miércoles, 3 de enero de 2018

Meditaciones de navidad después de Epifanía 5 - San Alfonso María de Ligorio

Meditación de la vuelta de Jesús de Egipto
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para los días de la octava de la epifanía

Meditación V

De la vuelta de Jesús de Egipto


Muerto Herodes, y después del destierro de siete años (según la opinión común de los Doctores), en los que habitó Jesús el Egipto, apareció de nuevo el ángel a San José, y le mandó que tomase el santo Niño y la Madre y volviese a la Palestina. 
Consolado san José con este aviso, fue a participarlo a María.
Más antes que partiesen los santos Esposos, corteses como eran, se despidieron de los que en aquel país se habían honrado con su amistad. Después José recoge los pocos instrumentos de oficio, María su aradito de pañales, y tomando de la mano al Divino Niño emprenden el regreso, llevándolo en medio de los dos.
Considera san Buenaventura que este viaje fue más fatigosos a Jesús que el de su huida; pues que ahora hacía ya crecido, y no podían llevarlo José y María en brazos a largos trechos. Por otra parte el santo Niño en aquella edad no era aún apto para andar grandes distancias; así que fue necesario en tal viaje que
Jesús se parase a menudo y reposase por el cansancio.
Pero José y María, bien anduviesen, bien descansasen, siempre tenían puestos los ojos y el pensamiento en el amado Niño que era todo el objeto de su amor.
¡Oh cómo marcha recogida en esta vida aquella alma feliz que tiene delante de su vista el amor y los ejemplos de Jesucristo! Los santos viajeros interrumpen de cuando en cuando el silencio con algún santo razonamiento, pero ¿con quién hablan? y ¿de qué hablan? No hablan sino con Jesús y de Jesús. Quien tiene a Jesús en el corazón, no habla más que con Jesús y de Jesús.
Considera también la pena que debería padecer nuestro pequeñito Salvador en las noches de este viaje, en el cual no tuvo por lecho el regazo de María, como sucedió a la ida, sino la desnuda tierra; y por comida no tuvo ya la leche, sino un poco de pan demasiado duro a su tierna edad.
Fue también visiado duro a su tierna edad. Fue también visiblemente afligido de la sed en aquel desierto, en el cual los hebreos habían tenido tanta necesidad de agua que fue el preciso un milagro para socorrerlos. Contemplemos, pues, y adoremos con amor todos estos padecimientos de Jesús niño.


Afectos y súplicas.
Amado y adorado Niño, Vos volvéis a vuestra patria, pero ¿a dónde? ¡Oh Dios! ¿A dónde regresáis? ¿A dónde venís? Venís a aquel lugar en el que vuestros paisanos os preparan desprecios en vida, y después azotes, espinas, ignominias y cruz en la muerte.
Todo estaba ya presente, o Jesús mío, a vuestros Divinos ojos, y Vos venís voluntariamente a encontrar aquella pasión que os predisponen los hombres. 
Pero, Redentor mío, si Vos no hubieseis venido a morir por mí, no podría yo ir a amaros en el paraíso, debiendo estar para siempre alejado de Vos.
Vuestra muerte ha sido mi salvación. Mas ¿cómo es que yo, aún después de vuestra muerte, despreciando la gracia que con ella me adquiristeis me he condenado de nuevo al infierno? ¡Ah! Conozco ser poco un infierno para mí. Pero Vos me habéis esperado para perdonarme, y ya arrepentido detesto todos los disgustos que os he dado.
Ea pues, Señor, libradme de las penas eternas. ¡Ah! Miserable de mí, si otra vez me condenase! ¡qué tormento tan grande seria el remordimiento de haber considerado ya, y gustado en mi vida el amor que habéis tenido! No tanto el fuego del infierno, cuanto el recuerdo de vuestro amor, o mi Jesús, sería mi pena.
Vos habéis venido al mundo a fin de encender el fuego vuestro santo amor; de este fuego quiero ser abrasado, y no de aquel que me tendría para siempre separado de Vos.
Repito, pues, Jesús mío, libradme del infierno, porque en él no os puedo amar.
O María, madre mía, por todas partes oigo decir y predicar que aquellos que os aman y confían en Vos no se condenan si quieren enmendarse. Yo os amo, Señora mía, y en Vos confío, quiero enmendarme. ¡Oh María! Pensad en librarme del infierno.


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