El martirio de Cristo y de los cristianos
Introducción
P. José María Iraburu
Cristo, el testigo (mártir) veraz, avanza toda su vida por un
camino que conduce a la Cruz, donde consuma nuestra salvación. Y nosotros, si
queremos ser discípulos suyos, hemos de ser también mártires, llevando
su Cruz cada día hasta nuestra muerte. El Maestro nos lo enseña claramente:
«entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es
angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que
lo encuentran» (Mt 7,13-14).
Así pues, «si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien
perdiere su vida por mi causa y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).
Perder la vida, por
entregarla con amor a Cristo y a los hermanos, lleva a la alegría, la paz, la
fecundidad, la salvación. Guardar la vida, por no darla a Dios y al
prójimo, conduce a la tristeza y a la angustia, a la esterilidad y a la
perdición.
Al pueblo cristiano se le ofrecen, pues, dos caminos: el
verdadero, el del Evangelio, que se recorre con la cruz y que lleva a la vida,
y el sendero falso de un falso Evangelio, que intenta eludir la cruz y que
lleva a la muerte.
Elegir el camino que se
quiere andar es una elección necesaria. Y hoy esta elección se plantea con
especial dramatismo, pues de nuevo y más que nunca estamos viviendo el
tiempo de los mártires. Por eso, quien prefiera eludir el martirio, quizá
lo consiga, pero ha de saber que deja el seguimiento de Cristo y que entra en
un camino de perdición. Y quien hoy decide ser cristiano, ha de estar
firmemente determinado a ser mártir con Cristo y a llevar cada día su cruz.
En las apariciones de Fátima, en 1917, la Virgen María anuncia a los
beatos Francisco y Jacinta y a la Hermana Lucía que el siglo XX será un
tiempo de grandes persecuciones contra la Iglesia:
«Rusia, si no se convierte, esparcirá sus errores por el mundo,
promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia. Los buenos serán
martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán
aniquiladas. Finalmente, mi Corazón Inmaculado triunfará».
No siempre es fácil entender las profecías o discernir si son verdaderas
o falsas. Hay que reconocer, sin embargo, que la verificación más segura de
las profecías es su cumplimiento. Y no podrá negarse que aquellos avisos de
la Virgen en Fátima, menospreciados por tantos orgullosos, han tenido
cumplimiento exacto.
En un libro, I nuovi perseguitati, que Antonio Socci, según la
prensa (13-V-2002), ha publicado en Italia se calcula que en los dos milenios
de cristianismo han sido mártires, es decir, han muerto a causa de la fe, 70
millones de cristianos, y que de ellos 45 millones y medio (el 65 %) han sido
mártires del siglo XX.
Sí, no cabe duda, estamos actualmente en el glorioso tiempo de los
mártires. Pero estamos también en el vergonzoso tiempo de los apóstatas.
Por eso la situación de la época en que vivimos nos está pidiendo con
especial urgencia una meditación espiritual profunda sobre el martirio de
Cristo y de los cristianos.
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