban según les parecía en compañía o de los padres o de las madres.
El Redentor, que
tenía entonces doce años, se quedó en aquella solemnidad por tres días en
Jerusalén, creyendo María que iba el Niño con José, y este que iba con María,
existimantes illum ese in comitalu. Jesús empleó todo aquel tiempo en honrar a
su eterno Padre con ayunos, vigilias y oraciones. Si tomó algún poco de comida
dice San Bernardo, debía procurársela mendigando, y si tomó un poco de reposo
no tuvo otro lecho que la desnuda tierra. Llegada la tarde, y reunidos José y
María en su casa, no hallaron a Jesús, por lo que afligidos comenzaron a
buscarlo entre los parientes y los amigos.
Últimamente
volviendo a Jerusalén, al tercero día le hallan en el templo que disputaba con
los doctores; los cuales pasmados admiraban las preguntas y respuestas de aquel
gran Niño.
Al verlo María le
dice: Hijo, ¿por qué lo has hecho así con nosotros? Mira como tu Padre y yo
angustiados te buscábamos…
No hay en esta
tierra pena semejante a la que experimenta un alma que ama a Jesús si teme que
se haya alejado de él por cualquier falta suya. Esta fue la pena que tanto
afligió a María y José en aquellos días, temiendo acaso por su humildad, como
dice el devoto Lanspergio, que se hubiesen hecho indignos de guardar un tan
gran tesoro. De aquí fue que al verlo María, para darle a entender su dolor, le
dice de aquella manera, y Jesús responde: ¿No sabíais que en las cosas que son
de mi Padre me conviene estar?
Aprendamos de tal
misterio dos documentos. El primero, que debemos dejar a todos, amigos y
parientes, cuando se trata de procurar la gloria de Dios. El segundo, que Dios
se hace hallar de quien le busca, conforme aquellas palabras de Jeremías:
“Bueno es el Señor para el alma que le busca.” Jeremías 14, 22
Afectos y súplicas.
¡Oh María! Vos
lloráis porque habéis perdido unos pocos días a vuestro Hijo. Él se ha alejado
de vuestra vista, pero no de vuestro corazón. ¿No conocéis, Señora, que aquel
puro amor con el cual le amáis le tiene ciertamente unido y estrechado con Vos?
¿Y sabéis también que el que ama a Dios no puede dejar de ser amado del mismo,
que dice yo amo a los que me aman? ¿Qué teméis, pues? ¿Por qué lloráis? Dejad
que llore yo, habiendo perdido a Dios tantas veces por mi culpa desechándolo de
mi alma. ¡Ah Jesús mío! ¿Cómo he podido ofenderos a ojos abiertos, sabiendo que
os perdía con el pecado? Pero Vos no queréis que desespere, sino que alegre el
corazón que os busca.
Si en el tiempo
pasado os he dejado, amor mío, ahora os busco, ni quiero a otro que a Vos. Y
para que posea vuestra gracia, renuncio todos los bienes y gustos de la tierra,
renuncio también a mi vida. Vos habéis dicho que amáis a los que os aman. Yo os
amo, pues; amadme Vos. Aprecio más vuestro amor que el ser dueño de todo el
mundo. Jesús mío, yo no quiero perderos más, pero no puedo fiarme de mí, en Vos
confío, Ea pues, estrechadme con Vos y no permitáis que me haya de separar más
de Vos.
¡Oh María, Vos me
habéis hecho hallar a Dios, a quien perdí algún tiempo, alcanzadme asimismo la
santa perseverancia, para lo cual también os digo con san Buenaventura: En ti,
Señor, esperé, jamás seré confundido; In te, Domine, speravi, non confundar in
oeternum.
No hay comentarios:
Publicar un comentario